lunes, 8 de noviembre de 2010

Proceso contra la Sociedad Mancomunal de Tocopilla

[Reconocimiento(OCR): Archivo de Historia Social. Chile, noviembre, 2010.
Fuente: Folleto aparecido en Santiago en 1905. Imagen digital en formato pdf: http://www.memoriachilena.cl/archivos2/pdfs/MC0000126.pdf]


Luis Emilio Recabarren
PROCESO OFICIAL CONTRA LA SOCIEDAD MANCOMUNAL DE TOCOPILLA
(1905)

LA PERSECUCION GUBERNATIVA
PROCESO OFICIAL CONTRA LA SOCIEDAD MANCOMUNAL DE TOCOPILLA

Respuesta a la Acusación Fiscal
POR
LUIS E. RECABARREN S.
OBRERO-TIPÓGRAFO

El 25% de la utilidad se destinará a la Mancomunal de Valdivia, con el objeto de que adquiera una Imprenta para la publicación de un periódico.
SANTIAGO DE CHILE
Imprenta Mejía, de A. Poblete Garín.
CALLE DE NATANIEL, NÚM. 65
1905


[En las primeras páginas del folleto se repite la portada pero indicando los detalles de la primera edición, esto es, la ciudad de Tocopilla y el año de 1904, además se incluye la siguiente inscripción:]
El 25% de la utilidad que produzca la venta de este folleto, será destinado a la Mancomunal de Valdivia, con el objeto de que obtenga una imprenta propia para su des­arrollo, i para el progreso e instrucción de sus asociados i del pueblo.
El resto se empleará en la impresión de otros folletos de propaganda educativa.


INTRODUCCION
La publicación de mi respuesta a la acusación del Promotor Fiscal, en los procesos en que deliberadamente se envolvió a la Mancomunal y al infrascrito, como direc­tor del periódico EL TRABAJO, requiere una explicación exacta de todos los hechos para formar la conciencia pú­blica.
La sola publicación de todos los antecedentes sería una sanción que pesaría como montaña de granito sobre los conculcadores del derecho, los amordazadores de la pren­sa, los esbirros de la Libertad.
Pero como sería imposible llevar a nuestros lectores a través de un expediente de 850 páginas, en que campean a la par las más insulsas declaraciones, las más descabe­lladas notas de la autoridad y los más ilegales y torpes pro­cedimientos de Fiscales, Jueces y Ministros, habremos de detenernos solamente a hacer un breve estudio de los más importantes documentos y de los preliminares con que se llegó a los famosos procesos que dieron lugar a tantas prisiones de obreros y a tantos crímenes de la autoridad.
He aquí la exposición verídica de los hechos y los antece­dentes que dieran lugar al desenfreno de las autoridades y a la persecución de los capitalistas.
I
El 1° de Mayo de 1902 se fundó en Tocopilla la Com­binación Mancomunal de Obreros, que debía servir al soco­rro mutuo, a la instrucción, al establecimiento de coope­rativas, a la defensa, a la propaganda social por medio de la prensa, y a la protección de sus asociados en todas sus manifestaciones.
Los trabajadores en general recibieron con entusiasmo esta nueva manifestación de la cultura, este refugio del dolor y de la esperanza, esta brillante iniciativa de la so­ciabilidad futura, y corrieron a engrosar sus filas con la fe en el corazón y la convicción en el alma.
La burguesía la recibió con cierta aquiescencia, sin tra­tar de detener su paso, pero sin tratar tampoco de impul­sarla, ni mucho menos de protegerla.
Se elevó por el esfuerzo exclusivo de los trabajadores, y bien pronto principió a prestar los servicios a que estaba destinada.
En Septiembre de 1903 se acordó la publicación de un periódico destinado a la propaganda y al servicio directo de la institución. En el mismo mes se adquiría la impren­ta por donde debía editarse, y el 18 de Octubre EL TRABAJO hacia su aparición, en medio del entusiasmo y la febril alegría de todo el pueblo trabajador, que lo acogió como al Mesías de la redención social.
La Mancomunal tuvo entonces un impulso poderoso.
La piedra filosofal de la prosperidad humana —la Unión— se había descubierto aquí con la más halagadora verdad.
Todos los trabajadores del puerto, de las minas y de la pampa venían presurosos a mantener o consolidar con su aliento vivificador el edificio de la fraternidad social.
Ya en Enero del presente año, 3.000 voluntades se ha­bían unido al influjo purísimo de aquellos ideales.
El periódico, en su marcha siempre ascendente, estu­diaba y difundía todas las ideas capaces de concurrir al perfeccionamiento de la humanidad, y en el seno de la so­ciedad brotaban y se ponían en práctica proyectos hermo­sísimos, que debían producir los frutos exuberantes del bien, de la concordia y de la felicidad de cada uno de sus asociados.
Se socorría y atendía con esmero a los socios enfermos, se establecía una escuela taller de tipografía, se aprobó un proyecto de cooperativas de consumo, se arrendó un te­rreno a inmediaciones de las salitreras y se proyectaba edificarlo—como está en la actualidad, — para establecer una pulpería (almacén), donde los socios tendrían merca­derías con un 50% menos que en las oficinas (estableci­mientos salitreros, especie de feudos.)
De este modo los capitalistas vieron afectados sus inte­reses, porque veían que se les escapaba el venero que por tanto tiempo habían explotado a su sabor.
Las pulperías de las oficinas salitreras—según una me­moria de la Compañía Anglo-Chillian—habían llegado a producir una utilidad superior a la misma explotación del salitre.
De aquí que la actitud de la Mancomunal fuera desde ese momento una amenaza para los capitalistas, amenaza que era indispensable hacer desaparecer.
Se fraguó entonces la persecución, y las autoridades in­clinaron la cerviz ante el oro corruptor, haciendo caso omiso de la libertad de la prensa, de la libertad de aso­ciación y de la libertad individual.
II
El 15 de Enero de 1904, el Promotor Fiscal, Francisco Basterrica, acusaba al Directorio de la Mancomunal por subversión y amenazas, basándose exclusivamente en la propaganda social y anti-militarista que venía desarrollan­do EL TRABAJO.
Esta acusación fue precedida del requerimiento del en­tonces Ministro del Interior, Arturo Besa, para que se acu­sara como delito común lo que la ley llama abusos de la libertad de imprenta. (El telegrama se copia en la contes­tación a la acusación fiscal.)
Se acompañaron también varios otros documentos cu­riosos y sin base legal, entre los cuales figura una nota del teniente R. Valenzuela Hurtado, dirigida al Gobernador y Comandante de Armas del departamento, y que no pode­mos prescindir de copiar, a fin de que nuestros compañe­ros se impongan de los puntos que calzan las imbéciles e ignorantes autoridades del país.
Dice así:
(Hay un timbre)—“Adjunto se servirá encontrar US. nue­ve ejemplares del periódico EL TRABAJO, que se edita en este puerto y que es el órgano y propiedad de la Sociedad «Combinación Mancomunal de Obreros», y por los cuales podrá ver US. que la redacción y propietarios del periódico se han hecho reos de un delito militar considerado en el art. 1.° del tít. 73 de la O. J. del Ejército.
En efecto, el citado artículo de la Ordenanza dice: «Toda persona de cualquiera especie, sexo o calidad que sea, que contribuyere a la deserción de tropa del Ejér­cito, aconsejando o favoreciendo este delito», etc., etc., y como los ejemplares que acompaño aconsejan bien clara­mente al soldado a abandonar, a huir del cuartel, hacien­do aparecer odiosa y ruin la vida militar, como podrá verlo US, leyendo el aviso repetido ya por dos veces y que dice: «Nada mas odioso que ser militar, así es como el hombre se convierte en verdugo y asesino de sus mis­mos semejantes. SOLDADOS: HUID DEL CUARTEL: es más digna la herramienta que el sable», aviso que aparece en los números 8 y 9. El mismo núm. 8 dice: «La sacristía, la bolsa y el CUARTEL son tres centros de CORRUPCION.»
También puede ver US. la composición en verso ti­tulada «Al soldado», que aparece en el núm. 4, y en la que se compara la vida y la exactitud militar al acudir al golpe del tambor, con la vida y la exactitud de la mula que acu­de al son del cencerro!
Pero, aún más; en un artículo firmado por Luis E. Re­cabarren S., que aparece en el núm. 4, la propaganda es más descarada. Las frases que copio no dejan lugar a duda de que el autor del artículo «Nuestro peor enemigo» por una parte y la redacción por otra, por su artículo de fondo titulado ABUSOS EN CHAÑARAL, se han hecho reos del delito que denuncio.
Del primer artículo copio lo siguiente: «Trabajaremos incansablemente por que se acaben los soldados, y a los que se queden aconsejémosles, ya que son ellos de nues­tra misma clase, que no disparen ni descarguen sus ar­mas contra nosotros.
Roguémosles que no obedezcan cuando les manden cargar contra nosotros, porque ellos han sido y serán tra­bajadores como nosotros.
Así, pues, seamos amigos de los soldados, para rogar­les que ABANDONEN ese INFAME SERVICIO».
Del segundo artículo mencionado copio lo que sigue: «Las autoridades, soberbias porque hoy disponen de un ejército que NUESTRA PROPAGANDA ha de DESARMAR, y de una escuadra que el océano ha de encargarse de abrigar en sus profundidades, no meditan sus pasos, ni piensan que pronto llegará un día en que nosotros sabremos poner fin a los abusos de que hoy somos víctimas».
En el número 6 del mismo periódico hay un párrafo que dice: «Todos unidos vamos en contra de esas leyes, muy especialmente la del servicio militar obligatorio. Es un CRIMEN el que comete un trabajador contra su misma fa­milia cuando cumple la ley del servicio militar obligatorio.»
Creo dejar duramente establecido que la Redacción y propietarios del mencionado periódico se han hecho reos de un delito militar aconsejando la deserción en la forma que la establece el art. 1.° del tít. 73 de nuestra Orde­nanza: delito que, como US. sabe, se halla sometido a la jurisdicción de los tribunales militares, en conformidad a lo dispuesto por el art. 5.º inciso de la ley de 15 de Oc­tubre de 1875.
Y como he visto circular entre la tropa de mi mando, clandestinamente, este periódico, y temiendo que puedan llegar a producirse «las conversaciones» o especies que puedan originar trascendencias o dar mal ejemplo a la su­bordinación y disciplina, como dice el art. 57 del tít. 80 de la Ordenanza General del Ejército y atendiendo, también, a la precisa obligación que este mismo artículo me im­pone, so pena de ser depuesto de mi empleo, doy cuenta a US. de esta propaganda, para su conocimiento.
Debo advertir a US. que a los pocos días de llegar a este puerto el destacamento que comando, hubo un de­sertor en la persona de Benjamín Ramírez, ex-cabo 1º del Regimiento Arica y contratado como soldado en mi cuer­po. Este individuo ya había estado de guarnición aquí, creándose amistades entre los mismos que escriben para dignificar uno de los mas feos delitos militares, cual es la deserción.
Como US. verá, no sólo se aconseja y dignifica la de­serción, sino que en los párrafos que más abajo copio se llega a la sedición.
Dice el párrafo así: «Ruguémosles, refiriéndose a los soldados, que NO OBEDEZCAN cuando les MANDAREN car­gar contra nosotros».
Delito es éste expresamente penado por el art. 148 del tít. 80 de la misma Ordenanza, pena que por el art. 141 se hace extensiva a todos aquellos que teniendo noticia de él no lo denuncien.
Lo expuesto, que dejo ampliamente justificado con los ejemplares auténticos que acompaño, me coloca en la im­periosa necesidad de dar cuenta de ello a US., y de acuer­do con las disposiciones citadas y con lo que dispone el inciso 4.º del art. 5.º de la ley de 15 de Octubre de 1875, de pedir a US., si es de su superior agrado, se sirva tomar las providencias que la misma Ordenanza General del Ejército señala.
Saluda a US.—Teniente R. VALENZUELA HURTADO.— Al señor Comandante de Armas del departamento.”
Juzgue el lector por la lectura de la nota anterior, la sa­biduría de las autoridades de Tocopilla, y sobre todo la del gobernador, Víctor Gutiérrez, que ha dirigido en persona todo este atropello inaudito contra la prensa de la clase trabajadora y contra ésta misma, atropello amparado y protegido por las Cortes de apelaciones y por el gobierno liberal-democrático que presidía el país.
El juez decretó entonces orden de prisión contra el Di­rectorio de la Mancomunal y el director del periódico, or­den que se cumplió inmediatamente.
Se nos mantuvo detenidos hasta que un ministro de la Corte de Tacna hubo de ordenar nuestra libertad, en vista de los gravísimos abusos cometidos por el juez y demás autoridades que  han intervenido en este proceso.
Pero el ministro no se concretó solamente a esto, y se extendió en un estudio de la cuestión social, que ha dejado en el ánimo nuestro la más pobre idea de la suficiencia de las autoridades que gobiernan el país.
Corren en el proceso cerca de sesenta declaraciones de trabajadores del puerto y de la pampa, y en ellas se esta­blece, acaso como una burla cruel, por algunos operarios: que en ciertos dias comen pan con mantequilla, otros que también se dan el lujo de comer huevos, otros que al­muerzan y comen con vino, y otros que tienen su querida; pero todos declaran que viven escasamente con un salario de cien pesos mensuales, más o menos.
¿Se necesitan estas declaraciones para saber que aquí, como en todo el mundo, está latente la cuestión social?
¿No se sabe que donde existen explotadores y explotados, gobernantes y gobernados, miseria y riquezas, trabajadores y patrones, allí habrá de existir eternamente la cuestión social?
Ah! es que la ridiculez ha de constituir siempre la no­ta típica entre los burgueses.
III
Después de la primera prisión, con que consiguieron paralizar la publicación de EL TRABAJO, éste continuó su marcha con iguales bríos, y entonces iniciaron el juicio ci­vil sobre liquidación de la Sociedad, pedida por un ex-so­cio que se había vendido al oro de los burgueses.
En este nuevo juicio incidió el secuestro de la imprenta (7 de Marzo), decretado fuera de toda ley, por el mismo Juez autoritario, déspota y sin honra que se hallaba entre­gado a los capitalistas salitreros.
Pero el pueblo, ante un atropello tan audaz, contemplan­do el robo de que se le hacía víctima, no pudo contenerse y cargó contra los esbirros, arrebatándoles lo que en reali­dad constituía el fruto de su trabajo.
El golpe había sido preparado con maestría, y aunque no pudieron robarse la imprenta, EL TRABAJO no podía ya continuar publicándose; y... nueva prisión a los deshe­redados de la fortuna que tuvieron el coraje de defender lo que les pertenecía.
Tres días después era yo puesto en libertad bajo fianza, junto con los demás compañeros.
Sin embargo, el mismo día se me habían secuestrado nueve cartas que fueron abiertas por el Gobernador, en las cuales daba cuenta a mis amigos del Norte y Sur de la Re­pública de los sucesos que tuvieron lugar el día 7 de Marzo.
Con este delito (violación de correspondencia) cometi­do por el Gobernador, se me inició nuevo proceso por propalar ideas que tienden al anarquismo en su forma más violenta (¿?)
Y por este delito — que ninguna ley de Chile contempla— se me mantuvo en la cárcel cerca de siete meses, y sólo se me ha puesto en libertad, otra vez bajo fianza, después de la acusación fiscal, cuya contestación publico en este folleto.
Esta pieza es debida a la pluma del compañero Lindor­fo Alarcón H., que, sin ser uno de esos abogados burgue­ses que también han explotado a la Mancomunal, me de­ja ampliamente satisfecho, como creo satisfará las aspira­ciones de todos los que luchamos por los avanzados idea­les de la futura sociabilidad.
LUIS E. RECABARREN S.

