viernes, 29 de octubre de 2010

Los albores de la Revolución Social en Chile

[Digitalización: Archivo de Historia Social. Chile, octubre, 2010. Fuente: El Pensamiento de Luis Emilio Recabarren. Editorial Austral. Santiago de Chile, diciembre 1971]

Luis Emilio Recabarren Serrano
LOS ALBORES DE LA REVOLUCIÓN SOCIAL EN CHILE.
PRIMEROS PASOS
 (Versión taquigráfica del discurso pronunciado en la Cámara de Diputados en la Sesión del 15 de julio de 1921).
El señor RECABARREN. —Me voy a permitir ocu­par la atención de esta Cámara para hacer un acto de defensa de las clases trabajadoras de Chile.
Constantemente, no diré fuera de esta sala, en la prensa y entre los particulares, sino en el recinto mismo de la Cámara, se vierten, a mi juicio, ofensas gratuitas al proletariado chileno. Y no estimo nece­sario que se levante en este recinto una voz que lo defienda, porque nunca se han contestado esas ofen­sas.
Se le ataca presentándolo como un niño incapaz de pensar, como un ente que no tiene criterio.
En una de las últimas sesiones, el señor Yrarrázaval, don Eduardo, expresó estos conceptos al criti­car el discurso de mi colega compañero Cruz; emitió el concepto de que su señoría consideraba incapa­citado al proletariado.
El señor YRARRAZAVAL (don Eduardo). —No he dicho eso; no he hablado de incapacidad.
El señor RECABARREN. —Yo juzgo las cosas co­mo las percibo, como penetran en mi cerebro.
El señor YRARRAZAVAL (don Eduardo). —Pero conviene juzgarlas también como han sido expre­sadas.
El señor RECABARREN. —Mucho me temo, decía el señor Irarrázaval, que las ideas del honorable se­ñor Cruz sean importadas o copiadas de las que pro­dujeron el movimiento obrero en Rusia para estable­cer los Soviets.
Estas expresiones, así dichas, envuelven una ofen­sa para la clase trabajadora de esta nación. En el Congreso de Chile se ha tratado insistentemente de demostrar en los últimos tiempos que cualquiera agi­tación que haya en el país, es la obra de agitadores, es la obra de teorías importadas del extranjero, des­conociendo por ello que pueda haber una capacidad propia en el pueblo trabajador.
El señor YRARRAZAVAL   (don  Eduardo). —¿Me permite el honorable diputado? El honorable señor Cruz fue quien manifestó que se consideraba a sí mismo un agitador. Y por eso es que he considerado esas palabras; de otro modo no las habría tomado en cuenta.
El señor RECABARREN. —Voy a tomar en cuen­ta esa parte del discurso a que se refirió el señor di­putado; pero lo haré en un sentido global. Siempre se repite este concepto de que copiamos ideas, de que estamos transportando a Chile plantas exóticas que no tienen razón de ser en este país y cuyo cultivo en otros países ha fracasado.
El señor GUMUCIO. —El reproche no sería al pue­blo sino a sus señorías que hacen la importación.
El señor RECABARREN. —Esa misma expresión que se acaba de verter en este recinto significa un reproche más. Yo quiero probar a los señores dipu­tados que en Chile no hay agitadores extranjeros.
El señor YRARRAZAVAL (don Eduardo). -¿Quien lo ha dicho?
El señor RECABARREN. —Los agitadores que hay en este país somos chilenos auténticos, somos traba­jadores manuales y no trabajadores intelectuales. Entonces tendré qué demostrar que la clase trabaja­dora de Chile tiene una conciencia, que piensa, que sabe razonar y que esa clase no es tan susceptible de admitir ideas cuando no es capaz de concebirlas, según se dice. De modo que todos los movimientos de agitación que en los últimos 20 años se han reali­zado en el país, son la obra genuina del proletariado de este país.
Se nos dice que traemos ideas importadas. Y en este recinto ¿podría alguien reprocharnos a los socia­listas chilenos que importamos teorías y doctrinas? Porque yo me atrevería a preguntarle a esta Honorable Cámara, ¿cuándo no ha importado doctrinas esta Cámara? ¿Qué ley ha salido de este recinto que no haya sido copiada de los otros países más avan­zados, de los que enseñan por su antigüedad y su progreso? ¿Qué ley ha salido de aquí que no lleve esa marca de copia de las legislaciones extranjeras? ¿Qué cosa grande y majestuosa hay en este país que no sea copiada o traída del extranjero?
El señor BUNSTER. —De las naciones civilizadas.
El señor RECABARREN. —Exactamente. Porque no sé cómo iríamos a copiar algo de las naciones sal­vajes. Y con el mismo criterio con que aquí se ha co­piado la legislación de las naciones más civilizadas; con ese mismo criterio, digo, permítasenos a noso­tros que copiemos todo lo que tiene de importante la civilización socialista de los países de Europa. En es­to no hay delito ninguno, porque todos tenemos que copiar lo que han hecho nuestros antecesores. Vol­viendo a referirme al señor Yrarrázaval, que nos de­cía que copiamos de Rusia, que está en el tapete mundial el sistema sovietista y que éste ha fracasa­do, que copiamos el comunismo, yo voy a probar con documentos a la vista que es inexacto, que es com­pletamente inexacto que nosotros hayamos copiado en Chile las doctrinas comunistas y sovietistas de la Rusia, pues desde hace quince años o veinte años se desarrolla en Chile un estudio de esas doctrinas.
El señor BUNSTER. —Entonces la Rusia les ha copiado a sus señorías...
El señor RECABARREN. —Voy a hacer una figura más práctica: así como el cristianismo es en todas partes igual, el socialismo es también igual en todas partes. En todas partes tenemos la misma concien­cia, el mismo criterio para apreciar los problemas so­ciales. Voy a leer, pues, algunos documentos: El año 1907, en "La Reforma", diario demócrata de esta ca­pital, se decían estas palabras: "El socialismo define esta cuestión de un modo claro; socializa la industria, suprime el patrón y con él suprime la acaparación de fortunas...
El señor BUNSTER. —Socializar el bolsillo.
El señor RECABARREN. —Yo le voy a decir al se­ñor diputado que si no quiere que le diga un dispa­rate, no me interrumpa en esa forma.
El señor BUNSTER. —Hay que tener presente que la Honorable Cámara es una corporación respetable.
El señor RECABARREN. —Y yo debo decir que el señor Bunster es la caracterización del tipo que pre­tende ofender al que representa al pueblo, porque le tiene odio al pueblo.
El señor RUIZ (presidente). —Ruego al honora­ble diputado por San Fernando que no interrumpa y que permita al honorable diputado por Antofagasta usar de su derecho.
El señor RECABARREN. —Decíamos en 1907 las siguientes palabras: "El socialismo define esa cues­tión de un modo claro: socializa la industria, supri­me al patrón y con él suprime la acaparación de for­tuna en manos de unos cuantos individuos que au­mentan la miseria popular; y coloca el salario en condiciones equitativas, igualitarias, asegurando la subsistencia y la felicidad de todos".
Y remarcaba la expresión, porque no es la nues­tra una acción egoísta, sólo en beneficio de una par­te de los ciudadanos, sino en beneficio de todos, de toda la comunidad, de toda la nación, sin excepcio­nes de ninguna clase. En este mismo diario, "La Re­forma", de 1907, hay también estas otras expresio­nes, en celebración del aniversario de la Comuna. Entiendo que toda la Cámara sabe que la Comuna de París fue el primer chispazo revolucionario para transformar el orden social, para entrar en un régi­men que se estima como más justo que el régimen capitalista que existe en la actualidad.
