jueves, 4 de noviembre de 2010

Ricos y Pobres

[Digitalización: Archivo de Historia Social. Chile, noviembre, 2010. Fuente: El Pensamiento de Luis Emilio Recabarren, Tomo I, págs. 161-205. Editorial Austral. Santiago de Chile, diciembre 1971]

Luis Emilio Recabarren Serrano
RICOS Y POBRES
(Conferencia dictada en Rengo, la noche del 3 de septiembre de 1910, con ocasión del Primer Centena­rio de la Independencia de Chile.)

ALGUNAS   PALABRAS
Quiero trazar con expresiones sinceras los pensa­mientos que en mí se albergan sobre el siglo trans­currido bajo el régimen de la República, y procuraré que estas expresiones sean el retrato de la verdad, es decir, de la verdad como yo la comprendo, como yo la siento, ya que desgraciadamente existen dife­rencias para apreciar la verdad.
Esta conferencia que voy a desarrollar no es, ni puede ser, el fruto de expresiones antojadizas; es el resultado de reflexiones y de observaciones hechas durante cerca de un cuarto de siglo en medio de una vida llena de miserias y mirando en todos sus con­tornos miserias de todas clases.
No tengo valor moral para contrariar mis senti­mientos y por esto yo no puedo bosquejar aquí otras cosas que expresiones de la vida vivida por el prole­tariado al cual pertenezco, comparándole a la vida vivida por la burguesía y hasta dónde es posible ver­la.
De sobra comprendo que mi conferencia, por aho­ra, va a encontrar muchos escollos, porque el modo de apreciar el desarrollo de la historia de un pueblo, es diferente, según sean las personas que le juzguen. Sin embargo, espero y confío en vuestra benevolen­cia, en vuestra cultura, en vuestro espíritu de obser­vación y de estudio, que habréis de oír o de leer estas páginas tolerando bondadosamente la disconformi­dad que ellas arrojen con respecto a vuestro modo de pensar.
Hablar o escribir en sentido contrario a lo que pa­rece pensar toda una nación o su mayoría, puede ser audacia y suele clasificarse de maldad. Mas, quien cree sinceramente que vive en la verdad no debe sentirse cohibido ni esclavizado para decir a sus se­mejantes lo que siente, sobre todo cuando esto se ha­ce dentro del debido respeto para todos. Yo miro y veo por todas partes, generales alegrías y entusias­mos al acercarse cualquier ocasión de festividades, y yo en mi ser, en lo íntimo de mi ser, no siento ni si­quiera el contagio de esa alegría ni de ese entusias­mo. Más bien siento tristeza.
Y siento tristeza porque creo que aquellos que sienten alegrías viven en el mundo de las ilusiones, muy lejos de la verdad. Disculpadme si acaso hago mal en decir esto.
Hoy todo el mundo habla de grandezas y de pro­gresos y les pondera y les ensalza considerando todo esto como propiedad común disfrutable por todos.
Yo quiero también hablar de esos progresos y de esas grandezas, pero me permitiréis, que los coloque en el sitio que corresponde y que saque a luz todas las miserias que están olvidadas u ocultas o que por ser ya demasiado comunes no nos preocupamos de ellas.
Esta conferencia va dividida en tres capítulos y un resumen para tratar por separado la situación del proletariado y la bur­guesía en el transcurso del siglo, en el orden social, político y económico.
Entremos, pues, en materia.



I
LA SITUACION MORAL Y SOCIAL DEL PROLETA­RIADO Y LA BURGUESIA
No es posible mirar a la nacionalidad chilena des­de un solo punto de vista, porque toda observación resultaría incompleta. Es culpa común que existan dos clases sociales opuestas, y como si esto fuera po­co, todavía tenemos una clase intermedia que com­plica más este mecanismo social de los pueblos.
Reconocidas estas divisiones de la sociedad nos co­rresponde estudiar su desarrollo por separado, para deducir si ha habido progreso y qué valor puede te­ner este progreso.
La clase capitalista, o burguesa, como le llamamos, ha hecho evidentes progresos a partir desde los últi­mos 50 años, pero muy notablemente después de la guerra de conquista de 1879 en que la clase gober­nante de Chile se anexó a la región salitrera.
El progreso económico que ha conquistado la cla­se capitalista ha sido el medio más eficaz para su progreso social, no así para su perfección moral, pues aunque peque de pesimista, creo sinceramente que nuestra burguesía, se ha alejado de la perfección mo­ral verdadera.
Sin tomar en cuenta los individuos, creo que la co­lectividad burguesa, vive habituada ya en un am­biente vicioso e inmoral, que quizás en muchos casos no se note o se disculpa por no tener la noción sufi­ciente para saber estimar íntegramente la verdadera moral. El espíritu de beatitud en cierta parte de esta sociedad no la ha detenido ni alejado de esta situa­ción.
Cien años ha, cuando la población de este país vi­vía en el ambiente propio de una colonia europea, que le había inoculado sus usos y costumbres; pare­ce que no se destacaba la nota inmoral y voluptuosa de la época presente. Se vivía en este país bajo el ré­gimen de la sociedad feudal, algo atenuado si se quiere, pero con todas las formas de la esclavitud y con todos los prejuicios propios del feudalismo. El sometimiento demasiado servil de la clase esclava en­tregada en su mayor número a la vida pastoril y a la agricultura era una circunstancia que no provo­caba ninguna acción de la clase señorial, en que pu­diera notarse como hoy, sus crueldades.
La última clase, como puede considerarse en la escala social, a los gañanes, jornaleros, peones de los campos, carretoneros, etc., vive hoy como vivió en 1810. Si fuera posible reproducir ahora la vida y cos­tumbres de esta clase de aquella época y compararla con la de hoy día, podríamos ver fácilmente que no existe ni un solo progreso social. En cuanto a su si­tuación moral podríamos afirmar que en los campos permanece estacionaria y que en las ciudades se ha desmoralizado más. Esta clase más pobre de la so­ciedad, más pobre en todo sentido —material y mo­ral— ha vivido tanto antes como ahora en un am­biente completamente católico y cristiano. Si afirmá­ramos que hoy vive más dominada por la iglesia, que antes, no haríamos una exageración. Sin embargo, antes se notaban en esta clase mejores costumbres que ahora. Con sobrada razón podríamos preguntar­nos: ¿Por qué no ha progresado esta clase social que ha vivido siempre al amparo moral del catolicismo?
Es esta nueva pregunta para la cual cada persona debe buscar la respuesta con sus propios esfuerzos, porque es menester, para el desarrollo de las inteli­gencias, que se realice este ejercicio mental, a fin de que cada cual resuelva este problema social y procu­re cooperar a mejorar las cosas.
La última clase de la sociedad que constituye probablemente más de un tercio de la población del país, es decir más de un millón de personas no ha adqui­rido ningún progreso evidente, en mi concepto digno de llamarse progreso. Se me dirá que el número de analfabetos es, en proporción, mucho menor que el de antes, pero con esta afirmación no se prueba na­da que ponga en evidencia un progreso. Para esta última clase de la sociedad el saber leer y escribir, no es sino un medio de comunicación, que no le ha producido ningún bienestar social. El escasísimo ejer­cicio que de estos conocimientos hace esta parte del pueblo, le coloca en tal condición que casi es igual si nada supiese. En las ciudades y en los campos, el sa­ber escribir, o simplemente firmar, ha sido para los hombres un nuevo medio de corrupción, pues, la cla­se gobernante les ha degradado cívicamente ense­ñándoles a vender su conciencia, su voluntad, su so­beranía.
El pueblo en su ingenua ignorancia aprecia en mucho saber escribir para vender su conciencia. ¿Es esto un progreso? Haber aprendido a leer y a escribir pésimamente, como pasa con la generalidad del pueblo que vive en el extremo opuesto de la comodidad, no significa en verdad, el más leve átomo de progreso.
Muchos periodistas han afirmado en más de una ocasión que las conscripciones militares han aporta­do al pueblo un contingente visible de progreso por­que han contribuido a desarrollar hábitos útiles des­conocidos entre la llamada gente del pueblo. Se ha dicho que esta parte de las poblaciones ha aprendi­do hábitos de higiene, se ha educado, aprendido no­ciones elementales, etc. Estas afirmaciones son más ficticias que reales.
La pobreza, y la pobreza, en grado excesivo sobre todo, impide todo progreso. Hay gentes que no tie­nen un tiesto para lavarse. La vida del cuartel, gene­ralmente, ha producido hábitos innobles y ha fomen­tado o despertado malas costumbres en personas buenas y sencillas. Yo creo que produce más desastres que beneficios.
El movimiento judicial y penitenciario del país nos prueba de una manera evidente el desastre moral de nuestra sociedad, durante los cien años que han transcurrido para la vida de la República. La magis­tratura del país ha perdido todo el prestigio que de­bió conservar o de que debió rodearse. Yo no podría afirmar si los procedimientos judiciales estuvieron alguna vez dentro de la órbita de la moral. Pero lo que puedo decir es que debido al desarrollo intelec­tual natural del pueblo, éste ha llegado a convencer­se de que la justicia no existe o de que es parte in­tegrante del sistema mercantil y opresor de la bur­guesía.