NOMINA
de los directores, socios y amigos de la Mancomunal que han sufrido prisiones, con motivo de los sumarios y persecuciones de que se les hizo objeto:
Días
Presidente— Gregorio   Trincado ......................................  20
Tesorero—Juan Figueroa ...................................................  20
Pro-secretario— Justino Bravo ..........................................  20
Director de EL TRABAJO y socio
Luis E. Recabarren S. ............................................  20        1.ª prisión
   “            “                 ............................................  3          2.ª      “
   “            “                 ............................................  210      3.ª      “
Socio   Jerman Olivares  ....................................................   3
   “       José del Carmen Avila ........................................... 43
   “       Marcolin Núñez .....................................................   43
   “      Carlos Sanhueza ....................................................   43
   “       José Miranda .........................................................   43
   “       Aseensio Augusto Q. ............................................   43
   “       Amador Echagüe ..................................................   43
Señora Mercedes da Silva de M. ......................................   1  y      $ 30.00
de multa por haber dado  de pedradas a varios guardianes el 7 de Marzo en el saqueo de la imprenta.
Heridos por la soldadesca el 7 de Marzo:
Jenaro Matamora
Avelino Herrera
Juan B. Valenzuela

RESPONDE
S. J. L. del C.:
Luis E. Recabarren S., procesado por subversión y demás deducido, a V. S. digo:
Las acusaciones que se deducen de los autos y la del Promotor Fiscal, merecen un estudio detenido y amplio que justifique nuestros procedimientos y que detenga con el claro concepto de las leyes los ficticios delitos por que se nos persigue.
Entraré al estudio separado de los dos cuadernos, prin­cipiando por el de “Subversión del orden público y ame­nazas”.
I
La sociedad ha sufrido una conmoción profunda, desde que principiaron a germinar en estas regiones los nuevos ideales del proletariado universal, y de allí salieron a la superficie el señor Ministro del Interior y el Fiscal, como acusadores; la Sociedad Mancomunal de Obreros de este puerto y yo, como acusados.
La acusación—por requerimiento del Ministro del Inte­rior—se basa únicamente en las publicaciones hechas en el periódico EL TRABAJO, de que he sido director; publica­ciones que llevan un sello de verdad y de justicia que no han podido refutar con acierto los eruditos publicistas del país.
El hálito mundial que impulsa las nuevas creaciones pa­ra el perfeccionamiento social, se ha pretendido detenerlo en todas partes, no por la fuerza de la razón, sino por la razón de la fuerza.
Pero ese crepúsculo que se alza no lo alcanzan a cubrir las caducas y desgastadas tradiciones de veinte siglos.
Si los ecos subterráneos del interés personal me maldi­cen por boca del Fiscal, yo alzo la conciencia para arrostrar ese anatema; y la historia habrá de colocarnos a cada uno en el lugar que corresponde.
Desde luego, yo veo el mundo cómo avanza en su pro­greso incesante; yo veo cómo se trasforma la conciencia del proletario; yo veo la antorcha que ilumina la nueva so­ciabilidad; yo veo los nuevos humanitarios ideales cómo se difunden, cómo bullen y se desarrollan, con la clarivi­dencia del bien, en todos los cerebros honrados.
En Inglaterra, en Francia, en Italia, en España, en Ale­mania y aun en la autocrática Rusia hay mil potentes cere­bros que propagan las doctrinas avanzadas y nobles que encauzarán la corriente civilizadora de la sociedad pre­sente.
Si bien es cierto que en algunas naciones las autorida­des no gastan el fósforo cerebral para detener ante la luz de la verdad la civilización moderna, y disponen únicamen­te de la fuerza bruta para vencer a los nuevos apóstoles, debemos tener presente que las leyes de aquellos países coartan en gran parte la libertad del pensamiento, la liber­tad de reunión y la libertad de la prensa, conquistas que en Chile se obtuvieron casi desde el advenimiento de la independencia nacional.
Y sin embargo, desde que en aquellos países brotó la chispa de la emancipación económica y social del proleta­riado, no ha habido poder que detenga la conflagración su­blime que anuncia transformar el presente.
Son las grandezas y magnanimidades de ese culto que sostienen su florescencia, regada con la sangre de muchos mártires!
Y cuando el despótico régimen monárquico se ha visto constreñido en su amplia esfera para detener la acción de los nobilísimos propagadores de la verdad, parece un sar­casmo que en Chile se intente aherrojar la libertad con el propio manto con que sus hijos la arrebataran a la monar­quía española,
Y todavía, si esa libertad la pusiéramos en ejercicio para procurar el mal de nuestros semejantes acaso, como una obra previsora, tendremos derecho para salvar el abismo conservando el pasado.
Pero si esta fórmula no se ha podido justificar en el ta­miz de la razón, es el más gravísimo absurdo tratar de consolidarla ad libitum con la fuerza del poder o con la fuerza de las armas.
Para patentizar la bondad o excelencia de las doctrinas sociales que una pléyade inmensa va difundiendo en el orbe entero, nos bastará hacer una rápida excursión por los fecundos y florecientes campos que en estos momentos sustenta la fraternidad humana.
Con el nombre de democracia en Chile, de socialismo en Francia, Australia, Alemania, etc. y de anarquismo en España, Italia, Rusia, se han reunido grandes agrupa­ciones de trabajadores para reformar las leyes y costum­bres preexistentes.
Se quiere que la humanidad alcance un grado de per­fección en armonía con la cultura y la ilustración que vie­ne perfeccionando la individualidad.
Se quiere que todos, sin excepción, lleguemos a nutrir el cerebro con la simiente bienhechora del saber; que las nítidas vibraciones de la inteligencia humana se asimilen en todos los seres; que las comodidades se repartan en todos los hogares; que la producción del mundo abastezca a sus productores; que la pródiga naturaleza cubra todas las miserias; que los crímenes desaparezcan de la tierra en todas sus formas, dignificando el bien y la honradez; que desaparezca todo lo superfluo, para dar cabida a todo lo útil y lo bello; que nos acostumbremos a ver en cada hom­bre un hermano.
¿Es esto subversión?
Pues bien, llámese subversión a ese enigma sublime, que forma la encarnación de lo grande, de lo justo y de lo bello; que mientras haya una conciencia honrada y noble habrá quien pueda mantener incólume los principios en que se cifra la felicidad humana.
Los innovadores tuvieron siempre un calvario, desde donde alumbran al Universo con irradiaciones eternas.
Allí está Sócrates, a quien se le hizo beber la cicuta; Galileo abjurando en el tormento; Juan Huss, Jerónimo de Praga y Giordano Bruno en la hoguera; Hebert y Babeuf, en la guillotina; Flourens y Ferré en el banquillo.
De ahí que exclamara convencido Etievant:
“Nosotros somos mañana y vosotros sois ayer, y no hay potencia humana capaz de impedir que el minuto que transcurre no nos acerque a mañana y no nos aleje de ayer...
El ayer ha querido en todo tiempo cerrar el paso al mañana y ha sido vencido siempre en su misma victoria, porque el tiempo que ha pasado en vencer le ha acerca­do a su derrota.”
Ideales que tienden a la perfección, con el único objeto de llevar al seno de la humanidad la mayor suma de feli­cidad, y que buscan la fórmula de un bienestar verdadero, ¿pueden en Chile llamarse subversivos?
II
Expresado lacónicamente mi pensamiento en el capítulo anterior, pasaré al estudio parcial de las acusaciones:
El señor Ministro del Interior, en telegrama de fecha 26 de Diciembre de 1903, dice al señor Intendente de la provincia:
“Promotor Fiscal Tocopilla ha debido acusar periódico o diario que publican artículos amenazantes autorida­des, procurando inspirar odio al gobierno y subvertir orden público, delitos que no están sometidos a la ley de imprenta; por el contrario, la ley expresa que serán, juzgados como delitos comunes y castigados con arre­glo al Código Penal, lo cual parece ignorar el señor Promotor Fiscal”[1].
Si no tuviéramos conocimiento de que el telegrama ante­rior fue efectivamente dirigido por aquel Ministro de Es­tado, lo habríamos reputado apócrifo, o creído la invención de un cerebro perturbado por innobles agitaciones, o por intereses preconcebidos de lucro personal; pero ha sido la obra de uno de los más altos funcionarios públicos, y es un deber detenerse a estudiarlo a la luz de las leves y destro­zar con ellas mismas el error profundo o la sutil idea con que fue redactada aquella pieza.
Ese telegrama fue la primera clave con que se inició la persecución jurídica a la Mancomunal de Obreros de este puerto, y especialmente al periódico EL TRABAJO, y tiene una notabilísima analogía con los desgraciados sucesos que se desarrollaron poco antes en Chañaral, en los estableci­mientos mineros de don Arturo Besa, e inspirados por éste.
El señor Promotor Fiscal, pidiendo la instrucción de este sumario, talvez encontró idéntica analogía, porque hace especial mención de los incidentes desagradables acaecidos en Chañaral; o quizás si el requerimiento vino a producir en su ánimo la convicción de que era necesario sistematizar en el país estos procedimientos, como ejem­plo para las clases trabajadoras.
Todas las deducciones podrían encontrarse lógicas ante las graves irregularidades que envuelve aquel telegrama, ya que no se ajusta a ninguna ley y tiende a violarlas todas.
Así, la Constitución Política de la República, en el capí­tulo IV, art. 10, dice:
“La Constitución  asegura a todos  los habitantes de la República:
7.° La libertad de publicar sus opiniones por la impren­ta, sin censura previa, y el derecho de no ser condenado por el abuso de esta libertad, sino en virtud de un juicio en que se califique previamente el abuso por jurados, y se se siga y sentencie la causa con arreglo a la ley.»
