martes, 21 de diciembre de 2010

Una Conferencia


[Digitalización: Archivo de Historia Social. Chile, noviembre, 2010. Fuente: Contribuciones Científicas y Tecnológicas, Universidad de Santiago de Chile, Mayo 2001, nº 127, págs. 17-21.]

Luis Emilio Recabarren
UNA CONFERENCIA
EL MOVIMIENTO OBRERO EN CHILE[1]
(1908)

El viernes 8 del corriente, explicó en el Centro Obrero su anunciada conferencia nuestro compañero el ex diputado socialista chileno Luis E. Recabarren, que ha venido a Europa a fin de estudiar el movimiento obrero.
A la hora anunciada abrió la sesión el compañero Yacer del Comité de la Agrupación Madrileña, concediendo la palabra a Iglesias para hacer la presentación del conferenciante.
En breves palabras dijo éste quien es Recabarren el cual, a pesar de su poca edad - pues sólo tiene 31 años - ha tomado una parte muy activa en el movimiento obrero chileno, valiéndole esto persecuciones sin cuento. Recabarren es de oficio tipógrafo, y habiendo sido elegido en 1906 diputado por el Partido Demócrata de Chile, al ir a la Cámara y exponer, con motivo de jurar el cargo, que él no creía en Dios, fue tildado de hereje, llegando un diputado burgués a decir que era imposible ser culto, inteligente ni honrado si no se creía en Dios. Esta actitud de Recabarren dio por resultado que la Cámara anulara su acta y admitiera en lugar suyo al candidato burgués que con él luchara; pero merced a la campaña de otro diputado que en la Cámara tenía el Partido Obrero se verificaron nuevas elecciones en el distrito, que dieron otra vez el triunfo a Recabarren. Sin embargo, la Cámara se hallaba resuelta a no dar asiento en sus escaños al impío y al revolucionario, y anuló por segunda vez el acta del diputado obrero. No paró ahí la cosa: decidida la burguesía a inutilizar por mucho tiempo a Recabarren, hizo que se le condenara por los sucesos ocurridos en una antigua huelga; pero viendo Recabarren que si se le encerraba entonces no sería útil a su clase, se expatrió, trasladándose a la República Argentina, cuyo movimiento obrero ha estudiado. Ahora viene a Europa con el mismo fin, y después que haya realizado dicho estudio, regresará a su país para continuar la labor revolucionaria que desde muy joven emprendió.
Terminó Iglesias pidiendo que se saludara con una salva de aplausos al valiente luchador chileno, saludando en él a los obreros de su país, y que al terminar la conferencia se le despidiera con otra manifestación igual de solidaridad y de cariño.
La concurrencia saludó con una nutrida y prolongada salva de aplausos al compañero Recabarren.
A seguida se levantó éste, y con palabra correcta, fácil y ajustada siempre al concepto que la guiaba, comenzó a hablar.
Dijo que Chile, la antigua colonia española, es un pueblo donde el elemento trabajador lucha por su emancipación desde hace muchos años, pues su movimiento obrero es contemporáneo del de Europa.
En 1848 residía en París el ciudadano chileno Francisco Bilbao, que estudió el movimiento revolucionario obrero y presenció la caída del rey Luis Felipe y la proclamación de la segunda República.
Trasladado Bilbao a Chile concibió la idea de agitar y organizar al proletariado para la lucha por sus derechos, y fundó el periódico La Igualdad, que si bien no era socialista defendía la democracia y educó muchísimo a los trabajadores. La burguesía recibió muy mal esta publicación, y Bilbao fue procesado por blasfemo y condenado a 1.000 pesos de multa, pues la ley no podía encarcelarlo por delitos de imprenta. El importe de la multa fue recogido por suscripción popular en las calles de Chile.
La obra de Bilbao, aunque iniciadora del movimiento chileno, no fue muy vasta. Sus enemigos le expulsaron de Chile en 1850 y murió poco después en la República Argentina.
Entonces comenzaron a alcanzar gran desarrollo las Sociedades obreras de socorro mutuo. La potencia alcanzada por éstas no ha sido igualada por ningún otro país. Sin embargo, como estas sociedades intervenían pocas veces en huelgas, los trabajadores no alcanzaron con ellas grandes ventajas.
En 1887 se inició entre los obreros que pertenecían al partido radical la idea de crear el Partido Demócrata, y reunidos en asamblea, verificada en la capital de la República, y con la adhesión de 60 compañeros, llevaron a cabo su propósito. La burguesía vio en aquel acto un gran peligro y llegó a pedir a las autoridades que intervinieran para matar aquel movimiento en flor, que iba extendiéndose rápidamente por toda la nación. Los organizadores del Partido Demócrata fueron calumniados y tildados de locos y anarquistas.
En 1888 recibió el Partido Obrero su bautismo de sangre con motivo de una huelga que surgió a consecuencia de pretender la Empresa de tranvías elevar los precios de los pasajes económicos con el fin de perjudicar a la clase trabajadora. A los mitin de protesta y reclamaciones obreras la Empresa de tranvías no dio satisfacción, y el pueblo, indignado por esta actitud incendió en 29 de abril todos los coches y demás material de la Compañía produciéndose un grave motín, que costó la vida a infinidad de proletarios.
A consecuencia de esto se procesó a los compañeros que formaban el Directorio del Partido y no existiendo prueba alguna de culpabilidad contra ellos, fueron absueltos y puestos en libertad después de quince días.
En 1891 y con motivo del movimiento revolucionario burgués que estalló en aquella Repúbli­ca, el Partido Demócrata consiguió varios triunfos, pero en esta época se produjeron dos tendencias dentro del Partido, que ocasionó su división en dos ramas.
El Partido continuó así hasta 1894, preparándose y logrando diversas ventajas y en esta época, al celebrarse las elecciones generales, mandó a la Cámara Popular un representante, al compañero Ángel Huarero[2], abogado, que hizo una excelente campaña.
En 1897 logró el Partido entrar en los Municipios, alcanzando a la vez el que uno de ellos fuera presidido por un compañero. En este Municipio se crearon escuelas nocturnas y se hizo una excelente administración.
En esta época, y debido al gran avance que dio el Partido con los puestos conquistados políti­camente, se fundó un periódico diario El Pueblo, que fracasó poco después.
En las elecciones generales de 1897 ya se lograron dos puestos en el Congreso, Ángel Huarero, abogado y Artemio Gutiérrez, sastre, que aunque en una Cámara compuesta de 96 diputados poco podían realizar, empezaron a exponer la doctrina socialista, que era atentamente oída por todos y adquiría en la nación una gran preponderancia al ser predicada desde tal tribuna.
En elecciones sucesivas - cada tres años - fue ganándose un puesto más, y en 1903 se lograron cuatro actas para nuestros compañeros. Entonces el compañero Malaquías Concha, con ocasión de discutirse la ley de servicio militar obligatorio, expuso en plena Cámara el criterio del Partido acerca de la cuestión militarista y combatió denodadamente la ley. Los resultados de esta campaña fueron admirables, pues si bien la ley se aprobó y está vigente, no se cumple, dándose el caso de que en 1904 y 1905, al hacer el llamamiento de reclutas, no acudieron sino el 2 por 100 de ellos, y éstos desertaran después, al ver que sus compañeros no se presentaron.
La perfidia burguesa y el robo de actas es igual en todas partes, y en cada elección se les arrebata el triunfo a todos cuantos candidatos socialistas es posible.
En 1906 triunfaron seis diputados, de los cuales sólo tres lograron sentarse en la Cámara. Entonces fue cuando se anuló por dos veces el acta del conferenciante.
En la actualidad tiene el Partido Obrero mayoría en siete Municipios. Tocopilla, población de 5.000 habitantes, es uno de los Consejos en que la obra de nuestros compañeros más se nota. La excelente administración le ha convertido en un pueblo limpio y hermoso. A la Federación Local se le ha concedido por el Ayuntamiento terreno para casa social y subvención para construir el edificio.
La organización obrera en esta villa es muy importante, pues publica un bisemanario titulado El Proletario y tiene dos Cooperativas de panadería, que reciben subsidios del Municipio, porque los representantes obreros procuran ayudar a sus organizaciones con subvenciones de los fondos genera­les, ya sean del Estado, ya del Ayuntamiento.
La ley electoral de Chile concede iguales derechos a todos los ciudadanos, por lo que resulta que el elemento obrero forma el 80 por 100 del Censo. Sin embargo, allí ha logrado la burguesía introducir la corrupción del sufragio por medio de la compra del voto, que no pocos trabajadores se prestan a vender, desgraciadamente. Más a pesar de esto, el Partido va creando un excelente estado de concien­cia y ha logrado tener ya 30.000 votos en toda la nación.
Chile no ha tenido nunca establecidos impuestos sobre los artículos de primera necesidad. Sin embargo, existía un arbitrio sobre la carne, a causa de tener que importarla de la Argentina. En 1903, comprendiendo el proletariado chileno que era inicuo que pesase sobre alimento tan indispensable un impuesto que era verdaderamente una excepción, procuró que desapareciera, y al efecto organizó una gran campaña de agitación. Esta agitación dio por resultado la celebración en la capital del país de un mitin monstruo, al que asistieron 200.000 personas, cosa nunca vista hasta entonces en aquella República.
Era tan general la protesta y tal la indignación del pueblo chileno, que al día siguiente de la celebración del mitin se produjo una sangrienta revuelta que duró los días 23 y 24 de octubre de 1904, y fue una verdadera batalla en las calles, que costó la vida a centenares de ciudadanos.
Pasado el estupor y la indignación producidos por tan horrible matanza, el elemento obrero persistió en su obra para la derogación del impuesto, y a fines de 1907 lograba del Gobierno chileno la promesa de que así se haría.
Pero estas promesas tardaron en cumplirse y entre el elemento obrero despertaron fundadas sospechas de que las palabras del Gobierno no iban a alcanzar una positiva realidad, y volvieron a la lucha organizando nuevamente mitins y manifestaciones.
Entonces el presidente de la República mandó llamar al Directorio del Partido que era quien organizaba todo este movimiento, le rogó suspendiera la agitación con la nueva promesa de que las Cortes dejarían sin efecto el impuesto sobre la carne. Efectivamente, el Congreso discutió la cuestión y derogó dicha ley pero al llegar a la Alta Cámara se abstuvo. En vista de tanto trámite dilatorio ó injustificado, el Directorio del Partido decidió definitivamente conceder un plazo de ocho días al Gobierno para que dejase sin efecto la ley, ó, de lo contrario, volver a la protesta y a la agitación enérgica y vigorosamente. El presidente de la República protestó ante tal ultimátum de los trabajado­res, alegando que en dicho plazo no había tiempo suficiente, y la Prensa burguesa, demostrando claramente cual es su misión, lanzó censuras y acusaciones a los que dirigían el movimiento. Pero era tal la organización, tan generales las protestas y tan decidido el movimiento, que el presidente de la República llamó de nuevo a los representantes de los obreros para que le concedieran un nuevo plazo, que le fue negado, y ante tan valiente actitud, el Senado se reunió, se ocupó activamente del asunto y derogó el impuesto sobre la carne un día antes de terminar el plazo concedido por los trabajadores.
Otro punto importante del movimiento obrero chileno ha sido la horrible matanza de Iquique a fines del año anterior, acto infame de aquel Gobierno, que produjo más de 2.000 muertos y otros tantos heridos.
El papel moneda había llegado a sufrir tal depreciación en el mercado, que el obrero tenía en su salario una merma del 50 por 100, pues le pagaban en papel y tenía que hacer los pagos en oro.
Entonces los trabajadores empezaron un movimiento reclamando que sus salarios fueran satis­fechos en oro, que era como ellos tenían que pagar las mercancías. En algunas localidades triunfaron los obreros al iniciar la reclamación; pero en Iquique, en las minas de salitre que allí existen, el movimiento adquirió grandes proporciones y se hizo general el paro, alcanzando una extensión de más de 60 kilómetros. Los obreros, para poder reunirse y organizarse, tuvieron necesidad de usar de los trenes, que manejaron y dirigieron ellos mismos, porque los trabajos estaban paralizados.
Las autoridades, en el primer momento, concedieron permiso y local para celebrar el acto que los trabajadores tenían preparado; pero al ver el Gobierno el inmenso número de obreros que se reunieron, quiso suspender el mitin y pretendió echar a los reunidos, que se negaron a retirarse. Puso en práctica los medios de que disponía para disolver a los manifestantes, y no consiguiéndolo, realizó un esfuerzo supremo, criminal, monstruoso, haciendo llevar al puerto tres buques de guerra y desem­barcar de cada uno de ellos dos ametralladoras de tipo moderno, que colocó frente al local en que los trabajadores estaban reunidos. Intimados éstos para que se retirase, se negaron a ello, convencidos de la justicia de sus reclamaciones, y entonces el general que mandaba las piezas de artillería, Silva Renard, mandó hacer fuego dirigiendo la puntería al grueso de la multitud, y en particular donde se encontraban los directores del movimiento. Que lo que digo es cierto lo prueba el hecho de que había cadáveres que aparecían atravesados por más de 50 balazos. Después de producida tan horrible matan­za, aún se pusieron en movimiento fuerzas de infantería y de caballería, por si resurgía el movimiento, que se dio por fracasado ante tan feroz y criminal proceder de las autoridades.
No siempre las fuerzas del ejército chileno han obedecido las órdenes de sus jefes en este sentido, pues en 1903, cuando los obreros del mar en Valparaíso luchaban por conseguir el estableci­miento de un mínimo en el salario, llegando a la huelga, también intervino el ejército, pero al recibir orden de hacer fuego contra los huelguistas, se negó a cumplirla. Entonces los patrones pidieron el arbitraje y los obreros obtuvieron algunas mejoras.
Después se ocupó el conferenciante de la fuerza que va adquiriendo la Fiesta del 1º de mayo en Chile y adujo varios datos publicados por la prensa burguesa, de los que resultan que la Fiesta del Trabajo se celebra desde 1900, pero hasta 1904 no tuvo otra importancia que la de irse aclimatando, pues sólo se reunían algunos centenares de trabajadores; más en 1905 en la capital de la República ya se manifestaron 5.000 personas; en 1906, 10.000 y en 1907, 60.000, entre los cuales había más de 5.000 compañeras.
En Valparaíso también ha adquirido gran importancia, pues en 1905 se reunieron el 1º de mayo 3.000 obreros; en 1906, 10.000, y en 1907, 30.000.
Habló a continuación de la Prensa obrera y dijo que actualmente se publican tres diarios: La Reforma, La Voz del Obrero y otro, y que, además, cuentan con otras 30 publicaciones, pues cada Federación Local tiene la suya. Todos los periódicos obreros cuentan con imprenta de su propiedad, pues entendiendo que para estar asegurada la publicación es preciso disponer de elementos propios, lo primero que procuran los trabajadores chilenos, una vez vista la necesidad de comenzar la publicación, es adquirir el material preciso para su confección.
Dijo que la prensa era el más eficaz procedimiento de propaganda, pues mientras la conferen­cia, el mitin, la conversación, son elementos que tienen reducido radio de acción y duran un momento, el escrito puede llegar a todas partes y perdura.
También proclamó la acción política como arma poderosa para los trabajadores, pues la con­quista del Estado es la que ha de dar el triunfo a nuestra causa, e hizo constar que la intervención del Partido Obrero de Chile en el Parlamento y en los Municipios se ha hecho sentir, logrando establecer más de 60 escuelas para obreros, que cuenta cada una con la subvención de 1.000 pesos anuales que les concede el Estado, aparte de alguna otra concedida por los Municipios.
Pasó después a relatar el desarrollo de la cooperación de los trabajadores y expuso que en la minas de sal de Antofagasta existían, y aún quedan algunas, cantinas establecidas por los mismos patronos, que obligaban a sus obreros a comprar en las mismas; pero gracias a la organización obrera se ha logrado el establecimiento de una Cooperativa de consumo en el propio desierto, sitio donde están enclavadas las minas, lo cual costó grandes trabajos y sacrificios a los obreros, porque las autoridades, de acuerdo con los patronos, prendían a las Comisiones de obreros que iban a establecer la Cooperativa; sin embargo, a cada Comisión detenida sustituía otra, y otra, hasta que un día abando­naron el trabajo de las minas salitrosas 6.000 obreros, que se dedicaron a levantar el edificio de la Cooperativa, lográndolo en poco tiempo.
El orador terminó su notable conferencia haciendo una breve síntesis sobre la organización obrera en la República Argentina, diciendo que allí el movimiento está atravesando una gran crisis, de la que acusa en mucha parte a los anarquistas, que, con su descabellados procedimientos, dificultan la labor encaminada a crear una sólida organización, que es la que da fuerza a los trabajadores. Sus últimas palabras fueron estas:
- Es indudable que la táctica socialista, la que hemos seguido los trabajadores chilenos, es más eficaz que la de los anarquistas, que creen que sin una potente organización se pueden lograr nuestras reivindicaciones. Nosotros tenemos, además, todos los elementos de lucha de que disponen los anarquistas, y de todos hacemos el perfecto y debido uso; Pero tenemos uno que ellos rechazan: el voto, arma electoral; y ya habéis visto el excelente resultado que nos ha dado a los trabajadores chilenos la intervención directa en la política, y es indudable que, de haber tenido mayor número de representantes, no se hubieran consumado las horribles matanzas de obreros de que ya os he hablado.
Después de cariñosas frases de saludo a los trabajadores españoles, hizo votos por que nuestro Partido alcance pronto una fuerte representación en el Parlamento, a fin de que la clase obrera haga sentir el peso de la justicia de nuestra causa.
Al terminar el compañero Recabarren, una nutrida salva de aplausos, demostró el interés con que se oyó su notable conferencia por todos los compañeros que llenaban el salón.