Yo he llegado a convencerme de que la organiza­ción judicial sólo existe para conservar y cuidar los privilegios de los capitalistas. ¡Ojalá, para felicidad social, estuviere equivocado! La organización judicial es el dique más seguro que la burguesía opone a los que aspiran a las transformaciones del actual orden social.
La literatura nacional tiene muchas expresiones, que son la más dura acusación a la inmoralidad so­cial y a su administración de justicia, literatura que está basada en la verdad histórica. No puedo resistir el deseo de copiar aquí una página de un autor chi­leno que dice así:
"La noche aquélla, la obscura noche en la cual iba dejando más harapos enredados en las piedras cortantes del camino, re­cliné mi cabeza cansada sobre el tronco de un árbol secular.
Me hizo dormir el peso de la Fatalidad que gravitaba sobre mi frente. Había clamado tantas veces por la equidad humana, que esta idea se había aferrado a mi cerebro como esas raíces añosas adheridas a la tierra difícil de arrancar. Y soñé...
Me halle súbitamente en un erial cubierto de secas malezas, sin árboles, sin flores. Un letal vapor de sepulcro invadía las cosas existentes, y el campo fúnebre no tenía término, ni vereda alguna, ni salvación posible.
En un tajo abierto como una grieta profunda, mansión de cíclopes antiguos que habían partido los porfiados con sus formidables miembros, vivía un ser monstruoso, sin forma humana, sin perfiles de consciente. La mitad derecha del rostro reía como Quasimodo, sordo, incapaz, idiota; la izquierda era un conglo­merado de contracciones faciales, hijas de llanto, del pesar, del furor y del despecho, difícil de bosquejar por la pluma más sagaz y maestra. El contraste formado por estas dos actitudes revelaba la mostruosidad en su carácter más completo: era aquello una fiera digna émula de la apocalipsis, con que suelen soñar los remordimientos humanos. Creía hallarme solo en aquel páramo desolado. Pero no lejos de allí se destacó un ujier ar­mado hasta los dientes, inabordable, asegurado por todas partes. -¿Cómo has llegado hasta aquí, mendigo? No sabes que este erial y esta grieta honda e inaccesible esta destinada para un mostruo que debe vivir alejado para siempre de las sociedades cuya constitución está amparada por la más estrecha justicia? Te prohíbo que asomes la cabeza en ese abismo... Los ojos del monstruo te atraerían y sucumbirías bajo el peso de su atracción diabólica.
-Ya lo he visto respondí.
-¡Desgraciado!... ¿Y no sientes ya el hielo de la muerte en tus entrañas? ¿No has visto que sus pupilas relampagueaban co­mo las de voraces reptiles?
-¿Y cómo se llama esa bestia? -pregunté azorado...
-¡Prevaricato!- respondióme el bondadoso ujier.
Y desperté... y resolví entonces morir de vergüenza, de hastío y de dolor. Ya no existía la justicia..."
El régimen carcelario es de lo peor que puede ha­ber en este país. Yo creo no exagerar si afirmo que cada prisión es la "escuela práctica y profesional" más perfecta para el aprendizaje y progreso del estu­dio del crimen y del vicio. ¡Oh monstruosidad huma­na! ¡Todos los crímenes y todos los vicios se perfec­cionan en las prisiones, sin que haya quien pretenda evitar este desarrollo!
Yo he vivido cuatro meses en la cárcel de Santia­go, cuatro en la de Los Andes, cerca de tres en la de Valparaíso y ocho en la de Tocopilla. Yo he ocupado mi tiempo de reclusión estudiando la vida carcela­ria y me he convencido que la vida de la cárcel es lo mas horripilante que cabe conocer. Allí se rinde fer­voroso y público culto a los vicios solitarios... La inversión sexual no es una novedad para los reos. Los delincuentes que principian la vida del delito, encontrarían en las cárceles los profesores y maes­tros para perfeccionar el arte de la delincuencia.
El personal de empleados de prisiones y sus ane­xos es bastante numeroso. Pero, a pesar de esto, yo no conozco un solo caso de alguno que haya estu­diado o propuesto medios encaminados a buscar un perfeccionamiento en el sistema carcelario que contribuyera a proporcionar una verdadera regenera­ción entre tantos seres más desgraciados que delin­cuentes.
Y el personal de los juzgados, ¿habrá producido alguna idea en este sentido; Yo no conozco ninguna.
Yo creo que la prisión no es un sistema penal dig­no del hombre y propio para regenerarle. Hoy que se habla tanto de progresos y que se celebra como un gran acontecimiento el haber llegado a los 100 años de vida libre, yo me preguntó, ¿ha progresado en la República el sistema penal? ¿Ha disminuido el número de delincuentes? ¿Cuántas cárceles se han cerrado a impulsos de la educación? ¿Ha mejorado o progresado siquiera la condición moral del perso­nal carcelario o judicial que podría influir en la re­generación de los reos? Ninguna respuesta satisfac­toria podría obtener.
Acerca de la crueldad moral que envuelve en sí la prisión escribe un autor chileno en un librito titu­lado "Palabras de un Mendigo", lo que sigue:
"El mudo carcelero me introdujo dentro de una mazmorra helada, hizo rechinar la puerta del calabozo, y puso el férreo candado a la prisión a donde se me había arrastrado.
Luego después no había más que intensa y espantosa sombra a mi rededor. Era aquello el abismo abierto a un hombre que buscaba la luz, pero a quien se le encerraba en un sepulcro in­sondable para evitar que los rayos vivificadores del astro rey llegaran hasta su pupila dilatada y profunda.
Yo no había pecado. A nadie había hecho mal. Mis vesti­dos se habían desgarrado en medio de las zarzales punzadoras del camino, mi sangre había corrido a raudales. Llegué exá­nime a la prisión y caí desfallecido en brazos de los primeros sayones que me oprimieron.
¿Por qué se me encerraba, oh Pueblo? Yo no había delin­quido, ni robado, ni asesinado.
Alguien murmuró a mis oídos cuando entré al fúnebre re­cinto, al sitio de la perdición, al calabozo nauseabundo:
-¡Otro bandido!
Yo en un rapto de sagrado entusiasmo había gritado: ¡MUERA LA TIRANIA!
Y cuando el esbirro ensañado vació en mis oídos la bazofia brutal de su desvergüenza, sentí en mí ser algo así como la lava hirviente de un volcán que amenazaba estallar; y experimenté un agrupamiento de ideas enloquecidas, terribles, impetuosas...
Era la indignación que saben experimentar las almas bue­nas, que todavía no han entregado su conciencia al odioso mer­cader que suele comprarla a precios bajos".
¡Cuánta amargura, cuánta ironía hay en todo es­to! ¡Pero sobre todo cuánta verdad! ¡Son palabras candentes que abrazan todo el rostro de los privile­giados!
¿Veremos mejorarse el sistema carcelario y judi­cial en el sentido de producir una disminución en la delincuencia, por la acción moral más que por la ac­ción penal? El porvenir lo dirá.
La sociedad debe preocuparse de corregir la delin­cuencia, creando un ambiente de elevada moral, cu­yo ejemplo abrace, pues el sistema penal debemos considerarlo ya  un fracaso.   Estimo que el sistema penal generalmente atemoriza, pero no corrige, detendrá la acción criminal, pero no la intención. La sociedad debe, por el propio interés de su perfección, convencerse que el principal factor de la delincuen­cia existe en la miseria moral y en la miseria mate­rial. Hacer desaparecer estas dos miserias es la mi­sión social de la Humanidad que piensa y que ama a sus semejantes.
Comprobar fehacientemente el progreso que ha hecho el vicio, es bastante para poner a la luz del día la verdad. La verdad de que en cien años de vida republicana se constata el progreso paralelo de dos circunstancias:
El progreso económico de la burguesía. El progre­so de los crímenes y de los vicios en toda la sociedad.
La vida del conventillo y de los suburbios no es menos degradada que la vida del presidio.
El conventillo y los suburbios son la escuela pri­maria obligada del vicio y del crimen. Los niños se deleitan en su iniciación viciosa empujados por el delictuoso ejemplo de sus padres cargados de vicios y de defectos. El conventillo y los suburbios son la antesala del prostíbulo y de la taberna.
Y si a los cien años de vida republicana, democrá­tica y progresista como se le quiere llamar, existen estos antros de degeneración, ¿cómo se pretende aso­ciar al pueblo a los regocijos del primer centenario?
El conventillo y los suburbios han crecido quizás en mayor proporción que el desarrollo de la pobla­ción. Y aun cuando se alegara que el aumento de los conventillos ha ido en relación con el aumento de la población, no sería éste un argumento justificati­vo ni de razón. El conventillo es una ignominia. Su mantenimiento o su conservación constituyen un de­lito.
Sintamos pesar por los niños que allí crecen, ro­deados de malos ejemplos, empujados al camino de la desgracia. Allí están, en abigarrado conjunto, den­tro del conventillo, la virtud y el vicio, con su coro­lario natural de la miseria que quebranta todas las virtudes.