El art. 137 del Código Penal dice a la letra: «Los deli­tos relativos al libre ejercicio del sufragio y a la libertad de emitir opiniones por la prensa, se clasifican y penan res­pectivamente por las leyes de elecciones y de imprenta.”
No hay disposición alguna en el Código Penal que cali­fique como delitos comunes las opiniones que se vierten en la prensa; por el contrario, está taxativamente indicada en el artículo referido la clasificación y pena de estos delitos.
Y si el Ministro de aquella época, desconociendo la ley o tergiversando abiertamente sus disposiciones, requirió al señor Promotor Fiscal en una forma inconveniente e ile­gal, éste no debía ni podía apartarse de las prescripciones expresas de la ley, sin faltar al alto magisterio que le está encomendado.
La opinión del Ministro de Estado de aquella época se vio pronto contradicha por su sucesor en el Ministerio, don Rafael Errázuriz Urmeneta, que en sesión de la Cá­mara de Diputados de fecha 22 de Enero del presente año se expresaba así, contestando una interpelación del diputado demócrata don Malaquías Concha:
“El Gobierno estima que los delitos de imprenta, cual­quiera que sea su gravedad y aún tratándose de artículos subversivos del orden público, deben ser perseguidos en conformidad a la ley de imprenta.
El Gobierno, que tiene el deber de mantener el orden pú­blico, tiene también el deber de asegurar el respeto de las garantías individuales, en conformidad a la ley respectiva.”
La desautorización del Gobierno a su ex-Ministro no pudo ser más franca y condenatoria.
Era en este caso el propio Ministro del Interior quien desaprobaba la actitud de su antecesor, restableciendo la libertad de la prensa, que se había visto conculcada por la complacencia de las autoridades administrativas y judi­ciales.
Y no podía el Gobierno pensar de otro modo en presen­cia de un atentado que no tenía precedentes en la historia de Chile.
Cuando, hace cincuenta años, se acusó por sedición a Francisco Bilbao, a ninguna autoridad se le ocurrió arrastrarlo a la cárcel. Se le juzgó en conformidad a la ley so­bre abusos de la libertad de imprenta.
En los meses anteriores a la revolución de 1891, casi toda la prensa del país registraba artículos incendiarios contra la administración Balmaceda; se pedía la deposi­ción del Presidente, se declamaba violentamente pidiendo la revolución armada, y aún en el periodo más álgido de la propaganda revolucionaria, no hubo una autoridad sufi­cientemente audaz que se atreviera a acallar la voz de la prensa. Fue preciso que la revolución se declarara en ar­mas contra el Presidente de la República, para que éste, asumiendo todo el poder público, procediera contra la prensa del país.
La libertad de pensar no se había visto deprimida en Chile en ningún momento antes de este proceso; por el contrario, cada una de las leyes liberales de que hoy goza , la nación se deben a la propaganda ardiente y fecunda de publicistas como Arteaga Alemparte, Matta, Isidoro Errá­zuriz, Vicuña Mackenna, Santa María, Lastarria, Amuná­tegui, etc., etc., que no encontraron jamás en su camino una valla que detuviera el fuego de la inspiración, en la forma que ellos concebían la conquista del progreso y del bien.
Privar la libertad del pensamiento es como privar al individuo el aire que respira.
Hasta la libertad del pensamiento no le es dado llegar a ninguna autoridad. El pensamiento es, hoy por hoy, la única premisa que caracteriza la individualidad.
Y esta libertad, unida al derecho de publicar nuestras opiniones, que consagran las leyes citadas, aún cuando lleguemos a extralimitarla, no tiene derecho para apreciar­la la justicia ordinaria, como queda demostrado.
Para la libertad de pensar no pueden haber leyes, por­que el laboratorio del pensamiento está destinado a servir a la humanidad.
El día en que por medio de la ley se restringa esta li­bertad, estemos seguros que todos aprenderán a burlar la ley.
De ahí la hermosa concepción de Valtour, manifestada en estas sencillas palabras:
“La libertad de pensar es un tesoro que únicamente se conserva gastándolo”.
III
Dilucidada ya la pieza administrativa que dio origen a este proceso, corresponde entrar al estudio de la acusación del Promotor Fiscal, en que pide la instrucción del suma­rio por los delitos previstos en los párrafos X i XI del tí­tulo sexto del libro 2.º del Código Penal.
Aunque en esta acusación no fui incluido por el Fiscal, V.S. me mandó encargar reo después de la primera decla­ración que presté, por el hecho de ser Editor y Redactor del periódico EL TRABAJO.
En el capítulo anterior he dejado suficientemente de­mostrado que la exposición de mis opiniones por la prensa no es un delito que pueda perseguirse en virtud de las leyes comunes; y así lo estimó también el señor Ministro de la Ilustrísima Corte de Apelaciones de Tacna, que or­denó mi libertad incondicional, denegando a V.S. la fa­cultad de conocer de un asunto previsto en una ley es­pecial.
Sin embargo, como la acusación al Directorio de la Combinación Mancomunal de Obreros se deriva de la marcha que se le imprimiera al periódico, me corresponde de hecho dilucidar también los tópicos de la referida acu­sación.
Principia el Fiscal pretendiendo hacer aparecer a la Mancomunal como Sociedad ilícita, “porque sus fines, se­gún sus mismos asociados, eran de resistencia al Capital.”
Aunque los fines de la Institución se hallan taxativa­mente expresados en los Estatutos que corren en autos, quiero suponer por un momento que sea efectivamente de resistencia al Capital.
Analicemos esta fórmula y veremos el significado de ella.
Las Sociedades de Resistencia que existen en Chile, como las de cualquier parte del mundo, tienen por objeto acumular fondos para evitar la miseria y el hambre cuan­do, por culpa de los patrones, los operarios se ven obligados a paralizar sus faenas a fin de obtener las garantías que desean para su bienestar y comodidad personal.
¿Hay en esto un delito?
Cuándo es el Capital quien paraliza las faenas de la in­dustria, por no convenir a sus intereses y arroja a sus ope­rarios a su propia suerte, ¿comete un delito el  capitalista?
Son dos potencias con iguales derechos. Si el Capital es hoy usufructuario de la tierra o de las máquinas, el traba­jador es dueño de disponer o no de sus fuerzas muscu­lares.
Es la ley de la oferta y la demanda. El Capital me da trabajo si le conviene, yo lo acepto si me place. Esto está contemplado bajo el actual régimen.
¿Hay en esto un delito? Ningún jurisconsulto del orbe lo ha tomado como tal.
Todavía las Suciedades de Resistencia disponen, en muchos casos, de sus capitales con el fin de establecer in­dustrias que proporcionen trabajo a los operarios que indebidamente arrojan los patrones de sus fábricas.
¿Hay en esto un delito?
¿O también es un delito que los desheredados de la fortuna acumulen fondos para precaverse de los azares de  la  vida?
Pero talvez el Fiscal, ignorante de esta forma de resis­tencia, ha tomado el acto de resistir al Capital como una subversión, y en este caso también el Fiscal ha errado la fórmula, y aun hasta ha olvidado la verdadera etimología de la palabra.
«Resistencia.— Es la acción de resistir.—La defensa.— La potencia que actúa contra la motriz de una máquina.»
Esta es la definición de todos los Diccionarios de la lengua castellana.
Y usando una fórmula vulgar podríamos decir:
El ejército-capital ataca al ejército-trabajo. Este re­siste; por consiguiente, no ataca.
La subversión sería en este caso del Capital, que llegaba a combatir al Trabajo; y éste haciendo resistencia a aquel no haría más que ejercitar un derecho estipulado por las mismas leyes: combatir en defensa propia. (Art. 10 del Código Penal).
Parece que el Fiscal trata a toda costa de buscar un delito, y se esfuerza por encontrarlo, tergiversando no sólo los hechos, sino el significado mismo de las palabras.
Luego dice: “Si hasta ahora ha sido más o menos fácil solucionar los conflictos que suelen presentarse entre pa­trones y trabajadores, hay fundados motivos para suponer que no sucederá lo mismo en el porvenir y que, por el con­trario, corren peligros graves de perturbación el desarrollo de las industrias y sus capitales, por causa de la propa­ganda demoledora de la llamada «Combinación Manco­munal», que ha llegado a tal extremo en su periódico EL TRABAJO, que el señor Ministro del Interior ha requerido a este Ministerio para que entable acusación criminal, como puede verlo V. S. en la nota núm. 399, fecha 26 de Di­ciembre último, que acompaño [2].
La autoridad administrativa ha visto en los artículos publicados en el periódico antedicho, amenazantes y sub­versivos, no un motivo para aplicar la ley de imprenta, sino que los considera como delitos comunes y, por lo tanto, bajo la sanción del Código Penal.”
La infalibilidad de la autoridad administrativa ha que­dado por tierra ante la ley y ante la resolución judicial, como lo dejo expuesto.
Y de este mismo hecho se deduce implícitamente que la Combinación Mancomunal no tiene responsabilidad al­guna por las opiniones y la propaganda que el Director de EL TRABAJO hiciera en esta publicación, sin haber tra­tado de eludir la responsabilidad que a él pudiera afectarle; y, por consiguiente, los Directores de aquella Institución quedan también bajo la misma irresponsabilidad.
El Fiscal cifra su suposición de peligros graves de per­turbación, en la propaganda del periódico, y siendo éste el único responsable de esta propaganda, la Sociedad y su Directorio quedan eliminados.
Según el artículo 1.° de la ley de 17 de julio de 1872, es responsable de todo abuso de la libertad de imprenta el impresor que hubiere hecho la publicación y, por consi­guiente, es una anomalía jurídica pretender que la respon­sabilidad por la publicación de artículos periodísticos pueda afectar a una colectividad numerosa.
Si la Combinación Mancomunal, en vez de ser una Sociedad benéfica de socorro mutuo, hubiera sido una asociación periodística, ¿se haría responsable de las publi­caciones a la asociación, o se ocurriría contra el editor?
Plantear esta tesis es resolverla.