[1] Versión publicada en El Socialista, Madrid, 15 de mayo de 1908; Órgano Central del Partido Obrero. Redacción y administración: Espíritu Santo, 18, segundo a la izquierda. La correspondencia de Redacción dirigirse a Pablo Iglesias; la de administración a Felipe Peña Cruz.
[2] El error de transcripción se refiere, sin duda, al diputado Ángel Guarello.

Patria y Patriotismo


[Reconocimiento (OCR): Archivo de Historia Social. Chile, diciembre, 2010.
Fuente: Folleto aparecido en Santiago en 1971. Imagen digital en formato pdf: http://www.memoriachilena.cl/temas/documento_detalle.asp?id=MC0000127]

Luis Emilio Recabarren
PATRIA Y PATRIOTISMO
(Conferencia dictada el domingo 10 de mayo de 1914 en el Teatro "Variedades" de Iquique. 
Imprenta de la Federación Obrera de Chile, Santiago, 1921.)

Distinguido auditorio:
Es hermoso sentir y ver como la población despierta a impregnarse de sentimientos cívicos, y a ejercitar su acción cívica, que es esto lo que engrandece los pueblos, y lo que constituye la verdadera base democrática de las patrias.
El Partido Socialista y los socialistas nos sentimos intensamente satisfechos de haber provocado este advenimiento del pueblo hacia el civismo, porque así algún día obrará por su propio sentimiento sin sujetarse a dirección de caudillos.
Hemos sentido necesidad de tratar este tema, después que la prensa toda, se ha ocupado en estos tiempos de mentir caballerosamente[1] después que sobre la frente de los socialistas se arrojó un anatema injusto y fuera de toda verdad; después que con persistencia malévola se ha repetido que los socialistas insultamos la patria, el ejército, la bandera, etc., sin que jamás nadie haya oído de labios socialistas los repetidos insultos; después que tanta sombra se ha querido echar sobre el Socialismo, justo es que se le oiga, que se oiga su palabra, que se recoja sus sentimientos y que especialmente los adversarios conozcan de cerca nuestro modo de apreciar el sentimiento patrio, para que con conocimiento exacto, puedan juzgarnos favorable o desfavorablemente.
Es el cargo más injusto y falto de verdad el gritarnos que no amamos la patria. Nadie como los socialistas prueban con los hechos de todos los días su amor a la patria y amor verdadero por la patria basado en el progreso y engrandecimiento de sus hijos. Y probaremos como trabajamos por ese progreso.
El Partido Socialista en su local efectúa todos los sábados veladas -conferencias en las que realiza la educación gradual, lenta pero segura de los sentimientos que hoy alientan los pueblos. Esta obra educativa que eleva el nivel intelectual de la masa popular, son los hechos con que se prueba amar la patria. Esta labor de educación sólo la hace el Partido Socialista.
Cuando el Partido Socialista con tanta insistencia combate el alcoholismo, que es la llaga terrible que envenena los pueblos, hace labor patriótica; prueba que ama la patria porque quiere conservar sanos sus hijos y a su raza.
Cuando el Partido Socialista combate los garitos y el juego es porque quiere alejar del vicio, que consume el pan de los pobres, a tantos obreros que redimidos darían labor útil a su patria.
Cuando el Socialismo combate la prostitución, la más infame de las llagas sociales que mantiene nuestra actual sociedad, hace obra de alto patriotismo, porque quiere librar a la patria y la familia, que es su base, de esa degradación en la que caen nuestras mujeres, llamadas a ser las madres de la humanidad.
Esa labor la llamamos nosotros patriótica y trabajando por la desaparición de los vicios es como nosotros damos la mejor prueba de nuestro verdadero amor patrio quizás silencioso pero más real y efectivo que los que gritan mucho de patriotismo, (Aplausos).
Todos los sábados el Partido Socialista ha estado realizando una conferencia pública en la Plaza Condell, en las cuales despierta el civismo de la población, que es desconocido, y es la causa de que el pueblo no conozca sus derechos.
Así se hace obra educativa y así se prueba amar a la patria.
Si esta labor se considera patriótica soy patriota; pero si a tolerar y amparar todos los vicios y degradaciones llaman patriotismo, no soy patriota.
Para la mejor presentación del tema lo he divido en tres partes, a fin de tratar la guerra, que es un derivado de la patria; la bandera, que tanto alarde hacen de que la insultamos; y el sentimiento patrio, tal como lo sentimos.
Debo advertir que como todas las cosas vienen modernizándose en el mundo, así también el sentimiento patrio ha entrado en una nueva orientación empujado por los socialistas.
Es la patria moderna que proclama el Socialismo, que sin mengua de ninguna especie, forma parte de la gran patria humanidad.
Si se otorga derecho a todas las fracciones en que se divide la opinión, para que propicie sus aspiraciones, justo es reconocer ese mismo derecho al Socialismo, que entra en el concierto social, con sus modernos sentimientos.
LA GUERRA
La guerra: ¿hay algo más horrible que la guerra?
Querer la guerra, ¿a eso llamáis patriotismo?, ¿a eso llamáis amar la patria?
Si a eso llamáis patriotismo, os confieso, yo no soy patriota.
A nosotros se nos llama antipatriotas porque somos enemigos de la guerra.
Somos y seremos enemigos de la guerra, y creemos así saber amar mejor nuestra patria, que los partidarios de la guerra.
Lo vamos a probar.
La guerra destruye montones de oro en armamentos que se destrozan y pierden, y balas y pólvora; en trenes, en equipos. La guerra consume muchos millones que el pueblo con sus miserias paga.
La guerra destroza a los hombres, matándolos, mutilándolos. Con esto priva a muchos hogares del pan diario y los sume en la miseria y aún los coloca en el camino de todos los vicios o crímenes.
Si a esto llamáis patriotismo, os repito: yo no soy patriota.
¡Cuántos niños y niñitas quedan huérfanos, en medio de la atroz miseria, por los que caen en la guerra! ¡Pobres niñitos que son carne predispuesta para el presidio y para el prostíbulo! ¿No os da tristeza presentir esos horribles cuadros que produce la matanza humana llamada guerra?
¿Cuántas mujercitas jóvenes y ancianas deja en la amargura la muerte de los que caen en la guerra?
¿Quién puede probar la amargura de la madre, de la esposa, de la novia o de la hija del que murió en la guerra?
Y estos cuadros de miseria moral y de barbarie, ¿no entristecen el corazón humano?
Si tolerar eso llamáis patriotismo, yo no puedo ser patriota.
Y dando toda esa amargura atroz, todo ese hambre, todo ese luto, toda esa sangre que mancha la patria, toda esa inmensa desgracia irreparable, ¿así es como amáis la patria?
¡Oh, no! Yo no puedo amar a mi patria así, porque eso es propio del salvajismo.
Si por no amar así la patria merezco vuestro desprecio, o la muerte, ¡heme aquí!
Porque amamos la patria, no queremos la guerra!
Querer evitar la desesperación y la amargura para las familias de mi patria, es amar la patria, amando a las familias y dándoles goces.
Querer evitar la orfandad de las generaciones crecientes, de los niños y de las niñitas, querer hacer gozar el amor de padres a las criaturas; no triturar sus infantiles corazones con las tempranas amarguras del hambre, de la desnudez, de la ignorancia; no quitarles los padres a los niños, eso, eso llamamos nosotros amar a la patria.
Eso es patriotismo, porque dejamos la patria intacta.
Mucho se grita que debemos conservar la integridad del territorio y no sentimos la desmembración de la familia que vale mucha más que la tierra. Perder los hombres en la guerra es perder la prosperidad de la patria.
Lo contrario llamamos no amar la patria.
Evitar para el país el derroche de su fortuna; evitar la pérdida de inmensos millones que salen del trabajo del pueblo, evitar el derrame de sangre, evitar la pérdida de la vida de miles y miles de hombres que sirven para el engrandecimiento industrial, comercial, artístico, intelectual, moral, a eso llamamos nosotros amar la patria.
¿Qué no es amar la patria, este sentimiento de pretender conservarla sana, intacta?
Sí esto no es patriotismo, decidme, ¿qué es?
Seréis capaces de decirme, quién amará más la patria, ¿el que la empuja a la guerra o el que quiere salvarla de la guerra?
¿Quién amará más a la madre, a la esposa, a la hija, el que las salva del peligro de la muerte o el que las empuja a la muerte?
Hablad con vuestros corazones, que en ellos encontraréis la respuesta.
Si un extraño, allá, en la playa, cae al agua en peligro de ahogarse, ¿qué hará el que sabiendo nadar lo vea caer?
Instintivamente corre a salvarlo y el que no puede hacerlo se aflige.
Así, pensamos, nosotros: no ama a su patria el que la quiere ver en la guerra.
Ama a su patria el que la libra de la guerra.
LA BANDERA
¡El ultraje a la bandera!
¡Cuánto ha hablado la prensa de esto!
Muchas veces han repetido que los socialistas hemos ofendido la bandera.
Nada más inexacto. Nada más lejos de la verdad. Jamás ningún orador socialista se ha ocupado de la bandera ni para bien ni para mal.
Pero yo quiero dejar bien establecido una expresión para que el pueblo tenga una base en que apoyarse, un punto de partida para pensar respecto a los sentimientos socialistas.
Yo no tengo la culpa de pensar así. Es mi conciencia, son mis sentimientos los que así se han formado y como yo respeto las creencias opuestas, reclamo para las mías el respeto.
Para el caso presente hablo de bandera nacional, cualquiera que ella sea.
Dejadme expresar mis pensamientos sobre la bandera nacional y sobre la bandera internacional.
¿A dónde lleva la bandera nacional, en caso de guerra, a las clases obreras transformadas en militares?
¿A dónde las conduce?
Al campo de la muerte, al martirio, al sacrificio; se harán héroes como queráis, pero bajo esas banderas matan y mueren...
Y mientras la bandera nacional gallarda flamea en el campo donde los guerreros se descuartizan con cruel fiereza, mientras hieren el aire los sonidos terribles del choque de los ejércitos, del tronar de los cañones, cuyo estruendo apaga los tristes lamentos de los que mueren; de los que agonizan; allá lejos, preso el corazón de angustia las mujeres y los niños se desesperan entre lágrimas y tristezas...
La bandera nacional cubrirá después los cadáveres de los caídos y conducirá adelante triunfante a los sobrevivientes.
¿Podéis negar que este espectáculo es el que presencia la bandera nacional?
Y la bandera internacional, el trapo rojo, ¿a dónde os llevará?, ¿a dónde os conducirá?
¡Qué diferencia! La bandera roja no guía ejércitos!
La bandera roja guía la familia hacia la paz, hacia el amor, hacia la fraternidad hermosa de los pueblos.
No luchamos, ni nos hemos preocupado jamás contra la bandera nacional.
Quisiéramos ver todas las banderas del mundo, formando hermoso conjunto abrazadas con la internacional, símbolo grandioso de la paz.
En las fiestas actuales, muy a menudo, vemos salones arreglados con multitud de banderas de distintos países, sin que nadie se extrañe de ello.
¿Qué es lo que vemos en una exposición?
Multitud de banderas de distintos países.
Así, pues, no hay ultraje ni nada.
Opinamos simplemente que, algún día, abrazará a los hombres de la tierra una sola bandera.
¿No encontráis hermoso el pensamiento?, (Aplausos).
COMO AMAMOS LA PATRIA
El amor de madre es el primer sentimiento que la humanidad cultiva. Cuando el niño nace es el primer amor que siente.
Cuando el niño germina en las entrañas maternas, antes de aparecer a luz, la madre le acaricia con sus cuidados suaves.
Cuando el niño nace su primer amor, su más puro amor, su más natural amor, es la madre, porque es de ella, porque es la sangre, porque es un pedazo de ella.
La Naturaleza inmutable lo ha hecho así. Es su ley. Las leyes lógicas de la Naturaleza no deben ser violadas por las ficciones o errores de los hombres.
Sólo el que no sabe amar, no ama a la madre.
La hiena sanguinaria ama a sus hijos y sus hijos le aman. En todas las especies animales vemos el amor infinito, dominante, de padres o hijos.
Todos los genios han cantado, han idealizado, hasta el idilio, el amor de madre, y es justo, sublime, amar a la madre.
El hombre que no ama a la madre no es hombre.
El hombre vive del amor materno en toda su inocente infancia, la madre percibe del hombre el más encantador de los amores.
Crece el hombre, ve la vida y llega el momento en su existencia que siente nacer en su corazón otro amor. Tras el amor de la madre, concibe el amor a la mujer. El corazón del hombre evoluciona un grado en la experiencia de la vida. Amaba a la madre y en ella la familia, sin sospechar que hubiera otro amor.
Aparece el amor de la mujer y el hombre vive entre dos amores, haciendo de su vida un idilio incomparable.
¿Cuál de estos amores será más grande, más superior?
Ninguno. Son dos amores distintos.
Hay un amor para la madre y hay otro para la mujer que acoge como compañera de vida, y estos dos amores sin reñir se funden en un solo corazón.
La vida del hombre avanza.
Tiene hijos, tiene una hija, y siente nacer otro amor, que vive entre sus dos amores anteriores y nace por tercera vez un nuevo amor que no puede reñir con los otros.
Son tres amores distintos, cada cual más grande, más sublime.
Mientras más culto sea el hombre, mejor sabrá concebir y saborear estos tres amores, distintos ellos, pero que salen de un solo corazón, de un solo ser.
Tres amores distintos: para la Madre, para la Esposa, para la Hija.
¿Cuál es más grande, cuál es más superior? Ninguno.
En un supremo momento, podría el hombre reunir estas tres cabezas hermosas, con tres corazones que pueden ser uno. La cabeza nevada, venerable de la madre idolatrada; la cabeza gentil, exuberante de la esposa adorada, la cabecita inocente, preciosa de la hija amada, tierna y delicadamente, y en un solo abrazo confundidas acariciar sus labios con los besos majestuosos del amor idílico, inimitable de esos momentos.
A esa grandeza tienden nuestros sensatos anhelos de socialistas.
Es ese nuestro culto.
La madre, la esposa, la hija...
La Humanidad, la Patria, la Familia...
Qué hermoso es saber amar a la Humanidad, a la Patria, a la Familia.
Amar así, eso es Socialismo. (Aplausos).
Amar a la patria, amando la patria de los otros hombres, es amar a la humanidad.
Amar a la familia, amando las otras familias, es amar la patria.
Amarse a sí mismo, para amar todos igual, es amar la familia.
Y simbolizamos nuestro amor a la madre, con el amor a la Humanidad.
Y simbolizamos nuestro amor a la mujer, a la compañera de la vida, con el amor a la patria.
Y simbolizamos nuestro amor a la hija con el amor a la familia y a nuestros semejantes.
En esta forma de amores que el socialismo lleva en su seno es donde los socialistas, poco a poco, van impregnándose y formando sus sentimientos, con los cuales han de llegar a la vida práctica.
Eso es el patriotismo socialista.
Amando las patrias ajenas, si así podemos hablar, conquistaremos el amor de los patriotas de los otros países para nuestra patria.
Odiar la patria ajena es provocar el odio para nuestra patria.
Yo no quiero que nadie odie mi patria, por eso amo las patrias de todos.
¡Así, amamos la patria!
¿Nosotros enemigos de la patria? ¡Jamás!
¿Nosotros ofender una bandera? ¡Jamás!
(Aplausos frenéticos)