Un obrero chileno, santiaguino, domiciliado en la comuna de Providencia, escribía estas palabras: "Y surgió la comuna... amenazadora y terrible... llevando por lema en su rojo estándarte esta solemne inscripción: la propiedad es un robo. Y pro­clamando a todos los horizontes la libertad humana, como única solución del problema del porvenir".
Esto era lo que se decía de la revolución social en este diario, publicado en 1908 —y no se atreverá, me parece, el señor Bunster a decir que fui yo el que lo escribió, porque en esa fecha yo estaba en Europa— era lo que decía, repito, un trabajador domiciliado en el barrio de Providencia, el asilo genuino de las ideas conservadoras. No se nos podrá decir, entonces, que nosotros hemos copiado a la Rusia.
Y agregaba estas otras expresiones:
“La comuna significa para los oprimidos de la tierra, el primer ataque dado a la presente organización social republica­no-burguesa... Y su aniversario celebrado por todos los prole­tarios del mundo marca el punto de partida del nuevo calen­dario... "18 de Marzo!"... ¡Tal es la fecha gloriosa de esta nueva etapa de la humanidad. El primer día del año primero del nuevo siglo de la revolución social!..."
Voy a permitirme rogar a mis colegas no se can­sen con esta exposición, porque si bien es cierto que atravesamos una época un tanto caldeada en que se habla de este problema social, quisiera yo que todos los señores diputados se colocaran en este terreno ra­zonable y de verdad: reconocer que el movimiento social obrero de Chile, que hoy llamamos tan ampu­losamente "revolucionario", es antiguo, que se ha ve­nido desarrollando desde hace ya de 12 a 15 anos, como decía. Lo que hay, es que los representantes de la sociedad capitalista no se han dado cuenta de él, sino cuando adquirió prensa, cuando tuvo muchos oradores que desparramaron su doctrina por muchas partes. Pero mientras se desarrollaba este movimien­to en pequeño no se le tomó en cuenta. Por eso rue­go a mis colegas tengan un poquito de benevolencia y se me permita probar que el movimiento es anti­guo entre nosotros.
En el mismo año de 1907 se decía estas otras ex­presiones: "El socialismo quiere la socialización de las máquinas, herramientas y todo instrumento de trabajo, es decir, que desaparezcan los patrones y propietarios. Que todas estas cosas pasen a ser pro­piedad, patrimonio de todos los individuos que nece­sitan servirse de la maquinaria para producir todo lo que es útil para conservar la vida humana".
No vayan a creer los señores diputados que al de­cir que el socialismo quiere que desaparezcan los pa­trones y propietarios, nosotros vamos a pretender ha­cerlos morir: no, señores, no hay tal...; pretende­mos solamente que desaparezcan en sus funciones de tales, de patrones o de propietarios.
Estas palabras que he citado son expresiones mías de aquella época, escritas desde la capital argentina y dirigidas siempre al mismo diario "La Reforma".
Y un demócrata, hasta la actualidad, el señor Ri­cardo Guerrero, refiriéndose a estas expresiones de­cía en "La Reforma" del 19 de Diciembre de 1907 lo siguiente:
"Recabarren, con esa energía moral que es la característica de su personalidad, y casi diríamos con esos rasgos de audacia temeraria que singularizan su carácter, ha hecho frente a la cuestión social con desenfado y bizarría. Sus artículos sobre esta materia y finalidades socialistas, no pueden ser más precisos, más claro y comprensibles, y aunque el socialismo lo toma en su acepción más lata, en la última etapa de sus aspiraciones o evo­lución, cosa que escandalizará a unos cuantos, no por eso deja de saltar a la vista tal veracidad de los hechos, un fondo filo­sófico tan profundo, tan racional y científico que me imagino que hasta los más recalcitrantes van a tener que reconocer sus bon­dades y no atacarán en el futuro un principio en cuya realiza­ción nada menos que estriba la felicidad humana".
"Ojala, continúa el señor Guerrero, los compañeros los lean, los mediten, los vuelvan a leer, y si es posible los aprendan de memoria, y no se arrepentirán, porque habrán nutrido su cerebro con las partes más sustanciales de un principio que es ya el evangelio humano".
Bien. Esto se propagaba por los años 1907 y 1908.
Cuando doctrinas comunistas de esta naturaleza se vertían en aquellos años, 14 ó 15 años atrás, se comprende fácilmente que primero habían surgido en los cerebros de los que pensaban y escribían, co­mo fruto del estudio en parte, de la literatura ex­tranjera. Y así debía ser porque en Chile no somos inventores sino de cosas insignificantes; las nuevas doctrinas filosóficas han venido siempre de Europa, de los pueblos más adelantados. Así como vosotros, señores diputados, habéis bebido en las legislaciones extranjeras para dictar las leyes de Chile, así noso­tros hemos bebido esas doctrinas, las hemos ido asi­milando, hasta llegar a comprender que son útiles para el progreso de la Humanidad.
Unos cuantos años después, el año de 1912, cuan­do se fundó en Chile el partido socialista de manera definitiva, se escribían en Iquique, en "El Despertar de los Trabajadores", diario fundado por los traba­jadores de Tarapacá, expresiones como éstas, que aunque mal escritas, reflejan el sentir de los traba­jadores de esas regiones:
"Desde luego a qué asustarse del socialismo, que les señala una orientación nueva, que es un guía, para la clase proletaria, les enseña que por medio de la organización y de las coopera­tivas, incluyendo la política, podrá el pueblo apoderarse de las industrias, la tierra y del Estado, y dejar de ser explotado, terminando de una vez con explotadores, viviendo todos en común que sería la felicidad de todos los pueblos, llegando a la realización de ese precioso lema, todos para uno, y uno para todos.
En 1912 los trabajadores del norte ya hablaban de apoderarse de las industrias, que es lo que llamamos vulgarmente socialización.
Creo que nadie en la Honorable Cámara podrá criticar este pensamiento, desde el punto de vista de que nosotros tenemos el derecho de pensar.
La nación chilena, como cualquiera otra, tiene el derecho de nacionalizar y de expropiar, según la Constitución vigente de nuestro país. Y si la nación tiene ese derecho, ¿por qué asombrarse de que no­sotros sustentemos una teoría de esta naturaleza pa­ra convertirla en ley. O sea, que la multitud traba­jadora debe apoderarse de la industria y hacer pro­ducir en beneficio de todos; que la industria, que hoy está en manos de unos pocos, no siga produciendo en beneficio de unos pocos y con el sacrificio de los más?
Tenemos el derecho de sustentar doctrinas de es­ta naturaleza y venimos a este recinto para continuar sustentándolas, para abrirles camino, para probar que estas doctrinas son más justas que las que rigen en el presente.
Todavía, decía aquel obrero estas otras expre­siones:
"El socialismo nos presenta una cosa realizable, una cosa concreta, un ideal sin egoísmo de ninguna clase, se dirá que no es posible, pero yo digo ¿no somos nosotros los que amasa­mos las fortunas de los poderosos? ¿no somos nosotros los que con nuestro voto damos representación en las Cámaras para que nos dicten leyes que son contrarias a nuestros intereses y se enseñoreen después con nosotros? Desde luego, si nosotros sos­tenemos este estado social, ¿por qué no transformarlo en otro mejor?
¡Qué sublimes pensamientos de los trabajadores! ¡Qué hermosos pensamientos! Transformar por me­dio de la ley... Oíd vosotros que sois tan legalitarios. Transformar, por medio de la ley una sociedad que se considera inicua en una sociedad que se concibe mejor.
¿Es que no tenemos el derecho de pensar? ¿Es que tampoco tenemos el derecho de equivocarnos? Porque si nos equivocamos, pruébese que estamos en error. Yo creo que no seríamos refractarios a reconocer un error. Felizmente para nosotros, hasta este momento nos consideramos en posesión de la verdad.