Si hubiera  habido  progreso moral en la vida social, debió detener el aumento de los conventillos, co­mo debe detenerlo en lo sucesivo, pero esto ya no se operará por iniciativa especial de la burguesía sino por la acción proletaria que empuja la acción de la sociedad. Es necesario transformar el sistema de ha­bitación para contribuir a perfeccionar los hábitos del pueblo.
Poco después de escrita esta conferencia, algunos diarios emprendieron una débil cruzada contra los conventillos. Para reforzar mis argumentos he colo­cado al final de la conferencia algunas publicaciones hechas al respecto por los diarios.
La clase media que se recluta entre los obreros más preparados y los empleados, ¿habrá hecho pro­gresos? ¡Recorramos su condición y convenzámonos! Esta clase es hoy mucho más numerosa que lo que lo era antes en proporción a cada época. Ha aumen­tado su número a expensas de los dos extremos so­ciales. A ella llegan los ricos que se empobrecen y que no pueden recuperar su condición y los que lo­gran superarse en la última clase.
Esta clase ha ganado un poco en su aspecto social y es la que vive más esclavizada al que dirán, a la vanidad y con fervientes aspiraciones a las grande­zas superfluas y al brillo falso. Debido a estas circunstancias que le han servido de alimento, esta cla­se ha hecho progresos en sus comodidades y vestua­rio, ha mejorado sus hábitos sociales, pero a costa de mil sacrificios, en algunos casos; de hechos delic­tuosos en otros y poco delicados en la mayor parte de los casos.
Es en esta clase, la clase media, donde se encuen­tra el mayor número de los descontentos del actual orden de cosas y de donde salen los que luchan por una sociedad mejor que la presente.
Nuestro pueblo, religioso y fanático, no tiene há­bitos virtuosos y morales. Posee una religión sin mo­ral.
Hechos: El matrimonio del pobre es especialmente consagrado por la iglesia. Después de la ceremonia se entregan, en la miserable vivienda, a la borrache­ra desenfrenada y libertina llena de inmoralidades. El bautizo religioso de los niños ha sido siempre un motivo de borrachera con todo su natural cortejo de degradación.
El crimen ha sido muchas veces el epílogo doloro­so de estos hechos del pueblo. Los pobladores de las cárceles son todos religiosos. Es un hecho entonces lo que afirmo, que nuestro pueblo posee una religión sin moral, y yo deduzco de aquí que la religión pro­tegida por el Estado y la Sociedad con el fin de mo­ralizar, no ha tenido la fuerza suficiente o la capa­cidad necesaria para moralizar y lo único que ha conseguido es hacer creyentes o fanáticos de una doctrina teórica, sin práctica moral.
La acción de los comerciantes, en general, es la acción de la inmoralidad. El progreso rápido del co­mercio, que es lo que busca el comerciante, está ba­sado en la acción de la inmoralidad; en el engaño, en el fraude, en la falsificación, en el robo, en la explo­tación más desenfrenada del pobrerío que es la clien­tela más numerosa del comerciante inescrupuloso de los barrios pobres.
¿Y esto... también llamaremos progreso? Esto que ha progresado tanto en el transcurso de los últi­mos cien años, ¿también es digno de asociarle al entu­siasmo de las festividades centenarias?
La clase rica no sufre por esto. Ella compra en sus grandes almacenes los frutos escogidos de la produc­ción mundial. Se fabrica y se produce especialmente para ella. El monopolio de la producción en sus pro­pias manos y la posesión de la riqueza le garantiza este privilegio. La clase pobre no puede gozar de estos privilegios. Ella es la escogida como víctima única de la voracidad inmoral de la clase comercial.
Una parte del pueblo, formada por obreros, los más aptos, por empleados, pequeños industriales sa­lidos de la clase obrera y algunos profesionales, pero todos considerados dentro de la clase media, ha po­dido realizar algún progreso. Han constituido orga­nismos nuevos: sociedades de socorro de ahorro, de resistencia a la explotación, de educación, de recreo y un partido popular llamado Partido Demócrata. Esta manifestación de la acción es el único progreso ostensible de la moral y de la inteligencia social del proletariado, pero es a la vez la acusación perenne a la maldad e indolencia común.
Para atenuar el hambre de su miseria en las ho­ras crueles de la enfermedad, el proletariado fundó sus asociaciones de socorro. Para atenuar el hambre de su miseria en las horas tristes de la lucha por la vida y para detener un poco de feroz explotación ca­pitalista, el proletariado funda sus sociedades y fede­raciones de Resistencia, sus mancomunales. Para ahuyentar las nubes de la amargura creó sus socie­dades de recreo. Para impulsar su progreso moral, su capacidad intelectual, su educación, funda publica­ciones, imprime folletos, crea escuelas, realiza con­ferencias educativas.
Más, toda esta acción es obra propia del proleta­riado, impulsado por el espíritu de conservación, y es un progreso adquirido a expensas de sacrificios y privaciones.
¡Para este progreso no es tiempo aún de festejarle su centenario!
Se ha dicho muchas veces que uno de los más apreciables bienes de la República ha sido el progre­so liberal del país, el cual no habría podido desarro­llarse en la monarquía. Yo creo que esto es una exa­geración y tal vez una mistificación.
La mentalidad, la inteligencia, ha hecho mayores progresos en el proletariado español, bajo el régimen monárquico, durante los últimos cien años, que en el proletariado chileno bajo el régimen de la llamada libertad republicana. Esto no prueba que la monar­quía o la república sean o no superior la una a la otra, pero prueba que la forma o clase de régimen social no influye especialmente en el progreso moral, social o intelectual, ni le detiene.
En Rusia, a pesar del régimen de tiranía se ha de­sarrollado mucho la mentalidad moral del pueblo y su acción para la defensa de su progreso ha sido mu­cho más vigorosa que en otros países de más liber­tades.
La existencia de toda la organización proletaria de España, y sus grandiosos frutos: Casas del Pueblo, cooperativas, prensa, etc., nos prueba que ese prole­tariado ha podido desenvolverse y progresar en el se­no de la monarquía en tales condiciones que aún no lo sueña el proletariado chileno. Esto nos prueba que la República no ha producido aquí aquel bien que se supone el proletariado.
Digamos la verdad: el bien inmenso que ha produ­cido la República fue la creación y desarrollo de la Burocracia chilena y fue también la posesión de la administración de los intereses nacionales. La Buro­cracia que goza de esta situación, ella sí que tiene motivo de regocijo justificado si mira egoístamente su situación. ¡Nosotros no!




II
LA SITUACION INTELECTUAL Y POLITICA DEL PROLETARIADO Y LA BURGUESIA
El desarrollo intelectual es una circunstancia na­tural de la especie humana. En general hay siempre progresos. Podrá encontrarse individuos que no pro­gresen intelectualmente, pero con dificultad se en­contrará una familia completa que no presente un caso de progreso. Pero en las sociedades que forman el género humano se ha constatado el progreso en una forma natural empujado a un tiempo por los individuos y por la sociedad.
Es el caso que un individuo alimenta a la socie­dad y que ésta alimenta al individuo. El individuo se forma intelectualmente del ambiente de la sociedad. Pero el ambiente de la sociedad se ha formado del ambiente creado por los individuos.
La modificación de un ambiente social, es obra del individuo, pero obra paulatina, lenta, gradual si se quiere. La modificación del ambiente individual es obra propia y social y puede ser rápido su progreso o su transformación.
Es pues, el progreso intelectual del país un hecho, y el regocijo que ello nos produce se equipara al re­gocijo que sentimos por el crecimiento y avance de la edad de nuestros hijos. El progreso intelectual es­tá limitado a las esferas en que se desarrolla y los beneficios marchan en relación.
Para las altas clases sociales el progreso intelec­tual es un medio para conquistar mayor bienestar, porque poseen el dinero. Para las bajas clases sociales ese mismo progreso no alcanza a producir bienes­tar, porque no tienen dinero.
El progreso intelectual en esta época no es un pro­greso moral, pues, en muchos casos la mayor capa­cidad conduce al individuo a la relajación. El pro­greso intelectual, creo decirlo sin pasión, se ha desa­rrollado notablemente en la clase media, y podría ser esto un motivo de alegría, pero la finalidad social que se busca como fruto del progreso intelectual dis­ta mucho aún y la labor del proletariado inteligente prosigue vigorosamente su marcha. Cuando llegue a la meta entonces sí que habrá motivos de alegrías comunes.
En cuanto a la situación política, es menester de­tenerse con alguna calma para estudiarla, para con­templarla. Esta conferencia escrita con ocasión del primer centenario de lo que se llama emancipación política del pueblo, ha de dejar en sus páginas bien precisada la condición política del país.
¿Quiénes dieron el grito de emancipación política en 1810? ¿Dónde estuvieron y quiénes fueron los per­sonajes del pueblo trabajador que cooperaron a aque­lla jornada?