[1] Alusión al diario "El Nacional", de Iquique, con cuyo Director discutió, públicamente, Recabarren sobre Patria y Patriotismo.

Mi Juramento


[Digitalización: Archivo de Historia Social. Chile, diciembre, 2010. Fuente: El Pensamiento de Luis Emilio Recabarren, Tomo I, págs. 253-304. Editorial Austral. Santiago de Chile, diciembre 1971]
Luis Emilio Recabarren
MI JURAMENTO
En la  Cámara de Diputados el  5  de junio de  1906
(Imprenta New York, Santiago, 1910[1])


Para la formación de esta obrita, me valgo de do­cumentos oficiales y de publicaciones hechas en aquella época por la prensa.
Así, pues, deseo que el público y mis correligiona­rios lean con espíritu crítico, sin prevención y con interés las páginas que siguen.
Luis Emilio  Recabarren.

Todos están de acuerdo en que la mentira no debe ocupar el sitio de la verdad —aunque los hechos no marchen de acuerdo con los pensamientos— y es por esa razón que doy a la publicidad el presente librito. Es decir, para restablecer el imperio de la verdad, y en homenaje a la verdad misma.
Antes de alejarme al extranjero —para evitar en aquella época, la prisión que se me abría— hasta no­viembre de 1906 sólo vi a mi alrededor una aureola de simpatías y de cariños, de admiración y de aliento. En el extranjero recibí noticias de que todo esto se había transformado. Volví a Chile, a fines de 1908, cumplí mi prisión y a fines de 1909 recorrí el país entre Valparaíso y Osorno.
En este viaje constaté el hecho que alrededor de mi nombre y de mis actos se había tejido una malla de mentiras que en pocos casos pude destruir.
Era creencia general —y lo es aún— que en 1906, al incorporarme a la Cámara de Diputados yo me negué a prestar el juramento reglamentario y que este hecho había sido la causa de mi expulsión del Congreso.
Esto es falso, pues, yo juré en cumplimiento y con­forme a la ley. Ahora yo no quiero que esa falsedad se mantenga en lugar de la verdad; por dos razones: primero porque daña la doctrina de la democracia, porque se hace creer a las masas ignorantes que la democracia es antirreligiosa; segundo porque tengo un inmenso amor a la verdad, mejor diré un culto y no quiero que se explote y se especule con la men­tira.
Se dirá que es tarde para esta obra, pero yo no lo creo así y no habiendo podido hacerlo antes, lo hago hoy con la intención de dejar las cosas en el sitio que corresponde.


I
MI    JURAMENTO
Lo que sigue es copia del Boletín de Sesiones de la Cámara de Diputados, en que podrá verse el juramento y el debate que se suscitó al respecto, y la resolución de la Cámara.