Decía, hace un momento, que el partido socialis­ta se había fundado en 1912 en Iquique. Y, por una coincidencia, se fundó al mismo tiempo en Punta Arenas. En ambos extremos pensábamos de acuerdo. Y esto prueba que las clases trabajadoras, en los dis­tintos pueblos de la República iban marchando por un mismo sendero para buscar su libertad.
Y en agosto de 1912 recibimos una nota de los camaradas de Punta Arenas, en que nos decían estas palabras:
"Señores miembros del comité del partido socialista obre­ro.- Iquique- Apreciados compañeros: Por el importante órgano del proletariado de esta ciudad. "El Despertar", hemos podido informarnos de que con fecha 25 de Mayo del año en curso se ha formado en esa el partido socialista. El 21 de este mismo mes quedaba organizado en este otro extremo de la República ese mismo gran partido que esperamos y deseamos eche hondas raíces en nuestra nación y sea el salvador de nuestra patria".
Podría parecer a algunas personas un sacrilegio que nosotros habláramos de nuestra patria, porque siempre se nos ha llamado antipatriotas. ¡Cuán in­justos habéis sido cuando nos habéis llamado anti­patriotas! Yo creo que nadie con más amor que no­sotros habrá trabajado siempre por la grandeza de nuestra patria. ¿Quién se atrevería a desmentirnos esta afirmación? No es posible hacerlo. Allá está la gran catástrofe mundial del 14 al 18. Los socialistas fueron entonces a defender a sus patrias respectivas, quisieran o no quisieran, aun cuando muchos com­prendían que solamente iban a hacer el juego de una clase capitalista demasiado rapaz. Cada cual en su nación fue bajo la bandera de su patria a defenderla.
Sigue diciendo la nota en cuestión: "Cúmpleme, pues, ofre­cerles nuestra más franca adhesión. Esperamos que hemos de saber marchar unidos a través de la distancia, hacia la conquista de nuestros ideales".
Se ve, pues, entonces que no es la obra de agita­dores extranjeros, que no es la obra de importación reciente de ideas la que ha venido a hacer surgir en el país, en el corazón de la raza chilena, genuina­mente chileno, ideales de revolución social.
Hay muchos que se dicen partidarios de la revo­lución social y mistifican a la opinión diciendo "so­mos partidarios de la evolución social". Nosotros no queremos mistificar a nadie.
Algunos años después —y como sucede siempre en la evolución de las ideas— hemos desarrollado el concepto y no transcurrido aún mucho tiempo los trabajadores de los distintos pueblos de la República ya demostraban ideas comunistas, y concebían clara­mente el socialismo, como se ve en el programa del partido socialista hecho en 1912.
Yo comprendo que se nos combata, que se nos fus­tigue, porque no hemos sido conocidos en nuestra labor interna; porque no se han percatado de la gran obra de redención que queremos acometer en el seno del proletariado.
El programa del partido socialista chileno dice:
"El socialismo es una doctrina por la cual se aspira a trans­formar la constitución de la sociedad actual, por otra más justa e igualitaria".
"El partido socialista expone que el fin de sus aspiraciones es la emancipación total de la humanidad, aboliendo la dife­rencia de clases y convirtiendo a todos en una sola clase de trabajadores, dueños del fruto de su trabajo, libres, iguales, honrados e inteligentes; y la implantación de un régimen en que la producción sea un factor común y común también el goce de los productos. Esto es la transformación de la propiedad individual en propiedad colectiva o común".
Si la opinión pública está dividida en partidos que luchan por la conquista del poder político, si voso­tros estáis divididos en diversas tendencias políticas y lucháis por apoderaros del poder político, por obtenerlo y tenerlo en la mano, yo pregunto, ¿nosotros no tenemos el mismo derecho?, ¿o establece la Cons­titución dos derechos: uno para los señores de alta sociedad y otro para los obreros, para la plebe?
¡No señores!, y por eso vamos derecho a la conquis­ta del poder político. Para eso han luchado 20 años los socialistas y 30 años los demócratas.
El señor BUNSTER.— Pero, el partido demócra­ta no es socialista.
El señor RECABARREN.— Eso ya lo dirá el por­venir, señor diputado. Yo deseo dejar establecido que nosotros creemos tener también el derecho a conquis­tar el poder político, a hacer lo mismo que vosotros hacéis.
El señor BUNSTER.— Nadie les niega ese dere­cho a sus señorías.
El señor RECABARREN.— ¿Nadie nos niega ese derecho? ¿Qué es el fraude? ¿Qué es el cohecho? ¿Qué es la falsificación, vicios dominantes en el régi­men burgués? Y si vemos que el fraude y el dolo se pone en práctica para atentar contra nuestra as­censión al poder político, ¿qué nos tocará hacer? ¿cruzarnos de brazos?
Al contrario: ante estos delitos, ante estas iniqui­dades, nosotros habremos de luchar con firmeza hasta conquistar todos nuestros derechos, primero por medio de la legalidad; pero cuando veamos que se nos cierra el camino de la legalidad, iremos si es preciso, y no lo dudéis, a la revolución.
Y nadie puede negarnos en esta Cámara el dere­cho de hacer la revolución. ¡Si vosotros mismos la habéis hecho!. Si para emancipar a este país de Es­paña se hizo la revolución; si para cambiar el régi­men de este país el año 91 también habéis hecho la revolución! ¿Y si no aceptarais esta doctrina que­rría decir que el derecho de hacer la revolución es sólo para una parte de los ciudadanos?
Yo lo digo con toda sinceridad, no quiero la re­volución, en la forma que vosotros la entendéis, en forma sangrienta, con cañones... Veo que os son­reís, pensando tal vez ¿de dónde sacaríamos nosotros cañones...?
Yo he dicho y predicado siempre que nuestra re­volución, tiene que ser la revolución de los brazos cruzados, del paro general, para obligar a las clases poderosas a ser morales en sus costumbres, a ser jus­tos, en todos los aspectos de la vida social, con los hombres que trabajan, con los que van ascendiendo en cultura, con los que quieren ser mas útiles, con los que quieren ser más íntegramente ciudadanos.
Yo siempre he predicado doctrinas contrarias a la revolución sangrienta.
He hablado ya del hecho de que el partido socia­lista desde el año 12 ha acogido las ideas comunistas.
En una oportunidad cercana podremos discutir este problema del comunismo. Este problema que la Revolución Rusa ha puesto en el tapete del mundo y que, según el sentir de muchos señores diputados, es de la más palpitante actualidad y debe preocupar al Congreso y a la nación de preferencia.
Dice el programa del partido, para manifestar có­mo iba marchando hacia la organización de lo que en Rusia se llama Soviet:
"Creación de una Cámara del Trabajo en la que estén re­presentados los trabajadores, con oficinas en toda la República, que estudien las necesidades de la industria y de los producto­res y se encarguen de resolver los conflictos suscitados entre el capital y el trabajo. Reglamentación y fiscalización del trabajo, por obreros nombrados por los distintos gremios. Fijación de la jornada máxima, del trabajo y el salario mínimo".
Voy a pedir a los señores diputados que si lo de­sean verifiquen la autenticidad de las fechas y de los documentos que me dan estos datos.
Continuando en mi disertación anterior, quiero recordar que el objeto de esta disertación es expo­ner ante el país que la clase trabajadora de Chile, a despecho de los que no lo creen, tiene una conciencia formada, que ha venido desarrollándose des­de hace más o menos treinta años, en la República: que tiene ideales, que tiene altura de pensamientos y que siempre ha tenido interés de contribuir a la grandeza de la nación.