Continúa el señor Fiscal:
“Lejos de organizar los socios y directores de la deno­minada Mancomunal de Obreros una asociación permitida por la ley, han formado una sociedad o asociación ilícita, atentatoria contra el orden social y contra las personas o propiedades, como se demuestra en los documentos acom­pañados».
La perspicacia del señor Fiscal ha extralimitado las concepciones más sutiles; porque con ninguno de los documentos que se acompañan se puede comprobar, no digamos la ilicitud de la asociación, pero ni siquiera su intervención en ningún acto de dudosa corrección.
En las notas y cartas que se acompañan—notas y cartas de partes interesadas—se deja constancia que en algunos desórdenes promovidos hasta por soldados del Ejército, se vivó a la Mancomunal y se dieron mueras a la policía. En un desorden callejero que se desarrolló en una fonda, a las 2 A. M, del día 2 de Enero último, el señor Prefecto de policía establece que un individuo perteneciente a la Mancomunal profirió expresiones como éstas: Viva la Mancomunal! Abajo los futres! Mueran los pacos!
Si no fuera que estas notas sólo pueden causar la hila­ridad de quien las lea, trataríamos de demostrar la ninguna conexión que existe entre las expresiones de un individuo en su acción privada y las ideas que sustenta una institución honrada.
Entre los documentos acompañados figura también una carta que el Presidente de la Mancomunal, don Gregorio Trincado, dirige al señor Pedro Alzamora, rogándole se sirviera reponer en su trabajo a un operario que injustifi­cadamente había sido suspendido, carta que termina con estas lícitas y honrosas palabras: Ruego a Ud. encareci­damente que trabajemos por la armonía de patrones y trabajadores, que es tan necesaria para el progreso de ambas partes.
¿Y a esta intervención honrada se le llama ilícita?
¿Y a estos procedimientos, que las leyes designan como de hombres buenos, el señor Fiscal los llama atentatorios contra el orden social?
Quiero admitir que esa carta hubiera sido la expresión directa de la Sociedad; ¿de qué modo atentaba al orden social?
¿Desde cuándo los ruegos se han convertido en ame­nazas?
¡Oh! esto tiene un calificativo que no puede emplearse, por no faltar al respeto que el Juzgado exige.
Además, el señor Fiscal no se dio el trabajo de buscar la ilicitud de la Sociedad ni los atentados que ella pudiera realizar, quizás por el temor de no encontrar ni una ni otra cosa, y se remitió en globo a una serie de documentos intonsos, que jamás podrán justificar una incorrección, y que parece buscados exprofeso para este caso (f. 21 a f. 42)[3].
Como la inculpabilidad de la Sociedad era manifiesta y tan clara como la luz del día, el señor Fiscal parece que no podía apartar su imaginación de los cáusticos artículos de EL TRABAJO, y vuelve sobre él todavía con mayores bríos, impelido por la comunicación del teniente Valen­zuela Hurtado, de fecha 15 de Diciembre de 1903, corriente a fs. 22. (Esta nota se copia al principio).
Y dice:
“En el periódico EL TRABAJO se aconseja al pueblo a la rebelión, se insulta a las autoridades constituidas, se amenaza a los gobernantes y a los industriales con la des­trucción de sus propiedades y con la muerte; se declama contra la ley de Reclutas y Reemplazos, aconsejando a los ciudadanos a que no cumplan con ella; se deprime al Ejército y se aconseja a los soldados la deserción, delito expresamente condenado por la ley y que cae bajo la sanción de la Ordenanza Militar”.
Analizada ya la libertad de expresar nuestras opiniones, se hace necesario contemplar el nuevo delito descubierto por el expresado teniente de ejército y patrocinado por el señor Fiscal en la parte final del párrafo trascrito.
Con el requerimiento del Ministro del Interior, el señor Fiscal califica la libertad de imprenta como delito común, y con el requerimiento militar nos pone bajo la sanción de la Ordenanza Militar.
Pero no tomemos en consideración estas contradic­ciones, y tratemos de descubrir la responsabilidad que pueda deducirse en este último caso.
Es verdad que hemos declamado contra la ley de Reclu­tas y Reemplazos, porque a nuestro criterio repugna el servilismo y la humillación.
¿Este procedimiento constituye un delito?
No lo estimamos así. Y para probarlo será suficiente recordar que la abolición de la ley de Guardias Nacionales llegó a realizarse después de una campaña de varios años, por la prensa, en el comicio público y en el Parlamento.
El partido democrático en 1887 inscribió en su progra­ma, como una de sus primeras aspiraciones, la supresión de la Guardia Nacional.
Y sin embargo, ni la autoridad administrativa, ni la autoridad judicial, ni la autoridad militar se creyeron con poder suficiente para detener aquella propaganda directa contra el ejército, por la abierta desigualdad social que encerraba.
Por el contrario, el Congreso acogió el clamoreo de la opinión pública, e impelido o no por ésta, decretó la abo­lición de aquella ley que no satisfacía en absoluto los prin­cipios de igualdad que en aquella época solo principia­ban a germinar entre las clases populares del país.
La reforma es la eterna ley de la evolución; y ella no podría producirse si no hubieran espíritus viriles que seña­laran a la opinión los defectos de nuestra constitución so­cial, económica o política.
Si EL TRABAJO ha hecho una campaña abierta contra la institución llamada ejército, ha usado de un derecho que nos acuerdan las leyes y que la práctica ha conso­lidado.
Si mañana solicitamos en esta misma publicación la se­paración de la iglesia del Estado, ¿incurrimos por ello en un delito?
Si solicitamos la supresión del Consejo de Estado, del Presidente de la República o de una de las ramas del Po­der Legislativo, ¿incurrimos por ello en un delito?
Es evidente que no.
Hoy mismo algunos partidos políticos y varios diarios de la capital solicitan no sólo la separación de la Iglesia del Estado, sino la suspensión de la Ley de Garantías Indivi­duales, para expulsar del territorio a los frailes nacionales y extranjeros.
¿Y quién ha visto un delito en esta actitud? Nadie; la prueba es que la propaganda continúa.
¿Uno de estos mismos diarios no pedía también, a pro­pósito de las huelgas habidas en la zona salitrera y de la propaganda de los periódicos mancomunales, la abolición para éstos de la libertad de imprenta?
¿Y quién de entre nosotros ha pedido la horca para los que así se han expresado? Estas son opiniones, malas o buenas, según los casos, pero que entran en la libertad de pensar.
Ahora ¿por qué a esta ley de la evolución habría de es­capar aquella institución armada que, desde hace veinte siglos, los más grandes pensadores la han considerado como un azote para la humanidad, como un enjambre de parásitos indignos de la civilización y la cultura?
Séneca decía a este respecto:
“Se castigan los asesinatos que cometen los particula­res. ¿Y qué se dirá de las guerras y de los asesinatos que llamamos gloriosos porque destruyen naciones enteras? El amor de las conquistas es una locura: los conquistadores son azotes más funestos a la humanidad que las inunda­ciones y los terremotos. Alejandro, bandido ya en la in­fancia, destructor de naciones, apreciaba como un bien soberano ser el terror de los hombres”.
Víctor Hugo, contemplando las miserias de la tierra y las grandes calamidades de la guerra, exclamaba in­dignado:
“Una sociedad que admite la miseria, una humanidad que admite la guerra me parecen una sociedad y una hu­manidad inferiores; yo tiendo hacia una sociedad y una humanidad superiores: sociedad sin reyes, humanidad sin fronteras”.
Allí donde más se blasona de la libertad, allí donde se proclamaran los derechos del hombre, en la republicana Francia, el diputado nacionalista de París Mauricio Spronk, escribía:
“Cuando el militarismo colme la medida del ridículo, de la vergüenza y del horror que implica su esencia misma, se hundirá ante los aplausos unánimes de los pueblos”.
J J. Rousseau decía:
“Las tropas regulares han sido creadas en apariencia para contener al extranjero, en realidad para oprimir al habitante”.
Mirabeau:
“Las tropas regulares han sido y serán siempre el azote de la libertad”.
Todavía Anatole France, miembro de la Academia Francesa, escribe estas candentes palabras: “El ejército es la escuela del crimen”.
El venerable conde León Tolstoi en una de sus últimas obras, “La Aurora Social”, se expresa así:
“Sólo disminuirán y desaparecerán los ejércitos cuando la opinión pública cubra de oprobio a los hombres que por miedo o codicia venden su libertad y se alistan en esas partidas de bandoleros llamados ejércitos; cuando los hombres—ahora desconocidos y condenados—que a pesar de todos los padecimientos y de toda la opresión, rehúsan entregar su libertad en manos de los demás hombres y con­vertirse en instrumentos de muerte, sean proclamados he­raldos y bienhechores de la humanidad. Sólo entonces em­pezarán a disminuir los ejércitos, y luego quedarán des­truidos, y empezará una era nueva en la vida de la huma­nidad. Y ese tiempo no está distante”.
Según los últimos descubrimientos de la antropología criminal, los grandes conquistadores y guerreros deben colocarse en la categoría de criminales que padecen de epilepsia larvada, manifestándose por una especie de idio­tismo moral, degeneración de los sentimientos afectivos, que colocan a estos hombres en un nivel inferior, cercano al salvaje.
Lombroso, Savage, Jaine y otros historiógrafos aseve­ran que las guerras tendrían mucho de estos frutos idio­tas y de esas impulsiones morales al daño y a la destruc­ción de nuestros semejantes.
Son conocidas las obsesiones crueles de Napoleón, Ju­lio César, Pedro el Grande, las ramas de los Borbones en Francia, etc.
¿Cuántas guerras no fueron debidas a estas manifesta­ciones esencialmente criminales de estos hombres?