La historia escrita no nos dice nada y los histo­riadores sólo buscaron los héroes, los personajes, en­tre las familias de posición, entre la gente bien. En los monumentos que complementan la historia tam­poco vemos al pueblo. O'Higgins, los Carrera, San Martín, Manuel Rodríguez, etc., todos esos eran gen­tes de la llamada alta sociedad de aquella época. Esos están inmortalizados en el bronce.
La burguesía por el conducto de sus escritores nos habla siempre de "los grandes hombres que nos die­ron patria y libertad" y esta frase ha pretendido gra­barla en la mente del pueblo haciéndole creer que es propia para todos.
Yo mismo en torno mío... miro en torno de la gente de mi clase... miro el pasado a través de mis 34 años y no encuentro en toda mi vida una circunstancia que me convenza que he tenido patria y que he tenido libertad...!
¿Dónde está mi patria y dónde mi libertad? ¿La habré tenido allá en mi infancia cuando en vez de ir a la escuela hube de entrar al taller a vender al ca­pitalista insaciable mis escasas fuerzas de niño? ¿La tendré hoy cuando todo el producto de mi trabajo lo absorbe el capital sin que yo disfrute un átomo de mi producción?
Yo estimo que la patria es el hogar satisfecho y completo, y la libertad sólo existe cuando existe este hogar. La enorme muchedumbre que puebla campos y ciudades, ¿tiene acaso hogar? ¡No tiene hogar...! ¡No tiene hogar...! ¡Y el que no tiene hogar no tiene libertad! Todos los grandes creadores y funda­dores de la economía política han afirmado este prin­cipio: "¡El que no tiene hogar no tiene libertad!''
A ver, ¿quién puede contradecirme?
Acaso los que vencieron al español en los campos de batalla, ¿pensaron alguna vez en la libertad del pueblo? Los que buscaron la nacionalidad propia, los que quisieron independizarse de la monarquía bus­caban para sí esa independencia, no la buscaron pa­ra el pueblo.
¡Celebrar la emancipación política del pueblo! Yo considero un sarcasmo esta expresión. Es quizás una burla irónica. Es algo así como cuando nuestros burguesitos exclaman: ¡El soberano pueblo...! cuando ven a hombres que visten andrajos, poncho y chupa­lla. Que se celebre la emancipación política de la cla­se capitalista, que disfruta de las riquezas naciona­les, todo eso está muy puesto en razón.
Nosotros, que desde hace tiempo ya estamos con­vencidos que nada tenemos que ver con esta fecha que se llama el aniversario de la independencia na­cional, creemos necesario indicar al pueblo el verda­dero significado de esta fecha, que en nuestro con­cepto sólo tienen razón de conmemorarla los burgue­ses, porque ellos, sublevados en 1810 contra la corona de España, conquistaron esta patria para gozarla ellos y para aprovecharse de todas las ventajas que la independencia les proporcionaba; pero el pueblo, la clase trabajadora, que siempre ha vivido en la mi­seria, nada, pero absolutamente nada gana ni ha ga­nado con la independencia de este suelo de la domi­nación española. Tal es así que los llamados padres de la patria, aquéllos cuyos nombres la burguesía pretende inmortalizar, aquéllos que en los campos de batalla dirigieron al pueblo-soldado para pelear y de­salojar al español de esta tierra, una vez terminada la guerra y consolidada la independencia, ni siquie­ra pensaron en dar al proletariado la misma libertad que ese proletariado conquistaba para los burgueses reservándose para sí la misma esclavitud en que vi­vía.
Esto que decimos, lo probamos con los dos siguien­tes decretos que hemos copiado en las páginas 28 y 29 de la colección de Leyes y Decretos del Gobierno de 1810 a 1823, edición ordenada por don Manuel Montt y revisada por don Domingo Santa María. He aquí los decretos:
Ha sabido el gobierno que a pesar de lo prevenido en auto del Supremo Congreso Nacional de 11 de Octubre de 1811, en algunas parroquias subsiste todavía la costumbre de asentar en las partidas bautismales de los individuos que nacen de madres esclavas, la nota de esclavos; y teniendo presente que este abuso, ya provenga de malicia o de falta de reflexión compromete la suerte de aquellos infelices y ofende la autoridad del gobierno, decreto: que respecto a que desde la fecha citada quedó por regla inalterable abolida la esclavitud en todos los que naciesen en lo sucesivo, todos los párrocos deban desde entonces poner la nota de esclavos en las partidas que se hubiesen asentado, omitiendo ponerla en adelante. Este decreto se imprimirá, y teniéndose con esto por bastante circulado, los subalternos cui­darán de su cumplimiento y se transcribirá al Obispo gober­nador para que quede archivado en su juzgado y uno de los principales puntos que deban examinar los Diocesanos en sus respectivas visitas para el cumplimiento de este auto.- PEREZ.-INFANTE.- EYZAGUIRRE.- Agustín Díaz, secretario.
ACTA DEL SUPREMO CONGRESO NACIONAL
Sesión del día  11  de Octubre
Aunque la esclavitud, por opuesta al espíritu cristiano, a la humanidad y a las buenas costumbres, por inútil y aun contraria al servicio doméstico que ha sido el aparente motivo de su con­servación, debería desaparecer de un suelo en que sus magis­trados sólo tratan de extinguir la infelicidad en cuanto alcance sus últimos esfuerzos, con todo, conciliando estos sentimientos con las preocupaciones, y el interés de los actuales dueños de esta clase de miserable propiedad; acordó el Congreso que desde hoy en adelante no venga a Chile ningún esclavo y que los que transiten para países donde subsista esta dura ley, si se demoran por cualquier causa y permanecen seis meses en el reino queden libres por el mismo hecho. Que los (esclavos) que al presente se hallen en servidumbre, permanezca en una condición, que se le hará tolerable la habitual, la idea de la dificultad de encontrar repentinamente recursos de que subsistir sin gravamen de la sociedad, el buen trato que generalmente reciben de sus amos, y sobre todo el consuelo de que sus hijos que nazcan desde hoy serán libres, como expresamente se esta­blece por regla inalterable. Para evitar los fraudes de la co­dicia, y que nos prive de estos beneficios, a las madres que sean vendidas para fuera del país, se declararán igualmente li­bres sus vientres y que deben serlo por consiguiente sus pro­ductos en cualquier parte y que así se anota por cláusula for­zosa en las escrituras que se otorguen, y en los pases de la aduana, a cuyo fin, se hará extender a los escribanos y ad­ministradores". (Esta ley aparece en la colección entre las del año 1813, pero parece que es la ley a que se refiere el de­creto de la cabeza, Octubre 11  de 1811).
Si leemos con detención los dos decretos anterio­res podemos ver en ellos que la clase burguesa no abolió la esclavitud, ni siquiera para los esclavos que pelearon en calidad de soldados, obligados por sus amos. Todo lo que hizo esa burguesía triunfante fue abolir la esclavitud para los hijos que nacían de pa­dres esclavos después de esa fecha, cosa que en rigor no tiene mérito alguno ni expresa una acción gene­rosa, siquiera a título de premio para los que daban libertad.
En la expresión de esos decretos se ve claro el sen­timiento que dominaba a la sociedad en aquella épo­ca y de ello se desprende claramente:
Que la esclavitud era ya considerada inútil en cuanto a las ventajas económicas o sociales que pu­dieran esperarse. Que la esclavitud se aboliría enton­ces por estas circunstancias y no por espíritu de hu­manidad ni cristiano. Que la esclavitud no la abolía el nuevo Estado independiente porque consideraba herir los intereses de los amos y porque comprendía que lanzar a la calle en libertad a los esclavos que nada poseían era un peligro social que les amena­zaba.
El espíritu de mezquindad y la falta de moral in­capacitó, entonces, a la burguesía para darle a la República, que nacía por el esfuerzo de sus esclavos, el brillo de una verdadera grandeza que pudiera deno­tar a la vez que los fundadores de la patria eran grandes hombres. ¡Qué pequeños les vemos hoy!
Hasta el año 1823, fecha en que Chile se dio la primera Constitución, no se encuentra ninguna ley que demuestre una acción generosa para el pueblo, que le reconozca algún derecho o que siquiera piense en él como personas dignas de figurar en la sociedad.
Todo lo que existe son esas leyes que acabo de ci­tar. Eso en cuanto a los primeros actos de la inde­pendencia nacional. Y ahí se ve la parte que le tocó al pueblo en el triunfo de esa jornada revolucionaria que entregó a la burguesía la administración de la riqueza natural y social de esta región del planeta, dejando al pueblo sumido en su ya larga era de mi­seria.
Y si esto es la verdad, ¿qué cosa es lo que celebra el pueblo en este aniversario? Lo que en realidad hace el pueblo en esta fecha, estimulado por la bur­guesía, es gastar su dinero en torrentes de licor que la misma clase burguesa le vende para guardar el dinero en sus cajas insaciables.