Como estos hechos siempre se han negado de una manera o de otra, por un conducto o por otro, sea dentro del Parlamento o fuera de él, es necesario, decía, que se deje testimonio con pruebas, en la me­dida de lo posible, de la existencia de este desarrollo mental del pueblo, de este desenvolvimiento de la inteligencia popular, y estoy seguro de que toda la Cá­mara y todo el país habrán de sentirse satisfechos al constatar esta realidad, al constatar que efecti­vamente el pueblo, a pesar de las trabas que se le ponen, viene desarrollando su mentalidad.
Quedé en la sesión pasada en que en el año 1912 se habían predicado ya estas ideas. Ahora quiero agregar este otro párrafo, publicado en "El Desper­tar de los trabajadores", de Iquique, que decía lo si­guiente, refiriéndose a la organización del Partido Socialista:
Será la abolición de las clases: ya no existirán los aristócratas ni las plebes, ya no existirá la explotación del trabajo, de la opresión, del ocio, del trabajo inútil y dañoso, del derroche de riquezas, de la representación política falsa y embustera, del egoísmo, de la corrupción, de la ignorancia, de la superstición, de la mentida Iglesia. Será la instauración sobre las ruinas de la burguesía ignorante, de un sistema de la economía racional fundado en la comunidad de los bienes y basado en la libre asociación de los obreros".
Es indudable que este párrafo está mal escrito, porque ha sido escrito por un obrero, que no es un literato; pero es la expresión fiel de su pensamiento.
Yo no se si nosotros somos tan ilusos, tan opti­mistas que nos engañemos en todo; pero la expresión de este obrero de Antofagasta, que escribía para Iqui­que, obedece a un concepto de confraternidad, de dignidad humana; empieza pidiendo la abolición de las clases.
Si nuestra Constitución, hecha por las clases oli­gárquicas, ha establecido que en Chile no hay clases privilegiadas: hay un principio moral y de justicia, en todo lo que tienda a destruir las clases sociales.
En el derecho no existen; pero, como en el hecho se han constituido, no podemos dejar de hablar de ellas y de decir que, desgraciadamente, las hay tan opuestas, tan extremas, que las separa un abismo.
En concepto de este obrero, deben desaparecer las clases sociales. ¿Cómo? Hermanándonos, tratando de colmar los abismos que las dividen y que colocan en una extremidad la aristocracia y en la otra a la ple­be; tratando de colocar a todos los hombres en un mismo plano de fraternidad e igualdad.
Este mismo pensamiento anuncia el nuevo régi­men que viene preconizando el socialismo y que debe instaurarse en las manos de la burguesía, cuya exis­tencia y mantenimiento está fuera de toda lógica, fuera de toda justicia.
En 1912, antes, mucho antes de que se tuviera no­ticia del Soviet, omití ayer datos más viejos, porque por no haber tenido el tiempo suficiente para con­feccionar cronológicamente estas cifras, había deja­do sin mencionar datos más antiguos. Tengo aquí un artículo publicado en "El Trabajo", periódico de la Mancomunal Obrera de Tocopilla, el año 1903. Dice un obrero en un artículo que trata de esta materia, estas magníficas expresiones:
"La revolución seguirá impertérrita su marcha, tranquila si la libertad la ampara, violenta y terrible si se la pretende detener en su camino. Sembrad odios y recogeréis venganzas. Está escrito que el siglo XX ha de presenciar una de las más profundas transformaciones sociales, y vuestros esfuerzos serán impotentes para evitarlo. La superchería, la tiranía y la explo­tación tienen su fin".
El que escribía estas expresiones en aquellos años, era un obrero de la pampa del Toco.
"La revolución social continuará su marcha, tran­quila, si la libertad le ampara...".
¡Cómo ha podido se dirá, un obrero concebir un movimiento revolucionario en el sentido de perfec­cionar el orden social de un país!
Ninguno de vosotros va a oponerse, estoy cierto, a la revolución en el sentido de perfeccionar el orden social existente. Y ese obrero concibió este perfeccio­namiento en el orden social, dentro de la organiza­ción del país. ¿Cómo? Bajo el régimen de libertad. Y en esta parte no hace sino inspirarse en las páginas radiantes del inmortal Zola, porque habla de la pro­funda transformación social, que debe operarse en el siglo XX, movida por altos conceptos de justicia y de derecho.
No se trata aquí de copiar más o menos como se dice, la literatura de los escritores revolucionarios extranjeros, sino que esto es el fruto del estudio que nuestros obreros realizan en el escaso tiempo que les queda libre, ya que, desgraciadamente, las largas jor­nadas que impone el régimen capitalista no les per­mite casi leer. ¡Ni siquiera lavarse la cara, señores! Pero esto ocurría en el norte, que ha sido calificado, siempre como foco de perturbaciones sociales, como foco de movimientos sediciosos.
Tengo aquí unos recortes de periódicos; no los voy a leer todos porque sería demasiado fatigoso. Uno de ellos es de un diario conservador, podría decir, de esos que se llaman aristocráticos, "El Heraldo" de Valparaíso, del año 1904. Se trata de una conferen­cia sobre la cuestión social, dada por don Juan B. Larrucea en la Federación de Trabajadores de Val­paraíso, el 13 de agosto de 1904. No era Recabarren el que ha predicado el socialismo en el norte, por­que en esos mismos momentos Recabarren estaba preso en la cárcel de Tocopilla por sedicioso.
Este ciudadano de Valparaíso desea explicar la si­tuación social del proletario, y dice:
"A primera vista parecerá extraño que aquí en nuestro Chile, donde los hospitales rechazan día a día una buena parte de su triste clientela; que aquí donde la clase trabajadora se ve compelida, mal de su grado, a vivir muriendo en las mazmo­rras inquisitoriales disfrazadas con el nombre de conventillos; que aquí donde el peón agrícola comienza a emanciparse peno­samente del servil régimen de las encomiendas coloniales; que aquí donde periódicamente se niega a cuatrocientos mil niños proletarios el beneficio de la instrucción escolar; que aquí donde cada crisis de la industria salitrera trae como consecuencia ineludible el despiadado éxodo de los operarios a ella adscritos: que aquí donde el obrero inutilizado por accidente, enfermedad o vejez cae de continuo en la mendicidad, falto de toda ga­rantía social, parecerá imposible, repito, que aquí donde todo esto sucede, estadistas de gran nombradía, ilustrados escritores, publicistas de talento acepten y discuten por signo de confor­midad y bienestar el inconsciente y resignado mutismo de nues­tras fatalistas muchedumbres".
¿Cómo? A nosotros nos parece que recién existiera este problema social. Sin embargo, hace 17 años se ponía al desnudo y se criticaba como una enorme calamidad para el país esta situación y ella no ha si­do comprendida todavía por los que dirigen la polí­tica. Con razón el pueblo pregunta al Parlamento: considerad, ¿qué habéis hecho? Y no podréis respon­der porque no se han corregido los defectos ni los errores; no podréis responder...
El señor YRARRAZAVAL (don Joaquín).— Si ha­ce 5.000 años que existe el problema social. El señor RECABARREN.— ¡Valiente defensa!
El señor YRARRAZAVAL (don Joaquín).— No es defensa la que hago, honorable diputado, sino que digo la verdad.
El señor RECABARREN.— De modo que porque hace 5.000 años que la humanidad se viene debatiendo en la ignorancia no debemos poner ningún em­peño en corregirla.
Porque en este Parlamento no se puede decir, no se puede levantar una sola voz que diga que se ha hecho algo útil en el país durante los últimos años. Yo, un pobre obrero, con mi triste mentalidad, pue­do decir aquí y no se me puede contradecir, que sería inútil gastar esfuerzo para probar que en los últimos 30 años se ha hecho algo de útil para el pueblo.
El señor ROJAS MERY.— ¿Y la ley de Instrucción Primaria?