Las sociedades infantiles de su época los seguían y los adoraban como a semi-dioses; y sin embargo, el tipo dege­nerativo del criminal era la cualidad esencial de sus actos y de sus desafectos hacia la humanidad.
Matar por matar y conquistar por conquistar, serían he­chos equivalentes a los del niño cruel que martirizara por placer idiota, a las avecillas, a los insectos, a los animales inferiores o a sus compañeros mismos.
Los guerreros no son, pues, sino niños grandes, crueles y perversos, sin nociones de afecto moral, y vengativos por excelencia.
Mil sociólogos y eminencias de la intelectualidad del mundo alzan hoy el pensamiento y dan vuelo a la imaginación con las concepciones purísimas del bien y de la igualdad humana.
Allí, en el olimpo de la intelectualidad contemporánea, brillan como astros de primera magnitud Eliseo Reclus, Juan Grave, Pedro Kropotkine, Enrique Malatesta, Federi­co Urales, Carlos Malato, Pedro Gori, Pascual Guaglia­none, Katayama, Plekharoff, Teresa Claramunt, Henriette Hoogeveen y tantos otros que serán la gloria de la socia­bilidad futura.
El ideal de todas esas eminencias del saber es la per­fección de los seres en su estado social.
Buscan la igualdad como el vehículo más poderoso para llegar al fin.
Iguales en la ilustración, en el trabajo y en los medios necesarios a la vida, ningún hombre detendrá el progreso, porque los intereses serán comunes a la humanidad; y en ese estado social la autoridad y el ejército sólo podrían constituir una rémora a la actividad y al progreso humano. Tienden, pues, a desaparecer ante la perfección.
Los ejércitos de hoy serán las instituciones del pasado, perniciosas a la vida, puesto que dan la muerte.
Mañana constituiremos los ejércitos del trabajo, que da­rán la vida, puesto que dan la felicidad.
Y entre matar y conservar la vida ¿qué es lo que corres­ponde elegir?
Los ejércitos de hoy dan la muerte, los de mañana darán la vida.
He ahí la tesis que viene desarrollando la nueva socia­bilidad: realizar el bien para desterrar el mal.
¿Y a estas concepciones se las llama delito en Chile?
Y bien, déseles el nombre que se quiera, pero nosotros no podremos apartar el pensamiento de la felicidad, y la buscaremos para todos, aunque el abismo se abra a nues­tros pies.
Pero al amparo de las mismas leyes referidas, estamos autorizados para propagar todas las ideas que el cerebro conciba, y si se nos arrastra por caminos diversos, sólo po­drá hacerse extralimitando las facultades jurídicas en vi­gencia.
Y si se llega a colocarnos en esa emergencia, ella tam­poco será suficiente para detener la avalancha altruista, que invade gloriosamente los fecundos campos del prole­tariado.
Queda evidenciado plenamente que el señor Fiscal no ha debido desentenderse, en ningún caso, de la ley espe­cial sobre abusos de la libertad de imprenta, que el Có­digo Penal separó expresamente de los delitos comunes, y mucho más de la Ordenanza General del Ejército, que inopinadamente ha querido introducir en este proceso.
Y como los documentos que acompañara el señor Fiscal no comprueban ilicitud ni incorrección alguna por parte de la Combinación Mancomunal de Obreros, queda tam­bién demostrado que no debió procederse contra esta ins­titución ni su Directorio, que sólo abrigan fines benéficos, y aun de orden y de intermediarios para los mismos capita­listas, que se creen afectados en sus intereses.
No son, en consecuencia, aplicables las disposiciones legales citadas por el señor Fiscal.
Así parece haberlo comprendido también el señor Fis­cal ad-hoc que hace la acusación en traslado, puesto que en la parte dispositiva de esa acusación se desentiende en absoluto de los cargos que se hicieran en el primer cuaderno de este sumario.
IV
De las numerosas declaraciones tomadas por el señor Mi­nistro de la Corte de Apelaciones de Tacna, en visita ex­traordinaria en el Juzgado de V. S., no consta tampoco que la Combinación Mancomunal haya tomado parte al­guna en los movimientos obreros que se han producida en este puerto o en el Toco.
Talvez por ignorancia de loa procedimientos sociales, algunos de los trabajadores llamados a declarar, estable­cen esta teoría, que reputamos honrosa:
“¡Cuando consideramos que debe hacerse algún recla­mo a los patrones, nos presentamos a nuestros delegados, ellos hablan con el Directorio y el Directorio examina las reclamaciones y las hace valer ante los patrones; mientras tanto, los trabajadores continúan en sus faenas y sólo se declaran en huelga cuando así se estima de justicia, en caso de no ser atendidos por los patrones. Todo se hace tranquilamente, y en ningún caso se puede perturbar el orden. Yo no he sido nunca incitado a  desorden” (fs. 182.)
Pero no se asegura que esta determinación se haya puesto en práctica; y se ha hecho valer, sin duda, porque es la aspiración de los socios y de los trabajadores en  general. Porque una institución seria como la Mancomunal ha­bría de ser un mediador equitativo y justo entre el Capital y el Trabajo.
Sin embargo, esa sabia medida, que podía prevenir mu­chos movimientos perjudiciales a ambas entidades, no se ha llevado siquiera al tapete de la discusión en la Socie­dad, porque los capitalistas se han convertido en persegui­dores de la Institución, arrojando de sus faenas a los ope­rarios que pertenezcan a ella.
No ha querido comprender el Capital que una institu­ción de esta especie sería la balanza en que podrían pe­sarse honradamente las aspiraciones de ambas partes; al mismo tiempo que habría de saber mantener el orden en sus filas, invocando el respeto mutuo como el corolario del derecho.
Con muchas otras declaraciones, ante el mismo señor Ministro, se acredita la desventajosa situación de los tra­bajadores de estas regiones.
Los mejores sueldos de los diversos operarios varían entre ciento veinte y ciento cincuenta pesos mensuales, proporcionándoles escasamente para subvenir a las más premiosas necesidades de la vida.
Sólo entre algunos de los operarios declarantes se deja constancia de que trabajando varios de la familia, les alcan­za para comer huevos y mantequilla, manjares que la ma­yoría de los trabajadores no pueden darse el placer de sa­borear, porque sus escasos jornales no se los permite.
Y ante estas declaraciones impremeditadas, donde brilla la más pura verdad, el capitalista no se ha detenido a contemplar su obra!
Y ante estas declaraciones, donde se oye hablar el co­razón, sólo hemos visto responder al capitalista con los menguados intereses de la bolsa!
Y ante estas declaraciones, donde palpita la escuá­lida miseria, el abundante Capital mira indiferente su obra destructora!
Y ante esa confesión sincera e irrefragable, todavía hay autoridades que se atreven a negar la cuestión social!
Y todavía, al que siente con el hermano, al que habla de estas miserias, al que publica estas verdades, se le arras­tra a las cárceles y se le ha querido condenar como sedi­cioso.
¡Es, sin duda, porque el fuego de la verdad puede alum­brar los mundos!
Es innecesario detenerse a estudiar todas las declara­ciones de este largo proceso, porque ellas se refieren a la situación de los trabajadores, y no pueden dar luz alguna sobre los hechos que se pesquisaban en el sumario.
Ciertos trabajadores se concretan—acaso con declara­ciones aprendidas de antemano—a establecer que están contentos con su situación.
Y aunque estas declaraciones fueran el fruto de la espon­taneidad, ellas no pueden dejar en el ánimo de una perso­na imparcial sino el convencimiento de que aquellos tra­bajadores se han connaturalizado con la miseria y la des­gracia.
Pero si llega hasta ellos la voz de la verdad; si a ellos se les dice que todos los hombres tenemos un mismo or­ganismo; que la misma sangre nos anima; que todos los cerebros marchan hacia la perfección; que todos tenemos iguales derechos; si esto se les dice, la faz de su situación actual habrá cambiado, porque cambiarán sus aspiraciones y descubrirá otras verdades la imaginación.
-
Hemos llegado al término del estudio de este cuaderno; pero no podemos dejar pasar desapercibido el hecho de que la autoridad administrativa del departamento haya tratado de inmiscuirse en este proceso como una causa propia.
Y aun el hecho en sí mismo no nos llamaría la atención, si no mediara la circunstancia de que el señor Goberna­dor, en la trascripción de la nota de fs. 226, ha pretendido subvertir el alcance que se le diera por sus autores.
En aquella nota, el Presidente de la Combinación Man­comunal dejaba constancia que habiéndose prohibido en las oficinas salitreras la reunión de los Directorios que existían constituidos y que respondían del buen orden y compostura de los asociados, no podía la Sociedad conti­nuar bajo la responsabilidad de un estado de cosas hasta donde se le había  prohibido llegar.
¡Y en este acto natural y correcto el señor Gobernador cree ver una amenaza, cree ver un delito!
La intromisión de la autoridad administrativa en los ne­gocios judiciales da lugar, indudablemente, a la falsa in­terpretación de conceptos que dentro del derecho jurídico y natural tienen la más correcta aplicación.
Acaso la intromisión de ese funcionario ha sido la causa principal de los sucesos desarrollados en este sumario, por olvido o desconocimiento de las leyes que amparan la libertad de la prensa y la libertad de asociación.
-
Queda demostrado, pues, con la más absoluta evidencia, que no ha existido ni subversión del orden público, ni amenazas a las autoridades, ni a los capitalistas.
En virtud de estas consideraciones y de las disposicio­nes de las leyes citadas, no cabe responsabilidad alguna ni colectivamente a la Combinación Mancomunal de Obre­ros, ni parcialmente a los miembros del Directorio, ni mu­cho menos al Director de EL TRABAJO.