JURAMENTO
El señor Orrego (Presidente).— Antes de conceder la palabra a otros señores Diputados, ruego a los se­ñores Veas y Recabarren que pasen a prestar jura­mento.
Los señores Veas y Recabarren pasan a prestar ju­ramento.
El señor Orrego (Presidente).— ¿Juráis por Dios y estos Santos Evangelios guardar la Constitución del Estado, desempeñar fiel y legalmente el cargo que os ha confiado la Nación; consultar en el ejerci­cio de vuestras funciones sus verdaderos intereses, y guardar sigilo acerca de lo que se tratare en sesio­nes secretas?
El Sr. Recabarren.— Sí juro, señor Presidente; pe­ro dejando constancia de que en la sesión anterior se nos impidió manifestar nuestras ideas y se pre­tendió que rodáramos hasta aquí como simples má­quinas a jurar sin explicación alguna...
El señor Puga Borne.— Esto es intolerable, señor Presidente. Yo me opongo a que continúe hablando el señor Recabarren...
El señor Orrego (Presidente).— Si así no lo hicie­reis, que Dios, testigo de vuestras promesas, os lo de­mande.
(Nótese que la acción del juramento quedó satis­fecha, pues, no hubo ninguna circunstancia que pu­diera invalidarlo).
Los señores Veas y Recabarren vuelven a ocupar sus asientos.
El señor Veas.— Voy a decir sólo dos palabras res­pecto del juramento que se nos ha obligado a prestar al Diputado por Tocopilla, compañero Recabarren, y al que habla.
Nosotros estimábamos que no debíamos jurar en las condiciones exigidas, porque el juramento es una cuestión de conciencia que la Cámara no puede im­poner a cada uno de sus miembros. Nosotros no creí­mos necesario jurar en nombre de creencias o mitos que no aceptamos.
Hemos prestado el juramento[2] porque el Regla­mento nos lo impone y porque oímos en los pasillos que si no lo hacíamos se nos negaría nuestra incor­poración a la Cámara; pero no porque pensemos que hay lógica entre nuestras ideas y la fórmula adop­tada.
Esta manera de pensar que manifestamos está de­mostrando, por lo demás, la necesidad que hay de modificar el Reglamento en este punto.
Este caso puede repetirse y hay necesidad de pre­verlo.
Dejo constancia de mí manera de pensar a este respecto.
El señor Barros Errázuriz.— Lo que ha ocurrido en este momento es indigno de una Cámara, es indigno de todo país culto.
Lo que acabamos de presenciar no ocurriría ni en un país de salvajes, porque hasta los salvajes creen en Dios.
El juramento, señor Presidente, es, en primer lu­gar, un homenaje rendido a Dios y, en seguida, es la garantía de que cumpliremos lo que prometemos.
Los señores Veas y Recabarren han declarado que no creen en Dios ni  en los Evangelios, que son la esencia y la base del juramento.
Luego los señores diputados no han jurado, y no tiene valor alguno el acto que se ha verificado.
Por consiguiente, hago indicación para que la Cá­mara declare que es nulo el juramento prestado por los señores Veas y Recabarren.
El señor Orrego (Presidente).— En el momento oportuno podrá formular su indicación el señor Ba­rros.
El señor Barros Errázuriz.— Mi indicación ha sido formulada a propósito del juramento, de modo que prima sobre toda otra cosa.
(Se suscitó un incidente relativo a la conducta de la mesa, después del cuál quedan las cosas sin alte­rarse y en discusión la indicación de Barros Errázu­riz).
Él señor Barros Errázuriz.— El honorable señor Veas, tomando el nombre del señor Recabarren y en el suyo propio, ha hecho una declaración comple­mentaria del juramento de estos señores diputados que debe considerarse como parte integrante del ju­ramento mismo, por cuanto es público y notorio que dichos señores diputados no habrían jurado si no se les hubiera permitido esa declaración complemen­taria.
Así lo han declarado ellos mismos.
Pues bien, en esa declaración se ha hecho despre­cio absoluto de todo lo que constituye la fórmula del juramento.
Luego, ese juramento no es juramento.
Y esto todavía por dos razones.
El juramento es un homenaje de respeto a Dios; Y es propio de todos los pueblos cultos del mundo co­menzar la labor de sus parlamentos jurando en el nombre de Dios la fiel observancia de sus deberes por parte de los legisladores.
El juramento, dice el diccionario, es la invocación del nombre de Dios; en consecuencia, quien no cree en Dios no puede jurar. Entonces, la idea del jura­mento es incompatible con la idea del desprecio a Dios y de las fórmulas del juramento mismo.
Por lo tanto, no puede jurar la persona que des­precia las fórmulas en nombre de las cuales jura.
Hay además esta otra razón:
La idea del juramento establecida en nuestro Re­glamento lleva envuelta en sí la garantía de que los diputados habrán de observar la Constitución y las leyes y guardar sigilo acerca de lo que se debate en sesiones secretas.
¿Y cómo habrán de respetar la Constitución y las leyes y guardar sigilo de lo que se dijere en sesiones secretas, aquellos diputados que comienzan por de­clarar que les merece absoluto desprecio aquél a quién se pone por testigo de su juramento?
Me parece que la unanimidad de la Cámara habrá de rechazar semejante juramento. Sin idea de Dios no existe juramento.
Hay que jurar en nombre de Dios para que el ju­ramento sea válido; de otra manera es inaceptable; no lo aceptan la Constitución ni las leyes y nuestro Código Penal castiga el perjurio en algunas de sus disposiciones.
Quién no jura en forma debida, no jura.
Por estas consideraciones insisto en mi indicación.
El señor Encina.— Los honorables diputados por Valparaíso y Antofagasta han prestado el juramento que la Constitución del Estado y el Reglamento les exigen; y después de realizado este acto y de pronun­ciadas por el Presidente las palabras de estilo, han añadido algo que, más que protesta, califico yo de deseo de reforma contra el orden de cosas existentes. Han expresado sus señorías el deseo de que se reem­place la actual fórmula de juramento por otra más adecuada a una Cámara a la cual tienen derecho a ingresar hombres de las más opuestas confesiones y aún aquellos que no profesan confesión religiosa al­guna.
El juramento ya prestado es inamovible, y la indi­cación del honorable diputado no surtirá otro efecto que provocar discusiones que por el prestigio de la Cámara debiéramos evitar.
No es la primera vez que dentro de esta Cámara se suscita el extraño debate en que estamos envuel­tos, y ninguno de los honorables diputados ignora la exaltación con que han chocado las ideas religiosas en esas ocasiones.
No diviso ventaja alguna en continuar un debate que no dará resultado práctico y que encierra el pe­ligro de degenerar en escenas de violencias análogas a las que hemos presenciado hace sólo días.
Yo apelo a la cordura y a la prudencia del hono­rable diputado por Bulnes para que no insista en una discusión meramente doctrinaria, llamada a per­turbar la seriedad y corrección de los debates, sin re­sultados positivos para la situación política de las co­rrientes en que estamos divididos.
El señor Barros Errázuriz.— Yo no entro al fuero interno de los señores Veas y Recabarren; no entro en la conciencia de nadie; soy en esta materia de un criterio muy amplio.
Lo que sostengo es que no hay derecho para hacer la declaración que han hecho los señores Veas y Re­cabarren sobre el juramento mismo, desnaturalizándo­lo y anulándolo completamente.
El señor Izquierdo (don Francisco).— El fuero in­terno lo han venido a hacer externo los señores di­putados.
El señor Veas.— El honorable diputado señor Ba­rros ha encontrado algo de indecoroso en nuestro procedimiento. Acaso provenga esta apreciación, se­ñor Presidente, del amor que su señoría profesa a su religión que ha visto zaherida con nuestra actitud.
Pero, en realidad, nada de incorrecto hay en nues­tro procedimiento.
Venimos en nombre de la bandera que simboliza el progreso y la libertad de nuestro país. Pero no acep­tamos que se nos someta a las prescripciones de un Reglamento anticuado, obligándonos a jurar sobre puntos aun no esclarecidos.
El señor Pereira.— El Reglamento es del año pa­sado; no puede ser más nuevo.
El señor Izquierdo (don Francisco).— Es muy an­tiguo esto de creer en Dios.
El señor Veas.— Sin embargo, señor Presidente, nos hemos sometido a la fórmula del juramento, por­que se nos dijo que sin él se nos prohibiría usar de la palabra y nosotros queremos servir aquí conforme a los dictados de nuestra conciencia los intereses de nuestros semejantes y los del país.
El señor Recabarren.— Yo también me he some­tido a la fórmula Reglamentaria, pero tengo derecho para manifestar mi opinión al respecto.
El señor Izquierdo (don Francisco).— Es decir que sus señorías han hecho una simple farsa.
El señor Veas.— Mediante nuestros propios esfuer­zos, tenemos algunos conocimientos y si no hemos ad­quirido más ilustración y más cultura ha sido por culpa de los hombres que han gobernado este país.
Si nosotros hemos venido ahora a esta Cámara ha sido para trabajar por la cultura del pueblo.
Por esto, yo rechazo el cargo de falta de cultura que nos hacen los mismos culpables de que el pueblo carezca de ella.
El señor Izquierdo (don Francisco).— La primera de las culturas es creer en Dios. De esa no carecen ni los salvajes...!
El señor Barros Errázuriz.— Los señores Veas y Recabarren no representan aquí al Partido Demó­crata!
El señor Veas.— ¿Es su señoría el que lo represen­ta?
El señor Barros Errázuriz.— Sí, señor diputado, nosotros sí que representamos al pueblo.
El señor Veas.— Al Arzobispo, querrá decir su se­ñoría.
El señor Barros Errázuriz.— También le represen­tamos.
El señor Rivera (don Guillermo).— Creo, señor Presidente, que ya es tiempo de dar por terminado este incidente.
El señor Recabarren.— Pido la palabra. Yo no quiero quedar bajo el peso de las expresiones vertidas por el señor Barros Errázuriz.
El señor Orrego (Presidente).— A fin de mantener la tranquilidad y la armonía entre los honorables di­putados, lo mejor sería dar por terminado este inci­dente.
El señor Subercaseaux Pérez.— Permítaseme decir dos palabras solamente respecto de la indicación for­mulada por el honorable señor Barros Errázuriz.
Si la indicación de su señoría fuera sólo inspirada por el sano propósito de hacer una profesión de fe, de protestar, de expresiones que todos los católicos rechazamos, yo la apoyaría con todo entusiasmo, pues soy tan creyente como el señor Barros, pero si tras ella se oculta un propósito distinto, si se quiere con ella hacer una arma política para alterar la com­posición de la Cámara anulando el juramento de los señores Veas y Recabarren a fin de que queden fuera de la Cámara, yo no la patrocinaré de ninguna ma­nera.
El señor Barros Errázuriz.— Mi indicación no ha sido inspirada por ningún propósito oculto.
Yo he planteado aquí una cuestión de derecho; si es válido o no el juramento que acaban de prestar los señores Recabarren y Veas.
El juramento prestado por un hombre que dice que no cree en Dios es nulo, no es tal juramento.
El señor Recabarren.— Deploro vivamente el inci­dente que se ha producido, no por culpa nuestra, si­no por cierta tensión nerviosa de parte de algunos señores diputados al escuchar nuestra palabra.
Si en ocasión pasada, antes de prestar juramento, se nos hubiera escuchado, no se habría producido es­te molesto debate.
En los corrillos de la Cámara nos insinuaban ayer algunos diputados que no se nos permitiría usar de la palabra si no prestábamos antes juramento.
Yo siento tener que formular mi protesta por esta deplorable falta de deferencia en que se ha incurri­do, respecto de dos diputados que representan a la clase obrera.
Ya que nuestras instituciones políticas consagran la libertad de cultos, cada uno de los miembros de esta Cámara tiene también la más absoluta libertad de conciencia.
Yo, respetuoso de las creencias ajenas, he presen­ciado el juramento que en conjunto prestaron los se­ñores diputados; pero al mismo tiempo declaro que, en mi conciencia, no existe Dios, ni existen los Evan­gelios; nacido en el taller, no alcancé a estudiar esta materia. De manera, entonces, que ningún señor di­putado podrá achacarme como falta mi ignorancia respecto de Dios.
Así, pues, si se me exige que venga a invocar el nombre de Dios para prestar el juramento que orde­na el Reglamento de la Honorable Cámara, se me obliga a mentir, a engañar a la Cámara, a engañar­me a mí mismo y a engañar a mis electores, cuyas opiniones y tendencias creo representar.
Debo, además, hacer presente otra consideración.
No me parece que sea necesario jurar para proce­der en conformidad a la Constitución y a las leyes.
Yo he venido a este recinto en virtud de la volun­tad popular y no tengo para qué invocar el nombre de una divinidad en la cual no creo, para qué esa divinidad sea testigo de mis promesas.
¿Y acaso no hemos visto en diversas ocasiones que algunos señores diputados han faltado a ese jura­mento?
Ahora, si la Cámara nos hubiera oído, antes de prestar nuestro juramento, se habría evitado este bo­chornoso incidente.
No hemos venido a presentarnos en este recinto para luchar torpemente sino para cumplir un man­dato emanado de la voluntad y la majestad del pue­blo, a fin de hacer presente aquí sus necesidades.
Lejos de venir a ahondar las rivalidades entre las clases sociales, trataremos de tender el puente que nos salve del desbarajuste social que pudiera sobre­venir.
Esta es la misión que venimos a desempeñar los que hemos sido sindicados de anarquistas, y esta mi­sión la cumpliremos. Y respecto al secreto que debe­mos guardar de lo que se trate en sesiones secretas, basta con nuestra promesa de mantener ese secreto.
Yo he negado y niego la existencia de Dios en el concepto vulgar de la expresión.
(Constátese claramente que yo no he combatido ni criticado los principios ni las ideas de los demás y que sólo me he limitado a decir lo que siento. Esta sincera expresión de la verdad debe, por cierto, ser respetada por todos).
El señor Barros Errázuriz.— ¿De manera que su señoría no ha jurado?
El señor Recabarren.— He prestado el juramento impuesto por el Reglamento de la Cámara; pero si no creo en Dios ni en los Evangelios o si no me doy cuenta exacta del valor de estos atributos, ¿cómo voy a decir sin protesta, juro por Dios y los Evangelios?
¿Es posible que los señores diputados conservado­res me arrastren a mentir?
Yo he venido a luchar, a sostener las ideas de mis electores y para ello cuento con los requisitos que exige la Constitución para ser miembro de esta Cá­mara, a saber: ciudadanía chilena y renta de qui­nientos pesos anuales a lo menos.
Mis electores no me dijeron que jurase; y si por so­bre la Constitución, el Reglamento de la Cámara impone obligaciones que no tienen ni pueden tener san­ción, es evidente que esas obligaciones carecen de fuerza.
¿Qué medio coercitivo tendría el señor Presidente para obligar a jurar a un diputado que no quisiese hacerlo? ¿Qué artículo de la Constitución sanciona la falta de ese juramento?
El señor Barros Errázuriz.— El artículo 154.
El señor Recabarren.— No hay disposición alguna en la Constitución que establezca alguna sanción pa­ra este caso; de tal manera que habría estado en mi derecho negándome a jurar y el señor Presidente ha­bría tenido que admitir mi presencia en este recinto y mi voto en las cuestiones sometidas a la resolución de la Cámara.
El señor Barros Errázuriz.— En ese caso debían ha­berse [o]puesto sus señorías.
El señor Recabarren.— Por deferencia no hemos querido provocar esa situación. No hemos querido provocar la lucha religiosa, porque hemos venido aquí a trabajar por el bien del pueblo.
Pero, señor, se nos ha llamado incultos precisa­mente por los mismos que nos han detenido en el ejercicio de un derecho perfecto, por los que nos ne­gaban el derecho a la palabra que nosotros necesi­tábamos para dar una breve explicación que habría evitado este incidente tan enojoso.
Yo creo, sin embargo, señor Presidente, que la ver­dadera cultura impone el deber de ser deferente pa­ra con todas las personas y para con todas las opi­niones; de manera que bien podría decirse que la falta de cultura estaba de parte de los que no han querido ser deferentes con nosotros.
En este recinto todos somos iguales, todos tenemos los mismos derechos y los mismo deberes: tendremos de nuestro lado la inferioridad del talento, tendrán sus señorías la superioridad intelectual; pero noso­tros hemos venido a la Cámara como a la más gran­de escuela de la libertad y del progreso, y esperamos recibir en ella las enseñanzas que nos hacen falta; y si las palabras de los honorables diputados conser­vadores llevan a nuestras conciencias el convenci­miento, junto a ellos nos verán porque no nos nega­remos a la razón y a la lógica.
Termino, señor Presidente, manifestando que he­mos venido aquí firmemente resueltos a trabajar con tesón y energía por salvar las dificultades con que tropezamos los obreros en la hora presente, por sua­vizar las ásperas luchas que libran por su bienestar, por salvar el porvenir de la patria, y en este camino todos los señores diputados nos encontrarán firmes, sinceros y resueltos.
El señor Concha (don Juan Enrique).— Después de las explicaciones dadas por los señores Veas y Re­cabarren, me parece conveniente modificar la indi­cación formulada por mi honorable amigo el señor Barros Errázuriz en la siguiente forma.
"La Cámara protesta de la explicación del jura­mento de los honorables diputados señores Recaba­rren y Veas".
El señor Barros Errázuriz.— Pero si no ha habido tal juramento.
Yo pido que se vote mi indicación.
El señor Arellano.— Sí, señor diputado; el jura­mento está ya prestado.
El señor Muñoz.— Esta es, honorable Presidente, una cuestión que presenta muchas aristas y creo que hay notoria conveniencia en evitarla.
La indicación del honorable señor Barros Errázuriz nos lleva mucho más allá de donde podemos ir.
Los honorables señores Veas y Recabarren presta­ron el juramento de estilo para incorporarse a la Cá­mara, y el señor Presidente les recibió ese juramento en conformidad a la fórmula reglamentaria.
Después de esto los señores diputados han creído de su deber hacer la protesta que les imponían sus convicciones. Esta es una cuestión personal de con­ciencia en la cual nadie debe ni puede intervenir.
En esta situación ¿qué protesta cabe?; ¿qué indi­cación puede ir a anular un juramento prestado en las condiciones que el Reglamento establece?
Pueden los señores conservadores tener mucha fe, que yo respeto, mucho amor a sus doctrinas religio­sas, que yo respeto también, pero de esto a que pre­tendan sus señorías imponer su fe y sus creencias a los que tienen un criterio distinto hay mucha dis­tancia. El criterio que cada cual se ha formado en materia religiosa depende de la educación que se ha recibido, de la escuela que se sigue, de los ejemplos que se quiere imitar; el hombre se forma conviccio­nes porque piensa y no se puede poner trabas a la libertad del pensamiento, de modo que así como los señores conservadores tienen convicciones, que debemos respetar, también las tienen los señores diputa­dos demócratas que se acogen a las ideas del progre­so y las adoptan como guía en el camino de la vida. Estimo que la cuestión se debe dejar a un lado, que no es posible venir a dividir a la Cámara en las dos corrientes que naturalmente se han de producir: la de los que creen las doctrinas religiosas como ellos mismos dicen con la fe del carbonero y la de los que forman su fe en los dictados de la ciencia.
¿Con qué objeto entraríamos a semejante terreno? No podemos poner en duda que los señores diputados demócratas han prestado el juramento, puesto que lo han hecho en conformidad al Reglamento, han cum­plido con la fórmula por éste prescrita, y se han li­mitado en seguida a consignar su protesta contra un procedimiento que estiman contrario a los dictados de su conciencia.
El empeño del honorable diputado por Bulnes pa­ra que la Cámara haga una declaración respecto de esta cuestión, está demostrando que su señoría tie­ne poca confianza en sus doctrinas y que desea verlas confirmadas por esa declaración.
Por tanto, ruego al señor Barros Errázuriz que, co­locándose en un terreno de verdadera conveniencia para sus propias creencias, y dejando a cada cual la libertad de expresar las suyas, se digne retirar su in­dicación. La protesta formulada por los señores di­putados demócratas no afectan en nada a su deber de prestar el juramento que ya han prestado; es una simple cuestión del fuero interno de ellos en la cual los demás no podemos ni debemos entrar. Tratar de obtener sobre esta materia una declaración de la Cá­mara equivale a engolfarnos en una discusión inútil y contraproducente. Apelo, pues, a la cordura del honorable señor Barros Errázuriz para rogarle que retire su indicación, y ruego a la Cámara su aproba­ción a esta otra que yo formulo; la Cámara pasa a la orden del día.
El señor Barros Errázuriz.— Yo no pretendo im­poner mis ideas a nadie. Respeto las creencias de to­dos mis honorables colegas, incluso las que tienen los señores Diputados demócratas; pero quiero que se respete el Reglamento, que ha sido desconocido por la declaración de no creer en Dios.
El Reglamento consigna la fórmula del juramento, invocando el nombre de Dios, como se hace en todos los países, sea cual fuere su religión, aun cuando no sea la católica.
Y téngase presente que el Reglamento de la Cáma­ra fue hecho en una época en que no dominaban los conservadores, de modo que la fórmula del juramen­to, que no ha sido modificada en la reforma última, no es obra de conservadores.
Si el Reglamento impone que se jure por Dios, quiere decir que el honorable diputado que a raíz de la prestación del juramento en que ha invocado a Dios, declara que desprecia a Dios, no ha prestado verdadero juramento.
Por el honor, por la dignidad de la Cámara, no puedo retirar mi indicación. No puede decir en esta Cámara un diputado, como no puede decirlo un hombre culto en ninguna parte, que Dios no existe. Dios está en la conciencia de todos los hombres.
El señor Recabarren.— En la mía no está, señor diputado.
El señor Muñoz.— Deseo rectificar un concepto que parece haber querido expresar al honorable di­putado señor Barros. Su señoría no concibe la idea del juramento sin que él importe la invocación del nombre de Dios.
El señor Barros Errázuriz.— Lea su señoría el Dic­cionario de la Lengua y en él verá qué significa la palabra juramento.
El señor Muñoz.— Nuestra ley de procedimiento se ha puesto en el caso de las personas que no tengan la creencia en Dios y ha establecido para ellas fór­mulas especiales de juramento, que no contienen el nombre de Dios y que, sin embargo, son juramentos.
Ya ve el honorable diputado que el criterio de nuestras leyes de procedimiento es más amplio que el de su señoría.
El señor Urzúa.— Pero el de la Constitución, que es el que aquí debemos aplicar, es más estrecho.
El señor Muñoz.— Repito que se trata de un de­bate completamente estéril, que a nada conduce. El honorable señor Barros Errázuriz debe respetar las creencias de los señores diputados demócratas, tanto como tiene derecho a exigir que los demás respete­mos las de su señoría.
El señor Corbalán.— ¡A qué vienen sus señorías a traer a la Cámara cuestiones teológicas, que están pasadas de moda!
El señor Urzúa.— Nosotros no las hemos provoca­do.
El señor Corbalán.— ¿Y quién la ha provocado entonces, si no es el señor Barros Errázuriz con la presentación de su proyecto de acuerdo?
El señor Orrego (Presidente).— He aceptado la discusión de esta cuestión únicamente como una de­ferencia para con el honorable diputado que la planteó, pero llegado el momento de votar, no me consi­deraría autorizado para poner en votación el proyec­to de acuerdo del señor Barros Errázuriz sino en el caso de que la Cámara, a la cual consultaría sobre el particular, decidiera por unanimidad o por mayoría que debo poner en votación ese proyecto de acuerdo.
El señor Barros Errázuriz ha reclamado esta reso­lución de la Mesa, y la reclamación está en discusión.
El señor Huneeus (don Jorge).— Voy a proponer un temperamento conciliatorio.
La cuestión en debate es una cuestión de interpre­tación del Reglamento, pues si así no fuera, no veo qué alcance podría tener una declaración de que no es diputado incorporado el diputado que después de prestar el juramento ha protestado de la forma en que él está concebido.
El señor Barros Errázuriz.— ¿Qué alcance puede tener? Este: que el juramento prestado en esas con­diciones es nulo y que el diputado que lo ha presta­do no queda incorporado a la Cámara. Esto es lo que debe resolver la Cámara.
El señor Huneeus (don Jorge).— El temperamen­to conciliatorio que yo propongo es que se envíen a Comisión las indicaciones formuladas y especialmen­te la de los señores Barros Errázuriz y Concha.
Cualquier debate respecto de esta materia nos to­maría en este momento completamente de nuevo, y una resolución tomada en esta forma podría impor­tar una peligrosa innovación en nuestras prácticas parlamentarias.
La materia es de lato conocimiento, tal como la ha planteado el señor Barros Errázuriz, sin perjuicio de que yo crea que no cabe vacilación para consi­derar que habiendo prestado el juramento los seño­res diputados demócratas en la forma prescrita por el Reglamento, ellos están definitivamente incorpo­rados a la Cámara.
Sólo el respeto a las opiniones contrarias nos hace considerar que se debe estudiar con detenimiento la cuestión planteada por el honorable señor Barros Errázuriz y por eso únicamente pido que pasen a Co­misión las indicaciones formuladas.
El señor Barros Errázuriz.— Yo acepto que las in­dicaciones pasen a comisión siempre que, mientras la comisión no dé su informe, los señores Veas y Re­cabarren no formen parte de la Cámara.
El señor Subercaseaux Pérez.— Esto quiere decir que el señor diputado no ha planteado entonces una cuestión de conciencia sino una colegialada política.
El señor Corbalán.— ¿De modo que, según el se­ñor Barros Errázuriz, si un diputado hace declara­ciones contrarias a las creencias de Su Señoría debe ser expulsado de la Cámara?
El señor Barros Errázuriz.— Siempre que haga de­claraciones como las que han hecho los señores Re­cabarren y Veas, sí, señor.
El señor Corbalán.— Yo estoy dispuesto a hacer­las cuando se me ocurra, y esté de buen humor por­que aquí todos tenemos la libertad de pensar. Se­gún la teoría de Su Señoría, una Cámara de libres pensadores podría expulsar a Su Señoría.
El señor Barros Errázuriz.— No formaría yo parte de ella.
El señor Corbalán.— Si se tiene convicciones, Su Señoría se encontraría en el deber de ir a esa Cáma­ra a defenderlas.
El señor Orrego (Presidente).— Como la cuestión parece estar ya suficientemente debatida, lo más conveniente es proceder a la votación.
Pondré en votación en primer lugar, por ser la pro­posición más comprensiva, la indicación hecha por el honorable señor Muñoz para pasar a la orden del día.
El señor Pinto Agüero.— Antes de entrar a la vo­tación quiero decir unas pocas palabras.
Según la Constitución, artículo 76, el ciudadano que sea elegido Presidente de la República debe prestar, al tomar posesión del mando, el juramento si­guiente: "Juro por Dios, Nuestro Señor", etc.
La Constitución ha impuesto al ciudadano electo Presidente de la República, la obligación de prestar juramento y ha determinado la forma del juramen­to. Me imagino, señor Presidente, la sorpresa que causaría en todo el país, el hecho de que el ciudada­no electo Presidente, después de prestar su juramen­to, pronunciara un discurso haciendo distingos res­pecto del juramento prestado, declarando que no creía en Dios ni en los Evangelios y que hacía re­servas respecto del juramento que acababa de prestar.
Entrego al criterio de mis honorables colegas la apreciación de un caso semejante, y concretándome al caso actual, paso a la cuestión reglamentaria que en él va envuelta.
En materia de juramento parlamentario, hay pa­ra nosotros una ley: el Reglamento de la Cámara, que todos debemos respetar, pues si no lo observa­mos, no se concibe la existencia misma de la Cámara.
El Sr. Corbalán.— Cien veces he visto violar el Re­glamento, y la Cámara no se ha venido abajo.
El Sr. Pinto Agüero.— Cada año se cometen en el país cuatrocientos o quinientos homicidios, violando la ley divina y humana que prohibe matar, y esa no es una razón para no amparar el mantenimiento de la ley.
Este Reglamento que todos aceptamos para incor­porarnos a la Sala, es el que tenemos obligación de cumplir: sin este Reglamento la Cámara no existiría.
Ahora bien, si este Reglamento nos impone la obli­gación de jurar, y hay dos colegas que dicen que no aceptan ese juramento, ¿por qué, pregunto yo, ha­brían de colocarse Sus Señorías en situación diversa de los demás Sres. diputados?
El Sr. Corbalán.— Porque tienen perfecto derecho para decir lo que han dicho y mucho más. El Sr. Orrego (Presidente).— Si no hay inconveniente por parte de la Cámara, se procederá a votar las indicaciones.
(Se leyeron las indicaciones formuladas).
El Sr. Orrego (Presidente).— Pongo en votación la indicación del honorable diputado por La Serena, Sr. Muñoz, para pasar a la orden del día.
VOTARON POR LA AFIRMATIVA LOS SRES.:
Arellano, Bambach, Baquedano, Besa, Concha Juan E., Corbalán, Cruz Díaz, Dávila, Díaz, Echau­rren, Echavarría, Echenique Gonzalo, Échenique Joa­quín, Edwards, Encina, Errázuriz, Espinosa Jara, Freire, García Huidobro, Gómez García, González Ju­lio, Guerra, Huneeus Jorge, Izquierdo Luis, Lamas, Leiva, Lorca M., Lyon, Matte, Muñoz, Orrego, Pala­cios, Rivas, Rivera Guillermo, Rivera Juan de Dios, Rodríguez Aníbal, Rodríguez E. A., Rosselot, Suárez Mujica, Subercaseaux Pérez, Urrutia, Valdivieso Blanco, Vial y Zañartu Carlos.
VOTARON POR LA NEGATIVA LOS SEÑORES:
Alemany, Alessandri, Astorquiza, Barros, Campi­llo, Claro, Concha Malaquías, Correa Bravo, Correa Francisco J., Cox Méndez, Eyzaguirre, Fernández, Flores, Gutiérrez, Huneeus Alejandro, Irarrázaval, Izquierdo Vargas, León Silva, Letelier, Líbano, Lorca Prieto, Montenegro, Pereira, Pinto Agüero, Ríos Ruiz, Ruiz Valledor, Sanfuentes, Subercaseaux del R., Ur­zúa, Zañartu Enrique y Zañartu Héctor.
SE ABSTUVIERON DE VOTAR LOS SEÑORES:
Concha Francisco J., Ossa, Puga Borne, Recaba­rren, Salas Lavaqui, Sánchez, Veas, Viel y Villegas.
Durante la votación:
El Sr. Concha (don Francisco Javier).— Yo creo que los honorables diputados demócratas han cum­plido el Reglamento aceptando la forma en él esta­blecida. Ellos tienen otra manera de pensar, y en esto están en su derecho.
Yo habría deseado, por lo demás, que esta cues­tión hubiera pasado a Comisión. Me abstengo de votar.
El Sr. Concha (don Malaquías).— Yo voto que no, porque me reservo para votar la otra proposición del Sr. Huneeus.
El Sr. Díaz Besoaín.— Protestando de los funda­mentos expuestos por los honorables diputados por Valparaíso y por Tocopilla, digo que sí porque ellos han prestado juramento conforme al Reglamento.
El Sr. Leiva.— Creyendo que los Sres. Veas y Re­cabarren han cumplido el Reglamento, voto que sí.
El Sr. Puga Borne.— Me abstengo, porque creo que no podemos votar cosa alguna fuera de lo que establece el artículo 4º del Reglamento.
El Sr. Ruiz Valledor.— Digo que no, porque el ju­ramento con excepción no es juramento conforme lo establece el Reglamento.
El Sr. Subercaseaux Pérez.— Por las mismas razo­nes dadas por el honorable diputado por Santa Cruz, Sr. Díaz Besoaín, digo que sí.
El Sr. Veas.— Me abstengo de votar.
La votación, como se ve, dio por aprobado nuestro juramento por 44 votos, contra 32 y 9 abstenciones. Con esto queda claramente demostrado que cumpli­mos con la ley y así lo estimó la Cámara respecto al juramento. Las causas que motivaron mi expulsión de la Cámara se verán más adelante.
Si alguien dudara de la veracidad de lo copiado anteriormente, puede consultar el Boletín de Sesio­nes de la Cámara de Diputados del 5 de junio de 1906 para convencerse de la verdad.

II
POR QUE FUI EXPULSADO DE LA CAMARA DE DIPUTADOS
Lo que va a continuación ha sido, en resumen, la parte más interesante del debate que se desarrolló en la Cámara de Diputados con motivo de la ca­lificación de la elección de Antofagasta.
Es útil conocerla para que se vea, el espíritu de sectarismo que animó entonces a la Cámara.

Sesión del 19 de octubre de 1906
ELECCION DE ANTOFAGASTA
Entrando a la orden del día se puso en discusión la elección complementaria de Antofagasta.
El secretario dio lectura a los antecedentes que obraban en poder de la mesa, declarando que aún no había evacuado su informe la comisión de elec­ciones.
El diputado Recabarren pidió que se diera lectu­ra al artículo 108 de la ley de elecciones, que dice:
"Las reclamaciones de nulidad no impiden que los individuos electos entren desde luego en el ejercicio de sus funciones, en las cuales permanecerán hasta que la nulidad se declare por la autoridad compe­tente".
Siguió en el uso de la palabra el diputado Recaba­rren, sosteniendo que en conformidad a dicha dispo­sición legal, debía la Cámara considerarlo como di­putado electo y fallar, con los antecedentes a la vis­ta, las reclamaciones de nulidad aducidas por su con­tendor Espejo por intermedio de su tutor, ciudadano Rocuant.
Analizó concienzudamente el memorial presentado por Espejo, desvirtuando uno por uno sus cargos an­tojadizos.
Acumula el ciudadano Espejo —agregó Recaba­rren— un sinnúmero de vicios atribuidos al proceder de los demócratas, procurando hacer creer que el gran número de votos que obtuvo se deben a la su­plantación de electores. Todo esto es ridículo, es ma­lévolo, encaminado sólo a formar un concepto odioso para los demócratas de Tocopilla. Todo aquello que afirma que Recabarren llevó desde Santiago y Anto­fagasta gente dispuesta a la suplantación, es una grosera calumnia, digna sí del caballero radical, que hoy pretende usurpar de nuevo ese asiento, para dar­le más honra, más brillo al partido a que pertenece.
Los demócratas no sabemos aún aplicar los vicios electorales de que no hemos sido autores.
Ha llegado hasta afirmar que se han llevado de Santiago suplantadores profesionales, lo cual es una inexactitud.
Espejo.— Sin embargo, acaban de salir cuatro en libertad.
Recabarren.— Esa misma declaración del Sr. Es­pejo está probando que el delito no se habrá come­tido.
Sigue en su discurso, y expresa que la alteración de 10 votos en dos mesas que hace notar, es obra de los radicales de Tocopilla. Precisamente los presi­dentes de esas dos mesas eran radicales y ellos qui­zás hicieron esa alteración con el fin premeditado de producir esta reclamación.
El ciudadano Espejo nada dice de Caracoles, don­de en una mesa que en marzo le dio 20 votos, hoy trae con toda naturalidad 272 votos. Fíjese la Cáma­ra —agrega— ayer 20, hoy 272 votos, mientras en diez mesas de Tocopilla saca 324 votos. Esa mesa se anuló por viciosa en marzo y en junio también y hoy ¿que hará la Cámara? Debe también anularla.
Termina expresando que para continuar su defensa necesita tener a la vista las actas de las elecciones de marzo, a fin de tomar como base ese escrutinio, que ha sido erróneamente interpretado por el dipu­tado Rocuant, tutor del ciudadano Espejo.
Puga Borne (presidente accidental).— Entiendo que debe el diputado Recabarren completar las dos horas que determina el reglamento para su defensa.
Sin embargo, si la Cámara no tuviera inconvenien­tes podría aplazarse la discusión de este negocio hasta que llegaran los antecedentes solicitados por el señor Recabarren.
Rocuant.— Yo me opongo.
Puga Borne (presidente).— Habiendo oposición, debe concluir su defensa el señor Recabarren.
Veas.— Estimo que esta sesión se ha celebrado con el exclusivo objeto de discutir la elección complemen­taria de Antofagasta y como no están en la Cámara los antecedentes y hay necesidad de pedir datos com­probatorios a Tocopilla y Caracoles, y además este asunto está aún en estudio en la comisión de elec­ciones, formula indicación para que este negocio vuelva a comisión a fin de que ésta pueda informar oportunamente.
—Después de un corto debate, se puso en votación la indicación Veas, aceptada por Recabarren para cumplir con el reglamento. Fue desechada por 18 vo­tos con 14 a favor; 5 diputados se abstuvieron de votar.
Puga Borne (presidente).— En vista del resultado de la votación, puede continuar usando de la pala­bra el señor Recabarren o renunciar a ella, en con­formidad al reglamento; en este último caso, cedería la palabra al señor Espejo o a su defensor.
Recabarren.— Prosigue analizando el memorial de Espejo, refutando todas sus inexactitudes con incon­trastable acopio de razones y datos que comprobaban su aserto.
Refiriéndose al médico Luis Vergara Flores, expre­sa que es una ofensa para la Cámara traer siquiera a su seno el nombre de un individuo que ha perdido su decoro y ha sido arrojado de la sociedad...
Espejo.— ¡Y habla de decoro el que ha salido de la cárcel para venir a sentarse en estos bancos!
Recabarren.— Esa prisión que yo sufrí en Tocopi­lla, es la más hermosa aureola que corona mi frente, y que puedo ostentar con orgullo ante mis conciu­dadanos.
Yo no he llegado a la cárcel a purgar ningún deli­to cometido. Llegué a ella porque allá hubo un juez radical que calificó delito el ejercicio de un derecho y declaró delincuentes a los hombres honrados que se atrevían a luchar por ideales de reivindicación so­cial y de emancipación de las clases trabajadoras.
No es una afrenta para nadie levantar públicamen­te la bandera de la moral, para protestar de las in­justicias y defender los derechos de los hermanos del trabajo. (Aplausos en las Galerías).
Continúa en sus observaciones hasta el final de la sesión, quedando con el uso de la palabra por haber llegado la hora.
Sesión del 25 de octubre de 1906
—A petición de Recabarren se dio lectura a las diversas actas de la elección, terminada la cual, a solicitud del mismo diputado, la mesa hizo el escru­tinio definitivo de la elección de Antofagasta, con los cómputos oficiales que arrojaban las actas respecti­vas.
Terminado el escrutinio y una vez conocido su re­sultado:
Recabarren.— ¿Quién tiene la mayoría?
El secretario.— El escrutinio general arroja el si­guiente resultado:
Por Recabarren ........................................... 2.882...votos
  "   Espejo .................................................... 2.834....."
Recabarren.— Como ha podido ver la Honorable Cámara, ha habido un error numérico en las cifras indicadas en la proposición que hizo el señor Ro­cuant, para aprobar presuntivamente la elección del señor Espejo.
En vista de que el escrutinio hecho por la mesa demuestra claramente y sin tacha alguna el verda­dero resultado de la elección, pide al señor secretario dé lectura al artículo 108 de la ley de elecciones.
El secretario.— "Art, 108. Las reclamaciones de nulidad no impiden que los individuos electos entren desde luego en el ejercicio de sus funciones, en las cuales permanecerán hasta que la nulidad se decla­re por la autoridad competente".
Recabarren.— Pido, pues, se dé cumplimiento a las disposiciones de este artículo de la ley, que es bastante claro, desde que conforme al escrutinio he­cho por la mesa, tengo 48 votos de mayoría sobre el señor Espejo.
Orrego (presidente).— La mesa estima que no ha llegado el caso de aplicar este artículo, en vista de que la Cámara, al calificar la elección, aprobó pre­suntivamente los poderes del señor Espejo.
Tiene la palabra el señor Espejo o su defensor.
Rocuant.— A nombre de su correligionario Espe­jo, hace la defensa de su elección, tomando como base el escrutinio que se consignó en el proyecto de acuerdo que aprobó presuntivamente los poderes de su defendido.
Sostiene que esa es la cifra que vale, y no la que se ha leído en la presente sesión.
Si el escrutinio aquel era erróneo, no importa; ya la Cámara lo aceptó y no pueden reverse las resolu­ciones que dicte esta corporación.
¿Sería lógico —agrega—, que una vez conocido el resultado general, se tratara de cambiar la base con que ambos candidatos fueron a las urnas?
Formula diversas observaciones, sosteniendo que se han falsificado varias actas en Tocopilla y que, además, las actas electorales en aquel departamen­to son enteramente nulas, por cuanto no se hizo la designación de vocales dentro de los plazos que es­tablece el artículo 46 de la ley de elecciones.
Afirma que descontando a Recabarren los votos de las actas que acusa de falsificadas, éste pierde por más de 20 votos.
Pregunta a la Cámara, que debe fallar como ju­rado en este asunto: ¿Puede fallar en conciencia esta elección, estando sindicada de falsificaciones y no habiendo funcionado la mesa de Sierra Gorda y otra, en las cuales la totalidad de los electores son adeptos al señor Espejo?
Como corresponde replicar al señor Recabarren, y al que habla le sería gustoso duplicar, deja la pala­bra, enviando a la mesa un proyecto de acuerdo pa­ra que la Cámara, teniendo como base el escrutinio hecho por él mismo, reconozca definitivamente a Es­pejo como diputado por Taltal y Tocopilla.
Recabarren.— Manifesté al llegar a esta honorable Cámara que las observaciones referentes a fraudes cometidos por los demócratas en Tocopilla, carecían de verdad.
Hoy vengo nuevamente a levantar este cargo gra­tuito, esta ofensa que se lanza sin fundamento serio de ninguna especie.
Se ha querido traer estas acusaciones para enga­ñar la opinión en favor de una persona que viene a ocupar en esta Cámara un asiento que la voluntad popular no le ha concedido.
Se ha dicho que siendo demócrata la municipali­dad de Tocopilla, yo llevaba un elemento inmenso contra mi contendor. En todo caso, estos elementos estarían equilibrados, por cuanto el señor Espejo contaba con el apoyo decidido e incondicional de las autoridades y de dos partidos.
El señor Rocuant ha citado en su abono el artí­culo 46 de la ley de elecciones, que dispone la de­signación de las juntas receptoras con 15 días de anticipación a la elección. Pues bien, yo me permito oponerle el artículo 115 de la misma ley, que autori­za para las elecciones complementarias la forma co­mo hizo dicha designación la municipalidad de To­copilla.
La trascripción del acuerdo de esta Honorable Cámara se hizo con gran demora, y no era posible que la municipalidad, en este caso, procediera en conformidad al artículo 46. El municipio procedió correctamente al elegir los vocales de mesa el sábado de la semana anterior a la en que se verificó la elección.
Con esto dejo desvirtuado este cargo.
Me atrevería a calificar de infantil la pretensión del señor Rocuant, de que la Cámara sostenga como legítimo un escrutinio que su señoría hizo con no­torios errores numéricos.
En conciencia, en estricta justicia, la Cámara de­biera, en este caso, atenerse únicamente a los nú­meros que arrojan las actas, que son documentos oficiales, que están sobre la mesa.
No concibe que se pretenda, para calificar esta elección, partir de la base de un escrutinio que, se­gún se acaba de comprobar fehacientemente, era erróneo.
Me iré de aquí convencido de que no se hará obra de justicia, porque tengo la convicción de que la vo­luntad popular no será respetada.
Para sostener inexactitudes se ha apelado al re­curso de que la palabra del caballero debe prevale­cer sobre la del indigente, sobre la del pobre.
Se ha dicho que la designación de vocales y otras funciones electorales se hicieron aprovechando la ausencia del señor Espejo. Eso no es verdad. El se­ñor Espejo no fue a Tocopilla por vergüenza, por te­mor de que el pueblo le enrostrara su conducta y le dijera que debía volverse a su casa y abandonar su audaz pretensión.
Estas declaraciones del señor Rocuant no llevan envueltas más intensión que la de prevenir el ánimo del pueblo, y preparar la disculpa con que se trata­rá de justificar el hecho de arrebatar mi legítima elección.
Quiero dejar establecidos estos hechos para que queden consignados en la historia, que es más gran­de que los hombres.
Sin embargo, a pesar de la renuncia que hizo el señor Espejo, envió a Tocopilla a dos representantes, uno de ellos don Justino Leiva, que mandó la junta central del Partido Radical, que hicieron una her­mosa campaña y cumplieron la consigna que les ha­bía confiado Espejo.
Yo no había oído decir jamás que los demócratas tuvieran poder suficiente para intervenir viciosa­mente en las elecciones y poder alcanzar triunfos ilegítimos. Está muy lejos el día en que ellos puedan usufructuar de los elementos de Gobierno en una elección.
Se adujeron estas consideraciones con relación a las elecciones que tuvieron lugar en Tocopilla el 4 de marzo último; sin embargo, en esa época no con­tábamos sino con un solo municipal en aquella co­muna. Esto no obstó para que obtuviéramos en esa elección el triunfo de cinco de nuestros candidatos a municipales, lo que deja de manifiesto la superio­ridad de nuestra agrupación política sobre las demás.
Se habla de una falsificación; y si la ha habido ¿por qué no se ha enjuiciado a los autores de ella? La verdad es que esos presidentes de mesa, en donde se supone una falsificación, eran radicales y no de­mócratas, y ellos son los que han establecido esa di­ferencia de diez votos para dar lugar a la reclama­ción de nulidad.
Por eso ninguno de los representantes del Sr. Es­pejo ni el juez mismo de oficio han iniciado proceso en contra de esos presidentes de mesa.
Va a terminar la calificación de las elecciones de Antofagasta y va a quedar como representante de ese departamento un ciudadano que no ha obtenido el triunfo en las urnas.
Me retiraré de este recinto a donde llegué dema­siado pequeño, y me retiraré grande, pues veo levan­tarse detrás de mí la opinión unánime del país que no acepta el veredicto de esta corporación.
Para predisponer el ánimo de los diputados se ha hecho coincidir con esta calificación de elecciones un fallo de la Corte de Tacna que me condena a prisión por un supuesto delito que se ha llamado de ame­naza a la autoridad. Creo que esta circunstancia no debe influir en el ánimo de la Cámara para dictar su resolución en este negocio.
Se ha hecho alarde por la prensa de mi conducta personal, que se califica de revolucionaria, de propa­ganda violenta; pero tengo la satisfacción de que al­gunos movimientos tanto o más graves de los que yo he insinuado han sido provocados por la prensa de algunos de los partidos que se encuentran bien repre­sentados en esta Cámara.
Pero como esas palabras salían de los labios de caballeros, por eso merecieron excusas o sonrisas; las mismas palabras en la boca de los obreros merecen el anatema de todos.
Cox Méndez.— Yo rogaría al Sr. Recabarren que no trajera, por el interés de su causa, esta distinción entre caballeros y pobres, que en una República no existe.
Recabarren.— Pero la realidad de las cosas es otra, señor diputado.
No es que nosotros traigamos aquí esta división de clases para acentuarla ante la Cámara; es la Cáma­ra la que marca esta división cuando el pobre, por el solo hecho de ser pobre, se le señala la puerta.
Puede ser que me equivoque; pero tengo el presen­timiento de que no se hará justicia a mi causa. Ojala estuviera en un error, porque si la Cámara se ins­pirara en estricta justicia al fallar esta elección, ten­dería, con ese solo hecho un puente salvador entre los que nosotros llamaremos los oprimidos y los que, por diversos factores, constituyen una clase aparte y que nosotros nos atrevemos a calificar de los opre­sores.
Conozco un poco la historia de la Humanidad y en ella he aprendido que en más de una ocasión se han producido en los pueblos cataclismos sociales espan­tosos que han precipitado en un mismo abismo a am­bas clases sociales.
Yo no quiero ver confundirse en un abismo de san­gre a los hermanos de una misma nación; pero si ello llegara a suceder no seríamos nosotros los cul­pables.
Cuando la clase trabajadora lleva sus representan­tes a las instituciones públicas bajo el amparo de las leyes existentes, llega la mano enguantada del caba­llero a usurparle su legítima representación, mani­festándole que no es digna su compañía.
En este caso, por ejemplo ¿por qué no se retira ese candidato radical que no tiene más apoyo que la ma­yoría ocasional de la Cámara, para dar paso al ver­dadero enviado de los pueblos del norte?
No me duele retirarme de este recinto; al fin y al cabo no soy yo el ofendido. Es el pueblo que me ha elegido el que tendrá que convencerse de que aquí pasando sobre la Constitución y las leyes se ha vio­lado su voluntad claramente manifestada.
El Sr. Cox Méndez decía hace un momento, que es necesario abandonar esta tendencia a la división de clases.
Cox Méndez.— Indudablemente, señor, hay que abandonarla.
Recabarren.— Yo quiero ver, señor, si esta decla­ración de su señoría tiene de parte de sus amigos una traducción práctica en la votación sobre las eleccio­nes de Antofagasta.
Si todos sus colegas se sienten animados de igual sentimiento que su señoría, lo natural es que la vo­tación de este asunto simbolice el respeto al derecho de los pueblos, perfectamente probado que, en este caso, ha sido ejercitado en mi favor y no en favor del Sr. Espejo.
Ha habido un diputado radical que ha venido a sostener con un candor verdaderamente infantil, que la Cámara no puede tomar en cuenta el cómputo exacto que se ha hecho de los votos, porque hay un acuerdo de la misma que declara bueno un cómputo anterior, que es erróneo.
¿Tiene esto alguna lógica?
¿Qué dirá el pueblo que contempla estos procedi­mientos?
¿A qué exponerse a la ira de los pueblos, a los in­sultos de los ignorantes, a la expansión de los que se sienten oprimidos?
¿Por qué no salvamos en todo lugar el propósito de moralidad?
Si todos los miembros de la sociedad tienen el de­ber de ser morales, los que se sientan en estos ban­cos tienen doblemente acentuado ese deber.
Voy a terminar, dejando establecido que las bases invocadas por el Sr. Rocuant, con referencia a la nu­lidad de las elecciones de Tocopilla, no tienen fuerza alguna, son falsas. No se ha probado nada; ha habi­do simples declaraciones que no revisten valor al­guno, que debió desestimar completamente el Juz­gado de aquella localidad.
He dejado constancia que los vicios que se atribu­yen a la elección de Tocopilla, no han sido cometi­dos por los demócratas.
Terminaré manifestando que llevo en mi interior la amargura que me causa contemplar que se pre­tende llevar al pueblo una vez más a tan triste de­cepción...
Barros Errázuriz.— No se anticipe al fallo de la Cámara; no tiene derecho el señor Recabarren a interpretar las intenciones de los señores diputados,
Alessandri.— Dígame el honorable señor Espejo ¿sus electores fueron todos caballeros? (risas).
Veas.— Pregunte mejor cuánta plata llevó al norte para comprar sus electores caballeros.
(Fórmase un nuevo desorden en la sala).
Recabarren.— Parece que existiera el propósito manifiesto de no oírme.
No quiero continuar en este debate, porque no se me permite mantenerlo con la calma debida.
Rocuant.— Rebate el discurso de Recabarren, de­fendiendo a Espejo y al Partido Radical. En el desa­rrollo de su discurso, el señor Rocuant, descendió atacando a Recabarren por sus ideas y por su pro­paganda activa en el norte. Faltó a la verdad exa­gerando su conducta, calificándola de violenta y sub­versiva, usando términos bastante hirientes, hasta que fue llamado al orden; y terminó con estas tex­tuales palabras:
En vista de todo lo cual yo declaro que si no hu­biera estricta justicia para expulsar al señor Reca­barren de la Cámara, ello sería necesario hacerlo por razones de alta moralidad social, y por otras que es­tán vinculadas a la felicidad y engrandecimiento del pueblo, pues, no es tolerable que en la Cámara ven­gan a representarse las ideas de disolución social que sostiene el señor Recabarren.
La votación dio por resultado la anulación defi­nitiva de la legítima elección que me ungió como diputado por Antofagasta.
Las últimas expresiones del Sr. Rocuant revelan claramente el propósito que les guiaba: La expulsión de los obreros de ese recinto a donde la clase rica no quiere admitir censores.
Ni el Sr. Espejo ni su defensor, llevaron ninguna prueba efectiva para invalidar esa diputación de los demócratas de Antofagasta, pero la Cámara la anu­ló porque así convenía a sus intereses de clase privi­legiada.
En la sesión del día 26 de octubre de 1906 se votó una indicación por la cual se desconocía mi elección y se aprobaba definitivamente la entrada a la Cámara del señor Daniel Espejo que no había triunfa­do en las urnas electorales.
Votaron aceptando la entrada incorrecta de Espejo los siguientes diputados, que habían jurado por Dios y los Santos Evangelios respetar la Constitución y las leyes:
Alemany
Alessandri
Bambach
Baquedano
Barros Errázuriz
Campillo
Corbalán
Correa Bravo
Concha, F. J.
Flores
Guerra
Gutiérrez
Huneeus, J.
Irarrázaval
Izquierdo V.
Lamas
Letelier
Lyon
Mena
Montenegro
Ovalle
Palacios
Pereira
Pleiteado
Puga Borne
Ríos
Rivas
Rivera, J. de D.
Rocuant
Sanfuentes
Subercaseaux P.
Urzúa
Zañartu, E.
Zañartu, H.

Votaron en contra:
Leiva
Veas

Se abstuvieron:
Cox Méndez
Fernández
Líbano

En esta votación aparecen violando la ley, confun­didos, diputados de todos los partidos: Radicales, Conservadores, Liberales-Democráticos, Liberales, Na­cionales e Independientes. Todos juntos, en la más agradable comunión, desconocían una elección legi­tima realizando un acto indigno e ilegal.
El Sr. Barros Errázuriz que con tanto calor defen­día los fueros de la fórmula del juramento, olvidó el respeto que debía a su juramento prestado y se entregó en brazos de la pasión y del odio.

III
ALGUNAS OPINIONES PARTICULARES Y DE LA PRENSA
Los artículos que siguen, fueron publicados antes de la repetición de la elección y en consecuencia, antes de mi separación definitiva de la Cámara. Me­jor dicho se publicaran a raíz del incidente del ju­ramento.

EL DIPUTADO DE ANTOFAGASTA
(Editorial de "El Mercurio" del 23 de junio de 1906)
Las consecuencias del gravísimo precedente que ha establecido la Cámara de Diputados al excluir de su seno al diputado de Antofagasta don Luis E. Re­cabarren, irán apreciándose mejor a medida que la opinión pública se dé cuenta de todo lo que ese acto de ciego partidarismo político del Congreso y para el respeto de las instituciones fundamentales de la República.
Ya hemos hecho notar que, con esto, la Cámara retrocede en el camino de la reforma de los malos hábitos parlamentarios, reforma iniciada con la ley que estableció el Tribunal Revisor de Poderes con el objeto de evitar precisamente que a un hombre ele­gido por el pueblo le sea arrebatada su investidura parlamentaria por intereses partidaristas que logran formar una mayoría inescrupulosa.
Ese Tribunal examinó los poderes del diputado de Antofagasta, los declaró correctos, y su fallo no pue­de parangonarse con el que la mayoría ocasional de la Cámara ha dado sólo en virtud de odios sectarios provocados por el juramento de ese diputado y por intereses políticos de actualidad!
Pero esta cuestión tiene todavía otro aspecto que se impone a la consideración de todo hombre hon­rado, libre de preocupaciones sectarias o de vincula­ciones de bandería.
Ese diputado por Antofagasta es uno de los pocos hombres en Chile que ha llegado hasta el Congreso exclusivamente en virtud del voto popular, por la simple, libre y espontánea voluntad del pueblo elec­tor, sin intervención de fuerza alguna que perturba­ra el criterio de los que lo eligieron.
En efecto, el diputado de Antofagasta ha sido du­rante los últimos años el caudillo de las agitaciones populares en el norte del país y se le ha culpado de promover disturbios, de encabezar desórdenes y moti­nes. Las autoridades obligadas a resguardar el orden y mantener la paz pública en la región salitrera, paz pública seriamente amenazada por la propaganda es­crita y de hecho del señor Recabarren, lo redujeron a prisión y procuraron por todos los medios impedir que continuara su obra de perturbación social que traía gravemente comprometida la tranquilidad de la re­gión salitrera[3].
Es, además, un hombre pobre, un obrero legítimo, no un supuesto obrero como no faltan entre nosotros.
Carece no sólo de medios de fortuna, sino que ade­más está alejado, por la misma actitud que ha asu­mido en estos últimos años, de toda esperanza de que ningún hombre de fortuna lo ayude.
Y así, contra las autoridades, contra el dinero, sin gastar un centavo, sin emplear otros medios que los que le daba el ascendiente que había ido ganando sobre los electores, Recabarren ha llegado a la Cá­mara. Nosotros preguntamos a cualquier hombre honrado sin pasiones partidaristas:
¿Puede haber en el Congreso de Chile un diputado mas legítimamente elegido?
No discutimos sus ideas, que no son las nuestras, como no tenía la Cámara derecho de discutirlas pa­ra determinar si debía o no pertenecer a ella.
Con buenas o malas ideas, socialistas o anarquis­tas o lo que se quiera, ese hombre fue elegido por el pueblo, es diputado, tiene el derecho de sentarse en la Cámara, y sólo atropellando el derecho y la lega­lidad se le puede excluir.
Condénense en hora buena sus principios conside­rados como destructores del orden social, y laménte­se que tales principios se hayan abierto tanto cami­no en el pueblo como para impulsarlo a enviar al Congreso al representante más genuino de las ideas agitadoras. Opóngase a su propaganda y la de sus amigos la propaganda de las ideas opuestas.
Pero no se cometa la injusticia de excluirlo de la Cámara, a la cual pertenece en virtud de una inves­tidura popular libremente conferida y debidamente calificada ya por el Tribunal que la ley estableció con ese objeto.
El diputado de Antofagasta como el diputado obre­ro de Valparaíso, tienen además, una misión intere­sante que cumplir en el Congreso. Ellos representan a la clase obrera, a la cual pertenecen, han sido ele­gidos con absoluta libertad, sin influencias de dine­ro, sin presión de autoridades, y tienen la tarea de poner en su justo lugar a los que hasta ahora se han abrogado esa representación, siendo que no pertene­cen a la clase trabajadora, sino que la emplean como elemento de importancia en su propia carrera po­lítica.
Una injusticia como la cometida por la Cámara de Diputados deja establecidos precedentes peligrosísi­mos. En adelante, cualquier hombre que manifieste ideas políticas o religiosas contrarias a una mayoría ocasional que se puede organizar en ese cuerpo, co­rre el peligro de ser excluido contra todo derecho, sin que haya siquiera un pretexto plausible y, simple­mente, porque a esa mayoría le conviene excluirlo.
Esperamos que todavía, en el desarrollo posterior de este asunto, cuando se repita la elección en algu­nos puntos, se pueda enmendar este error y reparar esta injusticia.
El diputado por Antofagasta puede ser un peligro público, si le parece a sus adversarios; puede tener las ideas más absurdas y peligrosas, pero es diputado y debe asumir la investidura que le dio el pueblo por buenas o malas razones.

EL DIPUTADO POR ANTOFAGASTA
(Artículo firmado por José A. Alfonso, y aparecido en Ju­nio de 1906).
Nunca nos imaginamos que la declaración poste­rior a su juramento del diputado por Antofagasta, señor Recabarren, contribuyera poderosamente a su expulsión, por lo menos transitoria, de la Cámara.
Podrá ser todo lo lamentable que se quiera que el señor Recabarren no crea en Dios; pero es su opinión honrada y hay que respetarla, dentro de los principios de la más elemental libertad de pensamiento, tanto más, cuanto que para arrostrar la opinión casi unánime de los demás y los rayos fulminantes del fanatismo, requiérese no poca entereza y energía mo­ral.
Hay otros que aceptan un papel más cómodo, que, no creyendo en Dios, se abstiene sin embargo de manifestarlo, o por bien entendida prudencia, o por temor, o simplemente por hipocresía, según los ca­sos.
Por lo demás, para un espíritu imparcial, libre de prejuicios y despotismo mentales —no nos dirigimos a otros— no puede ser cosa estupenda y abominable el mero hecho de no creer en Dios, ¡Todos hemos co­nocido personalmente o por referencias a tantos ateos, hombres, por lo demás, honrados o grandes ciudadanos!
Por otra parte, son tantas las formas que reviste Dios, desde el buen anciano de barba blanca, dulce y amable, el Dios encantador de los niños y de la gen­te sencilla, hasta la elevada concepción de la gente culta, vinculada a la fuerza creadora u ordenadora, a la bondad o a la virtud supremas. ¿Qué de extraño tiene entonces que en tanta variedad de conceptos respecto de algo intangible, que no está al alcance de nuestros sentidos, algunos espíritus pierdan su punto de apoyo y no tengan una concepción fija al respecto?
¿Cuántos de los que afirman que creen en Dios, puestos en la necesidad de explicar en qué consiste esta creencia, se verían en amarillos aprietos para darle forma y satisfacer cumplidamente la pregun­ta?
Seamos tolerantes y humanos, como lo fue Cristo.
Todo esto, y mucho más, está indicando, como des­de antiguo se viene repitiendo, la conveniencia de modificar o suprimir la fórmula del juramento, que es redundante para el hombre honrado y que no se cumple por el individuo pillastre o poco escrupuloso.
Pero no era precisamente este el punto que quería­mos tratar en este artículo.
Es otro, más relacionado con la política que con la teología.
La elección del diputado por Antofagasta ha sido declarada por la Cámara incompleta y va a haber necesidad de repetirla en algunas secciones de aque­lla provincia.
Creemos que el Partido Radical haría obra de bue­na política, de justicia y de conveniencia pública, su­fragando por el diputado demócrata señor Recaba­rren.
No conocemos de una manera directa cuál de los dos contendientes, si el señor Recabarren o el señor Espejo reunió más adhesiones de la masa electoral. Por nuestras incompletas informaciones, nos incli­namos a creer que el primero.
Pero, queremos ponernos en el peor de los casos para el diputado demócrata.
Queremos suponer que sea nuestro distinguido co­rreligionario don Daniel A. Espejo quien reúne la mayoría del voto popular.
Pues bien, aún en este caso aconsejaríamos a los radicales de Antofagasta votar por el señor Reca­barren.
Se nos dirá: los partidos, instituciones orgánicas que reunidas forman el cuerpo de la República, no pueden cercenarse por generosidades que sólo se comprenden en los individuos.
Pueden y deben, según los casos, respondemos.
El interés patriótico o nacional, prima, en efecto, sobre el interés partidarista.
Y es éste uno de aquellos casos.
Se trata de una gran masa de gente obrera, cons­ciente ya de su derecho y de sus necesidades, toda la masa obrera del Norte, de espíritu, como se sabe, inquieto, levantisco y batallador y que, en tal carác­ter, ha dado bastante que hacer a las autoridades y a la opinión.
Pues bien, es una porción considerable de esa ma­sa la que manda uno de los suyos, un trabajador honrado, inteligente, animado de buenos propósitos; es esa porción la que envía uno de los suyos al Congreso de Chile, a hacer oír su voz, sus quebrantos, sus aspiraciones.
¿No vale más un diputado en esas condiciones que cinco o diez comisiones investigadoras al norte?
¿No hay notoria conveniencia pública en oírlo y recibirlo con la solícita atención con que se recibe a un hermano más débil, extendiéndole cordial y fra­ternalmente la mano?
¿No se sabe que el pueblo del norte sufre y que mu­chas de sus quejas son justas?
¿No se comprende que un representante en la Cá­mara, de esa porción considerable y consciente del pueblo obrero, es una verdadera válvula de seguridad para la nación?
¿No se sabe también que Recabarren viene a se­ñalarle un rumbo más elevado a la democracia chi­lena, para bien de la República, para bien de todos?
Debemos confesar que nos sentimos conmovidos cuando leíamos la defensa suya que hizo Recabarren en el momento en que tanto se le fueron al cuerpo, cuando leíamos que decía: —"He venido aquí a aprender lo que no sé; si no sé más, vosotros tenéis la culpa, mi deseo es suavizar la lucha de clases; a eso he venido".
Un obrero franco, honrado, inteligente, bien inspi­rado tal fue la impresión que nos dejó la lectura de ese discurso.
Desearíamos para nuestro partido, que tan cerca está del pueblo, la honra de ayudar a este hijo de la democracia en su justo empeño, y la desearíamos tanto más cuanto que es abundante la vanidad que la clase pudiente esparce en las clases de abajo. Es­tablezcamos siquiera en este caso, una a modo de compensación, dándole a la democracia los votos que tantas veces se le han quitado por medios poco lí­citos.
El radicalismo puede y debe hacerlo.
Partido, no de vientre, sino esencialmente de opinión, no le importa mayormente un diputado más o un diputado menos.
Aun más, el mismo distinguido candidato conten­diente se elevaría a grande altura si él también no­blemente contribuyera a una obra justa, sana y pro­vechosa para la República.

INCALIFICABLE ACTITUD DE LA CAMARA CONTRA EL SEÑOR RECABARREN
(De "El Ferrocarril" del 21 de junio de 1906)
La Cámara de Diputados aprobó ayer un proyecto de acuerdo con el objeto de anular la elección del señor Luis E. Recabarren, uno de los dos represen­tantes de la agrupación de Antofagasta.
Desde que se produjo la escena del juramento re­glamentario para incorporarse a la Cámara, en la cual el honorable señor Recabarren creyó necesario manifestar sus opiniones acerca de los términos pres­critos para llenar esa fórmula, pudo notarse la hos­tilidad con que fue recibido por algunos de sus co­legas.
El honorable diputado conservador señor Barros Errázuriz propuso que la Cámara declarara nulo el juramento prestado por el señor Recabarren, toman­do como pretexto las observaciones hechas por este diputado con posterioridad al cumplimiento de ese tramite.
Aunque el buen sentido se abrió camino, y fue re­chazada implícitamente la proposición inaceptable del señor Barros E., pasando la Cámara a la orden del día, continuó la prensa conservadora lazcanista atacando en forma tan ruda como inconveniente al señor Recabarren, por haber ejercitado el sagrado derecho de emitir libremente sus opiniones en el re­cinto legislativo.
Aunque no compartimos las ideas antirreligiosas del señor Recabarren, ni figura en nuestro bagaje doctrinario el credo filosófico de este ilustrado repre­sentante demócrata, creemos oportuno manifestar que, en nuestro concepto, ha sido vituperable la cam­paña difamatoria iniciada en su contra por ciertos órganos de la prensa. Habría sido preferible que los funcionarios eclesiásticos no hubieran patrocinado esa conducta, inspirada en móviles políticos, agre­gando, con inusitado estrépito, ciertas arcaicas cere­monias litúrgicas con el propósito de presentar, co­mo un escándalo sacrílego, la legítima exposición de sus convicciones sobre una fórmula reglamentaria, hecha por el señor Recabarren en el seno de la ho­norable Cámara.
Sin lujo de pesimismo, pudo predecirse que los odios intransigentes del sectarismo religioso se con­fabularían con los más deleznables cálculos partida­ristas, a fin de arrojar de la Cámara al joven dipu­tado demócrata señor Recabarren, que con rara en­tereza, no disimuló sus ideas y propósitos al entrar a la representación nacional.
Ayer ha perpetrado la Cámara, en las más deplo­rables condiciones, este acto que corría misteriosa­mente de boca en boca, como un rumor absurdo e inverosímil, mediante el cual se arrebataría su inves­tidura parlamentaria a un diputado cuyo mandato había sido admitido como correcto por la Comisión Calificadora de Poderes.
La mayoría ocasional de la Cámara, de índole po­lítico-religiosa, ha desconocido la investidura parla­mentaria del señor Recabarren, sin oírlo, a pesar de haberse impuesto que este diputado oscilaba entre la vida y la muerte, postrado en su lecho de dolor por una gravísima enfermedad.
En una comunicación dirigida anteayer a la Cá­mara, el señor Recabarren manifestó:
"Creo, Excmo. señor que bastarían unas pocas pa­labras para explicar a la honorable Cámara los por­menores de la elección, en forma que no haya quien pretenda arrebatarme la investidura de representan­te del pueblo de Antofagasta.
Entre tanto, me hallo al presente impedido de acu­dir a la honorable Cámara y de ocuparme de labo­res que requieran ejercicio mental.
Acompaño a esta comunicación un certificado ex­pedido por los doctores señores Francisco Landa y Daniel García Guerrero, por medio del cual V. E. se impondrá de que estoy sufriendo de aguda dolencia que me imposibilita para levantarme del lecho hasta dentro de algunos días más.
No obstante, no vacilo en prometer a la honorable Cámara, por conducto de V. E. que concurriré a ha­cer mi defensa en la sesión que se celebre el jueves 21 del presente, aunque mi salud se comprometa pe­ligrosamente, como es de temerlo, al contravenir las prescripciones de los médicos que me asisten.
Espero de la justificación de la honorable Cámara, que suspenda hasta el día indicado la discusión y vo­tación de las elecciones de Antofagasta, a fin de que el infrascrito pueda concurrir a la defensa de sus tí­tulos de representante del pueblo. No sería lícito pri­varme del más sagrado de los derechos, como es el que me asiste al pedir que se me oiga antes de pro­nunciarse la honorable Cámara sobre los poderes que me acreditan en calidad de legítimo representante de la agrupación de Antofagasta.
Reitero a V. E. los sentimientos de mi respetuosa consideración.— Luis E. Recabarren S.
En vista de esta fundada presentación del señor Recabarren, la más elemental cortesía aconsejaba a la Cámara respetar la penosa enfermedad de un co­lega, y diferir siquiera por unos días el pronuncia­miento sobre su elección.
Sin embargo, la mayoría ad-hoc preparada contra el señor Recabarren, prefirió asilarse en simples pres­cripciones reglamentarias, para festinar el debate so­bre las elecciones de Antofagasta, aprovechando, con escasa humanidad, la circunstancia de hallarse en cama el señor Recabarren, y colocado ante la trágica perspectiva de un desenlace fatal.
No aceptamos las doctrinas religiosas sostenidas por el señor Recabarren, en el curso del debate pro­vocado por la fórmula reglamentaria del juramento.
Pero sin entrar a opinar acerca del mérito legal de esas cuestiones, y sin admitir el credo filosófico del representante demócrata, cumplimos un deber ine­ludible de justicia imparcial, condenando con ener­gía, la actitud de la mayoría ocasional de la Cámara en contra del señor Recabarren, sin oírlo, y sin guar­darle ningún rasgo de cortesía.

EN LA CAMARA DE DIPUTADOS
(De "LA LEY" del 21 de junio de 1906)
La exclusión del diputado demócrata don Luis E. Recabarren S., hecha ayer por la Cámara respectiva, será sinceramente lamentada por el país.
A su ingreso a la Cámara, el diputado demócrata había dado muestra de una presencia de espíritu, de una energía de carácter y a la vez una facilidad de expresión que revelaban en él condiciones llamadas a hacerlo un miembro útil y distinguido del Congre­so.
Por otra parte, iba Recabarren a representar en la Cámara las tendencias nuevas que se manifiestan en el Partido Demócrata y que prometen llevar a este joven partido por rumbos diversos de los que ha traí­do hasta ahora, acercándolo realmente a los intere­ses y aspiraciones populares.
Fuera de todo esto, era un hecho que Recabarren había obtenido su investidura popular en buena lid y que había llegado a la Cámara con poderes correctos.
No había, pues, razones que aconsejaran a la Cá­mara excluir de su seno a un diputado elegido en condiciones regulares y cuyo derecho era tanto más respetable cuanto que el excluido figura en las filas del partido popular.
La fracción lazcanista dio, sin embargo, batalla pa­ra expulsar al diputado demócrata prevaliéndose de la situación especial que resultaba de la circunstan­cia de figurar el reclamante en las filas de uno de los grupos de la Unión Liberal.
El reclamante era, en efecto, don Daniel A. Espe­jo, distinguido miembro del Partido Radical que no había obtenido la mayoría de los sufragios en la agrupación electoral de Antofagasta.
Pidió el Sr. Espejo que se anularan ciertas mesas y se hicieran funcionar otras que no habían funcio­nado en la elección.
Las pruebas rendidas no acreditaban suficiente­mente la justicia con que se pedía la nulidad de al­gunas mesas, y a lo sumo cabía mandar funcionar aquellas que no lo habían hecho en marzo.
Para los radicales era, sin duda alguna, muy do­loroso no prestar amparo a un correligionario por muchos títulos acreedor a él, pero en presencia de la situación clara del diputado demócrata y de las especiales condiciones en que se hallaba colocado, no cabía vacilación.
Un diputado radical creyó, no obstante, que no po­día negar su concurso y su defensa al correligionario que reclamaba, y a su lado se colocó resueltamente la fracción lazcanista de la Cámara, formando las co­sas hasta llegar a producir la situación que ayer se produjo y que trajo por resultado la exclusión de Re­cabarren.
Lamentamos vivamente lo ocurrido, tanto más cuanto que por estar de por medio un miembro del Partido Radical pudiera creerse que tiene este par­tido una responsabilidad que no le afecta.
La fracción demócrata que acompaña a Recaba­rren sufre con la exclusión temporal de éste una seria contrariedad; pero seguramente sabrá sobrelle­varla con entereza y no modificará los rumbos en que ha entrado con aplauso general.
Nota.-
Este artículo que publicó "La Ley" reflejó, más o menos, el estado de las intrigas que motivaron mi expulsión de la Cámara.
El grupo lazcanista despechado porque no pudo ob­tener mi cooperación a la candidatura Lazcano de­cidió mi expulsión, seguro de que contaban con el concurso de los diputados radicales interesados en el ingreso de Espejo.
Entre el interés sectario de aquella ocasión y el odio a los ideales de mejoramiento de los obreros, se decidió mi expulsión.
¡He ahí la clase privilegiada!

EL DESCENSO DE LA CAMARA
(De "El Imparcial" del 21 de junio de 1906)
Los sucesos de la Cámara de Diputados, así como los de la Cámara de Senadores, constituyen las más grandes vergüenzas de la situación.
No se explica uno cómo se ha corrompido en tal forma el sentido moral de muchos de los representan­tes del pueblo, para no sentir el menor sonrojo en arrojar de sus sillones a algunos de sus colegas legí­timos y satisfactoriamente elegidos.
Actitud tan reprensible, tan fuera de los límites de la caballerosidad y la honradez, tan poco digna, y sobre todo tan artera, merecen la condenación mas violenta y unánime del país.
Y esa actitud es peor aún, es más atentatoria y de una iniquidad incalificable, al arrojar de la Cámara a don Luis E. Recabarren sin oírlo, sin respetar su dolencia de enfermo, sin consideración de ninguna especie, como se echa a la calle a cualquier trafi­cante molesto.
Y si se toma en cuenta todavía que el señor Reca­barren es un obrero, y un obrero que se ha formado solo, que ha conseguido descollar, mediante sus cua­lidades propias, que no ha comprado a vil precio su elección, como la generalidad de los miembros del Congreso, el atropello se hace más bárbaro, envuelve las proyecciones de un verdadero crimen político, co­mo lo dijo el señor Veas en la misma Cámara.


[1] Massardo, Jaime. La formación del imaginario político de Luis Emilio Recabarren. LOM Ediciones, Stgo., 2008. Ver Bibliografía de la monografía de Massardo. (Nota de A.P.H.S.)
[2] Si en mi conciencia no conocía a Dios ¿cómo iba yo a in­vocar su nombre para jurar?
Yo he estimado, desde que tengo conciencia, que la mejor virtud que debe poseer y cultivar el ser humano, es la verdad.
La verdad debe merecer el respeto de todas las gentes que se llaman cultas.
Si yo dije en la Cámara que no creía en Dios, y al decirlo con ruda sinceridad, yo decía una verdad sentida por mi con­ciencia, ello era digno de todo respeto.
¿Qué culpa tengo yo de no creer en Dios? Si Dios no ha llegado hasta mi conciencia ¿por qué le he de ocultar la ver­dad? Hablo de Dios en el concepto vulgar de la palabra, ya que así es como se emplea siempre.
Las gentes están ya habituadas a vivir en la mentira y para la mentira y se asustan cuando ven un hombre capaz de expo­ner, sentir y concebir la verdad.
Yo creo que es necesario abrir el camino para que la ver­dad atraviese la vida, se impregne en ella, y reine en el cora­zón de las gentes inspirando todos sus actos.
Nada hay más bello que la verdad. Si yo digo que no creo en Dios hago bien para que lo sepan los creyentes y procuren convencerme del error en que me encuentro si acaso estiman que ese es su deber.
Si yo vivo en silencio, ocultando mis pensamientos, todos creerán que yo creo en Dios y nadie entonces se esforzará por convencerme de mis errores.
Cuando yo juré -cumpliendo la ley- supuse creer en Dios y si yo guardo silencio todos hubieran pensado que yo creía en Dios y con mi silencio los habría engañado. Fijémonos que esa ley obliga a mentir y reflexionemos sobre su valor moral.
El hombre que engaña es un traidor, es un ser indigno. Yo me hubiera sentido avergonzado si una mal entendida conve­niencia me hubiera impulsado a silenciarme, porque así habría engañado a los que observaban mi conducta.
Si he hecho mal con decir la verdad, que caiga sobre mí la sanción merecida. Mientras tanto yo creo aún que obré bien. Creo que todo ser que ama la verdad debe enseñarla aunque sea con sacrificio de los egoísmos, de las vanidades y de las mal llamadas conveniencias sociales. De otro modo el hombre y el mundo retardarán su marcha hacia la perfección.
Este folleto está destinado sólo a esclarecer mi conducta respecto a mi actitud sobre el juramento y esto no me permite expresar lo que yo pienso de Dios, cosa que haré en otra opor­tunidad; además mis recursos económicos no me permiten hacer más extenso este librito; sin embargo diré en breves frases lo que yo pienso de Dios.
Dios, en mi concepto, es la VERDAD, la SABIDURIA y la JUSTICIA supremas. Esta Trinidad es el fruto moral de la Humanidad que a su vez está formada por los seres humanos. Teniendo este concepto de Dios, cada ser es un átomo, una cé­lula de Dios, es decir, cada persona es una parte de Dios; cada ser es un átomo, una célula de esa Trinidad formada por la verdad, por la sabiduría, por la justicia.
En consecuencia con el átomo de verdad, sabiduría y jus­ticia, que cada ser posea y de las accionas que ejecuta inspirado en ellas, se forma en la Humanidad la verdad, la sabiduría y la justicia suprema, trinidad de que se forma la expresión Dios.
Según el criterio de cada persona juzguen o analicen mi concepto.
Sólo así yo concibo que el hombre sea la imagen y seme­janza de Dios y de que Dios está en todo lugar y de que todo le está subordinado y de que todo emana de él, así el bien como el mal.
A medida que progrese la perfección individual, progresa­ra la perfección humana y entonces los frutos de la Perfección Humana; verdad, sabiduría y justicia serán superiores, para re­glar cada vez mejor los destinos humanos.
Por esto todos debemos trabajar por el más rápido y más grande desarrollo de la educación.
[3] Durante dos años que yo estuve en Tocopilla y en el tiem­po que permanecí en libertad no hubo una sola huelga u otro hecho que pudiera dar márgenes a las suposiciones que hace este artículo. La verdad es que las autoridades, para com­batir nuestra acción educadora, por medio de su prensa nos presentaron con un aspecto de violentos. La persecución que se nos hizo, con el proceso contra los miembros de la Man­comunal NO TENIA BASE ALGUNA EN HECHOS RIVALIZADOS; toda la base era la opinión escrita expre­sada en el periódico semanario que yo redactaba. (L.E.R.S.).