El señor RECABARREN.— Mi estimado colega se­ñor Rojas Mery me recuerda la instrucción primaria obligatoria recién dictada y que aún no se ha pues­to en ejecución por la falta de recursos y por falta de una inmensa cantidad de elementos para poderla poner en vigencia debido a los errores del pasado, a la falta de trabajo en el Parlamento, debido a la falta de un pensamiento superior en el pasado.
No vengo a criticar estos errores, ni a condenar todas las faltas que se han cometido en el pasado. No ganaríamos nada con eso, porque hoy necesitamos construir para el porvenir, olvidando los errores del pasado.
Y a eso viene aquí la representación socialista, la representación de la Federación Obrera de Chile, a invitar al Parlamento, a la burguesía de este país a construir el porvenir, a hacer la felicidad de todos los que en esta patria vivimos.
(Manifestaciones en las galerías).
El señor RUIZ (presidente).— (Prevengo a la ga­lería que están prohibidas las manifestaciones).
El señor RECABARREN.— Voy a continuar leyen­do algunos párrafos de esta exposición de doctrina hecha por un obrero tantos años atrás...
"Por muy grande que se quiera suponer el bienestar de nuestra clase obrera, imposible será compararlo con el bienestar de la clase obrera de Australia y de Nueva Zelandia, y, sin embargo, allí existe también más vivaz, más aguda que entre nosotros, la cuestión social; allí también los proletarios se agi­tan, reclaman sus derechos, proclaman sus reivindicaciones y merced a su disciplina y a su organización política, desde el mes de Mayo último y en representación del elemento obrero, han llevado a la presidencia del Ministerio australiano al ciu­dadano Watson, obrero tipógrafo, chileno de nacimiento, hijo de   Valparaíso".
Porque en todos los tiempos la burguesía ha nega­do la existencia de la cuestión social. Es como la avestruz del cuento, que al esconder la cabeza cree esconder todo el cuerpo. Aquí se ha negado siempre la existencia de los males sociales y hemos estado creyendo que vivíamos en el paraíso; pero, conven­cidos ahora de que existen, es necesario ver lo que se debe hacer para el porvenir.
Y yo como tipógrafo he sentido desde aquel tiem­po cierta satisfacción, al ver, que el que fue excluido de los talleres de Valparaíso, cuyas doctrinas no fue­ron acogidas en este país, habiéndose trasladado a Australia, llegase ahí a ser el jefe del Gabinete en un Gobierno, semi-socialista del Estado, que se apronta para encarar todos los problemas sociales para li­brar al pueblo de la esclavitud a que lo tiene someti­do el régimen capitalista.
Mientras tanto, nosotros que somos tan orgullosos y que raciocinamos tanto, tenemos sin resolver la cuestión social, afectada en su más grave aspecto.
Decía el orador:
"Así como el filósofo echando a andar demostraba el mo­vimiento, así vosotros demostraréis la existencia de la cuestión social, uniéndonos para proclamar la justicia y la legitimidad de vuestras reivindicaciones. Estas sociedades mancomunadas presentes aquí para celebrar el primer aniversario de su con­federación, ofrecen la prueba palpable, la prueba evidente, la prueba indiscutible de que la clase obrera de Chile adquirió ya la conciencia de su derecho y acepta serena y resuelta la responsabilidad de su actuación en la vida nacional".
Es decir, hace 17 años que las clases trabajadoras estaban resueltas a afrontar la discusión de los pro­blemas sociales, no porque tratemos de imitar la li­teratura extranjera, porque agitadores extranjeros hayan venido a marcar rumbos a nosotros; hemos aprendido aquí, hemos formado aquí nuestros idea­les, a pesar de las dificultades que se han puesto siempre a las clases trabajadoras para que se instru­yan y aumenten su cultura. Pero los obreros, roban­do el tiempo al descanso, escondiéndose de sus patro­nes querían instruirse y tomaban un libro para leer.
Porque en Chile, hasta ahora ha sido un delito leer, tal como suena. En la región salitrera se han mandado presos a obreros que leían "El Socialista"; y si bien es cierto que la justicia los ha puesto en li­bertad después de 4 ó 6 días, porque no era posible que sancionara el delito de leer, también lo es, que ya la autoridad había ordenado el abuso y que sus agentes habían cumplido la orden.
Hay, pues, en Chile una inmensa cantidad de la clase patronal, nacional y extranjera, que quiere que los trabajadores no lean, que permanezcan en la ig­norancia; y a pesar de todo, el pueblo se instruye y desarrolla su mentalidad, para bien de nuestro país.
Decía el orador: "El socialismo -permitidme esta afirma­ción, ciudadanos- el socialismo es el único sistema social y político capaz de proporcionar al débil su derecho a la vida dignamente humana, y al trabajador el bienestar y la seguridad de que hoy carece. Nada pide que no sea justo, nada que no sea posible y hacedero. De sus fórmulas, de sus teorías, esta saturada la sociedad moderna; y vosotros que me escucháis con benevolencia por mí agradecida en lo intimo del alma, voso­tros mismos, queriéndolo o no, hacéis, en este momento, verda­dera   obra   de  socialistas".
Gracias a él, gracias al socialismo, van encaminándose más o menos sinuosamente, más o menos paulatinamente; pero al cabo encaminándose a la concordia y a la igualitaria armonía las relaciones entre esos dos grandes, entre esos dos decisivos factores de la producción: el trabajo y el capital. Teniendo el socialismo por objetivo determinante la implantación de la de­mocracia en el orden económico, no puede aceptar resignado que en el mundo del trabajo haya monarcas absolutos y súbditos sometidos, gentes que en nombre del capital ordenen con autoridad inapelable, y trabajadores que en fuerza de la nece­sidad obedezcan esas órdenes sin vacilación ni protesta. El socialismo pretende impedir que el capital lo sea todo y el trabajo nada; que el capital que no es sino un trabajo anterior, un trabajo cristalizado, tenga para si todas las regalías, todos los beneficios, todos los provechos, en tanto que el trabajo, verdadero engendrador del capital, quede relegado a la con­dición de vergonzante mendigo. Comprobado por las demos­traciones de la ciencia económico-social que cada partícula ca­pitalista está amasada con la sangre, con las lágrimas, con las fatigas de la inmensa mayoría de los humanos, el socialismo quiere para esta mayoría, quiere para el obrero manual e inte­lectual, para el trabajador, para el pequeño empleado, para el pequeño comerciante, para la pequeña industria, quiere para la mujer y para el niño; en una palabra, el socialismo quiere para el débil garantías que lo emancipen, leyes que lo salva­guarden, y, si necesario fuere, que le impidan caer en otra nueva   esclavitud".
Pero, indudablemente, el corte de esta conferencia revela ya una capacidad, revela ya una conciencia de lo que se habla. Y los auditorios, los que la han escuchado, la han desparramado entre la multitud trabajadora, en cada taller, en cada fábrica, en los cuartos, en los conventillos, en diarios y folletos, por­que esta conferencia se ha divulgado también en un folleto.
Todo esto tiene, indudablemente, una fuerza pro­digiosa de penetración en la mentalidad de nuestro pueblo. Aquí se ha predicado el socialismo en una forma científica; no como se ha pretendido decir en ciertos órganos de la prensa, en una forma de socia­lismo de barricada. Hay aquí una estructura cientí­fica que nadie puede negar. Y el trabajador ha ido asimilándose estas ideas, hasta el punto de que hay un setenta o un ochenta por ciento de los trabajado­res que viven anhelando el régimen socialista.
Y esto se ha conseguido, no porque estemos co­piando los regímenes extranjeros, sino porque se ha luchado por estas ideas desde hace diecisiete años.
Ve, pues, la Cámara que ya entonces estas ideas eran universales, internacionales. Y nadie puede evi­tar que sintamos un pensamiento universal. El cris­tianismo, ¿no es acaso un pensamiento y un sen­timiento internacional? Ningún cristiano podría criticarnos a nosotros nuestro internacionalismo ideo­lógico, filosófico y sociológico.
Ningún capitalista podría tampoco criticarnos es­tos sentimientos internacionalistas, porque nada hay más internacionalista que el capital. El capital no tiene patria, no tiene bandera; para él no hay más bandera que la libra esterlina.
Nosotros los socialistas y los extremistas nunca hemos estado solos; siempre ha habido quienes nos acompañen fuera de nuestras filas.
El año de 1904, por orden del señor Ministro del Interior se procesó a los periodistas de Tocopilla, que publicaban el periódico titulado: "El Trabajo", que en aquel entonces era de la Federación Obrera. El proceso era a todas luces ilegal, como ilegales fue­ron también todos los procesos que entonces se si­guieron contra los pensadores chilenos.
Entonces un diario burgués, que ha tenido y tie­ne, en parte, representación en esta Cámara, "El Sur" de Concepción, el año de 1904, publicó un ar­tículo en que defendía a los subversivos y a los re­volucionarios de Tocopilla. Y verán mis honorables colegas cómo un diario de tal naturaleza pudo defen­der doctrinas tan avanzadas en aquellos tiempos.
Si hoy se miran estas doctrinas con horror, si hoy hay todavía quienes se asombran de las expresiones que en nombre de ellas se vierten ¡qué sería en aquel entonces, diecisiete años atrás!   Cuando todavía el país se sentía en un medio más pacifico, más tranqui­lo, cuando no había casi huelgas en el país, que se hablara en esta forma, era un horror.
Sin embargo, en el diario radical de Concepción había expresiones como las que voy a leer, refutan­do "El Ferrocarril" de Santiago. Recordaré primera­mente que había en esta capital un diario, que era el preferido del elemento capitalista, titulado: "El Fe­rrocarril", que ya no existe. Este diario condenaba a los subversivos de Tocopilla y pedía lo que toda la prensa siempre pide contra nosotros, porque te­níamos la valentía de expresar nuestros sentimien­tos, porque en vez de hacer labor hipócrita, en vez de andar cuchicheando ideas revolucionarias, salíamos a la luz del día sin temerle a nadie.
¿Y por qué habríamos podido temerle a alguien, desde el momento en que nos considerábamos en po­sesión de la verdad, en posesión de convicciones pro­fundas?
Lo mismo que los cristianos han sido valientes, han sido audaces, lo mismo que defendieron sus idea­les los cristianos en los circos de Roma, con ese mis­mo derecho los socialistas nos defendemos íntegra­mente a la luz del día. Pero, hay una diferencia en­tre los cristianos y nosotros. Los cristianos se escon­dieron para conspirar en las catacumbas y los socia­listas hacemos la conspiración al aire libre.
Decía "El Sur" de Concepción estas palabras:
"No se extrañe "El Ferrocarril" del modo de opinar de los obreros de Tocopilla. Ellos tienen razón y saben más que no­sotros que son dignos de justicia.
"Si la muletilla de la evolución habrá de retardar un siglo del progreso de este país, vale más, mucho más, ir desde luego a la Revolución Social.
"Nosotros -decía "El Sur"- invitamos a los jóvenes es­critores de "El Ferrocarril" para que unidos con los obreros de Tocopilla emprendamos desde ya las jornadas de la Revolución Social, que habrá de traernos el definitivo bienestar para todos los habitantes de este país.
Esto no lo decíamos nosotros, lo decía un escritor radical, probablemente un burgués o un asalariado de la burguesía, desde las columnas del más opu­lento de los diarios de la zona austral. Aquí está el recorte del diario y cualquiera puede verificar la ci­ta en el archivo del diario; no se crea que quiero mistificar la opinión y cambiar una sola palabra del artículo. ¡No somos capaces de eso!
Y bien, ¡aquí se nos condena a nosotros que pre­dicamos estas ideas y expresamos nuestro modo de sentir! Ya ve la Cámara que 17 años atrás había quien invitaba a la burguesía chilena, como era a los escritores de "El Ferrocarril", y a nosotros a que colaboráramos en la grave situación social que afli­gía a Chile; era un diario burgués.
Nadie criticó este artículo publicado en "El Sur" de Concepción; nadie criticó a este escritor, pero no­sotros, en cambio, estábamos secándonos en la cárcel de Tocopilla por haber predicado esas mismas doc­trinas...
El señor CLARO SALAS.— ¡Quizás de qué otras cosas se les acusaba!
El señor RECABARREN.— ¡No, señor! Le pode­mos mostrar a su señoría toda nuestra documenta­ción; es decir, la que nos queda, porque la policía cada vez que hace reconocimientos en nuestros loca­les, se lleva todos nuestros papeles; y no ha tenido hasta ahora la gentileza de devolverlos.
Tenga la Cámara la certidumbre de que mi úni­co interés es probar que hay una tradición intelec­tual en las clases trabajadoras, que su actitud es consciente y no obra de unos cuantos agitadores.
En un discurso final trataré de exponer cuál es el papel de los agitadores en este país y quiénes son estas personas.
Vamos a pasar al año 1916, porque sería interminable hacer una documentación completa de los años a que me he estado refiriendo, aunque ello se acla­raría y haría más luz sobre el asunto.
Desde el año 1916 se viene predicando en Chile el establecimiento del régimen social constituido por el soviet ruso actualmente, o sea un año antes de que se implantara allá en 1917.
Dejo a la disposición de los honorables colegas que quieran imponerse de ellos, todos estos documentos que comprueban la forma y fechas en que nosotros hemos hecho esta prédica.
En una conferencia que yo di en Punta Arenas en el local de la Federación Obrera, en junio de 1916, decía lo siguiente:
"Cien años atrás solamente, no existían las orga­nizaciones obreras. Hoy existen, y ellas son el plano de la sociedad y del modo de vivir del futuro. Ellas son el firme cimiento de la sociedad futura, de la vida de mañana.
La organización obrera será en el porvenir el dic­tador supremo de todas las leyes humanas. Y esto es inevitable, como es inevitable que haya un ma­ñana después de cada hoy".
En Punta Arenas, en el último extremo austral de nuestro país se predicaban estas ideas. Era porque se habían predicado desde Tarapacá y atravesando todo lo largo de nuestra República, llegaban a aque­lla zona del país. Traducíamos este pensamiento: de que todo lo que resuelva el pueblo, todo lo que ha­gan las naciones, ha de hacerse por la voluntad de la mayoría genuinamente manifestada. No es que nosotros pretendamos atribuirnos derechos de nadie, sino establecer y constituir, realmente, lo que noso­tros llamamos los derechos humanos.
La prensa ha estado motejándonos en estos últi­mos tiempos, especialmente, con ocasión de haber hablado mi compañero Cruz, que nosotros habíamos trasplantado a la Cámara los tabladillos para hacer discursos de choclón.
Yo voy a hablar con sinceridad y me habrán de disculpar por cierto mis honorables colegas si digo que siento más respeto cuando hablo en un tabladi­llo que cuando hablo en la Cámara.
El señor GUMUCIO.— ¡Cómo, honorable diputa­do! ¿Considera el señor presidente que el honorable diputado puede expresarse en esa forma?
El señor RECABARREN,— Por la razón que voy a dar... Escúchenme los honorables diputados.
—¿Por qué no me escuchan los honorables dipu­tados en vez de evadirse...?
Voy a explicar las razones que tengo para decir esto y estoy seguro de que sus señorías me van a encontrar razón. Digo que hablo con más respeto en un tabladillo, porque hablo frente al pueblo; frente a una asamblea popular; frente a la majestad gran­diosa de la clase trabajadora, frente a la majestad de un comicio público. Y aquí, ¿frente a quien ha­blo?
El señor GUMUCIO.— Ante la representación de la soberanía nacional, que es la Cámara.
El señor RECABARREN.— ¿Ante la representa­ción de la soberanía nacional, en este recinto? Pero si revisamos los boletines de las sesiones, vemos que cada tres años llegan aquí los candidatos a defender poderes viciados y se enrostran mutuamente los fraudes, las falsificaciones, el cohecho... ¿Acaso son estos los representantes de la soberanía nacional? ¿Son los que han cohechado la conciencia del pue­blo, derrochando el dinero?
La soberanía nacional está en la calle, en el pue­blo, en torno del tabladillo: ¡allí están los represen­tantes de la soberanía nacional!
El señor YRARRAZAVAL (don Eduardo).— ¿Cuántos candidatos a diputado presentó el Partido Socialista?
El señor CHANKS. —Las ideas que expresa el honorable diputado son opiniones personales de su señoría y hay obligación de oírlas.
El señor YRARRAZAVAL (don Eduardo).— Esta­mos escuchándoselas.
El señor RECABARREN.— El Partido Socialista presentó dos candidatos a diputados, porque no te­nía más fuerza por el momento; el Partido Demó­crata tiene 13 diputados porque no ha tenido más fuerza electoral para elegir un mayor número de di­putados. ¿Es razón ésta para decir que el pueblo ha hecho una elección consciente para enviar al Parla­mento representantes de sus ideas? Desafío a que se diga que a este Parlamento llegan genuinos re­presentantes del pueblo de Chile.
Pero es mejor no hablar de estas cosas; ¡si cada cual sabe cómo se hacen las elecciones! Yo diría lo siguiente: dejad una sola vez absoluta libertad de elección y veréis qué representantes vendrán aquí!
Una sola vez que no se ejerciera influencia en ninguna forma, entonces vendrían aquí nada más que trabajadores y peones de las haciendas, traba­jadores de las minas, de las salitreras, de las indus­trias, empleados del comercio; eso vendría a esta Cámara si dejarais absoluta libertad electoral.
Pero mientras exista la influencia del patrón, de los jefes de los hacendados, mientras exista la in­fluencia del dinero causante del cohecho que co­rrompe, mientras exista el fraude en los colegios electorales y aún en pleno Parlamento, no es posible hablar aquí de soberanía nacional.
Y a este respecto quiero recordar que he sido arro­jado de esta Cámara sin que se anulara la mayo­ría de los votos obtenidos en mi elección; se me ex­pulsó de esta Cámara, según la expresión de un ho­norable diputado, porque mis ideas no estaban de acuerdo con las del resto de los honorables diputa­dos del Parlamento. Y como prueba ahí están los Boletines de Sesiones.
Siempre he hablado con más respeto frente al pueblo, frente a la muchedumbre, porque esa majes­tad es la que representa al pueblo.
No hay poder más grande fuera de ella, y por eso le debo todo respeto y consideración; mientras que aquí nos encontramos reunidos, hoy por hoy, re­presentantes de la banca, de la agricultura, de las industrias, y sólo unos poquitos representamos al electorado de la República; sólo el 20 por ciento re­presenta el pueblo elector, el resto no lo represen­ta, seamos francos en reconocerlo y tratemos de co­rregirlo en adelante.
Se dice que la culpa la tiene el pueblo, que está atrasado, que es ignorante; pero entonces démosle la mano, levantémoslo, hagámoslo que se eduque y comprenda sus deberes, y entonces se podrá decir que aquí están los representantes del pueblo; pero mientras esto no se haga yo hablaré con más res­peto en el tabladillo que en la Cámara.
Hay otra expresión en la conferencia que vengo recordando: "Así marchando, llegará un momento en que todo el trabajo será administrado por la or­ganización obrera. Entonces las fuerzas industriales, comerciales y de cambio, estarán en manos de la or­ganización obrera".
Esto es el Soviet, esto es lo que ha hecho Rusia, poner en manos del pueblo todas las industrias, cada cual en el ramo que conoce. Todavía hay este otro pensamiento:
"La organización gremial, desde su fuerza simple a la com­puesta, es decir desde el grupo gremial hasta la federación lo­cal, nacional e internacional, y las relaciones de todos los gre­mios entre sí, formarán un poder que arrancará inevitablemente a la clase capitalista mejoras tras mejoras, cada vez más per­fectas y justas hasta hacer desaparecer todo principio de explo­tación y de opresión".
Por decir estas cosas, se han hecho todos los pro­cesos llamados de subversivos en Chile, que dentro del derecho no han tenido ninguna razón.
La Federación Obrera debe dictar todas las leyes y con la absoluta libertad de que deben gozar todos sus miembros, cuando la Cámara sea Cámara ver­daderamente popular.
Quisiera que en el curso de esta legislación se pro­bara que la clase trabajadora no tiene derecho a dic­tar leyes porque si se probara científicamente que la masa trabajadora no tiene derecho a dictar leyes, puede ser que lo consideráramos y buscáramos otra fórmula para poder alcanzar esa aspiración a vivir bien... porque creo que tampoco nadie se atreverá a negarle al pueblo el derecho que tiene a vivir bien.
Y si esto es como digo, es necesario que todos pon­gamos manos a la obra para apartar los obstáculos que puedan impedir la realización de ese fin.
Voy a ocupar la atención de la Cámara por muy pocos minutos más para refutar una observación que aquí se ha hecho, con lo cual pondré término a esta parte de mis observaciones. Si a alguno de vo­sotros se os ofende por la espalda, no falta quien os defienda y ampare vuestra honorabilidad.
Aquí se ha atacado en esa forma a la revolución rusa. Yo la defenderé y probaré la injusticia con que se la condena.
El año 1916 hablando en "La Vanguardia" de Buenos Aires, sobre el desarrollo de la organización sindical, entre otros puntos establecía el siguiente:
"Los sindicatos presentarían a los actuales industriales, las siguientes conclusiones:
"A partir de tal fecha, el sindicato intervendrá en la ad­ministración de la producción de la industria, y asimismo de la colocación de los productos para que sean tomados por los consumidores.
"La administración de cada taller, oficina, faena o fábrica o despacho de productos, será determinada por su respectivo personal, de acuerdo con la asamblea del sindicato.
"El sindicato tomará las medidas que crea conveniente para simplificar y aumentar la economía en el modo de la producción, paca economizar todos los esfuerzos que se gasten sin beneficio.
"Según las condiciones de cada población el sindicato pro­veerá al aumento o disminución de los sitios en que sean colo­cados los productos paca el consumo público.
"En todos los locales establecidos por los sindicatos para almacenar los productos habrá empleados para facilitar la dis­tribución, dependientes del sindicato, quienes entregarán al pú­blico los productos que demande, sin cambio de moneada ni otro signo alguno:
"El sindicato proveerá a la más perfecta administración de la distribución de los productos a los consumidores en orden a la comodidad creciente.
"En virtud de esta disposición, los personales en los tra­bajos de todas las faenas productoras, distribuidoras o de otras condiciones, no gozarán salario alguno, serán productores libres, sujetos sólo a las resoluciones de sus respectivas asambleas, soberanas para reglamentar y administrar todo lo que se re­lacione con el perfeccionamiento del sistema productivo".
Víctor Hugo decía, hace unos cuantos años, que "las utopías de hoy serán la realidad de mañana". De manera que, aun cuando in mente algunos ho­norables diputados estén calificando de utopías estos pensamientos, aceptando la afirmación de Víctor Hugo, mañana habrán de convertirse ellas en la realidad, quieran o no las sociedades actuales.
Yo creo que el régimen del Soviet no nos puede presentar una forma más avanzada que la que se había predicado en Chile tantos años atrás.