Sobre el secuestro de la Imprenta
V
El segundo cuaderno de este proceso se inició con mo­tivo de la oposición que se hiciera al secuestro de la im­prenta de EL TRABAJO, decretado en una causa civil, y las demás incidencias que oportunamente trataré en el curso de esta contestación.
En la acusación del señor Promotor Fiscal ad-hoc se hace la relación de los cargos del cuaderno anterior, sin llegar a ninguna conclusión sobre el particular, y termi­na con la acusación de atentado a la autoridad.
El señor Fiscal ad-hoc aprecia esta última causal sólo en conformidad a las declaraciones de los guardianes y del parte del Prefecto de Policía, sin tomar en conside­ración las deducciones lógicas que deben hacerse de los autos, como se demostrará más adelante.
Establezcamos los hechos:
El dia 7 de Marzo del presente año se presentó a la imprenta de EL TRABAJO el receptor de mayor cuantía don Pablo Echiburú, y me notificó un decreto del Juzgado de V. S. que ordenaba el secuestro de la imprenta.
Aunque el infrascrito comprendía que ninguna ley au­toriza el secuestro de una industria, se limitó a protestar de un procedimiento que carecía de base legal; pero acató la orden del Juzgado, dejando al expresado receptor que dispusiera de la imprenta en la forma que viere conve­nirle, y abandonando inmediatamente el local donde se encontraba  la imprenta,   como   consta  del certificado de fs. 305.[4]
Ni en los momentos de la notificación, ni cuando el Pre­sidente de la Sociedad Mancomunal llegó al salón social, hice resistencia alguna al secuestro; por el contrario, y como lo probaré oportunamente, traté de calmar los ánimos, manifestando a los ciudadanos que la oposición al secuestro era contraproducente, y que si en esos mo­mentos no se llevaba a cabo, la realizarían bien pronto, por medio de la fuerza pública.
Ínter tanto, el Presidente de la Sociedad, don Grego­rio Trincado, ignorando el decreto judicial, llegaba al salón de la Institución; y como sorpresivamente se le in­formara por el pueblo que se estaban robando la im­prenta de EL TRABAJO, se exasperó y se opuso al se­cuestro.
Esta actitud del señor Trincado está absolutamente justificada con la imprevisión del actuario judicial, que se negó a notificarlo previamente, a pesar de mis instancias reiteradas.
El señor Trincado no podía detenerse ante la fuerza ar­mada que cometía un grave delito sancionado por el Có­digo Penal.
Si cualquiera persona llega a su hogar y se encuentra con que se le está sustrayendo su mobiliario, no sólo se opone de palabras ante tal acción, sino que hace uso de la fuerza para repeler el ataque a su propiedad; y aun se cautelan mucho más los intereses que sólo están bajo nues­tra custodia, como ocurría en este caso al Presidente de la Mancomunal.
Ahora, el pueblo, en presencia de un procedimiento arbi­trario e injusto para con una institución que le era simpáti­ca, se abalanzó espontáneamente para restituir los útiles que se habían sustraído, y que eran de la exclusiva propiedad de la mencionada institución.
Comprobados estos asertos, como lo haremos en el tér­mino probatorio, quedará absolutamente desvirtuada la se­gunda acusación, y ninguna responsabilidad podrá afec­tarnos.
El parte del Prefecto de Policía carece en absoluto de verdad, porque ni he llegado al salón de la Sociedad con el señor Trincado, ni he pronunciado discursos incitando a la resistencia.
Las declaraciones del sargento de policía Ramón Bel­mar, y de los guardianes José Luis Valenzuela, José Peña y Florentino Rodríguez, cuando afirman «que los promoto­res del atentado fueron Trincado, Recabarren y Olivares», son enteramente falsas, como lo es casi todo el contenido de esas declaraciones, y que probaremos oportunamente con numerosos testigos presenciales.
El señor Fiscal ad hoc pretende establecer una prueba de estos sucesos con las cartas que me fueron secuestra­das y abiertas arbitrariamente.
Las cartas particulares, aun cuando han sido reconoci­das por mí, no constituyen prueba legal, porque si bien pueden encerrar una verdad absoluta, puede ocurrir que la forma de la redacción varíe en gran parte el fondo de las ideas.
Además, hay que tener presente que esas cartas esta­ban destinadas casi todas a la publicidad, pues, como pue­de verse, eran dirigidas a periodistas como Salinas y Fer­nández, en Valparaíso; Alarcón y Escobar y Carvallo, en Santiago.
Por otra parte, si la correspondencia es inviolable, como lo estatuye la Carta Fundamental, el resultado de un deli­to penado expresamente por las leyes no puede en ningún caso constituir prueba en un sumario.
Ahora bien, esas cartas que nadie pudo abrir sino su destinatario, ¿qué demuestran?
Según el Juzgado, envuelven ideas subversivas del orden público, que tienden al anarquismo en su forma más vio­lenta.
Hemos dilucidado ya la libertad de la prensa tratando el inciso 7.º del art. 10 de la Constitución; pero queremos agregar todavía los comentarios que el eminente estadista don Jorge Huneeus hace de esta libertad:
“La libertad de imprenta, que no es sino una manifesta­ción de la libertad del pensamiento, de la libertad de la palabra, sea verbal o escrita, ha sido perfectamente ase­gurada por nuestra Constitución al abolir la censura pre­via y toda traba que impidiera al habitante de Chile el ejercicio del derecho de dar a conocer sus opiniones por la imprenta, sin restricción alguna.
Esta libertad, necesarísima en todo país civilizado, es condición esencial del sistema representativo. Sin ella no habría medio alguno de fiscalizar los actos de los funcio­narios públicos y especialmente de aquellos que, como los senadores y diputados, no están sujetos a responsabilidad alguna legal”.
Si la libertad de la prensa está de tal modo asegurada en Chile, no se comprende cómo pretende afirmarse que las opiniones de la correspondencia epistolar—destinada o no a la publicidad — puedan llevar aparejadas un delito, mucho más cuando los arts. 9 y 50 del Código Penal dis­ponen expresamente que se penarán los delitos consuma­dos. Desde luego, en la exposición de las opiniones no cabe delito alguno.
No se comprende tampoco cómo el Juzgado ha podido decretar la prisión de una persona en virtud de las leyes 2.ª y 7.ª, título 34, libro 12 de la Novísima Recopilación, que disponen “la forma y el deber de pesquisar los delitos”.
Se comprende perfectamente que estas disposiciones le­gales se refieren al  caso  expreso de que exista un delito punible ante las leyes, y jamás pueden ser aplicables al hecho de propagar ideas que tienden al anarquismo, aun­que sea en su forma más violenta, puesto que todos los habitantes de Chile tenemos el derecho de propagar las ideas que más se acomoden a nuestro criterio.
A pesar de que el señor Promotor Fiscal ad-hoc, a fo­jas 294, sustenta una teoría contraria a este principio ine­ludible, se ha visto con extrañeza que en la acusación aban­donó el principio sustentado, pretendiendo sólo deducir una prueba fehaciente de las cartas arbitrariamente secues­tradas.
Si el 14 de Marzo último el señor Fiscal y el Juzgado negaban mi excarcelación bajo de fianza, hallando el deli­to de subversión al orden público en las frases que dicta­ra mi pensamiento libre, ¿cómo se podrá apreciar el hecho de que seis meses después aquel delito no existiera?
¿Ha sido un error de la autoridad judicial? Y ese error lo paga un individuo con siete meses de prisión en los ca­labozos de una cárcel!...
Todavía una coincidencia rara: el 11 de Marzo se me ponía en libertad bajo de fianza en el proceso sobre aten­tado contra la autoridad; y el mismo día el Gobernador pa­saba al Juzgado la correspondencia motivo de mi última prisión.
Si el oficio del Gobernador y mis cartas fueron pasadas antes de mi libertad ¿por qué no se me detuvo inmediata­mente por el nuevo delito que se había descubierto?
Y si fueron pasadas con posterioridad, ¿con qué derecho el Juzgado se apropiaba de una correspondencia parti­cular?
Parece verse en todas estas coincidencias una faz espe­cial, un sello inopinado, en los cuales a la burla hubiera querido añadirse el escarnio.
No quisiera ver en la magistratura que al paso de las nu­bes tempestuosas de situaciones más o menos difíciles, pu­dieran caer gotas que mancharan su blanca toga, porque la ley ha querido colocar en sus manos el honor, la liber­tad y la vida de los ciudadanos.
Pero cuando dirigimos el microscopio de la observación jurídica no podemos dejar en silencio esas desgraciadas coincidencias que pueden perturbar el criterio y acaso pu­dieran también llevarnos hasta hirientes deducciones.
Y sin embargo, en este proceso las coincidencias se es­labonan unas tras otras con regularidad perfecta, como la cadena de un artífice.
Incidentalmente hacía mención del secuestro y violación de mi correspondencia. Ahora falta establecer el delito y encontrar su autor entre las nebulosidades de este sumario, que parece se hubiera propuesto albergar en sus paginas un cúmulo de ficticios delitos para comprobar fehaciente­mente este último.
A fs. 286 el Gobernador del departamento dice:
“El alcaide de la cárcel me ha entregado una serie de cartas que el reo Luis E. Recabarren pretendía enviar hoy al sur de una manera furtiva y sospechosa.
Como es posible que esas comunicaciones arrojen al­guna luz sobre los desórdenes provocados por la Manco­munal en la tarde del 7 del actual, me permito acompa­ñárselas para que V. S. se sirva, si lo tiene a bien, decretar su apertura.”
El alcaide de la cárcel, declarando a fs. 286 vta., dice “que dicha correspondencia cerrada, menos una carta que se hallaba abierta, la puso a disposición del señor Gober­nador.”
Y en mi declaración de fs. 288 el juzgado, a requisición mía, deja constancia de “que dicha correspondencia la en­tregó el alcaide de la cárcel al señor Gobernador y que este funcionario la remitió al Juzgado con oficio abierto.”
Esta última afirmación, autorizada por el secretario del Juzgado, hace fe en el procedimiento judicial, y no cabe lugar a duda que el autor de la violación de mi correspon­dencia ha sido el gobernador de este departamento, don Víctor Gutiérrez.
Aunque hubiera de aceptarse la declaración del alcaide de la cárcel, que afirma que una de las cartas iba abierta, queda en pié el delito, puesto que las otras ocho deben necesariamente haber sido violadas por el  citado funcionario.
Este delito, penado expresamente por el artículo 155 del Código Penal, que ha permanecido hasta hoy impune y que fue aceptado por el Juzgado, puesto que sirvió de auto cabeza de proceso, no puede cohonestarse con la suposi­ción de que mis cartas pudieran dar luz sobre los desór­denes acaecidos el 7 de Marzo.
Las leyes no autorizan a ningún funcionario público para violar la correspondencia; por el contrario, es digno de no­tarse que la ley 6.ª, título 13, libro 3.° de la Novísima Re­copilación, refiriéndose en el inciso 9,º al caso en que los jueces necesitaren de alguna carta o pliego perteneciente a algún preso que lo estuviere de su orden, dispone que “deben pasar el correspondiente oficio al administrador respectivo, para que esa carta se entregue a los pro­pios reos en presencia del juez i abierta por el mismo Interesado, quede a arbitrio del juez obrar como estime conveniente a justicia”.
El notable comentador de la Constitución Política, se­ñor Huneeus, refiriéndose a la inviolabilidad de la corres­pondencia epistolar, art., 138 (147). se expresa así:
La correspondencia epistolar es inviolable, dice la pri­mera parte del articulo 147, sin imponer a ese principio limitación alguna, ni referirse a las que imponga la ley, como lo hace la Constitución en otros casos y, entre ellos, en la segunda parte del mismo artículo. De aquí se infiere que las autoridades carecen de facultad para interceptar o abrir la correspondencia epistolar y que están obligadas a hacerla llegar fielmente a su destino. Esta regla general y absoluta de la Constitución no tiene, a juicio nuestro, otras limitaciones que las que el Derecho Internacional au­toriza en caso de guerra exterior.
Antes de la reforma efectuada en 1874 en el art. 161 de la Constitución, que determina los efectos del estado de sitio, pudo creerse que él facultaba al Ejecutivo para considerarse exento, en caso de conmoción interior, de la obligación de respetar la inviolabilidad de la correspon­dencia. Reducidas hoy las facultades extraordinarias a los especialísimos casos que señala la parte 6.ª reformada del art. 36, y determinados claramente en el nuevo art. 161 los únicos efectos que el estado de sitio produce, aquella opinión no será sostenible en sentido alguno”.
Establecida de una manera tan explícita la inviolabili­dad de la correspondencia epistolar, no puede compren­derse cómo un funcionario público ha podido llegar hasta la audacia de cometer aquel delito, y no se nos alcanza tampoco cómo la autoridad encargada de velar por el cumplimiento de las leyes ha guardado silencio ante un delito comprobado por la misma autoridad.
De esta clase de anomalías nace la indignación que pu­diera llevarnos a deducciones crueles, pero justas, dentro de la concepción más estricta del derecho.
De aquí que haya podido sostener anteriormente que el fruto de un delito no pueda justificar otro imaginario.
El delincuente está allí, decimos nosotros; hacia él debe encaminarse la verdadera justicia!
VI
Hemos llegado al término de este estudio y nos senti­mos satisfechos!
Hemos expuesto rápidamente las doctrinas sociales que bullen en nuestro cerebro con las altruistas concepciones del bien.
Hemos manifestado con la verdad desnuda que nos­otros buscamos la perfección de la humanidad, en todas sus manifestaciones.
Hemos comprobado que las florescencias del pensa­miento pueden difundirse por el mundo, sin que el hálito de la ley llegue a tocar su esencia.
Hemos comprobado a la luz de las leyes y la práctica no interrumpida, que tenemos el derecho de expresar nues­tras opiniones a la faz del mundo, sin restricción alguna.
Nos sentimos satisfechos!
Hemos manifestado los erróneos procedimientos de la autoridad, dejando palpablemente demostrado que en es­tos procesos ha habido vicios e intromisiones no sólo in­debidas, sino delictuosas.
Hemos evidenciado, a la luz de la verdad y la razón, que la Combinación Mancomunal de Obreros no es ilícita, ni atenta contra el orden público, ni contra la hoy llamada propiedad particular.
Hemos evidenciado hasta la saciedad, que injustamente se ha querido envolvernos entre el repugnante ropaje del delito.
Nos sentimos satisfechos!
Ni hemos sido criminales, ni ha habido Sociedad ilícita, ni hemos atentado contra la autoridad.
Si la verdad es un crimen, si el bien es un delito, si el ejercicio del derecho es un abuso, si las espontaneidades del pueblo son una falta, ahí está nuestra frente para reci­bir el anatema: ella no se abatirá jamás.
-
Es innecesario reproducir las citas legales a que me he referido en el curso de esta contestación; y de acuerdo con ellas, y con el mérito de la prueba que oportunamente ha­bremos de rendir, no dudo que el juzgado habrá de orde­nar se sobresea definitivamente en esta causa, por los diversos delitos que se pesquisaban, dejando a salvo mi de­recho para ocurrir ante quien corresponda por la violación de mi correspondencia ejecutada en la secuela del sumario. En esta virtud,
A V. S. suplico se sirva haber por contestado el tras­lado de la acusación pendiente.
Luis E. Recabarren S.
-
Este proceso está detenido por haberse promovido al juez, y el reemplazante haberse declarado implicado. Se espera la llegada del nuevo juez.
-
No creo necesario agregar ningún comentario; lo expre­sado en lo antes escrito bastará para que el lector se for­me idea de la mala fe de todos los hombres que actuaron en este proceso en contra de la Sociedad Mancomunal y sus miembros.
La tenacidad de esa persecución ha pasado, pero los patrones, en su odio a los trabajadores, siguen expulsando y calumniando a los que se reconocen como miembros de esta Sociedad.