Si los primeros pasos de la nación independiente nada reconocieron en el pueblo, mucho menos se hi­zo después, y en los primeros actos electorales se prescindió del pueblo, y aún podemos decir que los fraudes y la intervención oficial nacieron juntos con la república. Veamos lo que a este respecto decía el caudillo conservador M. J. Irarrázaval en el Senado, en la sesión del 11 de noviembre de 1889, cuando se discutía la ley de la comuna autónoma:
"He aquí el primer acto de intervención oficial. No puedo menos que deplorar que haya iniciado O'Higgins esta serie de actos por demás reprobables... Aquella intervención que tenía, podría decirse, cierto aspecto de cortés, de vergonzante, se es­condía, no quería de ningún modo hallarse comprometida, por­que habría hecho perder su influencia al Director Supremo de la República".
Esto decía Irarrázaval comentando una carta de O'Higgins en que recomendaba la elección de algu­nos de sus amigos para diputados. Pero este mismo Irarrázaval, a quien se le atribuyen propósitos mag­níficos en favor del pueblo y de sus derechos, recla­maba en la sesión del Senado del 5 de agosto de 1874, cuando se discutía la ley de voto acumulativo, lo si­guiente: "Advierta la Cámara que yo no digo ni sos­tengo que cualquiera minoría tiene derecho de ha­cerse representar".
Irarrázaval demostraba con esto que él no pensa­ba en el pueblo ni quería que se creyese que al de­fender el voto acumulativo pretendiera él defenderlo en beneficio de las clases populares. Irarrázaval pe­día el voto acumulativo para que por medio de él se vieran representados en la Cámara todos los intere­ses sociales de la burguesía. Los intereses populares no se tomaban en cuenta.
Si este ha sido el criterio dominante, expuesto en diversas ocasiones desde 1810 hasta la fecha, no ve­mos razón alguna para que la clase popular sienta regocijo por el advenimiento periódico de esta fecha.
La fecha gloriosa de la emancipación del pueblo no ha sonado aún. Las clases populares viven todavía esclavas, encadenadas en el orden económico, con la cadena del salario, que es su miseria; en el orden po­lítico, con la cadena del cohecho, del fraude y la in­tervención, que anula toda acción, toda expresión popular y en el orden social, con la cadena de su ig­norancia y de sus vicios, que le anulan para ser con­sideradas útiles a la sociedad en que vivimos.
Un pueblo que vive así sometido a los caprichos de una sociedad injusta, inmoral y criminalmente or­ganizada, ¿qué le corresponde celebrar en el 18 de Septiembre? Nada. El pueblo debe ausentarse, debe negar su concurso a las fiestas con que sus verdugos y tiranos celebran la independencia de la clase bur­guesa, que en ningún caso es la independencia del pueblo ni como individuo ni como colectividad.
Hubo un tiempo en que las elecciones del Congreso se hacían a balazos, poco después de la guerra de 1879, por ejemplo. El progreso desterró la barba­rie que era el corolario lógico de cada campaña elec­toral. Pero no puedo dejar de decir que todos aque­llos actos de barbarie político-electoral realizados por los partidos en lucha, fueron realizados desde la in­fancia de la República.
Pero si hoy, cien años después, no tenemos el cri­men sangriento en acción es porque ha nacido y se ha desarrollado otro crimen, que ya es adulto, el cri­men de la venalidad, el crimen del cohecho, el crimen de la compra-venta de la conciencia. ¡El mercado de votos! ¡La prostitución política! ¿Cabe desmoraliza­ción mayor? ¿Será esto lo que se llama emancipa­ción política?
Esta independencia que posee el elector para vender su soberanía a quien le ofrece más dinero, ¿será lo que se invita a festejar en cada aniversario patrio? El criterio político del pueblo es lo más pervertido que hoy existe en Chile. El derecho de sufragio, la fa­cultad de elegir, la acción popular para formar el Congreso Nacional y los Municipios del país, la so­beranía del pueblo, ¿son, por ventura, realidades honrosas y conscientes en Chile?
Esta democracia pura creada por la ley, que da a la República su aureola de grandeza, de grandeza na­cida en el seno mismo del pueblo, no es sino una fic­ción, una simple ilusión...! ¿Llamaremos emanci­pación política del pueblo el cúmulo de corrupciones electorales que hoy se realizan?
Si en un pueblo cualquiera se agrupan 100 elec­tores sanos, que no trafican con su voto, y este nú­mero es suficiente para obtener, por ejemplo, una representación municipal, le bastará a la burguesía comprar o suplantar 110 electores para anular esa agrupación de conciencias. Así tenemos que la vena­lidad vence a la pureza, y la pureza vencida por la venalidad ¿de qué podrá sentirse satisfecha?; ¿podrá exclamar viva la libertad?
Las que podremos llamar clases inferiores de la sociedad, atrasadas, sin educación suficiente, sin mo­ralidad, sin criterio, no saben comprender el valor de toda nuestra legislación política democrática. Las clases llamadas superiores, en posesión de una ilus­tración mediana, a lo menos, con completa concien­cia de sus actos, legisladora y fundadora de la ley ¿qué han hecho?
Ah ¡cuánta tristeza siento cuando rememoro o cuando contemplo la obra de la burguesía de este país! ¡Ella es la que ha degradado al pueblo! ¡Ella, la que lo ha corrompido políticamente! Ella, la que ha destrozado su dignidad ciudadana y ha envilecido la soberanía. Ella ha sido la fundadora del comercio electoral y la que ha inducido al pueblo a este mise­rable comercio.
La burguesía de este país ha sido la que ha creado la prostitución política, la trata de blancos! Para ella toda la responsabilidad. Para ella toda la conde­nación. ¿Acaso alguno se atrevería a condenar al pueblo, que miserable, andrajoso y hambriento, co­rrompido y vicioso acepte una moneda en cambio de esa soberanía que él no comprende, ni sabe para qué le sirve?
La burguesía ha sido siempre la misma. Su espí­ritu de clase privilegiada —aunque ella misma haya creado y apropiado el privilegio— le ha hecho mirar a los demás semejantes, a los demás hombres, como seres inferiores destinados por la Naturaleza —y por Dios, según algunos— a su servicio. Para convencer­nos de esto, veamos los tres decretos o Bandos que siguen, porque ellos expresan el modo de ser de la burguesía en los comienzos de la República, que muy poco difiere a lo que es hoy:
"Santiago, Enero 16 de 1818.
Estando ordenado por punto general que todo individuo lleve un distintivo que descubra el cargo que ocupa en la so­ciedad, no puede la corporación del ilustre cabildo estar pri­vada de esta divisa sin que sus individuos se expongan a ser privados de las distinciones que merecen por su alto empleo. Por este principio en lo sucesivo deberán llevar indispensablemente, aun fuera de las concurrencias del cuerpo, sombrero apuntado y bastón con borlas, la misma insignia que es marcada al Tri­bunal de Apelaciones.-Dios guarde a U. S. muchos años.-Luis de la Cruz.- SS. del Ilustre Cabildo".
"Bando.-El gobierno ha visto con suma indignación que al­gunos individuos parece que se entretienen en andar inventando noticias funestas y especies terrosas con que afligen a lo es­píritus pusilánimes del pueblo. De hoy en adelante, se proce­derá al castigo de estos perturbadores de la tranquilidad pú­blica con aquel rigor que merecen los malos efectos que causan con su imprudencia, o su malicia, aplicando a los autores de estas especies doscientos azotes si son gentes de baja esfera y extrañamiento de la Capital si pertenecen a otra clase más distinguida. Y para que llegue a noticia de todos, y ninguno alegue ignorancia, publíquese por bando, fijándose en los lu­gares públicos y acostumbrados e imprímase.
Hecho en la ciudad de Santiago de Chile a 23 de Marzo de 1814.-Antonio José de Irizarri.-Agustín Díaz, escribano de go­bierno".
"Bando.-Todo aquel que no siendo oficial anduviere con armas de noche sin tener licencia por escrito de esta intendencia para cargarlas, sufrirá la multa de 25 pesos por la primera vez, siendo persona distinguida y si no lo fuere sufrirá la pena de 25 azotes; reservándose este juzgado las (penas) que crea necesarios para los trasgresores reincidentes.- Junio 16 de 1819.-José María de Guzmán, de orden del señor Gobernador Inten­dente.-Jerónimo Araos, escribano público y de la guerra.
Nacía la República con ideas democráticas, con ideas humanas, pero, ello era en el nombre, en la práctica supervivía el espíritu oligárquico, de supe­rioridad y de clase.
En estos 3 decretos que acabo de citar fechados entre 1814 y 1819 se ve claro que los gobernantes bus­caban para ellos la decoración y la distinción y para el pueblo que hizo la República, ¡para el pueblo que venció a la monarquía, para ese pueblo... los azo­tes! Los azotes, el castigo que más degrada la digni­dad. ¡Los azotes para la gente de baja esfera! ¡La multa para la gente distinguida! Ya veis como nació la República. ¡Por esto yo no puedo asociarme a los entusiasmos de la llamada alta clase, porque mien­tras ella tiene motivo de alegría, yo no tengo sino motivos de tristeza!
Si la República ha llegado al más alto grado de la corrupción política, ya sea en el campo electoral con el cohecho y el fraude, ya sea en la administración de la cosa pública donde se procede en la forma más mezquina e irregular, es esto todo un motivo más que suficiente para sentirse apesadumbrado de que hayamos llegado a vivir en un ambiente tan domi­nado por la corrupción y por la falta de una verda­dera dignidad. Tan arraigadas considero yo las raíces de la corrupción que no diviso cercano el tiempo en que podamos ver mejorarse esta situación. La cla­se burguesa no piensa detener esa ola podrida por­que es para ella, hasta cierto punto, un gran benefi­cio. Toca pues, a los elementos luchadores del prole­tariado realizar esta misión.
¿Podremos regocijarnos de que a los cien años de vida republicana nos encontramos en estas condicio­nes tan indignas? Yo siento no poder participar con la opinión de muchos que se sienten satisfechos de esta caricatura de libertad política que poseemos, considerándola superior a cualquier estado anterior de régimen tiránico colectivo o personal.
Lo que más entristece es que la corrupción haya salido de la esfera de los individuos para asilarse en las corporaciones y sobre todo en las que tienen la misión de moralizar al pueblo con la acción de la ley. Así hemos constatado que en los últimos años la de­gradación cívica, la falta de dignidad política ha sen­tado sus reales en el Congreso de Chile. En cada ca­lificación de elecciones la Cámara ha obrado en más de un caso indignamente, anulando elecciones legíti­mas y sin mancha y haciendo diputados a ciudada­nos que no habían recibido mandato popular.
Cuando estos vicios se han consolidado en las prác­ticas políticas, ¿podremos afirmar que se han con­solidado de una manera seria nuestras instituciones políticas de manera que merezcan el respeto públi­co? No. Afirmarlo sería una indignidad.



III
LA SITUACION CIENTIFICA Y ECONOMICA DEL PROLETARIADO Y LA BURGUESIA
Las ciencias han adquirido apreciable desarrollo a pesar del espíritu conservador de nuestra sociedad, bastante refractaria a toda innovación, pero, por des­gracia, las ventajas de las ciencias son un monopo­lio de clase que se aprovechan con el fin de utilizar­las al beneficio y preponderancia económica de la clase rica del país.
La última clase de la sociedad, aumentada enor­memente por la ley ineludible del desarrollo de la po­blación, no ha experimentado ni siquiera el más in­significante progreso económico. ¡Vive al día...! Vi­ve con el fruto escaso de su trabajo diario. Su educa­ción económica es hoy como cien años atrás, ¡TAN DEFICIENTE! que no le ayuda en nada a bien vivir. El salario que gana esta parte de la sociedad es tan pequeño que no alcanza a costear la conservación de sus fuerzas productivas.
La mortalidad infantil ha sido desesperante y si ha sido doloroso ver cegarse en flor tanto futuro pro­ductor, en cambio ha sido un consuelo, ha sido una atenuación a la enorme miseria que se hubiera desa­rrollado con la vida de tanta criatura tronchada por las epidemias, por el hambre y por los vicios. En los últimos 25 años ha muerto, no cabe duda, un por­centaje de niños muy superior a los 75 años ante­riores juntos. Esto es debido al progreso de la situa­ción antihigiénica de los barrios obreros, al progreso de la miseria, al progreso de los vicios.
Estos hechos que detallo, cuya evidencia nadie puede negar, ni atenuar, son la huella indestructible de la esclavitud que vive hasta hoy día, especialmen­te de la esclavitud moral y económica que narcotiza el movimiento regenerador de los pueblos. Estos hechos que viven hoy mejores que cien años atrás nos indican, nos dicen claramente, que esta parte del pueblo —la más numerosa desgraciadamente— na­da tiene de qué regocijarse en el primer centenario de la República. Esa clase social ha vivido económi­camente durante los cien años de la República, tan mal, como todas las épocas de la monarquía.
El proletariado español, tronco de nuestra descen­dencia, vive hoy en el seno de la monarquía en igua­les condiciones económicas, sino mejores que el pro­letariado chileno en el seno de la República. Para no extenderme demasiado, citaré un solo hecho que prueba la superioridad económica e intelectual del proletariado español, sobre el chileno.
En 1908 el proletariado español, estableció su Casa del Pueblo en la cual invirtió la suma de medio mi­llón de pesetas... ¡500.000 pesetas salidas de los bol­sillos proletarios! El gremio de albañiles de Madrid aporto la mitad: 250.000 pesetas; los cocheros 50.000 pesetas; los tipógrafos 10.000 pesetas, etc. Si el pro­letariado español ha podido invertir tanto dinero en obras sociales, prueba su mayor capacidad económi­ca y moral sobre, el proletariado chileno.
Me he esforzado en citar y señalar estos hechos para probar que los que afirman que Chile bajo el régimen español no habría adquirido el progreso de hoy, están equivocados en gran parte. Bajo la con­tinuación del régimen español, en Chile, la riqueza habría tenido que repartirse entre burgueses espa­ñoles y chilenos, tocando la mayor parte los españo­les. Hoy en la República se prefieren los chilenos. Pero, ¿quién podrá negar que bajo la República se ha enriquecido multitud de españoles?
Pero mientras la clase más pobre del país no pue­de acusar ningún progreso, no sucede lo mismo con la clase burguesa.
En 1890 —20 años atrás— un peón ganaba $ 1.50 al día, a razón de 22 peniques por peso obtenía 33 peniques al día. Hoy, en el año del centenario, 1910, ese mismo peón gana $ 3.00 al día, si los gana, a ra­zón de 11 peniques, obtiene un total de 33 peniques o sea el mismo salario de 20 años ha.
Si nos remontamos al año 1870, aun 20 años más atrás o sea 40 años atrás de hoy, con un cambio a 45 ½ peniques, ganando un peón 75 centavos al día, obtendría siempre un salario más o menos igual de 33 peniques al día.
El precio de la vida es hoy cuatro veces más caro que en 1870 y tres veces más caro que en 1890; luego, por esta misma razón el salario del peón, es hoy más bajo que antes. En regla general, la vida del prole­tariado, en su parte económica ha marchado regre­sivamente a medida que se deslizaban estos últimos cien años, paso a paso llevando progresos a la burgue­sía, paso a paso iban aumentando también las mise­rias del pueblo.
El alquiler de una pieza que 15 ó 20 años atrás era de 6 a 8 pesos hoy es de 15 a 20. Tenemos que la ha­bitación vale hoy el 200 por ciento más caro que an­tes, mientras el salario sólo habría subido para al­gunos gremios un 20 ó 30 por ciento. Si hemos cons­tatado que al pobre le cuesta hoy día el alquiler de su habitación un 200 por ciento más caro que 20 años atrás quiere decir que por esta parte la renta del propietario de esa habitación ha aumentado en igual proporción.
Por el hecho de que un diez por ciento de los obre­ros ganan salarios considerados altos, no ha faltado quien diga que la situación general del proletariado es magnifica. Así también se afirma que hay falta de brazos, lo que determina el alza de salarios. Yo creo y me atrevería a sostener que no hay falta de brazos: lo que hay es nivelación de ofertas y deman­das y cómo la clase capitalista no puede formar una numerosa reserva de desocupados, se encuentra con obstáculos para determinar bajas de salarios, que en el estado económico actual sería demasiado irritante. Sin embargo, a pesar de la falta de brazos, el salario de los peones y de muchos obreros de fábricas y cons­trucciones, fluctúa hoy mismo entre $ 2.50 y $ 3.00. ¡Y nuestra burguesía se atreve a exclamar que hay bienestar!
Todos los artículos de más indispensable consumo han subido en el último cuarto de siglo más de un ciento por ciento en su valor en el más simple de los casos, como puede verse en el cuadro que sigue:

QUE VALIA             HOY VALE
el cajón de azúcar                   7 a 8 $                         15 a 16    $
el litro de leche                       5 a  10 ctv.                  20 a 40 ctv.
el par de zapatos                    10 $                             20 $
el pan                                      20 ctv.                         40 ctv.
el litro de parafina                  15 a 20 ctv.                 35 a 40 ctv.
la carne                                   30 a 40 ctv.                 80 a 1,00 $
el saco de papas                     3   $                             12 $

Repito una vez más, el precio de la vida ha subi­do en los últimos 25 años más del ciento por ciento, mientras el salario avaluado en peniques no ha lle­gado al 40 por ciento de aumento. La vida es enton­ces hoy mas angustiosa que antes. ¿Podría decir el proletariado, ante esta evidencia, que está emancipa­do, que es libre e independiente?
Hay que tomar en cuenta también que en la clase media la situación es más precaria aún, pues, para esta clase, que ha progresado en cultura, esta misma circunstancia hace que tenga mayores compromisos, mayores gastos que sus rentas no alcanzan a sopor­tar.
Término medio el más alto salario de los obreros era en 1890 de 5 pesos al día, a 22 peniques por peso obtenía 110 peniques diarios.
Término medio el más alto salario de los obreros hoy día, en 1910, será de 10 pesos al día —que no es, pero hagamos esta concesión a los capitalistas— al cambio de 11 peniques obtiene hoy un salario de 110 peniques  diarios.   ¿Ganará hoy, el obrero, más que 20 anos atrás...?
El obrero pagaba en 1890 por el alquiler mensual de una pieza —término medio— 7 pesos, o sea, 154 peniques; hoy paga 18 pesos, o sea, 200 peniques, to­do en números redondos. El saco de papas que se pagaba a 3 pesos, o sea, 66 peniques, hoy vale 12 pe­sos, o sea, 132 peniques y en ciertos períodos del año a más de 16 pesos, o sea, a más de 176 peniques. Así, en este orden, marcha todo. Todas las gentes que vi­ven de salarios, de sueldos o de pequeñas y limitadas rentas, viven en un estado inferior al de antes. Pero, miremos bien; no ocurre lo mismo con la clase rica; ella ha multiplicado el valor de sus rentas. Ella es más rica, mucho más que antes. Por ejemplo si al principiar su vida la República, la riqueza social pro­ducía 100 unidades, y de éstas, 90 unidades eran pa­ra la clase rica y 10 para la clase pobre; hoy, 100 años después podemos apreciar la riqueza social en 1.000 unidades, debido al progreso natural de la pro­ducción; de estas mil unidades tocarán 900 los ricos y 100 los pobres. En el primer caso el rico estaría a 90 unidades de distancia del pobre. En el segundo caso está a 900 unidades de distancia del pobre. Así la situación de la clase pobre es más miserable hoy que antes, colocada al frente de la imponderable ri­queza de los poderosos.
Para justificar en parte los progresos de la riqueza leamos lo que dice don Julio Zegers en sus Estudios Económicos páginas 6 y 7:
La expansión de las industrias nacionales que comenzó en 1904, se han producido desgraciadamente acompañada de una fiebre ciega de negocios.
"Los grados de esa fiebre para organizar sociedades salitreras, mineras, ganaderas, bancarias, de seguros, de transportes y otros negocios, espantan en los último años.
"Presento en globo un cuadro de ellos, reduciendo la moneda extranjera o nacional a razón de 15 pesos por libra ester­lina, y prescindiendo de fracciones.

SOCIEDADES ANONIMAS
Año                                                    Capital suscrito
1900 ....................................              27    millones
1901 ....................................              23        "
1902 ....................................              12        "
1903 ....................................              20        "
1904 ....................................              74        "
1905 ....................................              342      "
1906 ....................................              208      "

Esto probará que la capacidad capitalista, en el espacio de esos seis años, se habría aumentado en condiciones demasiado asombrosas. Es decir pudo comprometer en 1905 un capital más de 11 veces su­perior al de 1900.
Pero algo tan fabuloso como eso o quizás más, nos dice el mismo señor Zegers en sus páginas 308 y 309, dándonos los siguientes datos sobre la exportación del salitre, cuyos números sólo los tomo a partir del año 1880.
Años                                           Quintales españoles
1880 ....................................              4.869,000
1885 ....................................              9.478,000
1890 ....................................              23.373,000
1900 ....................................              31.989,000
1907 ....................................              35.861,000

Sobre el año 1880 hay un 600 por ciento de au­mento en la exportación del salitre que representa, en el peor de los casos un 600 por ciento más de au­mento en las rentas sociales, pero bien sabemos que el precio del salitre subió mucho entre 1880 y 1907.
Don Eduardo Pérez Cangas, ilustrado comercian­te español que ha residido muchos años en Chile, dio en Madrid una conferencia sobre Chile que fue pu­blicada en "El Diario Ilustrado", del 27 de julio de 1909, de la cual sacamos estos datos:
Que en 1850 el comercio produjo el siguiente mo­vimiento:
exportación ....................................   $   25.464,925
importación ....................................   "   23.324,838
en 1908:
exportación ....................................   $ 200.000,000
importación ....................................   "  138.000,000
El comercio de exportación significa la venta de los productos nacionales en el extranjero. Según los números citados, en el espacio de 58 años, ese comer­cio ha obtenido un desarrollo equivalente al 700 por ciento de aumento.
Es decir, en palabras claras, la renta de la clase industrial y comercial, según esos números ha au­mentado en 58 años siete veces la suma de su renta. El costo de vida de la clase rica habrá aumentado cuando más un 30 por ciento, lo que nos demuestra que su renta disponible para placeres, vicios, o nue­vos negocios, ha subido hasta hoy a un 400 por cien­to. Ya hemos probado que no se puede decir lo mis­mo, ni cosa parecida, de la clase obrera.
Dos circunstancias fatales determinan en alto gra­do la miseria permanente, progresiva y heredable de las masas: la imprevisión y los vicios. Estas circuns­tancias constituyen igualmente la característica de un pueblo.
La civilización, la verdadera civilización no existe —en mi concepto— en pueblos donde descuella y domina la imprevisión y el vicio. Un pueblo que no pueda llamarse civilizado, es un pueblo semisalvaje. En Chile, desgraciadamente, creemos que domina la imprevisión y el vicio. Quien reconozca esta verdad que afirmo, debe contribuir a reparar este mal por todos los medios que estén a su alcance.
Fomentar la instrucción, en todos sus grados y en todas sus formas es el deber de toda persona que se estime civilizada. Fomentar la instrucción, así como queda dicho, es debilitar las bases de la impre­visión y del vicio; es iniciar su desaparición.
La imprevisión y el vicio cuentan con un fuerte apoyo entre la clase comerciante y usurera más re­lajada y más provista de moralidad, que vive y cifra el progreso de su fortuna a expensas de estos facto­res. De modo que el obstáculo es poderoso, pero no indestructible. Hagamos nacer entre el pueblo el amor por la instrucción. Estimulémosle a que lea, a que piense, a que analice. Hacer esto, conseguir de este modo atenuar los efectos de la imprevisión y del vicio, es encaminar al pueblo para que mejore sus condiciones de vida. El pueblo más instruido será el pueblo más poderoso.
Por felicidad para el futuro triunfo de nuestras ideas, confiamos que llegará un momento en que el valor del dinero o el valor de los valores y su poder desaparecerán. No hace mucho se ha constatado que en New York había más de mil familias ricas que carecían de servidumbre, a pesar de todo su dinero. Así marchando con los progresos y haciendo marchar el progreso de la educación en las masas proletarias, que tanto sufren actualmente, se llegará un día, por fatal determinación de los inevitables fenómenos so­ciales, a la abolición absoluta de los actuales valores, a la desaparición de esa riqueza que se creó con fines de la más inmortal especulación.
La fiebre que hoy devora a la clase capitalista, la fiebre de amontonar millones y millones hará crisis y crisis honda para felicidad del bienestar futuro de la humanidad, sin que los poderosos ejércitos pue­dan intervenir en estos sucesos.



RESUMEN
No me parece muy sencillo poder resumir en una breve expresión todo lo expuesto anteriormente. Yo hubiera querido amenizar esta conferencia adornan­do sus pasajes. Pero la verdad, aunque árida es gran­de en sí misma y no admite adornos, mucho menos cuando ella va destinada a buscar la solución del problema social que ha de poner término decoroso a la lucha fratricida de los seres humanos.
Hay progresos evidentes en el siglo transcurrido, ello no puede negarse. Pero esos progresos corres­ponden a la acción de toda la colectividad y en ma­yor proporción si se quiere a la clase proletaria que es el único agente de producción, de creación, de ejecución de las ideas y de los pensamientos.
Pero esos progresos ostensibles, son precisamente la causa de la miseria proletaria. El progreso está construido, pues, con cuotas de la miseria.
Pretenderá la burguesía destruir estos hechos pero no conseguirá destruir la verdad. Ante estos hechos, ante estas verdades, ¿puede haber entusiasmo y mo­tivo espontáneo y justificado para que el proletaria­do se asocie a las festividades centenarias? ¿Será sectarismo de nuestra parte cuando sostenemos este hecho? Exponer la verdad no es sectarismo. Deducir la consecuencia lógica de esa verdad no es secta­rismo.
De lo expuesto en el transcurso de esta conferen­cia, se deduce que de todos los progresos de que el país se ha beneficiado, al proletariado no le ha co­rrespondido sino contribuir a él, pero para que lo go­cen sus .adversarios.
En el progreso de la producción industrial, artís­tica o científica, el proletariado no desempeña otro papel que el de instrumento o herramienta forjado­ra de ese progreso; pero el oro que se produce sabe guardarlo muy bien el capitalista solo.
En el progreso de la arquitectura y de la ornamentación y belleza de las ciudades y de sus edifi­cios, el proletariado ha contribuido a él con su sudor y parte de su vida, entregando ese progreso y sus frutos al capitalista, mientras se reserva para sí la cueva hedionda del pestilente conventillo, o el cuarto sobre las calles llenas de miasmas.
En el progreso del comercio, el proletariado ha contribuido entregando a la clase comercial toda aquella parte que pudo ahorrar, quedándose en la miseria y en la privación para proporcionar el pro­greso a los comerciantes de todas las especies.
Alguien podrá decir que el trabajador ha tocado su parte en la producción de esta riqueza, conside­rando tal el salario. Yo lo niego terminantemente. El salario no es participación de la riqueza produci­da; es apenas el salario, un medio para conservar algún tiempo la vida del productor y por lo tanto la fuerza productiva. El dinero invertido en conservar la fuerza productiva, es lo mismo que si fuera em­pleado en materiales; luego no puede llamarse el sa­lario participación de la producción. El salario es pa­ra el obrero lo que es el aceite para las máquinas. El salario es el aceite de la máquina humana y nada más.
En el progreso moral es donde tiene su mejor par­te el proletariado. Ha perdido la dignidad y la ver­güenza. Cuando vende su soberanía incitado por el oro que le ofrece nuestra flamante burguesía; cuan­do juega su salario dejando sin pan a su familia; cuando en la taberna o en el prostíbulo consume su salario arrastrado por la ola de la corrupción; cuan­do ostenta sus vicios en el seno de sus hijos y los empuja a la corrupción, etc.
No me digáis que en estas frases, que en estas afirmaciones haya exageración o sectarismo. No hay en ellas, sino una real expresión de la verdad, de lo que ocurre en nuestra época actual, hoy, cuando la República libre cumple la edad de cien años. Excu­sadme si creéis que os hiero. Cuando yo encuentro esta verdad, cuando yo admiro esta verdad, pienso que es insensata la acción del proletariado que quie­re participar en las festividades de homenaje a ese progreso que le ha producido solamente miserias y corrupciones.
Pero, decidme la verdad, ¿en qué consiste la par­ticipación del pueblo en todas las grandes festivida­des? ¡Ah!, ¡vaciláis para confesaros la verdad! La mayor cuota que el pueblo aporta en estas festivida­des consiste en embriagarse al compás del canto y en embriagarse hasta el embrutecimiento que los conduce a todas las locuras.
Pero esa embriaguez es un progreso. Si ella pro­porciona al pueblo abundancia de miserias en cam­bio a los productores de licor y a los intermediarios les produce torrentes de oro ganado a costa de la corrupción. ¡Verdad que todo esto es muy triste! Es por todo esto que he dicho que yo no siento entusias­mo espontáneo para festejar el centenario de la Re­pública que ningún bien de verdadero valor moral ha producido para nosotros. Que se regocijen y se entusiasmen los que han aprovechado y se aprove­charán del progreso y que sean siempre felices son mis votos.
Compañeros y compañeras: hagamos votos, y a la vez aportemos grandes esfuerzos, para que el segun­do siglo de vida de esta república sea una era sin interrupción, de verdaderos progresos morales que eleven grado a grado el valor y la dignidad de los seres que formamos esta comunidad hasta llegar a un estado tal de perfección donde haya desaparecido todo vestigio de inmoralidad, todo sedimento de in­justicias, y sin dolorosas transiciones lleguemos a vi­vir en un verdadero y completo estado de felicidad y amor.
La felicidad reinará donde no haya injusticias. El amor reinará donde no haya desigualdades. Los im­posibles se rinden ante el poder de la ciencia huma­na y ante el querer de la moral verdadera.
Hoy, cuando el hombre ha hecho hablar a los fie­rros (los fonógrafos); cuando transmite la palabra, sin alambre, a través del espacio; cuando domina el aire con máquinas voladoras, nadie tiene razón o ba­se para declarar utopías o imposibles los ideales de perfeccionamiento social, que tienden a hacer del ser humano un ser ideal. Quien abraza tan sublimes ideales y los propaga, por cierto que no merece la mofa ni el insulto o la ofensa.
ANEXO
Los grados de la miseria
Poco después de escritas las páginas precedentes se presentaron o salieron a la superficie de la opi­nión pública dos factores que acusan el alto grado de miseria, de imprevisión y de vicios que corroen la parte más desgraciada de la sociedad; ellos fueron la miserable vivienda del pueblo: EL CONVENTILLO y el EMPEÑO DE LAS MAQUINAS DE COSER.
Para evitar una opinión nuestra, damos cabida a parte de lo dicho por la prensa, cuyos comentarios los hará cada lector. En todo caso esto prueba, lo que hemos dicho en las páginas anteriores, esto es, que el progreso del pueblo es muy insignificante. He aquí lo que copiamos:
El problema de las habitaciones obreras
La cuarta parte de la población de Santiago vive en ha­bitaciones insalubres e impropias para la vida humana. A esta conclusión, profundamente desconsoladora y grave, llegamos agregando al total de habitantes que figura en los 1.251 conven­tillos mencionados en el Anuario Estadístico de 1909, la pobla­ción que se alberga en ranchos, cuartos redondos y conventillos no empadronados en este documento.
Podemos decir, pues, que hay en Santiago 100.000 personas que viven en un ambiente deletéreo, en medio de miasmas pon­zoñosos, respirando aires impuros y sufriendo la influencia y el contagio de infecciones y epidemias.
Cien mil personas que viven en habitaciones, como inmun­das mazmorras, estrechas, oscuras, sin ventilación, en que el organismo se atrofia y degenera. Cien mil personas que viven en término medio, de a cuatro por pieza en 25.000 habitaciones, contándose a veces hasta ocho individuos en cada una. Cien mil personas que viven en el hacinamiento y la promiscuidad más repugnante. Cien mil personas para quienes la santa pala­bra hogar es una expresión vaga o sin sentido.
Lo hemos dicho, y no cesaremos de repetirlo: la condición en que vive nuestro pueblo es el origen de los grandes males que lo aflijen y que entristecen su existencia.- (El Mercurio).
UNA VISITA A LOS CONVENTILLOS
Una madriguera muy oscura
Quisimos entrar a ella una vez que ya faltaba la luz del día. De súbito nos encontramos en un laberíntico corral. Está situado éste en la calle de Bartolomé Vivar, entre San Pablo y Sama. Ocupa una cuadra de largo por media de fondo. A pri­mera vista se divisa incontable número de piezas. Las de la calle valen $ 25 mensuales. Siguen en orden divididos por unas espe­cies de zanjas corredores, cuevas de 18, 16, 15, 14 y $ 12 al mes.
Las piezas de 18 pesos
Le señora Clara vive en una de ellas, con su marido, dos niñitas y una cuñada. Las dos niñitas estaban con la alfombrilla. Una bastante demacrada, interrogaba con ojos saltones azules, rodeados de negras ojeras. La otra tosía, lloraba, pedía algo a la mamá.
Las pobres mujeres caminaban de aquí, allá, afligidas, llo­rosas. La cosa no era para menos. Las dos criaturas se morían. Un médico les había dicho en la mañana, que necesitaban mudarse, que en ese cuarto se morirían las niñas, que lo mejor sería llevarlas al campo. ¡Al campo! ¡Amargas ironías de la ciencia! ¿Cómo salían, cuando no tenían un centavo?
Estaban algo atrasadas; más que algo; estaban en la ruina. Debían ya un mes al patrón y éste las tenía amenazadas sino pagaban en ocho días de embargarles las camas... (¿Habrá mi­serias?)
Las mismas tristísimas escenas de costumbre, las mismas mujeres desamparadas, los mismos hombres viciosos, la misma terrible carestía de la vida... La misma inicua falta de compa­sión.
Los pobres del conventillo
A los infelices del conventillo, a aquella gente más mise­rable, y de más escasos recursos, se le ha recluido al fondo del corral. En piezas de tres varas de largo, dos y media de ancho y dos de alto se hacinan familias, perros, zorzales, gallinas y hasta... alojados. Con la mano se toca el techo, con las narices no se huele nada porque había que precaver el desmayo... con los ojos no miramos más que horrores, con los pies aun contra nuestra intención hallamos humildísimos jergones, nauseabundos harapos...
¡Los pobres del conventillo! Últimos restos deshechos del temporal de la vida, desperdicios lamentables de una sociedad sin corazón, esos inútiles se revuelven sin protestas, sufren to­dos los rigores, todas las inclemencias, todos los desastres del abandono, sin la conciencia siquiera de su propio sacrificio!
Al lado de unas caballerizas donde se alojan ocho caballos viven otras tantas familias. Son las últimas piezas. Por caridad el patrón las arrienda en $ 10 al mes.
A cuentas
¿De quién era la propiedad que acabábamos de visitar? Una anciana llamada Elvira Amadora Solar nos dijo sub-arrendar las piezas a su propietario don Francisco Níquel. En total son como cien piezas, a un término medio de veinte pesos, son dos mil pesos ($2.000) mensuales o sea veinticuatro mil pesos al año, suma que significa más o menos el valor total de todo lo construido. (Habría que agregar un modestísimo arriendo del suelo).
¡El  100 por ciento al año! ¡Nuestras leyes condenan la usura, y se habla de una Sociedad que tiene moral!
¡Inicuas y estupendas mentiras!
V.D.R.
NOTA.— Con satisfacción dejo copiadas estas ex­presiones de "El Diario Ilustrado", que confirma to­do lo que he dicho en mi conferencia anterior y que son un desmentido a expresiones vertidas por el mis­mo diario en otras ocasiones en que ha sostenido nos quejamos sin razón. L. E. R. S.

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