Si estas ideas han logrado imprimirse en folletos, en libros y en periódicos, ello ha debido ser cuando los trabajadores hemos conseguido tener los recur­sos necesarios para poder establecer nuestros ele­mentos de combate, o sea, tener imprentas en nues­tras manos.
Mientras la imprenta no estuvo en manos de los obreros, no éramos nadie; vivíamos en la oscuridad, ignorados; no podíamos desarrollar nuestro pensamiento. Pero la creación de la imprenta revela que ha habido un genio en el pensamiento de los traba­jadores. Cuando ellos han dicho: "Tengamos im­prenta, y entonces perfeccionaremos nuestras inte­ligencias", entonces las cosas han empezado a cam­biar.
Yo recuerdo siempre con emoción la vez que llegó a Valparaíso un grupo de obreros de Tocopilla, y me dijeron: "Compañero, traemos dos mil pesos para comprar una imprenta". La Federación Obrera de Tocopilla (que en aquel entonces se llamaba la Mancomunal), ha logrado reunir este dinero para com­prar una imprenta. Venimos a que usted nos acom­pañe a comprar una imprenta. "¿Y qué van a hacer ustedes con ella?", les pregunté. Me contestaron: "Un periódico". "¿Y quién se los va a escribir?" "No te­nemos quién nos lo escriba; pero confiamos en que usted nos buscará un tipógrafo para que lo escriba".
Y concluyeron por decirme: "Esperamos que usted mismo se vaya a Tocopilla y nos atienda el periódico".
Yo encuentro de una sublimidad majestuosa el pensamiento de estos obreros —peones, playeros, es­tibadores, cargadores, lancheros— que soñaban con tener una imprenta para desarrollar sus facultades mentales, viéndose huérfanos en esta sociedad, que no los ayudaba a instruirse, a ilustrarse.
¡Ellos mismos, por sí solos, por sus propios es­fuerzos juntaron dinero para comprar una imprenta y publicar un periódico!
Y así ha seguido esa cadena de acontecimientos en la República, hasta el momento actual, en que nos sentimos orgullosos de la prensa que poseemos los trabajadores de Chile, de la cantidad de imprentas de que disponemos, de norte a sur de la República, para defender nuestros principios, para levantar nuestra intelectualidad, para no merecer esos após­trofes que vosotros nos lanzáis, cuando nos decís que somos incapaces, que somos incultos, que somos ignorantes, y que cuando hayamos progresado lo bas­tante, cuando nos hayamos instruido e ilustrado, en­tonces discutiréis con nosotros.
Pero, señor presidente, los mismos que nos ata­can, los mismos que nos tildan de incultos, e ignoran­tes, nos han hecho charquicán, muchas veces, nues­tras imprentas.
En Iquique nos molieron nuestra imprenta los sol­dados del Carampangue, al mando del mayor Para­da, que después fue a Punta Arenas a quemar la im­prenta de la Federación Obrera de aquella ciudad. Y así, en muchos otros casos, se ha procedido con nosotros.
¿Y qué sacaron con molernos las imprentas?
Pocos meses después se rehicieron esas imprentas, volvieron a iniciar sus publicaciones y a continuar su labor cultural y de civilización. Esto es lo que ha­ce el pueblo de Chile, lo que hace la clase genuina­mente trabajadora. Ella, con su entusiasmo, con su inteligencia, con lo que a ella se le ocurre, ella tiene una aspiración grande de salir del estado caótico de ignorancia en que vive, y entonces busca ella misma los elementos para poder formar su capacidad inte­lectual.
Y la representación de la sociedad capitalista, gol­pe tras golpe trata de impedir el desarrollo de su pro­greso. Pero los obreros siguen triunfantes en su em­peño por hacerse más cultos y más civilizados.
El señor RUIZ (presidente). —Ha llegado la hora, honorable diputado.
El señor RECABARREN. —Si me permitiera la Cámara unos cinco minutos más, terminaría y no volvería a molestar a la Honorable Cámara otra vez.
El señor RUIZ (presidente). —Si a la Honorable Cámara le parece, se prorrogará la primera hora has­ta que termine el honorable diputado. Acordado.
El señor RECABARREN. —En la sesión pasada los señores Gumucio y Bunster dijeron que éramos nosotros los llamados agitadores, los que importábamos ideas extranjeras y las difundíamos entre el pue­blo.
Pues bien, yo he pensado muchas veces, ¿quiénes somos nosotros? y ¿quiénes son los agitadores?
Aquí en la Cámara somos Recabarren, Cruz y Pra­denas, y no me atrevo a nombrar a otros por el mo­mento. Somos obreros chilenos, que hemos nacido en Chile, y hemos trabajado en los talleres. ¿Quién no conoce a Recabarren en las imprentas de Santiago? Yo he trabajado 20 años en las imprentas de Santia­go, y me fui al norte llamado por los trabajadores para hacer obra de cultura y difundir por la prensa nuestros pensamientos. En Chile no hay sino agita­dores chilenos, obreros, salidos de la multitud y apa­rentemente, son pocos.
Hace algunos meses el señor Alberto Cabero, que perteneció a esta Cámara y fue Intendente de Anto­fagasta, reporteado por "El Mercurio", decía:
"En Antofagasta cada chileno es un agitador, porque cada chileno que sabe leer y escribir y tiene conciencia, no quiere vivir bajo el peso de la opresión y de la explotación".
Vosotros que sois tan patriotas debéis enorgulle­ceros de que haya en el país un desarrollo mental genuinamente propio, no impulsado por teorías ex­tranjeras, sino en la proporción en que entran siem­pre esas doctrinas en nuestro modo de pensar.
Seguramente, vosotros habéis importado mayor cantidad de elementos extranjeros que nosotros los trabajadores.
Nosotros hemos visto la miseria de los trabajado­res, y la opresión brutal a que son sometidos, y esto es lo que ha desarrollado su capacidad y los ha he­cho decir: ¿Esta es la vida? ¿Para esto vivimos? ¿Pa­ra vivir esclavos eternamente?
La sociedad capitalista nos echa a nosotros la cul­pa del desarrollo de estas ideas, y la verdad es todo lo contrario. Sois vosotros mismos, es el régimen capitalista el que ha desarrollado el pensamiento revo­lucionario de los trabajadores.
Investigad lo que dicen los peones de las hacien­das cuando llega una planta eléctrica, un automóvil para el patrón o cualquiera máquina que empieza a funcionar. ¡Observad lo que pasa en esos peones de la hacienda que viven lejos del contacto de la ciudad y veréis, se produce una verdadera revolución en sus mentes cuando ven funcionar esas máquinas!
Hay un principio de rebelión que se desarrolla en los obreros cuando hora tras hora al lado de la má­quina la ven funcionar. El obrero entonces piensa lo que significa el funcionamiento de esa máquina.
Ahí está la revolución social, ahí es donde germi­na la revolución social, porque el obrero cuando ve ese prodigio que los hombres han realizado, piensan en que así como la máquina trae comodidad para el trabajo, ¿por qué también no ha de haber comodi­dades para vivir la vida? Si la vida es tan corta, ¿por qué no ha de vivirse bien?
¿Y por qué vosotros que decís representar al pue­blo, habréis de crear obstáculos a la aspiración del pueblo que sólo quiere vivir bien?
Termino estas expresiones, diciendo que, si la H. Cámara me lo permite, en otra ocasión hablaré, so­bre la revolución rusa.
¿No habéis vosotros defendido la revolución fran­cesa, la revolución de la independencia y todas las revoluciones que se han hecho en este país?
Entonces sed lógicos, permitid que un trabajador defienda lo que otros trabajadores han hecho en otros puntos de la tierra.
¡Salud!