"EL PROLETARIO"
Periódico Semanal
Al servicio de los ideales demócratas i sociales
Y


"EL TRABAJO"
Periódico Semanal Social
Al servicio de la
Combinación   Mancomunal   de   Obreros
Admiten suscriciones a la siguiente tarifa:
Tres meses        $   1.20
Seis meses          “  2.50
Un año               “  5.00
Se venden colecciones de los 20 primeros números de EL TRABAJO hasta el día del saqueo, al precio de $ 2.00
Pedidos a
LUIS E. RECABARREN S.
Casilla 32-TOCOPILLA—Chile

Del mismo autor
Folletos próximos a publicarse, cuya venta será toda dedicada a obras de utilidad  social
1 Voces del corazon i del cerebro
Dos tomos: uno en prosa, i otro en verso
2 La consciencia
3 La Hijiene del lenguaje
4 ¿A dónde vas, prensa obrera?
5 El 7 de Marzo de 1904 en Tocopilla

HAI VARIOS OTROS EN PREPARACION
Para que todos se publiquen es necesaria la protección decidida de la clase obrera



ADICIONALES
DE  DISTINTA  COSECHA

¡El Progreso de las Ideas no es posible detenerlo!
Las necesidades expansivas del progreso intelectual traen como forzosa consecuencia el estudio de nuevas fór­mulas del pensamiento y el descubrimiento de otros hori­zontes más amplios, más luminosos.
La actividad de las células cerebrales en las personas que quieren emanciparse de la ignorancia, siempre está en juego. Siempre busca algo de lo desconocido, de lo que sólo vislumbra entre nebulosidades.
Al igual que las mariposas, el hombre que desea ins­truirse siéntese atraído hacia las luminosas creaciones del pensamiento; no para quemarse las alas en su llama y en seguida morir, sino para dorarse con los brillantes reflejos de sus rayos, y remontarse en busca de la Verdad.
¡Qué bella es la luz del saber!
A sus resplandores huyen los explotadores del pueblo como bandadas de búhos siniestros; abandonan su presa los pulpos sociales, i el pobre, ese eterno peregrino, esa víctima de seculares perseguimientos, se trasforma, se yergue y busca con ansias la vida, la verdadera vida, esa que por derecho natural le pertenece y que a todas horas le es negada con cruel injusticia!
¿Qué es el saber para el pueblo sino la espada de sus derechos, la revelación de nuevas facultades de que puede hacer uso perfecto?
Por eso es que los que viven de las desgracias del pue­blo no se conforman, no pueden conformarse con que éste busque el saber, se instruya en sus derechos, y por conse­cuencia, reclame su parte de felicidad.
¡Hay de los explotadores del trabajo el día en que las cla­ridades del saber alumbren por completo el oscuro alvéolo de los obreros todos! ¡Hay de los gobiernos y de sus leyes mentirosas; de los mistificadores de las conciencias; de los pretorianos del capital; de los industriales sin entrañas; de los que parasitan al calor de religiones estúpidas y truha­nescas; de los que comercian con la voluntad y la ignoran­cia de los pueblos; de los que la turbamulta llama héroes, cuando no pasan de ser charlatanes, algunos peligrosos, como los guerreros!
¡Hay de todos ellos!
Que la luz del saber, una vez que alumbra la mente, es imposible oscurecerla, y sus efectos son peligrosos para los que no viven del trabajo honrado y llevan en la concien­cia el fardo de sus propios crímenes!
La Combinación Mancomunal de Obreros, extendida hoy por todo el país, del Norte al Sur, lleva envuelta entre los jirones de su bandera roja haces de luz brillante que alum­bran el camino del derecho proletario, haciéndolo resurgir vigoroso y tenaz.
Y es porque ha formado con esos derechos un progra­ma, y con la instrucción, con el saber, una enseña, golpean­do con tal bagaje a las puertas de los que necesitan ar­marse con estos elementos, porque se la ha combatido y perseguido sin tregua.
Examinemos sus pretendidos delitos.
La ignorancia es un pesado lastre que impide el libre ejercicio de la inteligencia y de la voluntad. El ignorante es un objeto de fácil manejo para los pillos. Estos juegan con la voluntad de aquellos, igual que el domador con sus cachorros. Criminal es aquel que viendo a un hombre hon­rado ser presa de las celadas de un bandido no se preci­pite a salvarlo, mostrándole el peligro.
Los proletarios de Chile, iguales en condición social a cualesquiera de los más infelices del resto del mundo, es­taban hasta hace poco privados de la luz de la sociabilidad y de la unión, eran fácil pasto de explotaciones de todo gé­nero: patrióticas, políticas, económicas, religiosas, etc. Eran más ni menos que el hombre honrado que es víctima confiada de los bandoleros. Su vida se deslizaba entre el trabajo brutal excesivo, mal remunerado, y los vicios con que creía desquitarse de las penalidades de su suerte.
Pero trasmontando cordilleras y salvando océanos, se extendió por las llanuras de Chile el eco sonoro y alegre de los clarines socialistas del Viejo Mundo; esos clarines que en notas de bronce van cantando la redención de los humildes y de los parias, el hosanna de los derechos hu­manos y de la igualdad social.
Este eco sobrecogió la atención de muchos anónimos héroes del trabajo en esta tierra, y prestándole atento oído, se apercibieron por primera vez de que sus corazones latían entusiasmados con aquellas vibraciones del clarín, despertando a la vida de las sensaciones profundas, a la vida del Amor, a la vida del Derecho!
Y ese eco despertó también el deseo del estudio, el ansia del saber, el anhelo de la justicia y la necesidad de las so­ciales reivindicaciones.
Esos héroes anónimos que recogieran los primeros ecos se encargaron entonces de hacerlos conocer de sus demás hermanos de desgracia, y se multiplicaron en su tarea has­ta hacerla sentir de todos, desde las ardientes llanuras de Tarapacá hasta las glaciales regiones de Magallanes.
Y nacieron los odios populares contra su mísera condi­ción, esos odios violentos que tienen algo del huracán de las selvas y de la sublimidad de la muerte!
Y vinieron con los odios las esperanzas!
Y surgieron los luchadores!
Y aparecieron, en proficua floración, las nuevas institu­ciones de combate al abuso, a la explotación, al privilegio.
Y se levantaron las Mancomunales con sus briosos em­pujes!
¿Hay en esto un delito, hay un crimen?
¿No es ello el espontáneo y fatal corolario de una época, de muchas épocas de servidumbre y de ignorancia?
¿Por ventura la naturaleza se detiene en su eterna reno­vación de todo lo creado?
¿Es posible impedir siempre la marcha del progreso?
Y ya se sabe: la expansión intelectual trae como  consecuencia forzosa el estudio de nuevas fórmulas del pensa­miento y el descubrimiento de otros horizontes más am­plios, más luminosos...
Las acusaciones contra las Mancomunales y sus heraldos son muchas,  al decir de jueces y fiscales.
Para ellos, verdaderos hongos sociales, sin utilidad al­guna para la felicidad humana, constituyen delito, y muy enorme, el ayudar al compañero a zafarse de las trabas que le impiden desenvolver libremente sus facultades y su personalidad.
Delito es no dejarse robar el trabajo, reclamar buen trato, negarse a ser víctima de muerte prematura, desobe­decer órdenes tiránicas, no prestarse a servir de carnada guerrera, instruir a los demás trabajadores en sus dere­chos, tener un carácter y una voluntad, etc.
Por ejemplo, uno de los mayores cargos que al Redac­tor de EL TRABAJO de Tocopilla hacen jueces y fiscales es por su propaganda antimilitarista, pretendiendo hacerlo responsable de algo que para el criterio moderno, antes que delito es motivo de satisfacción y de aplauso, porque envuelve la idea humanitaria y feliz de acabar con una ins­titución que, además de su carácter parasitario, representa una amenaza constante para la fraternidad de individuos y sociedades.
En efecto, ¿cuál es el origen del Ejército y cuál su papel directo cerca del pueblo?
El Ejército nació con las primeras ambiciones de los hombres, cuando alguno de éstos, en su fiebre de acaparación de cuanto Naturaleza había formado para uso y pro­vecho de todos, quisieron guardar exclusivamente para sí la propiedad de los productos del trabajo general y la po­testad sobre los demás hombres.
Se creaba, pues, una institución de carácter esencial­mente autoritario y violento, y que andando el tiempo ha venido a ser árbitro de las cuestiones de más trascenden­cia en la vida de los pueblos, dejando tras de su paso una huella sangrienta y abominable, que puede verse en cual­quier punto de los hemisferios del globo terrestre.
Sirviendo al objeto para que fue creado, el Ejército ha estado en todo tiempo y en todos los países al servicio de las tiranías, sean ellas monárquicas o republicanas, para ahogar con el humo de sus cañones o con el ruido de sus machetes la voz de protesta del pueblo hambreado o los gritos de indignación de los hombres que sufren las con­secuencias y los excesos del poder. Ha convertido la vida de los pueblos, de suyo lastimosa a consecuencia de sus otros defectos orgánicos, en una continua y dolorosa tra­gedia que amenaza concluir con la especie.
La fuerza armada ha sido el factor principal que ha en­cendido las revoluciones políticas y ha levantado los tira­nos. Nerón, Enrique IV, Luis XVI, Paris, Rozas, Nico­lás II, Humberto I y tantos otros no habrían ensangrenta­do el suelo de sus respectivos países con sus instintos fe­roces de represión, si no hubieran contado con el apoyo de las bayonetas de los ejércitos; ni siquiera habrían ejercido por un día su poder autocrítico a no confiar en la fuerza de sus esclavos de uniforme.
En cuanto a lo que se relaciona con el pueblo trabaja­dor, ¿quién no puede presentar pruebas de lo que son ca­paces los esclavos de la disciplina cada vez que los obre­ros de Francia, de Bélgica, de Italia, de España, de Ingla­terra, de Estados Unidos, de la Argentina, de Chile, del mundo entero, manifiestan su descontento social o po­lítico?
¿Y quién puede negar que es el Ejército el que mantie­ne en pié, para vergüenza de la civilización de que tanto se habla, las guerras interiores y externas, las cárceles y presidios, el juez y el verdugo, la guillotina y la horca, la esclavitud de las masas, la imposición de las religiones y de los cultos, el gobierno de unos pocos y el obedecimien­to resignado de muchos; en fin, cuanto de malo, de ilógico y de absurdo contiene la actual forma social?
¿Es posible negar estas constataciones de palmaria ver­dad de los criterios independientes y honrados?
¿Y cuál es el producto que el Ejército entrega a la so­ciedad que le confía uno de sus individuos? cuál la acción de la disciplina militar, esa momia de remotos tiempos, conservada tan cuidada y religiosamente hasta nuestros días?
Entra un ciudadano al cuartel y se apodera de él, antes que dé dos pasos adentro de la puerta, la disciplina, por intermedio de códigos brutales, inhumanos, asesinos. La tendencia sucesiva será anular en ese soldado de la patria todo sentimiento honrado, toda independencia de criterio para pensar y obrar conforme a su raciocinio; cambiar al hombre por medio de la sumisión incondicional a los je­fes en un ente de ridículas maneras, atento al gesto o al monosílabo del superior para cumplimentarlo; sustituir la persona autómata y servil a la personalidad consciente y al yo propio; cambiar su voluntad soberana por la de los que lo mandan, sin serle permitido siquiera el derecho sagrado de la protesta y del disentimiento pasivos; y, por último, trocar la blusa del artesano, del obrero, esa blu­sa que es el emblema de la civilización misma, del pro­greso material de las sociedades, por una indumentaria ridícula, signo inequívoco de la inconsciencia y de la dege­neración mental de quien la lleva.
Ahora, por lo que atañe a sus actos derivativos, el pue­blo es quien puede hablar por nosotros y decir el género de sentimientos que experimenta en presencia de los bru­tales actos que el Ejército comete con él cada vez que se lo mandan los gobernantes; cada vez que ejecuta las gran­des rondas o cacerías de hombres que llaman servicio obli­gatorio; cada vez que impone silencio tan sólo con un gesto a las multitudes que piden justicia...
Y decir esto a todas horas, con el convencimiento de lo verdadero; mostrar al pueblo estas aberraciones so­ciales; deducir y analizar las consecuencias que fluyen es­pontáneas de estos hechos, constituye delito, crimen, mons­truosidad, que el osado debe pagar con cárcel, deporta­ción y muerte, si a mano viene.
Porque es audacia temeraria que alguien se atreva a bombardear con los proyectiles del pensamiento hablado o escrito,—los más temibles para quienes quisieran vivir eternamente sembrando  el engaño y sosteniendo la ignorancia,—el edificio  donde habitan los conculcadores del pueblo, los mistificadores de todo derecho.
A nuestro juicio, los redactores de las hojas mancomu­nales han hecho obra meritoria y de valentía atacando, en­tre las demás verrugas sociales, al militarismo.
Conviene al progreso de las ideas de libertad proleta­ria, que los falsos ídolos salten de su pedestal a impulsos de la crítica razonada.
Conviene a la dignidad de los trabajadores, que abran sus ojos a la luz del pensamiento, para que no sean siem­pre las seculares víctimas.
Conviene a la gestación de la humanidad libre y feliz de futuros tiempos, que se forme conciencia en el pueblo de todos y cada uno de los males que aquejan hoy al organis­mo social.
Y estas ideas que se manifiestan ya clara y definida­mente en todos los pueblos del mundo, producto son de la luz de la razón y del saber, consecuencia del progreso de las ideas, ley fatal de la experiencia y del desarrollo de los hechos históricos.
A los luchadores de estas ideas de redención puede cambiárseles, anulárseles por la fuerza bruta, despedazár­seles si se quiere, entre las airadas maldiciones de los opu­lentos y las fingidas manifestaciones de la hipocresía de muchos; pero la idea generadora, la sublime creación de los cerebros-soles del Socialismo, representativa de una vida completa y feliz, esa no podrá anularse, no podrá morir!... Jamás!
Que el progreso de las ideas del Bien y de la Verdad no es posible detenerlo!
Nicolás Rodríguez.

Gota a gota el agua rompe la piedra...
Pueblo: si luchas con paciencia y energía romperás los obstáculos que te impiden ser feliz y libre.
Esta vieja sentencia: «gota a gota el agua rompe la pie­dra» es tan conocida que todo el pueblo debiera tenerla presente para aplicarla en todas las circunstancias de la vida.
Si la piedra es vencida por el agua, si el fierro y todos los duros metales son vencidos por el fuego, es muy razona­ble esperar que los obstáculos que hoy se oponen a la feli­cidad de los pueblos, sean vencidos, si esos mismos pue­blos se proponen vencerlos por su propia conveniencia.
Quien porfía mucho alcanza; los hombres que porfían tenazmente por mejorar su desgraciada situación, llega­rán a conseguirlo.
***
Todos los trabajadores sufren por diversas causas, pero todo tiene remedio.
Para los trabajadores que sufren nacieron como remedio infalible las Mancomunales y las sociedades gremiales que tienden a mejorar al trabajador en el trabajo y la desgracia.
En las Mancomunales encontrarán medios para educarse, para olvidar los vicios que nos causan tan grandes daños; encontrarán recreos y diversiones que les procuren reales placeres, que satisfagan los apetitos del espíritu.
Los vicios sólo procuran falsos placeres que conducen a la ruina.
En las Mancomunales encontrarán los proletarios me­dios y ayudas para mejorar su trabajo, y en las horas de desgracia y aun hasta después de la muerte.
Trabajadores: corred a las Mancomunales!
***
Los luchadores, los que agitan los nervios obreros para dar animación a los dormidos, no olviden esta sentencia: «Gota a gota el agua rompe la piedra».
Tenemos fe en que la unión de todos los obreros obra­rá prodigiosamente para conquistar lo que buscamos: Jus­ticia, Libertad, Amor, Arte, Verdad, Moral...
El egoísmo, ignorancia y corrupción es un obstáculo para nuestras ideas. Esto es la piedra. Nuestra propa­ganda persistente, enérgica, tenaz, será el agua que rom­perá esa piedra y la disolverá.
Luchadores y agitadores socialistas, no hay que desma­yar cuando hay conciencia de que se va por buen camino. Quien reconozca que hoy domina la corrupción y no lucha por extirparla y vencerla será cómplice de la maldad.
***
Cuando el Pueblo esté totalmente unido a la sombra de ideales de Justicia, de la gran Justicia en donde se resuelve todo el problema humano, habrá llegado el momento de hacerlo dar el último paso... El último paso que vencerá a la corrupción burguesa para hacer desaparecer hasta los más pequeños átomos corrompidos que envenenan el ambiente humano.
Necesitamos un ambiente puro que sea la corona de nuestro triunfo.
Para obtener este resultado final de demoler la piedra burguesa, hay que aplicarle el fuego a gran presión. El fuego santo de nuestra unión. Cada obrero es un carbón para este combustible. Júntense todos los obreros, y la llama de esa unión quemará esa piedra burguesa, guar­dando lo bueno y arrojando las escorias inútiles.
Luis E.  Recabarren S.

