Numen, Valparaíso, 21/03/1919
LOS "PELIGROSOS"
El saber será siempre un peligro
que impedirá las infamias de los degenerados. Por eso los degenerados de las
"alturas "
impiden el progreso de la instrucción popular.
Queramos o no, tenemos que
aceptar el título de "peligrosos" o de "subversivos" con
que siempre nos obsequian los talentosos escritores de la prensa
"seria" de Chile. Toda persona que se dedique a instruir al pueblo, a
quitarle sus vicios, a elevarle su cultura, a organizarlo, puesto que la
"organización" es el principio fundamental de la vida y de las
sociedades, tendrá que soportar como un anatema el calificativo de peligroso o
subversivo.
He leído en el N° 8 de Numen el
parrafito que galantemente nos dedica con el título de "Individuos peligrosos".
Muy bien por cierto.
Jamás, nadie, encontrará que en
Antofagasta haya habido el más leve motivo para justificar el Estado de Sitio,
las prisiones, y la relegación a que se nos ha condenado, no por jueces, sino
por el Gobierno, obedeciendo a los caprichos de los salitreros que no quieren
que eduquemos al pueblo y mucho menos que los libremos de los vicios que lo
esclavizan al despotismo reinante en aquella desgraciada región.
Mas ¿qué han ganado con los
golpes de autoridad que nos han dado? Desprestigiarse más y más ante la opinión
juiciosa del país.
La clase obrera, a la fecha,
está en posesión de una regular conciencia y se da cuenta de su misión
histórica en el momento actual de inevitable reorganización del mundo. Inútil y
contraproducente será toda la persecución que se haga contra determinados
elementos de la clase trabajadora.
***
En el párrafo aludido del N° 8
de Numen hay un error que me permitirán corregir.
Al referirse a mi actuación
pasada, cuando fui electo diputado, dice el autor del parrafíto, siguiendo la
"superstición" popular, que yo preferí perder mi asiento de diputado,
antes que jurar bajo fórmulas añejas e inaceptables.
La verdad es que no alcancé a
conquistar esa gloria, esa satisfacción de haber sido repudiado por negarme a
jurar. Conociendo a fondo la calidad de mis electores de aquella época (1906),
no me atreví a cumplir con el mandato de mi conciencia y juré, por dios y los
santos evangelios, conforme me lo exigió el presidente liberal de la cámara de
aquel momento, don Rafael Orrego.
Pero, después de haber jurado,
agregué una explicación para salvar la integridad de mis convicciones.
Esta explicación trajo
incidente, pero la Cámara aprobó mi juramento.
Yo fui expulsado de la Cámara,
teniendo mayoría legítima, sumada por la mesa de la Cámara, bajo la
declaración de que no era posible que un individuo que sustentaba ideas de
disolución social, ocupara un asiento en el Congreso de Chile. Esta es la
aparente razón de mi expulsión. La realidad es una venganza política cuyos
actores y razones quedaron entre bastidores.
Me negué a apoyar las
candidaturas de Lazcano y Montt, a la presidencia de la república, sosteniendo
mi independencia en ese caso.
Entonces los elementos
lazcanistas enojados, y los radicales interesados en introducir a la Cámara un
correligionario de ellos en mi lugar, votaron mi expulsión del congreso.
No era aquel un sitio para mí.
Quién sabe si al quedarme en la
Cámara, aquel recinto hubiera anestesiado mi conciencia y me hubiera
secuestrado para luchar denodadamente contra todas las injusticias y absurdos
reinantes por la voluntad de los ignorantes.
Nunca he sentido ni
arrepentimiento ni nostalgia por mi conducta de aquella ocasión([1]).
Luis E. Recabarren S.
(Relegado en Lautaro por decreto
del gobierno)
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