De sociólogos ilustres
Sobre el militarismo
El ejército es la escuela de la igualdad, nos dicen los asalariados de la burguesía; la igualdad en el embruteci­miento, sí; pero no es ésta la igualdad que nosotros que­remos.
—El ejército es sólo una escuela de desmoralización; no puede producir más que policías, vagabundos y borra­chos.
—Si queréis acabar el tiempo de servicio militar sin contratiempos, dejad con vuestro traje civil todo instinto de dignidad personal; esconded en lo mas recóndito de vuestro corazón todo sentimiento de independencia; las virtudes y el honor militar exigen que no seáis más que máquina de matar, brutos pasivos.—J, Grave.
*
El militarismo sacrifica los seres humanos por millares; el canibalismo de a uno aisladamente. ¡He ahí la diferencia entre civilización y barbarie.
—El soldado es hoy en día un pretoriano, un policiaco al servicio de los hartos contra los hambrientos. Quitadle el hambre a los hambrientos, vosotros los hartos, y no ne­cesitareís más ni soldados, ni pretorianos, ni policías.— N. N.
*
El ejército tiene por objeto el orden interior, y por pre­texto la defensa exterior.
—Gracias a la idea de patria, vemos florecer los ejérci­tos permanentes, fácilmente formados por el servilismo del proletario, servilismo que es una supervivencia de milenarias servidumbres.—A. Hamon.
*
Hoy día, el cuartel es lo que no era en otro tiempo, próximo pariente del Seminario. El uniforme está mas estrechamente abotonado que la sotana. El pecho humano no está menos oprimido en uno de estos estuches que en el otro. La obediencia pasiva, la misma en el hombre de iglesia que en el hombre de guerra, parece tener por obje­tivo hacer enanos. El casco, lo mismo que el birrete, apoca el cerebro. Todas las prescripciones de obediencia pasiva son otras tantas cosas que comprimen al hombre, le defor­man y le empequeñecen.
—¿De qué color es este muro?
—Blanco, mí coronel?
—Te digo que es negro. ¿De qué color es este muro?
—Negro, mi coronel.
—Bien; eres un buen soldado.—VÍCTOR Hugo.
*
¡Oh! Nunca podré olvidar la impresión que me causó la primera vez que vi azotar! (cuando cumplía mi servicio militar). No se borrarán jamás de mi corazón las huellas dolorosas que me produjo ese acto. Entonces comprendí "por todo mi ser", que cualquiera que sea la razón con que se pretenda justificar aquello, es una crueldad y crimen inauditos.—Max-Turner.
*
La guerra no es otra cosa que la barbarie organizada, una herencia del salvajismo, encubierto bajo mentidas, bellas y útiles instituciones, y defendido por falsas apologías. —Luis, rey de Holanda.

Sobre el problema social
El pueblo tiene hambre, el pueblo tiene frío. La miseria le impulsa al crimen o al vicio, según el sexo. Tened pie­dad del pueblo, a quien el presidio arrebata los hijos y el lupanar las hijas. Tenéis demasiados presidiarios; tenéis demasiadas prostitutas. ¿Qué prueban estas dos úlceras? Que el cuerpo social tiene un vicio en la sangre.—Víctor. Hugo.
*
La ebriedad en la legislación es motivo suficiente de exen­sión de pena, aun para los más grandes crímenes; más el hambre no. ¿Quién podrá dudar, con semejante prueba a la vista, qué clase es la que ha hecho las leyes?—X. X.
*
Si en una noche, nuestros reyes, nuestros hombres de Estado, nuestros Ministros, nuestros magistrados, aboga­dos, ricos burgueses y grandes propietarios, dejasen de vivir, la sociedad no padecería absolutamente nada con su desaparición; al paso que si muriesen todos los traba­jadores de la ciudad y del campo, la sociedad se hundiría en la noche.—Saint Simon.
*
La habilidad de los gobernantes consiste en conceder o aparentar que se concede a los operarios tanto cuanto ellos piden, y aun más de lo que piden, sin por eso dejar de arrebatarles indirectamente y muy a menudo tanto o más de lo que se ha concedido en block o abiertamente.—Se­nador Vitelleschi.
*
¿Conocéis a los verdugos del pueblo? Se llaman reyes, príncipes, aristócratas, sacerdotes de cultos blasfemadores, capitalistas sin corazón, militares sin conciencia y meras máquinas de destrucción, abogados de todas las causas, jueces de venganza y odio, legislaciones débiles o corrompidas, comerciantes que explotan el hambre de los pobres, negociantes en prostitución y en esclavos y corruptores de la juventud.
—Los tiranos y las escuelas de los tiranos han enseñado la mentira capital, diciendo que es necesario sacrificar el libre pensamiento en aras de la felicidad social. Esta men­tira es verdadera decapitación de la humanidad. No con­tentos con someter la voluntad y el cuerpo por la fuerza, para hacer a los hombres instrumentos de explotación y esbirros de sus semejantes, no han reposado tranquilos hasta no llegar a pervertir la razón y suprimir con el te­rror religioso el pensamiento. — Francisco Bilbao.
*
Un obrero sin estómago, ni órganos genitales, ni cerebro; que no comiera, ni pensara, ni sintiera las dulces afecciones pasionarias del amor que reproduce; un obrero automático, artificial, de acero, en fin, que trabajara sin descanso, ma­quinalmente, tal sería el obrero preferido por los capita­listas en sus ansias locas de lucro y dominación. — Do­nato Luben.
*
Porque la injusticia de nuestra sociedad nos ha hecho nacer pobres, ¿es preciso que nos resignemos a ser siempre bestias de carga a vuestro servicio? ¿Debemos renunciar para siempre al desarrollo de nuestras facultades, consin­tiendo que una minoría acaparadora de los medios de desarrollarlo nos prive de ello? No, no esperéis detener las reivindicaciones que amenazan arrancaros este estado de cosas que os es tan querido.—J. Grave.
*
La sociedad burguesa está organizada de modo que, para asegurarse la libre posesión de la propiedad, defien­de al rico contra el pobre; es decir, protege al que posee algo y escarnece al que no posee nada.—Adan Smith.
*
Los poetas verán tiempos futuros que superaran tanto a los pasados como el oro a todos los demás metales. Entonces verán los filósofos la república tan perfecta por ellos des­crita, y que todavía no existió en la tierra.—T. Campane­lla.
*
La lucha por la existencia es una expresión metafórica. No significa precisamente que los seres orgánicos estén condenados a perpetua y encarnizada pelea (como sucede entre los hombres, por un error sistemático), sino que es­tán sometidos a una elaboración continua de aptitudes útiles para la vida.
Cuando pienso en todos los males que he visto y que he sufrido, procedentes de odios nacionales, reconozco que todo eso reposa sobre una grosera mentira: ¡el amor de la patria! —Tolstoy.

Un par de palabras
Aun hay muchos obreros que rehúsan unirse, mirando con indiferencia la miseria en que viven.
Muchos también son nuestros enemigos: Unos huyendo de la sociabilidad obrera, otros militando en los partidos polí­ticos burgueses, dando su apoyo a los propios enemigos.
Esta última persecución hecha por el Gobierno a los pobres en Tocopiila, Taltal, Chañaral, Lota, Lebu y otros pueblos, nos trae una demostración evidente del odio que el rico, que el patrón, que el Gobierno profesa a los pobres, sobre todo a los que piensan en estudiar y emanciparse de la ignorancia.
En esta campaña de odios hecha por los burgueses, ya como gobernadores, como jueces, como fiscales, como Mi­nistros de Cortes y aún como Ministros de Estado y hasta el mismo mal agradecido del Presidente Riesco, elevado con el apoyo popular, campaña hecha contra el pueblo, ha quedado perfectamente en claro que nosotros los tra­bajadores nada tenemos que esperar de la canalla reinante, a no ser mayores azotes.
Todos esos burgueses divididos en bandos políticos lla­mados balmacedistas y radicales, o conservadores y libe­rales, en tiempos de elección halagan las pasiones del pueblo y lo engañan con sus acostumbradas mentiras has­ta que por su concurso llegan al poder, desde donde se convierten en los verdugos del pobre que les ayudara.
Estos últimos azotes que hemos recibido, cuando gober­naban al país los partidos balmacedista y radical, partidos que en los últimos tiempos han encontrado cierto apoyo en la masa del pueblo, debido a los embustes que pregonan en sus diarios i choclones, han concluido por llevar a nues­tro espíritu el real convencimiento de que los burgueses no serán jamás los amigos del trabajador.
El partido balmacedista, el último nacido sobre el charco sangriento de una revolución en que peleaban los ricos sacrificando a los pobres, llegó a los pueblos ofre­ciendo el non plus ultra de las libertades, ofreciendo per­feccionar el sistema de gobierno y mil maravillas que hasta hoy no ha cumplido; pero, en cambio, este partido se lanzó a la victimación de los obreros y, por medio de sus Gobernadores y Ministros, como Víctor Gutierrez en Toco­pilla y Manuel E. Ballesteros, como Ministro del Interior, se nos encarceló, se nos robó, se nos sableó y se nos ase­sinó de la manera mas infame. Se violaron todas las leyes, incluso las del decoro, se escarneció la libertad, se pros­tituyó la justicia y se blasfemó al pueblo.
Todos los pueblos han visto la brutalidad ejercida por el gobierno en los últimos meses y ninguno de esos parti­dos que mienten amor al pueblo, ha procurado, no diré castigar aquellos abusos, pero ni siquiera corregirlos ni detenerlos.
Pero ante estos hechos que arrancan gritos de subleva­ción no podemos permanecer en silencio y el pueblo traba­jador debe castigar a los malvados de una manera inflexi­ble.
En las futuras elecciones para el año 1906 vendrán llenos de cinismo a llamar al pueblo y a ofrecerle lo que le están ofreciendo hace ya cien años, sin cumplir una sola de esas promesas.
Los adelantos que el pueblo haya conquistado se los debe a sí propio, a su iniciativa, a su labor realizada desde el solio de la sociabilidad obrera.
Pronto llegará, pues, la hora de castigar a la burguesía que se burla de los fueros del pueblo.
Luis E. Recabarren S.




[Contratapa]
EDICION DE DIEZ MIL EJEMPLARES
AJENCIAS  JENERALES
PARA LA VENTA DE MIS FOLLETOS
TODAS LAS  MANCOMUNALES DEL PAIS
El Autor,  TOCOPILLA,  Casilla 32

« SANTIAGO DE CHILE »
Zenon Torrealba, San Francisco 829.
Congreso Obrero, Casilla 248.
Nicolás Rodríguez, imprenta El Chileno.
« VALPARAISO »
Clotilde Ibaceta, Carrera 32, Baron.
J. Joaquin Salinas, Independencia 61.
Carmela Jeria, Prieto 94.
Cárlos V. Cortes, Carrera 21.
*
Los compañeros que quieran contribuir a la propagacion de nuestras ideas i se interesen por la total colocacion de este folleto pueden comprar 5 ejemplares por DOS PESOS i venderlos a sus amigos i compañeros.


[1] Con este telegrama el Ministro del Interior violaba la ley acon­sejaba a sus subalternos la violación.
[2] La nota 399 es el telegrama del Ministro, copiado al empezar el párrafo secundo.
[3] Todos los documentos que forman la cabeza del proceso son tan estúpidos, que ni vale la pena reproducirlos, ni arrojan ninguna expresión que pueda considerarse para procesar a gentes honradas. Entre ellos está el telegrama del Ministro; la carta del teniente, copiada en la introducción; la carta del Presidente de la Mancomunal, de la que se citan algunos párrafos; y otros demasiado insulsos, hasta terminar con la misma acusación del Promotor Fiscal, de la que hemos copiado lo más sabroso.
[4] El receptor pasó al Juzgado una nota en que daba cuenta que yo acaté la orden del Juzgado; y a pesar de esto, el juez ordenó mi prisión incomunicada. Yo entregué la imprenta, considerando suficiente mi protesta, unida a la del pueblo y los actos posteriores, pero animado de la idea de que al llevarse el juez esa imprenta, quedando yo libre podría establecer inmediatamente otra, y entonces la intención de la autoridad de apagar nuestra voz quedaba burlada. Mi larga prisión me impidió realizar en el acto esta idea; más, hoy, como un castigo a la misma autoridad, administro dos periódicos obreros: El Trabajo, al servicio de la Sociedad Mancomunal, y El Proletario, al servicio de la Asamblea demócrata.
Se nos secuestró una imprenta para enmudecer la voz de un periódico, y como consecuencia de esta maldad, hoy son dos las voces periódicas que defienden los fueros de la clase obrera en Tocopilla, propagando sus sanos ideales para instruir a los que aun ignoran la verdad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario