jueves, 20 de enero de 2011

Proyecciones de la Acción Sindical


[Digitalización: Archivo de Historia Social. Chile, diciembre, 2010. Fuente: El Pensamiento de Luis Emilio Recabarren, Tomo II, págs. 7-129. Editorial Austral. Santiago de Chile, diciembre 1971.]

Luis Emilio Recabarren
PROYECCIONES DE LA ACCIÓN SINDICAL
(Publicado en Buenos Aires en 1917, por los Talleres Gráficos de "La Vanguardia").

El sindicato debe ser la fuerza que ejecute la socialización de los instrumentos de producción y de cambio, aboliendo el régimen del salario. La cooperativa es la organización indispensable que contribuirá a que el sindicato cumpla su misión.

I
DESARROLLO DE LAS FUERZAS INTELECTUALES
Desde que el obrero y empleado comprenda que es explotado, desde que el obrero perciba que puede mejorar su condición, sentirá la necesidad de unirse a sus demás compañeros de trabajo y comprenderá el valor de esa unión.
Mientras el estado de razón del obrero y la obrera, del empleado y la empleada, no se desarrolle, no madure, no será posible que comprendan las "causas" que producen su miseria, ni los "medios" que existen para remediar esos males.
Este estado de ignorancia, de insensatez de la clase trabajadora, en el presente momento histórico no puede modificarse favorablemente para su bienestar sino por la acción de la organización obrera y socialista ya existente, cuya unidad fundamental debe ser el sindicato.
Y decimos que ese estado desgraciado en que vive la clase trabajadora no puede modificarse sino por la acción del sindicato, porque a su vez las fuerzas de la clase capitalista organizada, se empeñan en alimentar y conservar el estado de insensatez obrera.
Estas razones, entre otras, son las que motivan escribir sobre este tema, dedicado más que todo a servir a los iniciados en la organización que a los profanos.
Los primeros sindicatos, por pequeños que sean, si se desenvuelven con inteligencia, constituirán, aún en su pequeñez, núcleos imanados, con fuerzas atractivas siempre crecientes, capaces de ejercer influencias sobre los que se acerquen a ellos.
Por esto estimamos que la alimentación intelectual es de tanta importancia como la física. La inteligencia es la fuerza de las fuerzas. Los asalariados, sin acción inteligente no podrán adquirir ningún mejoramiento.
La mayor actividad de todo sindicato debe profundizarse en el desarrollo de la capacidad intelectual y moral del total de sus adherentes y sus familias, inclusive.
¿Por qué? Porque la fuerza intelectual es la que dirige la fuerza material. Y las más nobles aspiraciones de una minoría en el sindicato, no podrán realizarse con el evidente beneficio que se busca obtener, si no se extiende y desarrolla la inteligencia sobre todos. Por estas razones, la actividad educativa en el sindicato debe ser actividad permanente.
Esta actividad educacional puede dividirse en dos condiciones fundamentales: primera, ayudar al individuo a completar su capacidad técnico-industrial, sus métodos económico-domésticos, su cultura, para que mientras viva en el ambiente actual, aumente la potencia que le beneficie; segunda, proporcionar los elementos de juicio y de examen para que todos los individuos se posesionen de las verdades necesarias para obtener el más claro concepto de la vida, la razón de ser de la existencia humana, la misión de la sociedad humana y la forma en que debe estar organizada para vivir libre y feliz.
La forma sintética, abreviada, en que se redactan las declaraciones de principios, programas y estatutos, no son lo necesariamente claras y explicativas para que todas las mentalidades puedan concebir sus más nobles alcances.
Es preciso extender la acción de nuestra literatura, en condiciones ilimitadas y libres: el manifiesto, el periódico, el folleto, la biblioteca, la conferencia, la discusión, etc. deben ser medios de actividad permanente. Pues la potencia revolucionaria que debe poseer cada individuo, para llegar al fin propuesto de la socialización de los instrumentos de producción y de cambio con la abolición del régimen del salario, esa potencia revolucionaria debe formarse en cada individuo como consecuencia de su interés, de su acción examinadora y constructiva de su mentalidad, de la asimilación de ideales de perfección a su individualidad. Si así no se produce este fenómeno de la capacitación individual para la formación de la gran fuerza colectiva que ha de poner en práctica nuestros ideales, resultará que los individuos adquirirán sólo fuerzas y capacidad inadecuadas. Y, en conciencia, eso no lo podemos aceptar.
Dadas las condiciones en que vive el proletariado, tan abandonado, tan distraído en lo que le daña, sin capacidad para escoger con inteligencia los medios de su bienestar, no queda otro recurso que el desarrollo de las actividades en el sindicato, por pequeño que sea el principio de su organización.
Muchas veces decimos que la masa trabajadora está embrutecida, degenerada, y por ello incapacitada para comprender el alcance de nuestra propaganda, y "convencidos" de que eso es exacto, dejamos pasar el tiempo. ¿No convendría creer mejor que el defecto está en nosotros, que no sabemos explicar, que no sabemos indicar a esa masa el porqué de la necesidad de mejorarnos y de organizarnos y el modo cómo necesitamos proceder para alcanzar nuestros fines? Si nos colocáramos en este punto de vista, quizás desarrollaríamos mayor ingenio para penetrar en el cerebro de la masa, para inyectarle la sugestión necesaria, para interesarla en su mejoramiento.
La alimentación intelectual en las mejores condiciones posibles, debe merecer de los sindicatos la más preferente atención, pues a ello está subordinado el orden material de nuestras condiciones de vida.
Un sindicato que sólo exista para la conquista de un mejor salario, de algunas horas menos de trabajo, de poco más o menos higiene y buen trato en las faenas; un sindicato, digo, que sólo de esto se preocupe con la mayoría de sus componentes, será un sindicato de acción estéril, inútil a nuestros propósitos de perfeccionamiento social.
Ningún mejoramiento resultará efectivo, dentro del régimen del salario. Siempre seremos esclavos expuestos a todos los peligros con ese régimen.
Para hacer desaparecer todas las formas de esclavitud, el sindicato ha de tener por finalidad precisa y clara: la socialización de los instrumentos de trabajo y la consiguiente abolición del régimen del salario. A esta finalidad indispensable no se llegará solicitando aumentos de salario, ni se llegará capacitando el 5 o 10 por ciento de los trabajadores.
Sin desatender la conquista de todas aquellas mejoras de que se han ocupado hasta hoy los sindicatos, se impone a cada momento, con caracteres de urgencia, que la acción sindical despliegue nuevas modalidades, cada vez más inteligentes, que nos vayan habilitando en todo sentido para perfeccionar nuestras fuerzas revolucionarias.
Perfeccionar la capacidad de los más capaces, para convertirlos en medios de perfección de la capacidad del conjunto, debe constituir una preocupación seria y continuada de los que ya han visto clara la lucha del porvenir.
La uniformidad, más o menos, de procedimientos tácticos, para la orientación metódica, no sería difícil alcanzarla y produciría buenos resultados si nos empeñáramos en ello.
Si aspiramos a vivir en una sociedad bien organizada, donde todos encuentren los medios para vivir a su satisfacción, ello no podrá existir si no la sabemos concebir, si no sabemos organizar bien en nuestro cerebro y en el cerebro de la colectividad las vastas proyecciones del "modo" de desarrollarse de aquella sociedad en que pensamos; y si en todo caso "el sindicato" será "siempre", mientras sea necesario producir para vivir, el factor que intervenga en el desarrollo de la producción y de la distribución, entonces ¿no debemos hacer que el sindicato desde hoy sea siquiera el comienzo de lo que ha de ser cada nuevo día hacia el porvenir? ¿No podemos aspirar a que el sindicato inicie los "modismos" de la vida futura? Y para ello, ¿qué hay que hacer?
Hacer que todo "sindicato" sea: una escuela cada vez más perfecta y completa, cuya capacidad colectiva, haciendo ambiente, ayude a cada individuo (hombre o mujer, niño, joven o anciano) a mejorar sus condiciones intelectuales, morales, y su capacidad productiva con el menor esfuerzo; que sea también una universidad popular democrática que proyecte todos los medios y conocimientos necesarios e indispensables para el desarrollo ilimitado de los conocimientos, y que sea un centro de cultura siempre en marcha a la perfección.
Desde este punto de vista, tal debe ser el sindicato. Y para ello, cada adherente debe dar todo el concurso que esa obra exija.
Si esto no se convierte en "hechos", bien distante vemos la realización de nuestros anhelos.
No debemos olvidar nunca que si para reparar nuestras fuerzas físicas tenemos que alimentar el estómago, para reparar y desarrollar las fuerzas intelectuales que ciertamente dirigen las fuerzas físicas debemos también alimentar el cerebro cuidadosamente.
Como el ambiente de la época no es del todo propicio para que la clase obrera se resigne a lo rígido de la enseñanza y del progreso de su cultura y de su saber, se hace "preciso" preocuparnos, al combatir la ignorancia y llevar a la mente obrera conocimientos científicos y filosóficos útiles, mezclar esta enseñanza lo más continuamente con actos recreativos y alegres que amenicen la severidad de la ciencia y la austeridad de la filosofía.
La enseñanza científica y filosófica, mezclada unas veces con bailes y fiestas teatrales, con representaciones cómicas o dramáticas, pero instructivas también, y otras veces con paseos campestres, y siempre reunidas todas las familias, atraerá mayor número de concurrentes y sus resultados serán mucho más benéficos y más rápidos sus frutos.
II
VALOR DE LA FUERZA COLECTIVA
El objetivo del sindicato no podrá alcanzarse sino mediante la existencia de una fuerza colectiva, cuyo valor consiste en la más perfecta educación de esa fuerza.
Educada e instruida la fuerza colectiva en el objetivo que le ha dado existencia, su aplicación debe ser obra inteligente y metódica. Para emplearla debemos tener siempre presente el programa de nuestras aspiraciones.
La fuerza aplicada para obtener la mejora del salario, la disminución del horario, el mejoramiento del trato y de la higiene, deben conceptuarse tan sólo como medio y ensayo que nos revele el valor de esta fuerza, destinada a la noble labor de organizar la sociedad en la forma que nos libre de la esclavitud y de la miseria.
La mejora del salario y demás anexos por que hasta la fecha se ha luchado, sólo podemos considerarla como lo más insignificante de nuestras conquistas y como actos preparatorios para nuestra labor del porvenir.
Cuando pensamos que el sindicato debe ser una fuerza competente para establecer el bienestar social, debemos admitir que esa fuerza debe alimentarse para obtener beneficios de dos maneras fundamentales.
Primera, los beneficios que se puedan obtener sin molestar para nada a la clase capitalista.
Es decir, los beneficios que produzcan la propia acción interna del sindicato.
Segunda, los beneficios que deban obtenerse de la lucha con el capital para aminorar la explotación y hacer desaparecer toda forma de subordinación humana.
Estas dos maneras pueden ir luchando paralelas.
Es digno establecer que la fuerza sindical, al desarrollarse, vaya formando ambiente capaz de influir en el ánimo individual y colectivo.
Si la fuerza del sindicato da a los afiliados mejor salario y menos horas de trabajo, es justo velar por que este beneficio no se dedique al vicio y a la degeneración, porque entonces no resultará obra redentora ni libertadora.
No debemos desconocer que en el ánimo de la clase explotadora y opresora ejerce influencia moral y material la calidad moral y culta del explotado.
Los obreros más capacitados, más cultos, más honestos, generalmente son mejor rentados y considerados que aquellos obreros que, desgraciadamente, no disfrutan de esas ventajas. Por esto, la fuerza colectiva del sindicato no debe olvidar este factor.
Todavía debemos convencernos de que los individuos más capaces, más honestos, constituyen las fuerzas más efectivas. El sindicato que logre formar el mayor número de individuos capacitados y moralizados hasta el más alto grado posible y siempre en progresión, será el que avance más en el terreno de las conquistas efectivas, el que se acerque más pronto a la socialización de los instrumentos de trabajo, a la abolición de la esclavitud disfrazada con el nombre de salario. No se trata de meros sentimentalismos, ni de una moral de sacristía, inadmisible para nosotros. ¿Se han tomado en cuenta estos factores en el transcurso del pasado? ¿Se necesitará tomarlos en cuenta para hoy y en adelante?
El valor debe ser real para que ejerza influencia efectiva y permanente. La fuerza, si es efectiva, produce el resultado que se busca con su aplicación. Un sindicato no triunfará en una acción emprendida, si para el objetivo que se propone no tiene la "fuerza adecuada", moral y material a la vez. Si examinamos el valor de esta expresión, le encontraremos exacta a la verdad.
El sindicato no solamente debe ser también la fuerza que eleve el salario, sino que también la que garantice su mejoramiento progresivo, primero; y su desaparición después.
No resultará efectivo el aumento del salario si los obreros no asociados se conforman con salarios inferiores, y si el sindicato no exige para todos un igual salario e igualmente exige la asociación de todos. Por esto de día en día, nuestras proyecciones futuras deben basarse en exactitudes, en concretos, desde todo punto de vista.
Tomemos un ejemplo: Un sindicato que —subdividido en los grupos que la industria obligue— cuente con un número de cotizantes equivalente al 80 por ciento del total de obreros que trabajan en ese ramo, cuya preparación moral y educativa esté en relación con lo antedicho y que su potencia se revele:
por su correcta administración, vista y fiscalizada por todos sus componentes;
por la numerosa concurrencia a todos los actos realizados constantemente;
por sus producciones intelectuales, manifestadas en conferencias, periódicos y folletos;
por el movimiento de su biblioteca;
por las conquistas realizadas;
por su moral dominante;
por las mejores relaciones que tenga con sindicatos de la misma industria en los pueblos vecinos y lejanos y por sus relaciones con los sindicatos de las otras industrias.
Un sindicato en estas condiciones tiene las probabilidades del éxito a su favor.
Cuando esta clase de sindicato empeñe una reclamación, si es parcial, el patrón afectado, informado del estado del sindicato, verá frente a él, por pequeño que sea el número de obreros que reclama, verá, decimos, a todo un poder organizado, capaz para la huelga, para el boicot y para la perfecta solidaridad; si el acto toma el aspecto de una huelga general, la influencia será siempre poderosa. Esto en cuanto al efecto para la clase patronal; y la clase obrera, a su vez, evidentemente convencida de su capacidad moral y material, sabe que va a una lucha sostenida por una fuerza irresistible.
Eso es lo que queremos.
Ahora veamos: ¿qué efecto producirá a la clase patronal la fuerza de un sindicato que, sobre ocho mil obreros, apenas cuenta con mil quinientos cotizantes, y de éstos, apenas el diez por ciento forma la asistencia ordinaria de las reuniones y toda su marcha no es tan atrayente?; y ¿qué efecto producirá para los mismos componentes de este sindicato?
Cada uno de los afiliados no reconocerá que tenga una fuerza valiosa, y esta verdad influye en su moral.
Repetimos: solamente la capacidad intelectual, la cultura, la moral, son condiciones "generadoras" de fuerzas reales, progresivas, capaces de existir mientras existan los medios que las generan.
No vivamos de ilusiones, de "por si acaso". No pretendamos generar fuerzas útiles, para la acción de los sindicatos, de elementos incompetentes.
Organicemos todo lo que podamos organizar, pero demos a cada organismo todos los medios para el desarrollo de la capacidad personal.
Así el valor de la fuerza colectiva será el resultado del progreso de cada individuo y ésta será, a nuestro juicio, la única fuerza que tenga la virtud de realizar la perfección de toda la sociedad humana.
III
A MAS ALTA CUOTA, MAYORES BENEFICIOS Y CAPACIDAD
Como que la mayoría de los sindicatos ha carecido del suficiente desarrollo de su conciencia, no se ha podido obtener hasta la fecha la perfección de su organización desde el punto de vista de la elevación de la cotización para proporcionarnos los beneficios más indispensables a nuestras necesidades.
Los asalariados son tímidos por naturaleza debido al ambiente en que se desarrolla su condición de productores. Esta circunstancia influye para que rehuyan asociarse. Pero lo monstruoso de la explotación ha podido más que el temor, y los más ambiciosos de cultura se han adelantado y han fomentado la organización obrera, con fines de mejoramiento.
El período primario de la organización atraviesa por muchas vacilaciones e incoherencias. Unos sólo quieren previsión societaria. Otros mejoramientos de sus salarios. Unos pocos han ido más lejos.
Bien. Todo es necesario. No pudiendo separarnos de la realidad en que vivimos y siendo el total de las conquistas que vamos obteniendo en la lucha con la clase capitalista siempre insuficiente, porque siempre crecen nuestras necesidades y nuestras aspiraciones, el buen sentido nos aconseja no esperar "todo" de las victorias en la lucha contra la explotación, sino que nos aconseja "crear" nosotros mismos los medios de nuestro mejoramiento, manteniendo todos nuestros objetivos.
El más alto salario que conquistemos no nos privará de la miseria en algún "paro forzoso", en enfermedad o en desgracias de familia. No podemos esperar que la clase capitalista abone salarios cuando no haya trabajo, o cuando estemos enfermos. Entonces, ¿por qué no hemos de ser previsores? ¿Acaso la previsión nos hará postergar la realización de nuestros objetivos, basados en la abolición del régimen del salario y en la socialización de los instrumentos de trabajo?
No. La conciencia que se debilite ante una pequeña conquista no será competente para alcanzar la finalidad. Al contrario, creo que mientras más satisfechos nos sintamos, más preparados marcharemos a la labor final. El sufrimiento y la incertidumbre abaten.
Para que un sindicato reúna más rápidamente las fuerzas que necesita ha de establecer los siguientes servicios: protección por enfermedad; protección por vejez e invalidez; protección en la desocupación; fondos para huelgas.
Aparte de estos servicios indispensables, que a la par que atraen a los trabajadores por lo inmediato y lo útil de los beneficios, los unen y los preparan para las luchas futuras aparte de esos servicios, todo sindicato ha de tener los fondos suficientes para su indispensable administración, para la divulgación de sus principios, para la propaganda necesaria a unir la totalidad de los obreros del gremio o industria respectiva, y para la más importante de sus obras: la cultura, la ilustración y la capacitación progresiva de todos sus individuos y sus familias, inclusive.
Este indispensable programa de labor no se puede realizar con la miserable cuota que se ha acostumbrado en los sindicatos. La excusa que siempre se ha presentado, que es para facilitar el ingreso de asociados, ya no tiene razón de ser, cuando vemos por experiencia que la baja cuota no ha sido un medio de prosperidad de ningún sindicato. La cuota debe estar, pues, en armonía con las necesidades que el sindicato debe llenar.
Mi opinión sería que la cuota fuera siempre equivalente a "un día de salario" cada mes. De esta manera la cotización será más justa y más llevadera. Cada vez que se conquiste un aumento de salarios, junto al beneficio que signifique para el personal que lo conquiste, será un beneficio que aumente el poder del sindicato. Este temperamento significará también una fuerza impulsiva que obraría repartiendo sus ventajas entre el sindicato y sus afiliados. Despertaría igual interés para el mejoramiento del salario tanto al sindicato como a cada afiliado en particular. Es una fuerza "psíquica" que nace y opera e incita a la lucha altruista y aleja todo sentimiento mezquino.
Si la cuota se aporta a la caja del sindicato, en justicia, en proporción a la capacidad económica de cada cual, el sindicato debe responder en el reparto de los beneficios con igual sentimiento de justicia.
A los desocupados, dos clases de subsidios: uno cuando significa el salario más importante del hogar, el otro cuando es un salario secundario. Si el desocupado representa el único salario en su hogar, debe gozar del beneficio superior.
A los enfermos, en igualdad de condiciones que los desocupados en cuanto a subsidio pero iguales todos en cuanto se otorguen servicios médicos y farmacéuticos.
En las huelgas, el mismo criterio.
En la obra cultural y educativa, su acción ilimitada, puesto que allí obra más la naturaleza.
Nuestra moral debe proclamar este principio: "A cada cual según sus necesidades".
Nadie podrá negar que en la actualidad los más grandes y poderosos sindicatos son aquellos que han conseguido desarrollarse conforme a estas condiciones, más o menos, que llamamos a base múltiple.
Entonces, ciertos de que la conciencia, aunque produzca mucha luz no produce combustible, encaminemos nuestras actividades a lo que más positivamente reclaman las materiales necesidades del momento.
Es natural, es lógico, que la mayoría de los proletarios, debido al ambiente en que viven no pueden darse cuenta de inmediato del valor de la asociación para fines de mejoramiento, y debemos recurrir a los beneficios inmediatos y fáciles para despertar en ellos ese interés y obtener entonces que su fuerza sirva a su mejoramiento inmediato y a su redención completa.
No. No creo que debamos colocar esos pensamientos como en una especie de medios de sugestión y atracción. Debe ser en realidad un propósito de crear "servicios" que nadie mejor puede atender que los mismos necesitados.
Y también poner en práctica nuestros sentimientos de solidaridad de clase.
La fuerza reside bajo la inmediata dirección del cerebro. Una sociedad superior supone un cerebro superior. La actual sociedad la condenamos por mal organizada, puesto que da malos frutos, ¿y pretendemos pedirle a los que con esa sociedad están conformes que la organicen bien? Eso es un absurdo. Somos "nosotros" los que debemos iniciar la organización de la sociedad humana, que supone una multitud de servicios indispensables.
Cuando lleguemos a organizar y hacer funcionar los sindicatos con casi la totalidad de los obreros de cada industria, cuando la capacidad del sindicato se revele y se manifieste por sí misma, entonces estará la capacidad colectiva del proletariado competente, y avanzará en su vida verificando día por día verdaderos progresos.
Pero esa fuerza sindical no se adquiere con obreros miserables de físico y de mentalidad; con cuotas ridículas y con un número escaso de obreros de la industria respectiva.
Mientras permanezcamos indecisos para crearnos una organización competente, mientras no podamos disponer del dinero necesario a nuestros proyectos, las fuerzas que gastemos en querer hacer funcionar un mecanismo incompleto sólo conseguirán agotarnos, o nos darán, cuando más, pobres resultados.
Adoptemos resueltamente la cotización más elevada posible —ojalá el sistema de dar un día de salario cada mes—, y veremos que tras una buena administración ha de venir el progreso respectivo.
IV
MOTIVOS DE LA AFILIACION FORZOSA. EL VALOR DEL INDIVIDUO
El sindicato que cuente con fuerzas capaces no debe tolerar que haya obreros no asociados, y, por lo tanto, no debe permitirles trabajar si insisten en no asociarse.
Cualquiera que sea el título que a esta "obligación" se le dé, así se califique de despotismo, tiranía o infamia, no tendrá ninguna razón ni fuerza moral bastante ante los sanos efectos, ante los eficaces buenos resultados que esa "tiranía" ha de producir.
El obrero no asociado será siempre un gran peligro para los obreros asociados. Será el candidato a "carnero", a traidor en todo movimiento. Será, más que todo, el parásito, el zángano que goce del aumento de salarios conquistado con riesgos ajenos, a lo cual podrá renunciar en cualquier momento, poniendo en peligro de bajar el salario ante cualquier engaño o halago del patrón. Si condenamos el parasitismo burgués, debemos condenar el parasitismo obrero.
Cuando los obreros no asociados estén en mayoría o en fuerte minoría en cualquier faena, no habrá ninguna garantía para los asociados, que pueden ser expulsados o anulados por cualquier medio para combatir al sindicato.
Nada vale una presunta "libertad individual", un supuesto "yo" que carece de capacidad para apreciar el valor de su personalidad como unidad y como factor de la colectividad. Para que el "yo" o la "individualidad" signifiquen valores, ha de haber una colectividad capaz de distinguirlos, y si esos "yo" no se suman a lo colectivo, no se revisten de valor.
Cuando un obrero pertenece a un sindicato que cuente con cien, con mil o con diez mil socios, ese "yo" vale tanto como todos juntos. Si ese obrero se presenta ante el patrón a hacer algún reclamo, el patrón tomará en cuenta de inmediato el número que representa según la capacidad de la organización. Supongamos una ciudad que tiene cien mil obreros organizados y federados. Un obrero asociado en un taller cualquiera, valdría por toda la colectividad. Un obrero no asociado, que no haya tras él ninguna solidaridad, no vale nada; luego ese "yo" es un cero a la izquierda.
Pues si de alguna manera puede aparecer el "individuo" poderoso, invencible, y que su "libertad individual" sea digna, será cuando esté convertido en unidad de una colectividad, que su individualidad junta a las otras hace "todopoderosa". Y desde el momento en que, en verdad, nada pierde de valor el individuo con asociarse para un fin que resulta común e indispensable realizar, no hay razón para tolerar ese "estado de privilegio" disimulado en que muchos quieren colocarse, no asociándose.
Si somos los menos capaces y los que tenemos menos fuerzas para realizar nuestros ideales de justicia, mayor razón para que usemos los medios que están a nuestro alcance cuando ellos no son inmorales para alcanzar el fin propuesto.
No es justo que unos obreros disfruten de un aumento de salarios u otras mejoras que no piden, o que aún se oponen a ello quedándose en el trabajo; pero tampoco podemos tolerar, cuando triunfamos, que "esos" se queden con el antiguo salario, porque implica un serio peligro para nuestra conquista. Si compartimos con ellos nuestra conquista, obtenida a precio de peligros y riesgos, ¿por qué no hemos de "obligarles" a ser nuestros compañeros, a contribuir con nosotros a robustecer nuestras fuerzas, si es también en beneficio de ellos mismos?
En tiempo de epidemia, nadie tolera "un atacado" en medio de gente sana, porque es un evidente peligro de contagio y de muerte para muchos.
Es el mismo caso, pero con un peligro mayor todavía, porque la enfermedad de la miseria significa una agonía dolorosa y prolongada.
El obrero refractario a asociarse es un "pestoso" que lleva gérmenes activos capaces de dañar todo lo bueno que puedan hacer los demás. Es deber "sanarlo" conquistándolo, y si no quiere, es deber "aislarlo" con el saludable boicot, no permitiéndole trabajar al lado de individuos que le apreciarían, pero que él no quiere apreciar.
Podrá parecer doloroso el remedio; pero es más doloroso no poder progresar a causa de esas rémoras, que pueden desaparecer con un poco de voluntad de nuestra parte, y aun convertirse en elementos útiles.
Los obreros asociados que toleran que a su lado trabajen obreros no asociados, cualquiera que sea el pretexto que aduzcan, conservarán a su lado fuerzas capaces de anularlos y de impedirles su progreso y el progreso del sindicato. Significará hasta un suicidio voluntario. Es el peligro permanente. Es la conspiración constante en favor del malestar. ¿Por qué no nos libramos de este peligro evidente?
Presumimos respetar la libertad ajena de aquellos que conspiran contra nuestra libertad, que va unida al bienestar. ¡Qué lamentables son nuestros errores!
Se nos pide respetar una "voluntad" individual que, por la conducta que asume, es un elemento, en el mejor de los casos, "conservador" de las formas de la explotación y de la opresión dominante de todos los males.
Igual que no nos dejaríamos asesinar voluntariamente y desviaríamos la mano del que pretendiera quitarnos la vida, igual no debemos permitir, pudiendo, que se prolongue nuestra hambre y la satisfacción de todos nuestros deseos, y debemos anular las fuerzas que nos sujetan al hambre, y debemos desviar la mano que mide la ración de vida sosteniendo un mal salario.
En toda la lucha que se encare, de hoy en adelante, debe ir esta cláusula indispensable, ya adoptada por algunos gremios: "en ninguna época se admitirá en el trabajo obreros no asociados o que no estén al corriente en el pago de sus cuotas".
Si el sindicato es la única fuerza "todopoderosa", la única capaz de mantener las conquistas y de obtener otras, de suyo aparece necesario no solo cuidar que sus fuerzas morales y materiales, dentro y fuera, se mantengan y se alimenten, sino que es deber velar por que progresen y por anular todas las fuerzas que luchen contra él.
Si obligar a un obrero a asociarse es hacerle un bien que no comprende, no debemos vacilar en ejercer esa presión, por elegante que parezca el sofisma que venga a defender una "libertad individual" representada en un "carnero" o en un ignorante.
Si hemos de aplicar con todo rigor la fuerza al poderoso para que no usurpe con tanta ferocidad nuestro bienestar, con el mismo criterio debemos aplicar esa misma fuerza al débil que, por servilismo, va a robustecer la fuerza del poderoso en contra del sindicato, que es su salvación y el guía de su grandeza futura.
El mayor número de asociados produce mayor valor moral agregado al material que significa la asociación, y hace invencible al sindicato. Ante esa fuerza moral y material, la clase capitalista no se atreve a luchar, y accede a sus peticiones.
Estas afirmaciones no pueden ser negadas, ni su exactitud ponerse en duda.
La grandeza, redentora del sindicato no puede tener por base "la tolerancia", sino "la voluntad inexorable" de nuestra conciencia y de nuestra moral para producir el bien común.
Y mientras vacilemos en adoptar estas necesarias medidas, el explotador y el "carnero" nos llevarán la superioridad funesta a nuestros nobles fines.

V
LAS MUJERES Y LOS NIÑOS
El sindicato, aunque estuviere, por la condición de su industria o profesión, destinado a ser puramente masculino, debe crear un concepto respecto a las mujeres y los niños. Mientras subsista el sistema de producción capitalista, tendremos en nuestras mujeres y niños el peligro de la competencia en los salarios.
Es a la mujer y al hijo del obrero que la clase capitalista arrastra a servirle de instrumento para arruinar el salario de los jefes de hogares. Son la mujer y los hijos del obrero quienes llegan a fábricas y talleres a reemplazar a sus propios maridos y padres por salarios más bajos, arrojando a la calle a los obreros con salarios más altos. Se arroja a la calle a obreros competentes que han alcanzado el mejor salario, con pretexto de crisis u otras circunstancias y se van reemplazando con aprendices y con mujeres que se conforman con salarios ridículos.
Ese es el sistema capitalista.
El sindicato se constituye y se desarrolla para combatir ese sistema. No puede, pues, prescindir de contemplar y de resolver lo relativo a la presencia de las mujeres y de los niños.
Necesita, entonces, establecer declaraciones concretas: el número y condiciones de los niños de ambos sexos en los talleres o fábricas limitado a las condiciones que el sindicato estime aceptable, y el trabajo de las mujeres regido en las mismas condiciones que el de los hombres.
Aparte de las condiciones reglamentarias que establezca el sindicato, la labor educativa a este respecto debe ser preponderante, para extender a toda la masa obrera los conceptos que al respecto deben dominar, que resulten en la práctica benéficos a los caros intereses del proletariado.
Un obrero, que aunque gane un mal salario, podría someterse a vivir de ese solo salario con su esposa, hoy arrastrado por su ignorancia que le abulta más su necesidad, estimula a su compañera a que busque trabajo, y a sus hijos, cuando los tiene y están en edad. El obrero que así obra no se da cuenta del mal que se hace a sí mismo.
El sindicato, que resultará el foco irradiador de experiencias, de enseñanzas y de sabias conclusiones debe concretar los conceptos a esta claridad:
Una de las más grandes conveniencias del obrero, mientras toleremos este régimen capitalista, consiste en que se disminuya el número de brazos de que pueda disponer la clase capitalista. Es sencillo el problema: a abundancia de brazos, baratura del salario; a escasez de brazos, elevación del salario.
El obrero no puede dudar de esta verdad. El sindicato, de una inteligencia superior que el individuo, debe desarrollar el conocimiento de esos valores, y conjuntamente con todas las acciones que el sindicato desarrolle, puede extenderse este concepto: "sólo deben trabajar las mujeres y los niños en cuyas familias no se disponga de otro recurso para vivir".
Si el obrero acosado por el mal salario ve empeorarse su situación porque merma el salario de las mujeres y niños que de su familia trabajan y se someten a esta táctica, no tardará en palpar los efectos de la disminución de brazos en las industrias y entonces será la ocasión del cambio de nivel de la balanza económica del obrero.
Entre todos los medios a que debe recurrir el sindicato, éste no carecerá de importancia para acelerar el desquiciamiento de la torpe estructura de la sociedad capitalista.
La mujer de un hogar, si es juiciosa, tendrá siempre en qué ocuparse en su casa y tiempo para perfeccionar su mentalidad, su moral y su cultura.
En nuestros medios obreros es una fatal rutina que la mujer que no vende su fuerza de trabajo, pasa horas y horas en la ociosidad.
Cuando el sindicato comprenda mejor su misión y pueda apreciar que con la capacitación creciente de toda la familia obrera, especialmente de la mujer y del niño, recibe también parte de su futura fuerza para la "socialización", entonces el sindicato atraerá a las mujeres y niños en sus horas de ociosidad a llenar las bibliotecas para arrancar de ellas la sabiduría que falta en tanto cerebro.
El sindicato que comprenda estos valores, no podrá apartar de su vida rutinaria la costumbre de propagar educación e ilustración que fomente la perfección de la vida doméstica, que eleve la capacidad de la mujer y del niño que forman el hogar de sus asociados.
Es preciso que el sindicato amplíe sus horizontes de acción, porque si su misión es contribuir a transformar el régimen estúpido en que vivimos, no puede reducir su acción a la grosera lucha del presente, y el reemplazo de un régimen por otro presume la capacitación del elemento que ha de conducir los pasos del nuevo régimen.
El número de las mujeres y de los niños de las familias de los trabajadores supone una población mucho más numerosa que el total de obreros.
Una ciudad que cuente con cien mil obreros, supone por lo menos trescientas mil personas entre esos obreros. Si esos cien mil obreros pretendiesen una acción transformadora, ¿qué concurso moral e intelectual "consciente" aportarían sus familias? ¿Estima el sindicato secundario ese aporte y esa preparación? Sería un gravísimo error.
Que la incompetencia moral e intelectual de la mujer obrera es una realidad bochornosa lo prueba el hecho brutal del ridículo salario que merece su trabajo, del aterrador desarrollo de la prostitución y de la nulidad que en general representa en el concierto de la organización obrera.
Si se ha luchado y se lucha formidablemente para que el obrero comprenda el valor de la organización y de la capacitación intelectual y moral, esa lucha debe comprender, aunque requiera mayores esfuerzos, debe comprender, decimos, la necesidad de atraer y de interesar a las mujeres y a los niños en la labor de la "alimentación y robustecimiento de la acción sindical, cada vez más perfecta y más completa", en el sentido de que esas fuerzas femeninas e infantiles, robustecidas por la conciencia, se sumen a las nuestras para la labor presente y para la labor futura.
Si el ridículo salario de la mujer y la criminal explotación del niño, que derrumba el salario del obrero, son causas fundamentales que todo sindicato debe contemplar y atender, por razones de defensa de los medios materiales de vida, hay que convenir que aunque no existiera ese pavoroso fenómeno, no es menos fundamental para el sindicato, en cuanto es "fuerza directora de la sociedad futura", incluir en la esfera de sus actividades la personalidad de la mujer y del niño en cuanto se refiere a la expansión de los medios morales que deben fortalecer la vida futura.
Si en el desarrollo de la vida del futuro, que auspicia y prepara la organización obrera y socialista, no va al lado de la intrépida inteligencia del hombre el sentimiento tierno, sublime e inteligente de la mujer y la viva precocidad de la infancia, esa sociedad futura que decimos preparar no nos daría la nueva modalidad de la vida en que soñamos.
Para que todos esos elementos entren en la "combustión" de la vida futura, es indispensable que su iniciación proceda en el momento del desarrollo de las fuerzas obreras en todas sus formas, pero especialmente en el sindicato.
Mientras las mujeres y los niños continúen indiferentes, alejados, prejuiciados y divorciados del sindicato, no es exagerado afirmar que "constituirán" fuerzas contra el sindicato, alimentadas por la ignorancia, por la dispersión en que viven y por la "habilidad" religiosa que hasta ellos llegue.
Pero si el sindicato, y todo organismo obrero, socialista, cultural, "acerca" a su seno todo ese elemento, que es carne y sangre obrera, que es vida martirizada, resultará todo ese elemento nueva fuerza confortante, alimentadora del sindicato, y éste con su capacidad moral y material así robustecida estará más dignamente habilitado para afrontar su delicada misión bajo una responsabilidad más superior.
VI
LA CUESTION RELIGIOSA EN EL SINDICATO
Conviene estudiar este punto de vista que siempre los sindicatos eluden afrontar, en la esperanza de que eludiendo estudiar esas cuestiones, la clase obrera puede unirse en mejores condiciones.
No nos preocupemos de cuestiones políticas ni religiosas, decimos, dentro de los sindicatos, para que, a nuestra organización vengan todos los obreros sin distinción de ideas; y, dicho sea de paso, quizá poco han crecido los sindicatos con esa previsora medida.
Nos guía un propósito económico y social, que puede considerarse fuera de los asuntos políticos y religiosos, y por eso debemos concretar todas nuestras actividades al "objetivo primordial", y si se puede nos ocuparemos secundariamente de aquellos asuntos que son de conciencia. Así nos explicamos las cosas, y así hasta la fecha hemos razonado y nos hemos conformado.
Aclaremos la situación:
Queremos nuestra prosperidad económica y social. Restringidas nuestras aspiraciones y nuestras necesidades urgentes a la mínima expresión encontramos siempre que lo menos que queramos afecta y hiere los actuales intereses de la clase capitalista, la que tiene como principales factores de defensa el "arma política" y el "arma religiosa". Con el arma política crea las leyes y las fuerzas para defender sus privilegios, para amparar su obra explotadora del trabajo, para garantizar la perpetuidad o continuación de su actual modo de obtener rentas ilimitadas. Con el arma religiosa somete las rebeldías que se sublevan ante el dolor, apacigua las ansias de justicia, sugestiona haciendo creer a muchos en la vida del alma, y les hace concebir esperanzas de una felicidad eterna póstuma, si aquí y ahora se resigna a sufrir con paciencia.
La clase capitalista utiliza las fuerzas religiosas y políticas para defender sus privilegios y para "prever" y evitar el desarrollo de las fuerzas reivindicadoras de la justicia y de la moral.
Es evidente que nuestra abstención o nuestra despreocupación sobre las cuestiones políticas y religiosas obra en perjuicio de la misma acción que pretendemos realizar en pro del bienestar proletario.
Si podemos comprobar que la acción religiosa nos ataca directa y activamente y debilita la acción y el desarrollo del sindicato, aun cuando éste sea riguroso en no preocuparse en asuntos religiosos, y si podemos convencernos de que la acción religiosa impide que venga al sindicato un buen número de obreros y obreras, no hay razón que deba atemorizarnos para afrontar el examen de los asuntos religiosos, por medio de conferencias, manifiestos y otros procedimientos cultos, a fin de ilustrar permanentemente la mentalidad proletaria.
Consideremos el problema desde un punto de vista más positivo: supongamos que las fuerzas religiosas existentes equivalen a la cifra 90 y que las fuerzas obreras equivalen a 10. La posición arbitraria de la cifra nos revela una diferencia enorme. Sin embargo, la realidad es todavía más monstruosa. Los obreros juiciosos podrán calcularla más exactamente para los fines de la actividad que debemos desarrollar.
Bien: la cifra 10, naciente, tierna e inconsistente, aparece muy débil ante la cifra 90, vieja y formidable, rica y poderosa. Es cierto que la cifra 10 representa la verdad, la moral y la justicia. Que la cifra 90 es lo innoble, es un error, es un despotismo, es la ruina de la raza humana, eso lo sabemos nosotros. Ellos engañan al mundo diciendo y afirmando que son la verdad, la moral y la justicia. Como son más, todavía, como disponen en su proporción de limitados recursos, influyen sobre mucho mayor número que nosotros.
Si nuestro naciente poder, aunque tenga toda la razón y posea toda la verdad, no aboca los problemas como debe abocarlos, su desarrollo se atrofia de verdad, aunque algunas apariencias brillosas nos engañen.
Si un obrero (como pueden ser muchos) lucha dentro del sindicato para disminuir los efectos de la explotación que sufre, y aporta lo que supone todo su concurso para engrandecer la capacidad del sindicato que está destinada a "disminuir", primero, y a "extinguir", después, la explotación de que somos víctimas, ¿qué resultará, si a la vez que da este concurso al sindicato, también lo da a la religión, sosteniendo con su presencia y con sus ideas las fuerzas religiosas que defienden el sistema que produce de hecho la explotación?
Veamos más claro:
Dedicamos 10 horas a construir nuestra obra y 90 horas a conservar las fuerzas que nos destruyen.
Este es el caso, sin simulación sofística, ni nada que no sea exacto.
Es forzoso hacer estudiar a todo obrero que ingrese al sindicato lo que significa el "poder religioso" en la vida humana.
De nada sirve que los predicadores de todas las religiones anuncien el infierno para los explotadores, que condenen la explotación y aún que organicen a los obreros para que se defiendan aparentemente de la explotación, basados en una simple aspiración a mejorar un poco el salario.
De nada sirve que los predicadores religiosos griten y protesten contra la explotación. Resulta hasta una sangrienta burla esa actitud contra nuestros respetables anhelos y derechos para vivir bien; de nada sirve, decimos, toda esa actitud cómica y cínica de los religiosos, si la labor no va a suprimir "las causas" que producen la explotación y la opresión.
Mientras las religiones no propongan y procuren llevar a la práctica la abolición del régimen del salario y la socialización de los instrumentos de producción, toda declamación será palabrerío destinado a mantener y prolongar el estado de incertidumbre que existe en la masa trabajadora.
Y de esta comedia indigna no debemos hacernos cómplices ni con el silencio ni con la tolerancia.
El obrero que de buena fe ingrese al sindicato para destruir las causas que producen la explotación, si de buena fe también continúa de una manera u otra, o dentro de una supuesta tolerancia, sosteniendo ideas religiosas, aunque sólo sea en silencio, ese obrero dará, como hemos dicho antes, 10 partes de sus fuerzas para mejorar su situación, y dará 90 partes de sus fuerzas para mantener las fuerzas que se oponen a su mejoramiento.
No nos engañemos. Mientras damos a la naciente fuerza del sindicato, sin raíces todavía, todos nuestros entusiasmos y abnegación y a la vez postergamos el examen de las fuerzas religiosas, arraigadas por su vieja existencia, para revelar que ellas son fuerzas retardatarias del bienestar; mientras así obremos, engañados de buena fe, nuestra labor resultará poco fructífera de toda verdad.
Nuestro deber es facilitar a los obreros y sus familias elementos de juicio para que puedan apreciar el estado exacto de la sociedad actual; para que puedan ver que las religiones, por todas partes y con todos los medios nos inducen a "conformarnos" con el actual estado de cosas, lo que significa sufrir desde la cuna hasta el sepulcro. Es preciso demostrar que las "fuerzas" de las religiones son formidablemente poderosas, desde todo punto de vista, así en riquezas como en influencias y poder.
La más formidable campaña en su contra aun no consigue mellar su poderosa coraza.
Esta es una verdad que debemos comprobar para saber dirigir nuestra conducta futura y no detenernos en hablar la verdad, porque todas nuestras debilidades significarán robustecimiento para esa clase de enemigos.
Muy hermoso nos parece cuando vemos que el sindicato conquista algunas victorias, que al fin y al cabo, las más grandes obtenidas hasta la fecha no han destruido todavía el feroz yugo del salario ni el alto precio de la vida. Y nos ilusionamos con estas pequeñas victorias
Mientras tanto, las fuerzas que sostienen el yugo del salario y la carestía de la vida, fuerzas arraigadas por la existencia de muchos siglos, continúan intactas, competentes para obtener que resulten ilusorios todos nuestros supuestos éxitos. Esto es lo exacto.
Acomodarnos el yugo a nuevas formas, ilusionarnos de que nos molesta menos, será todo lo que se quiera, pero no será librarnos de su peso.
La sugestión religiosa es, en verdad, monstruosamente poderosa, todavía invulnerable; pero también tenemos que convencernos de que el más grande de los poderes puede destrozarse en un instante.
Una montaña de granito secular y majestuosa, difícil de destruir con herramientas o máquinas, que requeriría, además, mucho tiempo, podrá volar en un instante convertida en fragmentos con unos cuantos quintales de pólvora y dinamita y con un solo fulminante.
No hay ningún explosivo más poderoso que las irradiaciones más perfectas del cerebro. Si las religiones están empeñadas en mantener la atrofia del cerebro de la humanidad, nuestro deber es "desatrofiarle", llevándole elementos de luz en mayor proporción que las tinieblas de que le rodean las religiones, y sólo así podrán estallar, convirtiendo en polvo todos los errores.
Para este punto de vista clara está la acción que debe desarrollar todo sindicato: ¡amplia ilustración y acción inteligente!
VII
LA CUESTION POLITICA EN EL SINDICATO
Es indispensable abordar lo que se llama "la cuestión política" en el seno de los sindicatos, para orientar la conducta de los trabajadores. No hablar de política, no tocar este tema, calificarlo de inmundo y no abordar su examen, es sencillamente un proceder poco juicioso y que nos perjudica.
La permanente declaración de los sindicatos para no preocuparse de asuntos políticos, la que declara que al sindicato deben venir los obreros a defender sus intereses económicos, sin diferencia de ideas políticas, quiere decir claramente que cada obrero, conservando sus afecciones políticas a los partidos de la clase burguesa y capitalista o sin rumbos al respecto, se refugia en el sindicato sólo para "mejorar" sus condiciones económicas. Todo esto es el más grave de los errores.
Si comparamos la situación de cualquier partido burgués con la situación de los sindicatos, fácilmente vemos la diferencia, muy a pesar nuestro; pues los partidos burgueses, por el hecho de ser tradicionales primero, apoyados por la clase rica que los forma y por el gobierno después, con prensa y literatura abundante para sugestionar y engañar, con poder corruptor en dinero y empleos para alimentar las esperanzas de los fracasados, veremos, pues, que los partidos burgueses incuestionablemente son un poder y una fuerza que podríamos, aunque sea arbitrariamente, avaluar en 90 contra un valor de 10 que atribuyamos a nuestras fuerzas, como lo hemos señalado en el capítulo anterior.
La fuerza nuestra recién nace, es tierna, desconocida; la fuerza de los burgueses es vieja, arraigada, añosa, de influencia extendida.
Todo esto es útil examinarlo, es necesario a nuestros intereses.
¿Qué clase constituyen, representan y qué intereses defienden y hacen prosperar los partidos burgueses?
Sencillamente dicho: son la clase patronal, capitalista, y por lo tanto sólo defienden y hacen prosperar sus intereses de clase rica, que en esa forma significa oprimir y explotar a obreros y empleados de ambos sexos.
Pues bien; si ningún obrero juicioso en el sindicato ignora esta situación, ¿puede callarse la boca cuando ingresa al seno del sindicato un obrero que a la vez que viene a luchar para defenderse de la explotación capitalista, se declara antipolítico o permanece afiliado, o da su voto o su opinión favorable a los partidos amparadores de esa explotación capitalista?
Es el caso que hemos dicho: cuando un obrero, a la vez, quiere contribuir al progreso del sindicato y sostiene al partido político de sus supuestas ideas políticas, o sostiene su abstención, es lo mismo que si dedicase 10 horas para ayudar a construir la fuerza obrera y 90 horas a construir o dejar mantenerse la fuerza política de la clase capitalista, que por sus hechos, por sus costumbres es una fuerza absorbedora, que se opone al desarrollo de la fuerza obrera y trata de anularla.
Y este error o este anacronismo no es posible mirarlo con indiferencia y callarlo a pretexto de tolerancia o respeto por las ideas de cada cual.
Desde que la existencia de la acción "política" determina el encarecimiento y condiciones de la vida y la restricción de iniciativas, actividades y libertades, no puede ser, por hoy, la política un asunto que no interese a la clase obrera y proletaria organizada.
Desde que toda la vida económica, así el salario, el costo de la vida económica, impuestos, resultan establecidos por las fuerzas políticas, al sabor de la clase patronal, no puede ser la cuestión política un asunto indiferente para el sindicato.
Existen ya sindicatos que han estampado en sus estatutos esta declaración: "Es obligación de todo afiliado negar su voto político a candidatos de la clase capitalista". Esto ya no debe ser temido. La experiencia nos prueba que quizá más del 95 por ciento de los que ingresan al sindicato, no traen ideas arraigadas ni compromisos de carácter religioso o político.
Es un hecho que el obrero religioso y partidario político de cualquier partido burgués y tradicional, rehuye venir al sindicato y hasta es su enemigo preferido.
Entonces hay un motivo serio para que el sindicato contenga una declaración precisa que instruya a cada afiliado en lo que significa servir directa o indirectamente los intereses de cualquier partido político de la clase capitalista.
Aun más, es necesario que el sindicato, por todos los medios de que disponga, instruya permanentemente a sus afiliados acerca del grave peligro que significa la organización política de la clase capitalista, y esta clase de instrucción traspasando los límites del sindicato penetrará en todos los campos de la vida obrera, y es seguro que dará felices resultados.
Es claro que un obrero al reconocer la necesidad de fortalecer la fuerza del sindicato, es que se ha convencido de que para el mejoramiento de sus condiciones de vida no tiene otro recurso, porque la clase capitalista no otorga espontáneamente ningún mejoramiento.
Pero la ingenuidad es muy poderosa todavía. Se supone que la cuestión política es una cosa sin relaciones con la cuestión económica que afecta la vida obrera, y un gran número de obreros no ha podido convencerse todavía de que toda la "cuestión política" de la clase capitalista es un instrumento de doble acción: hace el efecto de embriaguez, apareciendo en forma de esperanzas e ilusiones, que entretienen a los pueblos; y resulta, la cuestión política, eficazmente el mejor instrumento que garantiza a la clase capitalista "solamente" la libertad de acción para aprovecharse de situaciones privilegiadas que le permitan enriquecerse rápida y grandemente, a costa de la inicua, de la infamemente imponderable rapaz explotación del trabajo, y por medio de las muchas leyes protectoras que en beneficio de ella se dicta.
Ya vemos, pues, por los hechos y la experiencia, que el "poder político", que la "cuestión política", es el factor que permite la agonía económica y la esclavización de la clase obrera contra el exceso de riqueza y libertad de la clase enriquecida con esos procedimientos.
El socialista que en el seno del sindicato se abstiene de dar a conocer la ventaja de su táctica, ¿revela tener confianza en ella? ¿es leal con su doctrina cuando calla?
He ahí las razones preponderantes porque estimamos que la acción política no solamente debe ser un factor de estudio y de preocupación para el sindicato, sino que estimamos todavía que el sindicato mismo debe ser de hecho una fuerza política de clase —como forzosamente han tenido que llegar a resolverlo los sindicatos ingleses y norteamericanos— y que no pudiendo su programa ser fundamentalmente diferente del programa socialista en cuanto significa la abolición del sistema capitalista de producción, es un hecho que cada sindicato, al constituirse una política, y para obtener el mejor rendimiento de esa fuerza, vendría a resultar evidentemente una sección del Partido Socialista. Es verdad que el "prejuicio" hace que los obreros repitan lo que dicen los voceros del capital: "aquí" no es aplicable lo que se hace "allá" por patente que sean sus buenos resultados. (¿?).
Es éste el punto de vista más amplio que nos...
...reservas del capital", pone en peligro las conquistas que haya realizado el sindicato.
Habría dos medios esenciales que poner en práctica: no trabajar horas extraordinarias; disminuir la jornada de trabajo.
Debemos reconocer que, aunque el desarrollo de las industrias y de las necesidades de las poblaciones aumente las necesidades de la producción, no es
NOTA.- Faltan en el libra original, por haberse extraviado, las páginas relativas a la terminación de este capítulo y al comienzo del capítulo VIII, cuyo título, por el mismo motivo, no podemos consignar.

menos exacto y cierto que el progreso técnico va quizás más rápido y disminuye la necesidad de brazos, exigiendo menos esfuerzo con el empleo de la maquinaria, lo cual quiere aprovechar la clase capitalista para pagar los más bajos salarios posibles.
¿Quién podrá garantizarnos que el progreso de la maquinaria, la inteligencia de la técnica y la avaricia e inmoralidad de la clase capitalista lleguen un momento a ocupar en todas las faenas sólo brazos de niños y jóvenes de ambos sexos, y pretextando la simplicidad de las funciones y la comodidad del trabajo, abone salarios ridículos y pequeñísimos para realizar fabulosas utilidades? ¿Es esto imposible? ¿No está ya en principios?
Como no es solamente el perfeccionamiento de la maquinaria lo que disminuye la necesidad de brazos, sino que también lo produce la mayor inteligencia aportada a la organización de trabajo, nos obliga a no perder de vista este factor, que, si debemos aceptarlo como un progreso que por un lado evita gastos de energía al obrero y por otro puede abaratar el producto, no deja de ser por eso un peligro de hambre cuando produce economías de brazos.
Como esta circunstancia es un peligro que aumenta, es un deber de todos los sindicatos "prever" a tiempo y preparar la mentalidad de la clase trabajadora para la adopción de medidas conducentes a conjurar el peligro.
La desocupación "normal" podrá no afectar seriamente las condiciones conquistadas por la clase trabajadora; pero, en cambio, la dificulta en sus progresos por adquirir. A todo grupo de obreros que siempre necesita mejorar su salario o el horario, si se trata de un grupo juicioso, le será preciso meditar, antes de pensar en una huelga, acerca del número de desocupados que en ese ramo pueda haber; así los asociados, como los no asociados, para lo cual, esto lo revela, se precisa que el sindicato esté bien informado.
Si el número de desocupados no asociados es importante, mientras esa desocupación subsista, al gremio le será difícil pretender mejoras. Y cuando se trata de gremios que no requieren mayor suma de experiencia o de conocimientos técnicos, el peligro reviste mayor gravedad.
Si no se tienen en cuenta todas estas circunstancias, no se revelará la inteligencia y capacidad que debe poseer el proletariado organizado, dispuesto a finalizar esta odiosa lucha, hoy permanente, por la abolición de la esclavitud del salario, que deforma y hace monstruosa las condiciones de la vida humana, y, si se quiere, inferiores a la vida animal y vegetal.
Será difícil exigir "moral" a los desocupados no asociados, pues cuando la miseria colma su exigencia, el desocupado vende su fuerza por cualquier precio, cooperando así a la desorganización o debilitamiento del sindicato. Ya ésta es todavía una razón más para oponer en favor de la idea de que todo sindicato debe exigir a los obreros asociarse, so pena de boicotearlos, puesto que para el obrero asociado será menos crítica la desocupación y menos peligrosa para todos, por cuanto tiene un subsidio seguro y además una conciencia mejor preparada.
Si la clase capitalista se muestra insaciable para adquirir riquezas, para rodearse de todas las comodidades que ofrece el progreso, y su riqueza no tiene otra base que la explotación de la masa desposeída, la clase capitalista extremará sus esfuerzos para que el desarrollo de la maquinaria le libre y le economice la mayor cantidad de salarios.
Tenemos, por lo tanto, permanente el peligro de aumento de desocupados, que es nuestro deber prever. Esto se nos presenta mirando las cosas desde el punto de vista normal, sin tomar en cuenta las crisis periódicas, que significan para los sindicatos y para la moral obrera períodos de vacilaciones peligrosas.
Si por una parte la clase capitalista encuentra "lícito" recurrir a todos los medios para asegurar el crecimiento de sus rentas, ¿no es igualmente lícito que la clase productora, eternamente hambreada, recurra a medidas previsoras que eviten el diezmo permanente que pagamos?
Bien, pues. Por el momento no aparecen medidas más fáciles y más inmediatas que las dos indicadas:
No aceptar trabajos fuera de horario, y reducir la jornada de trabajo a menos de ocho horas diarias.
Estas medidas, unidas al resto de la labor que corresponde realizar al sindicato, le permitirán conservar y acrecentar sus fuerzas y prepararlas para acercarse a la "socialización de los instrumentos de trabajo", que deberá ir precedida de una serie de medidas preventivas, como ser: la intervención del sindicato en la administración de la industria, para evitar derroches que graven el salario.
Todo el que mire con serenidad el problema de la desocupación, comprenderá que, sin ser pavoroso, no deja de constituir un grave peligro del cual no debemos desentendernos si tenemos conciencia de las necesidades de nuestro presente y del porvenir.
Ya que nada noble no[s] es permitido esperar de la estructura capitalista imperante, de cuya forma y acción nadie es responsable, por ser una condición del desarrollo humano, se nos hace preciso, cuando hemos llegado a adquirir por nuestra parte tan nobles conceptos de lo que puede ser la vida, que inclinemos los esfuerzos de nuestros pensamientos en el sindicato para no retardar la adopción de medidas previsoras en favor de nuestro bienestar.
Aparte de las dos medidas señaladas, para evitar la desocupación, habría todavía otra, también de bastante importancia: la de reglamentar la admisión de aprendices, sujetándola a algunas de las siguientes condiciones:
Ningún menor de 16 años, analfabeto, que tenga padre o hermanos mayores aptos para trabajar, debe ser admitido.
Si bien es cierto que las pequeñas rentas que estos menores pueden producir, sean muy necesarias en algunos hogares, y su privación signifique hasta un daño, nuestro deber es ver bien claras las verdaderas conveniencias del proletariado.
Más falta hace el salario de los adultos que el de los niños. Cuestión indiscutible.
La industria capitalista, cada día más astuta, reemplaza un salario de 5 pesos con dos o tres niños o niñas a un peso cada uno, o menos.
Va a trabajar el niño por un peso y queda sin trabajo el padre por 5 pesos.
Examinado bien el problema, resulta claro.
El mal de la desocupación tiene remedio. Pero no puede prepararse ese remedio, de magnífica utilidad para el proletariado todo, sino bajo el esfuerzo de la perfección orgánica del sindicato.
Aparte de lo dicho, también podemos insinuar que a medida que la maquinaria y la técnica eliminen brazos, dejándolos ociosos y entregados al hambre, también, decimos, sería justo que en la disminución de horarios de trabajo sea afectado más el trabajo a máquina.
Por ejemplo: trabajadores de máquinas trabajarán una hora menos que los otros.
Así no estorbamos el progreso, pero tampoco nos hacemos víctimas de él.
Un justo principio de solidaridad, mientras dure el régimen actual, debe impulsarnos a "garantizar" en mejores condiciones la situación de los desocupados. Si exigimos del desocupado, a cambio de un pequeño subsidio, que sea solidario a nuestros propósitos y que no vaya a empeorar el salario, es justo que al exigirle esa solidaridad, le demos también nuestra solidaridad.
El sindicato con todos sus afiliados debe estudiar y resolver los medios a emplear para evitar el peligro de la desocupación. Así también el sindicato debe tomar medidas para que siempre falten brazos que determinen su mejor precio.
¿Se preocupan inteligentemente de esto los sindicatos? Es lastimoso verles perder el tiempo en asuntos nimios, postergando los que revisten valores efectivos. Pero es de confiar que entren a la labor inteligente.
Hacer que todos los obreros y obreras puedan ver claro cómo la buena dirección de sus fuerzas puede darles el bienestar, es la misión de los constituyentes del sindicato.
IX
LA ESCLAVITUD DEL SALARIO Y SU ABOLICION
Nada es más angustioso que tener una ración siempre más pequeña y determinada para atender a las necesidades indispensables de la vida, y más angustioso todavía cuando para todos los trabajadores y demás asalariados de ambos sexos esa ración es insegura y cualquier día nos falta.
El proletariado, obligado por su situación a inclinar la cabeza sobre el trabajo esclavizador y brutal, no ha podido pensar ni razonar acerca de lo que significa la esclavitud del salario, y mucho menos piensa cómo podrá librarse de esa esclavitud. Por esto es que el sindicato tiene el deber de explicarlo claramente para que la mentalidad de la masa asalariada y trabajadora y sus familias vaya penetrando y haciendo conciencia de lo que significa depender de un salario, vivir a la espera de lo que quieran dar por su trabajo y cuando le quieran dar.
Debemos demostrar cómo este sistema de salario es la forma más criminal ideada y puesta en práctica con los horribles resultados que conocemos.
El salario es el permiso que se nos da para vivir.
No cabe nada más inmoral ni anormal que esta condición. ¡Y sin embargo, la soportamos!
El salario nos mide la condición y la calidad de vida que podemos disfrutar, bajo la advertencia de que ese salario no es seguro, pues el día que el patrón quiera, no nos da trabajo y tampoco salario.
Si la materia y la naturaleza "nos dan" una vida, es porque, esa materia, por su propio modo de ser, ha puesto al alcance de "nuestra" acción los medios para alimentarla, conservarla y, más que todo, perfeccionarla, pues no concebimos la razón de ser de la vida sino bajo la misión de perfeccionarse. Siendo esto indiscutible, porque es una verdad que a poco examen se comprueba, "nadie", absolutamente "nadie", tiene derecho para obligarnos a buscar un salario para poder vivir, con la agravante de que aun no tenemos el derecho nosotros de fijar la cantidad del salario que necesitamos, sino que de antemano se nos fija al capricho del que se ha hecho dueño del trabajo, a causa de la ignorancia del pasado y del presente.
Una familia que disponga de 80 pesos, o menos, debe trazarse un método de vida de acuerdo con esa cantidad; si dispone de 100; si dispone de 200; si dispone de 400, o más, en los cuatro casos presentados pasa lo mismo. Vivirá mejor con 400 que con 80, no cabe duda, pero siempre los 400 serán una medida estrecha, expuesta, insegura, que no deja de constituir una cruel esclavitud y una angustiosa incertidumbre.
Hoy se ofrece 30 o 50 centavos por 10 o 12 horas de trabajo al día a una niña o a una mujer, lo mismo da, sea en trabajar al día o por pieza; no sale de ese promedio. La prostitución ofrece una situación más ventajosa: casa, comida, vestuario, paseos, diversiones, propinas y etc. Es triste, pero es la realidad. Las condiciones en que la organización capitalista coloca el trabajo produce forzosamente esa situación.
Al obrero profesional competente, que es el que disfruta el mas alto salario, según las necesidades de la cultura actual, apenas le alcanzaría para él solo y, sin embargo, debe ser en general, ese salario, el principal sostén de un hogar, de una familia.
Los obreros sin profesión, los de trabajos que no requieren mayor capacidad, no ganan para comer...
La admisión de menores en el trabajo ha desalojado multitudes de obreros que contribuyen al malestar del salario.
Y así la medida de la vida resulta cada vez más odiosa y más antinatural.
No es el caso discutir quién tiene la culpa de esta situación, ni hacer su historia, ni recriminar a nadie porque con recriminaciones nada mejoramos. Ni es culpable la clase capitalista que "hoy" la impone como una cadena —que buscamos ansiosos para colgarla nosotros mismos a nuestra garganta—, ni somos nosotros culpables de tenerla. El torpe, pero natural desarrollo de la humanidad, guiada por sí misma, en medio de la ignorancia y de la abyección del pasado, y aun del presente, nos ha legado como herencia la cadena brutal del salario, la espada de Damocles, el suplicio de Tántalo del salario!
No es posible imaginarse un ser humano, dotado de una moral superior, que acepte el sistema del salario como un medio o como una costumbre para el desarrollo de las actividades humanas necesarias a la vida y al progreso.
Esto es lo que ha dado vida y razón de ser y de existir a la doctrina socialista.
Pues como decimos que no es del caso recriminarnos por la existencia de esta esclavitud, entonces el deber de nuestras actividades es señalar las maneras de abolir esta esclavitud y las "formas" con las cuales se debe reemplazar. Y esta es la tarea más noble que le corresponde realizar al sindicato, por sus propias fuerzas en cuanto sea posible, y ayudado eficazmente por las fuerzas de la organización cooperativa socialista de la clase obrera y por la acción política socialista que sea posible poner en práctica.
¿Cómo? ¿Cómo se podrá llegar a abolir el salario, o por lo menos la tiranía y la esclavitud que él significa, y la inmoral medida de la ración de vida que él representa?
Muy sencillamente.
Llevando a la mentalidad de la masa, y al conjunto todo de la actual sociedad humana, la realidad visible y clara, concreta e indiscutible de lo que significa en verdad el sistema del salario: una verdadera horca, de prolongada agonía, pero que la férrea y equivocada actual organización capitalista nos pone por delante, en el camino de nuestra vida. Al venir al mundo se nos obliga a escoger sólo entre dos situaciones: o morir, o colgarnos la cadena del salario.
Demostrar hasta la evidencia esta realidad; exigir su examen y comprobar concretamente que el "régimen del salario" está en pugna con el "derecho de vivir", debe ser nuestra labor diaria.
Probar que el "derecho de vivir" sin restricciones es un derecho natural, que nadie ni nada debe contrariar con la adopción de medidas de ninguna clase y bajo ningún pretexto, debe ser actividad permanente de toda persona digna y muy especialmente del sindicato, que debe despertar, en su acción, el sentimiento de dignidad.
Estas medidas de carácter moral, bien entendidas y bien esclarecidas, predicadas por todos los medios imaginables proponiendo las medidas materiales que se deben adoptar, considerando sus posibles resultados, son los medios de preparar la abolición de esta forma de la esclavitud.
Para abolir la antigua forma de la esclavitud, del feudalismo, del diezmo, etcétera, fueron precisos muchos años y muchos dolores, pero porque la humanidad carecía de la capacidad con que ahora cuenta.
Por eso, para abolir la presente esclavitud del salario, será preciso menos tiempo, pero una labor en más alto grado de "moralización" de la humanidad.
Pues mientras las masas obreras y las minorías capitalistas estén desmoralizadas no será posible que conciban un concepto superior del modo de organizar la producción y de atender todas las necesidades de la vida.
Las religiones que pretenden tener el privilegio de la moral han sido los más formidables instrumentos para mantener en todo su imperio la forma más vil de la esclavitud y para impedir que ella se extinga definitivamente.
No queremos ni el mejoramiento ni la elevación del salario, como medidas "definitivas" de perfeccionamiento social, porque siempre significará esclavitud, dependencia y sumisión hacia quien otorga el salario. Queremos su abolición y su desaparición definitiva, como definitivamente desapareció el régimen monárquico en los espíritus verdaderamente republicanos y democráticos.
Si en la vida política se va aboliendo el sistema monárquico, el despótico y el inconstitucional, reemplazando por sistemas más en armonía con el progreso moral y político adquirido, así esperamos que en la vida económica sea reemplazado el régimen del salario, que equivale a un régimen monárquico despótico absoluto, por un régimen democrático en el cual el producto obtenido por el trabajo sea propiedad del que lo haya producido.
La revolución francesa, que transformó la fisonomía política y social de Francia, fue más que todo una transformación del régimen económico, que aboliendo el feudalismo y las leyes respectivas de la industria, abrió amplios horizontes al desarrollo económico industrial burgués.
Es la misma historia la que nos indica el camino. Para las nuevas formas económicas que creaba en Francia la revolución debían corresponder también nuevas formas o medios de vida políticos. De ahí que nuestra aspiración no pueda separarse de la continuación de la historia. Para la consolidación del sistema económico que planteamos con la abolición del salario y del régimen de la propiedad privada, que es su causa, necesitamos de un sistema político propicio, y es ese el que vamos a la vez extendiendo con nuestra acción socialista. Se justifica, pues, la concordancia de todo el conjunto de nuestra acción socialista integral.
Si por ahora luchamos por el mejoramiento y elevación del salario, es porque es el primer paso hacia nuestro objetivo; como en una monarquía el primer paso hacia la democracia es el constitucionalismo parlamentario.
De la misma manera que la humanidad ha avanzado en sus conceptos y en las costumbres establecidas, aboliendo el sistema despótico de los pueblos y proponiendo y estableciendo en su reemplazo costumbres diferentes consideradas más justas, más cultas, más progresistas; por esa misma razón, cuando la humanidad ha concebido para hoy un sistema de vida político mejor que el de antes, y muchos hoy concebimos todavía un sistema más perfecto; así también, desde el punto de vista económico-social, consideramos el sistema del salario una verdadera esclavitud y proponemos su abolición en nombre de la moral, de la justicia, y si esto sólo pareciera sentimentalismo, proponemos su abolición en nombre de la razón y de la ciencia materialista, porque el que con su mano y con su inteligencia produce un fruto, es lógico que sea su propietario y que lo disfrute.
Y repetimos: si una humanidad abyecta y grosera como la de épocas ya pasadas nos legó como herencia el régimen del salario, que es la forma más ruin de la esclavitud presente, la humanidad nueva, cuya virilidad se desarrolla en el seno del proletariado, abolirá esa esclavitud del salario, estableciendo una sociedad superior donde todos trabajen y todos sean felices y libres.
Más adelante propondremos los medios para llegar a ese feliz resultado, por ilusorio que parezca, sin menoscabo para nadie.
X
EL TRABAJO ES CAPITAL. EL OBRERO ES UN ACCIONISTA
Todas las verdades demoran en reconocerse. La razón es sencilla. Un niño a medida que va creciendo o desarrollándose, que va viviendo y conociendo las cosas, poco a poco va conociéndolas y comprendiendo la exactitud y verdad de su valor respectivo. Lo mismo pasa con la humanidad. Tarda en conocer la verdad y en conocer lo exacto, que sólo la experiencia, que sólo el buen juicio, y la honradez enseñan. La clase capitalista, empedernida en su egoísmo hereditario, aunque comprenda la verdad no quiere hoy reconocerla, y mucho menos lo hará mientras vea la debilidad proletaria.
Que el trabajo es un capital, y por lo tanto, cada obrero es un accionista, en toda clase de trabajos que se verifiquen, para muchos de nosotros es cosa bien clara, indudable e indiscutible. Fatalmente, ningún patrón lo acepta, y muchos obreros no quieren comprenderlo por falta de inteligencia.
Que el trabajo es "el capital" de más valor e importancia es tan exacto, tan verdad, que no costará mucho probarlo y comprenderlo. La máquina más prodigiosa que se haya inventado o que pueda inventarse no producirá productos jamás "sin" la asociación del brazo humano. Debemos tomar en cuenta que para "toda" producción que pueda elaborar la máquina más prodigiosa que requiera el mínimum de fuerza humana, para el máximum de producción ha de demostrar que "todos" los materiales que entran en esa elaboración "provienen" de la tierra, en cuya preparación intervienen e intervendrán fuerzas humanas.
Como "el trabajo" humano es insubstituible, irremplazable, el trabajo humano tiene "un valor" especial que debemos caracterizar. ¿Puede producir la máquina sola? No. ¿Puede producir el brazo solo? Sí. No puede haber vacilación en las respuestas. El trabajo no solamente es "un valor", sino que es todavía el único factor en la producción que "valoriza" lo que produce, puesto que sin el trabajo del brazo humano —la acción más noble de la vida— es "imposible" la existencia de ninguna "cosa" sobre la superficie de la tierra. Ninguna maravilla del genio inventivo, del arte, ningún producto eficaz y exacto de las ciencias, ninguna concepción de la mentalidad humana, podrá "ser", podrá adquirir forma, convertirse en hecho sin el trabajo humano, sin la indispensable acción del brazo, cuyo movimiento, desde lo más sensible y delicado a lo más potente, "dirige" indispensablemente el cerebro; por lo tanto, en toda operación que se realice van unidos talento y fuerza, cerebro y músculo.
La máquina más cara, la que cuesta más dinero, la que exija más capital, no valdrá "nada" si no la pone en movimiento la mano humana, que hace andar el motor y que transmite el movimiento a la máquina. Esto es, para ponerla en movimiento. La máquina en movimiento no producirá "nada" si la mano humana no introduce en la máquina los materiales que se requieran para la producción que deba realizarse. ¿Es esto la verdad? ¿Podrá la máquina "elaborar" un producto sin la asociación del brazo humano? ¿Podrá el brazo humano, así sea el de un niño, dirigir o conducir el material que se elabora si la "inteligencia" —ese producto noble del cerebro— no entra en actividad para conducir la mano?
Ninguna máquina "produce", ni fabrica "nada" si para ello no intervienen el "músculo" y el "cerebro" del ser humano. La inteligencia más rudimentaria o atrofiada necesitará poco esfuerzo para comprender "esta exacta verdad" si se sabe explicarla. Bien. Siendo esto así, la clase capitalista no puede invocar ningún valor al capital empleado, ni atribuirle ninguna superioridad sobre el valor del "trabajo", aunque sea el de un solo niño.
Comprobemos con la mayor exactitud posible esta verdad, de que sólo "el trabajo humano", sea desempeñado por un niño, un hombre, una mujer o un anciano, cualquiera que sea la condición del que realiza el trabajo, es esta sola fuerza, es esta sola acción la que "valoriza" la máquina que se mueve y que trabaja y el producto que realiza. Ni máquina ni producto constituyen "valor" sino cuando interviene el trabajo del ser humano. Una máquina ideal, la más perfecta, por ejemplo, para hacer sombreros o zapatos, póngasela en movimiento y a su lado déjese los materiales necesarios, sin acompañar a la actividad de la máquina el "trabajo" del brazo y del cerebro humano y no se producirá nada.
Entonces, repetimos, es estrictamente exacto que sólo "el trabajo humano" da valor apreciable a la máquina, al material y al producto que resulta.
Contemplemos todavía otros factores. Las máquinas son hechas "por trabajo humano", aunque se ayude para ello con otras máquinas. Todo material que entre en la composición de cualquier producto "viene" de la tierra, y en todo el proceso de su preparación interviene forzosamente "trabajo humano".
Ahora debemos establecer fehaciente y fundamentalmente otra verdad absolutamente exacta: La máquina no es "otra cosa" que la prolongación del brazo humano; la máquina no es "más" que la prolongación de la fuerza humana; la máquina no es "otra cosa" que un instrumento del cual se vale el cerebro para multiplicar la capacidad y la actividad de su brazo; la máquina, que no es "otra cosa" en resumen que concepción de la inteligencia para que el brazo realice con más actividad las concepciones de esa inteligencia, por esta razón no puede, ni es un valor separado ni del brazo ni de la inteligencia del obrero.
Siendo la máquina prolongación de la actividad del brazo humano, que solo se valoriza por la asociación mutua, no puede el capitalista suponerle más valor que al brazo. Entonces, en el trabajo, es decir, en la producción, el factor de mayor valor que entra en juego es el trabajo del operario, que es el factor de valor más notable. Con esta base, con esta razón es que establecemos que cada obrero, cualquiera que sea su condición, siendo productor de valores, es el único dueño del valor producido.
Por si se alegara que la división del trabajo hace que el obrero produzca sólo fracciones de una obra, diremos: "Todo el producto de una fábrica, taller o faena es propiedad, en igualdad de proporciones, del total de obreros o empleados que hayan intervenido."
Esto, contemplando las cosas en el actual aspecto de la sociedad.
Si el trabajo es el elemento o factor más noble que entra en una empresa, véase claro, el trabajo es la parte más importante del capital que opera en cualquier clase de empresas.
Si el trabajo representa esta clase de capital, el obrero es incuestionablemente el capitalista más importante.
Esta es una de las razones más fundamentales que argumentamos para sostener que, de cualquier empresa de trabajo, con uno o muchos patrones o accionistas, los obreros son los accionistas más importantes de ella.
Cuando una empresa reparte utilidades a los que hasta hoy son los únicos considerados como accionistas, ¿por qué no son considerados con iguales derechos de accionistas todos los obreros y no participan de las utilidades?
¿Por qué "antes" se aseguraba que la tierra era inmóvil y se mataba al que afirmase que se movía, y "ahora" nadie duda que se mueve?
Porque antes era lógica la ignorancia; era el estado natural de la humanidad. Así, "antes" era lógico, debido a la ignorancia, que la clase obrera, además de recibir un mezquino salario, fuera y sea privada de "participar" de las utilidades que resultan de su trabajo y de su inteligencia.
Pero "ahora" ya no debiéramos ignorar la verdad; ya no debiéramos admitir que se siga usurpando nuestro derecho a la utilidad del trabajo, no sólo porque ello nos reduce a la esclavitud y a la miseria, no sólo porque ello "rebaja" hasta lo indigno e infame la condición del explotador que se reserva tan vil profesión, sino también porque este sistema, además de indigno, de antinatural, es criminal, porque de él se derivan el acortamiento de la vida y la muerte prematura, y en suma, porque es la causa preponderante que produce la mayor cantidad de desgracias.
El sindicato, y todo grupo dedicado a multiplicar la cultura, tiene el deber de dedicar a este "renglón" quizás mayor preferencia, pero a la vez señalar y proponer los "medios" más posibles, más conducentes, para hacer desaparecer ese estado de cosas y para establecer "nuevas maneras" para realizar la producción y para gozar de sus productos.
XI
EL CAPITAL "PSIQUICO" DEL OBRERO. LA "PSIQUIS" EN EL PERFECCIONAMIENTO TECNICO-MECANICO
Hemos sostenido y sostenemos, que el trabajo ejecutado por el obrero o empleado, es el capital más noble y más valioso que se aporta en toda industria.
Se ha demostrado que en todo trabajo que se realice, el operario aporta fuerza muscular y fuerza intelectual.
Cuando se argumenta que la máquina va desalojando al hombre, y el capitalista, sonriendo diabólicamente, pretende engañarnos, diciendo que la función del operario en la máquina quedará reducida a que el operario sea sólo un sirviente de la máquina, la fuerza de la verdad se levantará más potente y exacta para proclamar clara y nítidamente que —como ha afirmado Lluria— la máquina al ser la prolongación del brazo del hombre, del brazo de la humanidad, que de ese modo multiplica su capacidad productora, será también, más tarde, la máquina, la fuerza redentora del ser humano, que lo librará de todas las esclavitudes y lo redimirá de todas las infamias. La máquina, a su vez, es el producto de la inteligencia y del trabajo del hombre-obrero.
El hombre, en su deseo de economizar fuerzas musculares, de abreviar el tiempo dedicado al trabajo y de aumentar la calidad y cantidad de la producción, se ha visto "forzado" a buscar los medios, a "crear", a concebir la forma de las nuevas herramientas que debían servirle para sus propósitos. Pues en todo eso hay un gran trabajo intelectual, luego psíquico, que se ha transformado en un objeto.
Las primitivas herramientas no han bastado para las "ansias" del hombre. Sería hermoso hacer desfilar gráficamente todo el proceso del desarrollo de la mecánica ante nuestros ojos, que nos demostraría toda una historia de fuerzas o energías intelectuales y morales, a la vez que materiales, desarrolladas por el hombre, siempre tras el propósito de ampliar o multiplicar la fuerza y la capacidad productiva de su brazo. Pero por hoy no podemos.
Sin embargo, de vernos forzados a prescindir de esa historia, que constituiría una prueba indudable e innegable de la fuerza "psíquica" que ha entrado en la elaboración y construcción de toda la maquinaria de que hoy dispone la humanidad, será fácil, con sólo recordar así ligeramente todo ese proceso del desenvolvimiento mecánico, que cada lector y lectora de este trabajo se convenza exactamente de esta verdad: "que todo operario, hombre o mujer, joven o anciano, aunque trabaje aparentemente en forma simple en la máquina, aporta en la producción fuerza intelectual bajo un doble aspecto: la aporta con su labor personal, y la aporta en la función de la máquina, que ha sido concepción intelectual". Y este aporte es lo que hemos atrevido a denominar: "el capital psíquico" que el obrero aporta en la producción.
Además de que el capitalista no paga con el salario el esfuerzo muscular, este otro valioso y noble aporte intelectual o psíquico del operario tampoco es remunerado. Ni pretendemos que sea remunerado, porque ese aporte intelectual del operario es parte integrante de su vida, y la vida no se vende, sin caer en la más abyecta y grosera degeneración. Pero traemos aquí esta razón, para probar cuan inmoral es el régimen del salario que pretendemos abolir.
Estas verdades pretenderá anularlas o ridiculizarlas la clase capitalista, dispuesta todavía a desconocer todos los valores del obrero, pero es el deber del sindicato removerlo diariamente para los fines nobles que con ello se busca.
El cobre y el oro resultan hoy los metales más apreciados. Para que estos metales se transformen de "piedras" a lingotes y de lingotes a manufactura, adquiriendo todas las formas atrayentes y hermosas que la "idealidad" humana concibe: alambres, monedas, joyas, útiles, etc.; para que opere todo ese proceso, hasta hoy indispensable, para adquirir la forma que el pensamiento haya ideado, es absolutamente imprescindible recurrir al procedimiento de la fundición en la cual desempeña el factor primordial el fuego —carbón o leña— que después de su función desaparece, quedando sólo un residuo de ceniza. ¿Desaparece el carbón o leña cuando funde el metal? No. Estimo que el carbón, al transformarse en potencia calorífera capaz de fundir o licuar (liquidar) el metal, el carbón, poderoso por la operación que ha realizado al fundir el metal —sin cuya fuerza no se funde— se ha incorporado de hecho en toda la cantidad de metal fundido, pasando a ser parte integrante y complementaria del metal.
Tanto es verdad esto, que el capitalista, al vender cobre fundido, se hará esta cuenta, por ejemplo:
Metal............................          $ 100.—
Carbón.........................          " 20.—
Trabajo..........................         " 20.—
Total ..........................            $ 140.00
Y agregando los gastos de administración y utilidad pondrá al público el precio que le convenga.
Pero parecerá que el carbón no se ha quedado en el metal; sin embargo, el capitalista lo suma con su valor total.
Un zapato, como puede ser cualquier otro producto, contiene, además de los materiales visibles que entran en su composición, dos fuerzas "invisibles", sin las cuales no existiría el zapato, a saber:
La fuerza muscular del obrero, llamada trabajo, que construye el zapato:
la fuerza cerebral, llamada intelectual, que dirige el brazo ejecutor.
En el zapato, en el pan, en el trigo, o cualquier otro producto, la fuerza muscular y la fuerza cerebral han entrado en el producto de la misma manera que el carbón en el cobre, desempeñando una función imprescindible e irremplazable, al menos hasta hoy, sin las cuales no tendría existencia el producto.
Todo este esfuerzo lo calificamos de "capital psíquico" que el obrero aporta a la producción, que como queda demostrado, es imprescindible.
Mientras el obrero aporta ese noble y valioso capital, a donde quiera que lleve sus brazos, el capitalista no aporta capital de "igual calidad". Aporta dinero, no como manufactura elaborada, sino como valor venal. Es, pues, notable la diferencia.
Han aumentado, pues, las razones que hemos querido reunir para dejar establecido que el obrero o empleado, en una palabra, todo individuo, hombre o mujer asalariado que participa en la producción, en cualquiera de sus funciones; trabaje la tierra, con la máquina, transporte el producto o lo ponga al alcance del consumidor, aporta, al trabajo de la producción un capital que hasta la fecha no ha sido tomado en cuenta para que participe de los frutos o beneficios.
El capitalista dice que el salario es la justa y única remuneración que debe tener el trabajo.
Considerado el obrero como máquina humana en la producción, tal cual lo estima el capitalista —dice Marx—, el salario resulta desempeñando exactamente la misma función que el aceite y el petróleo en el motor que mueve la maquinaria.
Así, pues, el salario, hoy en día, no es para el asalariado, obrero o empleado, otra cosa que aceite que lubrica el organismo y petróleo que se quema para transformarse en energía de trabajo, con una diferencia muy notable: que al motor si le miden o le mezquinan el aceite y el petróleo no funcionará, y, en cambio, con respecto al asalariado, a la clase capitalista no le importa el resultado, pues si muere uno, hay reservas para reemplazarlo.
¿Es justo, es lógico admitir este criterio?
¿Debemos tolerarlo por más tiempo todavía?
Como el resultado de todo ese sistema capitalista es la muerte prematura de la clase trabajadora gastada por el esfuerzo que no puede reemplazar con el alimento material y moral medido por un infame salario, es el caso que la acción del sindicato debe intensificarse y multiplicarse mucho más para acercarnos a la abolición del salario, aboliendo el régimen del capital, que es su causa.
Así como el carbón funde al cobre, y una piedra tosca la transforma en un chiche admirable, o en alambre y filamento que nos da luz eléctrica, así los corazones humanos sean fuego potencial capaz, al unirse todos, de fundir la indiferencia, crueldad y la ignorancia humanas, para transformarlas en sentimientos perfectos de justicia, de amor y de saber ilimitado que nos den un nuevo mundo sin la esclavitud del salario.
Si el carbón que funde el cobre no se enciende todo de un impulso, sino que empieza por uno hasta contaminarse todos, así es el camino que debemos seguir. Sean en el sindicato unos primero los que alimenten estas ilusiones destinadas a ser realidades en seguida, y una vez empezado a encender el entusiasmo, unido a la convicción sobre la obra que se va a realizar, por sí solo, "soplando" un poco, cundirá el fuego y su poder.
Aún no hemos terminado.
La clase capitalista no descuida reemplazar a los hombres por las máquinas y reducir lo más posible el número de individuos, por la perfección del sistema de trabajo, nunca con el propósito de impulsar el progreso, sino para disminuir la aglomeración de cerebros que pretendan avanzar hacia el progreso humano que es la socialización del trabajo.
Si el progreso de la técnica industrial, o sea, de la mejor organización científica del trabajo, es un progreso que debemos ayudar porque "abarata" el costo de producción y pone el producto a más fácil adquisición por la clase pobre, no es menos cierto que éste necesario progreso produce el aumento del número de obreros desocupados, y sus familias no pueden adquirir los productos baratos porque carecen de salario.
¿De qué sirve a las familias de los "sin trabajo", que la técnica y la maquinaria alivien a los que trabajan? Con ello no comen ni visten.
Además, si ese hecho mejora el salario de los que trabajan, ello resultará sólo cuando el sindicato tenga capacidad para imponerlo, y, en cambio, resulta un evidente y abundante beneficio al capital privado.
Pues bien, este mismo fenómeno que se nos presenta y que no debemos despreciar ni postergar, es un hecho que nos advierte, todavía más, para que apresuremos el aumento de las fuerzas intelectuales, materiales y morales del sindicato, para acercar el momento decisivo de la abolición del régimen capitalista que nos obliga, muy a nuestro pesar, a no poner nuestros entusiasmos, las más de las veces, al servicio de los grandes progresos humanos.
El telar mecánico, admirable concepción de la inteligencia, que ha multiplicado la capacidad productiva de los tejedores, no ha vestido, no ha cubierto las desnudeces, quizás, de más de media humanidad. ¿Por qué?...
La trilladora a vapor, otra maravillosa invención del cerebro humano, que multiplica la labor, abrevia el tiempo de la operación; el molino moderno, que transforma el trigo en harina; el ferrocarril, con velocidad y capacidad para el transporte, multiplicadas sobre los sistemas anteriores; todo eso, muy hermoso, muy digno y noble, no ha llevado más pan al hogar del indigente, ni ha disminuido la desocupación forzosa, ni las fuerzas opresoras de la explotación.
He visto a los obreros de los telares, de las trilladoras y otras máquinas maravillosas, convertidos en ágiles esclavos, correr sudorosos, correr tanto o más que las máquinas para saciar sus ansias devoradoras de materias. Esos esclavos y víctimas del progreso mecánico y técnico, llevan ya quizás un siglo en esas condiciones. La máquina no ha redimido todavía... ha esclavizado quizás más.
Y nuestro deber es convertirla en redentora.
Miles de obreras y obreros trabajan desnudos, andrajosos, 12 y 14 horas al pie y esclavos de las máquinas tejedoras, sin ganar siquiera para el gasto de comida de una persona, y muchos desocupados vagan implorando se les admita trabajar en esas condiciones.
¿De qué ha servido y sirve la técnica y la mecánica en la sociedad capitalista? Para esclavizar y hambrear más al pueblo.
Dejemos el perfeccionamiento técnico mecánico para cuando tengamos abolido el régimen asesino y corruptor que impera.
Mañana, cuando haya desaparecido la explotación, sobrarán inteligencias, actividades, métodos para acelerar el perfeccionamiento técnico-mecánico que aumenten nuestras libertades y nuestros goces.
Aun, todavía, ¿debemos pagar mayores tributos para cooperar al progreso técnico-mecánico que "sólo" beneficia a la clase capitalista, aumentando los horrores de la esclavitud proletaria?
No obstruyamos el progreso que desarrolla la clase capitalista, hoy tan sólo bajo la ambición del lucro, pero tampoco consintamos en ser víctimas de ese progreso.
Por cada progreso técnico-mecánico, un equivalente al proletariado: esto por ahora. Pues no debemos apartarnos un momento de perseguir la abolición de un régimen que nos ahoga y nos hace postergar el desarrollo de iniciativas y actividades que más tarde serán todavía mucho mas beneficiosas para la humanidad.
Hay, pues, como lo demostraremos, mucho que hacer de útil y noble para el sindicato en cuanto se refiera a preparar su capacidad para la abolición del salario y la creación de las formas que le han de reemplazar.
En el trabajo ponemos parte de nuestra vida, y toda nuestra vida no debe ser para lucrar con su producto, sino para hacerlo útil al beneficio común.
Por eso no luchemos por perfeccionar el salario, pues el salario, sea por tiempo, por contrata, por pieza, siendo salario, será medida de la vida, esclavitud en suma. ¿Debemos abolir la esclavitud? ¿Debemos repudiar y abolir todo hecho que mida la ración de vida? Pues, a la labor. Es el sindicato la escuela elemental donde debemos aprender a construir al margen del mundo presente, nuestro mundo futuro.
Si no debemos destruir a nadie, ni debemos construir sobre lo construido, entonces es al margen de la actual sociedad donde debemos construir nuestra nueva sociedad.
Si esta nueva sociedad nos resulta superior, más productora de goces, por la disminución de la fatiga y el aumento del alimento, la técnica y la mecánica se desarrollarán sin rivales mucho más perfectas.
Si nuestros gustos artísticos se desarrollan igualmente por las fuentes de cultura que vamos creando, las creaciones de nuestro ser moral tomarán vuelos incalculables.
Si la acción del sindicato, de la cooperativa y de la acción política del proletariado, construye esa nueva sociedad, la cultiva y la perfecciona con perseverancia y amor, nos resultará lo que nos pasa con el carbón cuando soplamos para que, ardiendo, aumente su potencia calorífera, que ha de "darnos" el fruto que buscamos, a la vez que se consume y se convierte en cenizas.
Así, creando nuestra obra, nuestra sociedad colectivista, cuyos elementos creadores son hoy el sindicato, la cooperativa y la acción política socialista surgirá y se desarrollará fecunda y potente para absorber y anular a la sociedad capitalista, por haberla incorporado a su seno, traída por la superioridad de la belleza de nuestra nueva organización social.
XII
ORGANIZACION Y DISTRIBUCION DE LA PRODUCCION POR EL SINDICATO
I
Si el régimen del salario constituye una esclavitud, tanto más grosera cuanto más se eleve la cultura entre los asalariados; si el trabajo resulta ser el capital más valioso que se aporta a la producción, y el obrero resulta, por lo tanto, el "accionista" qué más derecho tiene a recoger o percibir la utilidad que arroja cada empresa, y ni el régimen del salario se ha abolido aún, ni el obrero es reconocido como un accionista, corresponde al sindicato y a toda institución de cultura revelar y propagar primero esta verdad y poner en práctica después las medidas necesarias para establecer el equilibrio que es de moral y de justicia.
No podemos quedarnos cruzados de brazos ni permitir que se prolongue a perpetuidad el régimen del salario porque, como hemos dicho, mientras se eleva la cultura popular, resulta más infamante y odioso; y entre los dos caminos que nos quedan —la abolición del régimen del salario para abolir esta forma grosera de esclavitud, y la participación del obrero en las utilidades, considerado como principal accionista—, es preferible resolverse por la abolición del salario, que es solución más sencilla, más justa y más moral, que colocar al obrero en la categoría de accionista, que en el aspecto actual del régimen es el sitio que le corresponde.
Esta situación plantea entonces el hecho de que la organización de la producción correspondería al sindicato, o federación de sindicatos, como igualmente hacer el reparto de los productos a los consumidores.
Una vez más insistimos, entonces, en que si es un hecho que debemos abolir todas las formas de esclavitud que a los trabajadores nos encadenan; si es tan lógico como natural que debemos "substituir" a la clase capitalista en sus funciones; si debemos asumir, por lo tanto, la dirección de la producción para administrarla en las condiciones que corresponda a nuestros ideales perfeccionadores; si debemos organizar el reparto de esa misma producción a los consumidores; si esto es precisamente lo que debe ocurrir, resalta cada vez mas la necesidad de una clase productora organizada inteligente y superiormente.
¿Existe esa organización obrera capaz de asumir la dirección de la producción y de conducirla al régimen administrativo que resulte más económico y benéfico desde todos los puntos de vista?
Fatalmente no existe, y si pretendemos llegar a la abolición del sistema capitalista, porque ello significa el progreso y la felicidad para todos, es natural afirmar que, para abolir un sistema como el capitalista, montado sobre una poderosa construcción social cuyas piezas no se desmontan como las de una máquina cualquiera, es natural, decimos, que, para abolir ese sistema, la clase trabajadora debe encontrarse en posesión de una organización cuya acción revele la capacidad para asumir las funciones que resultarían de la abolición del régimen capitalista. Pues bien: como no tenemos esa organización y apenas sí tenemos intención para ello, esforcémonos para que los pequeños sindicatos que existen prosperen, y hagamos surgir los que faltan, para que en la perfección de la organización trabajadora resida la garantía de su capacidad para subsistir al régimen capitalista.
Ahora bien: si, como hemos dicho antes, debemos abolir el régimen de la esclavitud del salario, que supone una clase servil que se somete a una clase grosera que oprime, y todo esto es indigno de la decantada cultura y civilización que se dice ha alcanzado la humanidad; si por esto, más que nada, se impone abolir el sistema del salario, que produce la esclavitud, veamos y examinemos las teorías y los hechos que pudieran conducirnos a esa abolición.
Antes es preciso que demos alguna explicación de por qué preferimos abolir el régimen del salario a aceptar que el obrero sea considerado como accionista que aporta el capital más noble.
No aceptamos esta teoría de colocar al obrero como accionista, porque quedaría todavía una multitud de trabajadores, empleados y otros asalariados, que no podrían colocarse en igualdad de condiciones, que serian todos los que trabajan a sueldo en faenas que no aparecen como productivas directamente, como ser empleados y obreros de los municipios, del Estado y de oficinas intermediarias; etc. Y, además, porque esa forma no resultaría tan perfecta como con la abolición del salario, que es el "medio" ideal.
Los sindicatos presentarían a los actuales industriales las siguientes conclusiones:
"A partir 'de tal fecha', el sindicato intervendrá en la administración de la producción de la industria, y asimismo de la colocación de los productos para que sean tomados por los consumidores."
La "administración" de cada taller, oficina, faena o fábrica o despacho de productos, será determinada por su respectivo personal, de acuerdo con la asamblea del sindicato.
El sindicato tomará las medidas que crea conveniente para simplificar y aumentar la economía en el modo de la producción, para economizar todos los esfuerzos que se gasten sin beneficio.
Según las condiciones de cada población, el sindicato proveerá al aumento o disminución de los sitios en que sean colocados los productos para el consumo público.
En todos los locales establecidos por los sindicatos para almacenar los productos habrá empleados para facilitar la distribución, dependientes del sindicato, quienes entregarán al público los productos que demande, sin cambio de moneda ni otro signo alguno.
El sindicato proveerá a la más perfecta administración de la distribución de los productos a los consumidores en orden a la comodidad creciente.
En virtud de esta disposición, los personales en los trabajos de todas las faenas productoras, distribuidoras o de otras condiciones, no gozarán salario alguno, serán productores libres, sujetos sólo a las resoluciones de sus respectivas asambleas, soberanas para reglamentar y administrar todo lo que se relacione con el perfeccionamiento del sistema productivo.
He ahí tan sencilla y modestamente concebidas las conclusiones que pondrían término a este infame sistema en que vivimos. Pero ello exige a lo menos una mediana organización de toda la clase trabajadora y asalariada y, además, algún desarrollo intelectual practicado en su vida societaria.
II
Una buena parte de la clase trabajadora de Europa estaría habilitada para dar este paso; pero el resto de los obreros del mundo todavía no.
Bien: ¿qué se nos objetará de impracticable a lo que acabamos de exponer?
En cuanto al trabajo de la producción, en el peor de los casos, la clase obrera estaría capacitada para seguir la rutina, y estamos seguros de que inmediatamente se harían sentir progresos asombrosos, en el orden a perfeccionar su calidad y a simplificar el sistema de producción, etc.
Sabemos que actualmente se produce más de lo que el consumo reclama, y si ello no aprovecha a todos, es debido al desorden reinante que impone la clase capitalista. El sindicato, con más inteligencia y en un ambiente nuevo y diferente al de la clase capitalista, podrá reducir el número de fábricas o talleres dedicados a una misma clase de producto, para disminuir atenciones que hoy están de más, y a la vez, aun con esa misma reducción, podrá aumentar la capacidad productiva, si fuere necesario a los deseos de la población.
Cada sindicato, sea en la producción como en el transporte de los productos, proveerá al perfeccionamiento del sistema.
El almacén, libre al público, administrado por el sindicato, es la garantía de que todos, pero todos los seres humanos, tendrían asegurados todos los medios de vida en la proporción de sus necesidades. De manera que las clases no obreras nada tendrían que temer.
Cada cual continuaría viviendo donde está. Pero se atendería con actividad e inteligencia a construir, bajo la dirección de los sindicatos constructores, y a multiplicar el número de casas o habitaciones, conforme a las necesidades modernas, para que todos vivan contentos, y se reformaría toda habitación inadecuada. Todo lo que se relaciona a construcciones de edificios correrá a cargo de los respectivos sindicatos.
Se deja ver, pues, que el orden más admirable presidiría todos los actos de la vida humana.
¿Que la clase rica de hoy carecería de cocineras y otras servidumbres? Comerían en los hoteles, que se multiplicarían con creciente confort para disminuir las cocinas domiciliarias, para economizar trabajo y gastos superfluos de materiales, y para aumentar la comodidad y el bienestar.
Habría empresas de limpieza, que funcionarían con sistemas perfectos.
Nadie podría quejarse del cambio de régimen cuando se constate que se podría vivir mejor.
Los individuos de los ejércitos y otras comunidades que resultarían innecesarias, sólo se encaminarían a buscar un sitio donde cooperar, a su gusto, al movimiento de ese nuevo mecanismo de la sociedad. El rol policial de hoy continuaría para la comodidad del tráfico y otras atenciones que se derivan de la locomoción.
Como aumentaría el número de individuos capaces para trabajar, por la disolución de instituciones inútiles, por la supresión de muchas ocupaciones sólo necesarias hoy en el sistema capitalista; por la simplificación y más perfecta organización de la técnica del trabajo, tanto en la producción, en el transporte como en la distribución, todos estos perfeccionamientos, que producirían abundancia de brazos y voluntades para el trabajo —a pesar del trabajo que motivaría la necesidad de perfeccionar muchas cosas— resultaría como consecuencia de eso que bastaría quizás con cuatro horas de trabajo para satisfacer las más grandes exigencias de los anhelos creados por el nuevo sistema. El resto del tiempo se dedicaría a obras de cultura, de higiene, de descanso y de perfección.
¡Qué ideal y qué fácil se ve todo eso!
Sí; pero la clase capitalista no aceptaría la proposición del nuevo régimen.
Tampoco acepta hoy, ni ha aceptado antes, de buenas a primeras, todas las peticiones hechas: mejores salarios, menos horas, etc.
La huelga lo ha conseguido y lo ha impuesto. Así, la huelga sería también el recurso supremo para obtener esa grande e indispensable pero última conquista dentro del régimen capitalista.
¿Que en este caso, la clase capitalista resistiría mucho más? Dependería de las condiciones de nuestra organización. Por cierto que no habremos de llegar a esa petición si no contamos con la fuerza competente para apoyarla: fuerza intelectual y fuerza material. Por eso exigimos actividad para la perfección de nuestra organización. Mientras más nos demoremos en construir nuestra organización, más retardaremos la hora en que debamos presentar esa última exigencia.
Esta aspiración podrá ser muy poderosamente reforzada, si a la creciente grandeza del sindicato van paralelos la fuerza política del proletariado y el desarrollo de sus cooperativas. Por entendido que, para llegar a estas conclusiones, el sindicato comprenderá la federación local o regional, nacional e internacional, con todos sus medios de perfeccionamiento.
¿Será preciso que la totalidad de los trabajadores en la totalidad del mundo estén organizados? Tal vez no. Bastará con una importante y extensa organización. En todo caso, una prueba y una tentativa que no alcanzara el éxito, sólo nos demostraría falta de preparación, que con un poco de más tiempo la alcanzaríamos.
¿Podrían los sindicatos iniciar sus preparativos para esa acción?
Sí, puesto que ésa es su misión.
NOTA.— La redacción de "La Vanguardia", por su cuenta, dividió el presente capítulo (para la comodidad del diario), y al publicar la primera parte, agregó la siguiente nota:
N. de la R.— El ciudadano Recabarren es un soñador. No debe extrañar, pues, que en este artículo establezca un plan de "sociedad futura" tan curioso.
Agradezco el "elogio". Pero el proletariado agradecería más que ese redactor le propusiera algo concreto sobre el modo cómo ha de "abolirse" la sociedad capitalista, cosa establecida en el programa socialista y en muchas declaraciones de principios de sindicatos.
El programa socialista vigente dice al respecto, entre otros párrafos, lo que sigue:
"Que la clase rica, mientras conserve su libertad de acción, no hará sino explotar cada día más a los trabajadores, en lo que la ayuden la aplicación de las máquinas y la concentración de la riqueza.
"Que, por consiguiente, o la clase obrera permanece inerte y es cada día más esclavizada o se levanta para defender desde ya sus intereses inmediatos, y preparar su emancipación del yugo capitalista.
"Que no sólo la existencia material de la clase trabajadora exige que ella entre en acción, sino también a los altos principios de derecho y justicia, incompatibles con el actual orden social.
"Que la libertad económica, base de toda otra libertad, no será alcanzada mientras los trabajadores no sean dueños de los medios de producción.
"Que la evolución económica determina la formación de organismos de producción y de cambio cada vez más grandes, en que grandes masas de trabajadores se habitúan a la división del trabajo y a la cooperación.
"Que así, al mismo tiempo que se aleja para los trabajadores la posibilidad de propiedad privada de sus medios de trabajo, se forman los elementos materiales y las ideas necesarias para substituir al actual régimen capitalista con una sociedad en que la propiedad de los medios de producción sea colectiva o social, en que cada uno sea dueño del producto de su trabajo, y a la anarquía económica y al bajo egoísmo de la actualidad sucedan una organización científica de la producción y una elevada moral social.
"Que esta revolución, resistida por la clase privilegiada, puede ser llevada a cabo por la fuerza del proletariado organizado.
"Que mientras la burguesía respete los actuales derechos políticos y los amplíe por medio del sufragio universal, el uso de estos derechos y la organización de resistencia de la clase trabajadora serán los medios de agitación, propaganda y mejoramiento que servirán para preparar esa fuerza."
Después de copiar esos párrafos del Programa Socialista, me pregunto: ¿el redactor de "La Vanguardia" que escribió esa nota podría asegurarnos que se ha dado cuenta de lo que significan esos párrafos del Programa?
El programa socialista no expresa claramente cuál será el medio o el instrumento que el proletariado organizado debe usar para cumplir las expresiones de los párrafos del programa arriba copiado y que yo he puesto en letra negra.
El programa dice: "O la clase obrera permanece inerte, y es cada día más esclavizada, o se levanta para defender desde ya sus intereses inmediatos y preparar su emancipación del yugo capitalista.
Después dice: Que la libertad económica (¿qué entendemos por libertad económica?), base de toda otra libertad, no será alcanzada mientras los trabajadores no sean dueños de los medios de producción.
Pues bien, digo yo —en la primera parte de este capítulo que mereció el "elogio" de la redacción de "La Vanguardia"—, que para que la clase obrera se levante a defender sus intereses, para que haga su emancipación, para que conquiste la libertad económica y sea dueña de los medios de producción, para hacer todo eso es que yo he propuesto el temperamento ya dicho antes. Si ese temperamento les parece inaceptable, mis impugnadores pueden proponer otro más hacedero, pero no quedarse en el silencio.
En fin, lectores y lectoras de este folletito, vuelvan a leer y a estudiar los párrafos citados del programa y mis proposiciones.
Puede ser que lleguemos a acostumbrarnos a aceptar las cosas concretas y no las vagas.
Todavía algo más.
Para que la libertad económica sea un hecho, el proletariado debe ser dueño, colectivamente, de los medios de producción. Y para que eso sea otro hecho, el salario debe desaparecer, pues es lógico suponer que el régimen del salario sea siempre una cadena económica, que imposibilitará la libertad económica, base de toda otra libertad, como lo establece el Programa Socialista.
Será un absurdo que los socialistas proclamemos "libertad económica", sin abolición del régimen del salario.
Y será también impropio que propongamos un programa de mejoramiento y no propongamos o bosquejemos siquiera algunas maneras para ejecutarlo.
Si es cierto lo que afirma el programa que se forman las ideas necesarias para substituir al actual régimen capitalista, ¿cómo es que hay redactores de diarios socialistas que califican de sueños la formación de esas ideas? ¡Cuánto falta para perfeccionar nuestra mentalidad!
XIII
ORGANIZACION DE LA VIDA AGRICOLA Y RURAL. EL LATIFUNDIO Y EL EXTERIOR, OTRAS APRECIACIONES
Si bien es cierto que el espíritu de organización obrera va penetrando en los campos, no es menos cierto que es bastante débil y tardío. Esto deben tomarlo en cuenta los sindicatos de las ciudades.
Posiblemente nunca, dentro del estado capitalista, estimaremos debidamente preparada la organización campesina para cooperar eficazmente a la acción revolucionaria que sea posible acometer por los sindicatos de las ciudades. Pero eso no nos importa mucho. Hoy el campo no puede vivir en lucha contra la ciudad.
Hoy el campo lleva a la ciudad sus productos para cambiarlos por herramientas y manufacturas que el campo no prepara. Es cierto que el campo podría comer y vivir sin el concurso de la ciudad y que la ciudad no podría vivir sin el campo. Pero ante una fuerza sindical bien organizada y orientada, los campos inmediatos a las ciudades serían contaminados de inmediato con la acción sindical de la ciudad. Los trabajadores de los campos, bastante atrasados todavía, no serían un obstáculo insuperable.
Ese retardo natural de la capacitación campesina no será un obstáculo para la verificación de los planes de los sindicatos en las ciudades.
Hemos indicado, en el capítulo anterior, un aspecto y una forma para poner en práctica un sistema de trabajo y de vida que suprima toda forma de esclavitud y no limite las condiciones de la vida. Pero allí sólo hemos contemplado el aspecto de la acción en la ciudad, donde los elementos son y seguirán más habilitados para emprender acciones progresistas que eleven el nivel de la vida, tan grosera hasta hoy a causa de la avaricia de la clase capitalista y de la ignorancia de la clase obrera. Pero nos hemos puesto en el caso de que llegue el momento en que los sindicatos puedan pretender abolir el régimen de oprobio que impera.
Si los sindicatos resultan potentes para "socializar" los instrumentos de trabajo y vencen a la clase capitalista industrial y comercial, la "posición" que el sindicato adquiera después de este paso resultará irresistible para "socializar" la propiedad urbana y rural y la tierra. En el presente momento histórico no podrían poner resistencia los señores de la tierra, desde el interior de sus haciendas, aunque no hubieran sindicatos agrícolas. El sindicato ferroviario bastaría para reducirlos, y aunque suplieran al ferrocarril con el automóvil, "socializadas" las ciudades no tendrían dónde colocar sus productos, pues los sindicatos de los puertos es la otra fuerza de reducción si pretendieran llevar al exterior sus productos. La capacidad urbana del proletariado resultaría suficiente para la grande obra.
Como se argumenta, con razón, que a un cambio de régimen operado en la ciudad, la clase capitalista podría pretender una resistencia refugiándose en los campos, conviene que los sindicatos aborden la situación y preparen sus elementos para persuadir de lo inútil y contraproducente de una resistencia y a la vez preparar los elementos para neutralizar esa resistencia. Como hemos dicho, la organización sindical ferroviaria y portuaria sería un poder bastante para doblegar cualquier acción insensata de los latifundistas.
Además tal acción burguesa implicará la ausencia definitiva de toda esa clase y sus familias inclusive de las ciudades por razones naturales de comprender. Tendrían que vivir en los campos que pudieran conservar expuestos a las amarguras del sitio, del bloqueo, del boicot y de todas las medidas que aunque pacíficas serían rigurosas para completar el triunfo. No sería fácil que la burguesía latifundista lograra obtener solidaridad bastante de la clase capitalista exterior, para mover a privar a las ciudades "socializadas" por la fuerza obrera, de los productos necesarios para proseguir la vida productiva, porque la acción internacional del sindicato no resultaría totalmente estéril.
Los campos más inmediatos a las ciudades caerían pronto bajo la acción del sindicato, por la fuerza de los acontecimientos, y su desarrollo productivo sería febril para atender las exigencias del nuevo sistema adoptado.
La economía evidente que produciría la simplificación del trabajo, la adopción de medidas inteligentes para preocuparse en los primeros momentos, por sí solo difíciles, de lo más esencial, darían al nuevo estado del proletariado los elementos para desarrollarse.
Si el campo pretendiera no ya la resistencia pacífica sino la revolución armada, no cabe duda que su situación se empeoraría en su contra y en favor del proletariado de las ciudades, acelerando la terminación del conflicto, porque entonces obligados, los sindicatos, a usar la fuerza, la dominación del campo se haría rápidamente.
Normalizada la vida del campo, unido a la ciudad, la labor de la producción agrícola tomaría proyecciones hermosas, tan grandes como alegres.
Triunfante el sindicato en la ciudad, en su acción socializadora, los demás inconvenientes, en realidad, resultarán poco serios. Los primeros pasos en el Nuevo Estado, los primeros buenos efectos de la "socialización", estamos seguros que producirían tales buenos efectos, que al reconfortar la moral pública, construiría nuevas fuerzas irresistibles para el completamiento de la labor. Pero, una vez más, todavía, repetimos: para aspirar a llegar pronto a esos felices resultados, los sindicatos deben desde ya estar en la labor preparatoria de ese acontecimiento.
Las relaciones con el exterior, suponiendo que un solo país diera primero ese gran paso de progreso hacia la "socialización", no pueden ofrecer grandes obstáculos, pues, mientras exista la necesidad del intercambio de los productos y no habiendo fuerzas destructivas que lo impidan, esa operación continuará su curso, por los medios que creen las circunstancias.
Además, en todos los países habría un proletariado en guardia, cuyos sindicatos sabrían producir los acontecimientos posteriores necesarios.
La misión de estos artículos no es hacer un programa o un plan extenso; se trata tan sólo de señalar líneas generales dentro de las cuales, los sindicatos, al desarrollarse, irán en su labor cotidiana preparando la mentalidad para las acciones inmediatas y futuras, y preparando el terreno para todos los acontecimientos en perspectiva.
La seriedad con que proceda esta labor preparatoria, la efectividad de la potencia orgánica de los sindicatos, la perfección de su desarrollo, han de ser las únicas garantías que aseguren la victoria de sus acciones. Para ello es preciso poner en fuga toda la charlatanería que antes se ha desarrollado en su seno. Las acciones serias no pueden tener por base sino verdades y realidades.
Al bosquejar la proximidad de esos acontecimientos se nota evidentemente que una organización de cooperativas agrícolas prestaría importante concurso a la obra de "socialización" puesto que de hecho la cooperativa de carácter socialista es un principio de socialización.
Corresponde, entonces, a todos iniciar esfuerzos para desarrollar esa clase de cooperativas especialmente y en general toda clase de cooperativas.
Como este artículo evidencia la necesidad de la organización cooperativa, no olvidaremos ocuparnos de esta materia para que este trabajo resulte lo más completo posible.
Podría argumentarse (como ya sucedió) que este artículo como el anterior ha penetrado a un terreno ideológico o de remota realización. No lo estimo así, sin embargo. Creo no engañarme al recordar que quizás todos los ideales anunciados en el pasado y repetidos en su época respectiva, como fantásticas ilusiones no han tenido sino una vida efímera como ilusiones, para convertirse a la brevedad en realidades. No será necesario recordar hechos históricos que cada lector puede hacerlo.
Ahora con respecto a la forma que debe adquirir el desarrollo de la acción gremial, es necesario plantear la practicabilidad de las acciones futuras, porque ya no es posible, cuando nos preguntamos ¿como llegaremos a la abolición del salario? respondernos: los hechos del porvenir lo dirán. Eso es muy ambiguo e impropio de hombres que hayan adquirido la conciencia de la necesidad y de la posibilidad de transformar el régimen.
Precisamos trazarnos un plan para que la clase obrera vaya preocupándose de las condiciones que lo han de realizar. Si se estimara que penetramos en un terreno impracticable vengan la polémica útil y el estudio sobre nuestra acción presente y futura para preparar la organización del sindicato a la abolición del sistema del salario que es la más ruin esclavitud.
Ninguna realidad presente ha dejado de tener por base una ilusión, una fantasía, una utopía. El asunto no es de hoy. Hace muchos años que Víctor Hugo esclamaba: "Las utopías de hoy serán realidades mañana" ([1]).
Y no es concebible que el proletariado ya en lucha, ya con un poco de conciencia, y que a diario critica los prejuicios existentes, incurra en caer en el prejuicio de calificar iluso o prematuro iniciar la presentación de un plan a seguir para obtener la abolición del régimen del salario, por las razones vertidas ya en capítulos anteriores.
Entremos a este terreno con la serenidad que se debe penetrar a la iniciación de los grandes acontecimientos de la historia, y con la serenidad debida para afrontar también sus grandes responsabilidades.
Es tiempo ya de abreviar las divagaciones. Los sindicatos deben activar su propaganda para fortalecer en calidad y en cantidad para iniciar una acción más precisa y definida. La lucha por un miserable aumento de salario no es suficiente.

XIV
DEL SUPUESTO PELIGRO DE LA OCIOSIDAD Y OTRAS PUERILIDADES BURGUESAS
Cada vez que se ha planteado esta futura realidad del consumo libre y del trabajo libre, la burguesía ha respondido que ese sistema engendraría la ociosidad. Aunque este asunto se ha tratado bastante no está de más insistir en algunas consideraciones.
El hecho de que la abolición del trabajo asalariado determine la libertad para el consumo sin ninguna formalidad no nos permite pensar seriamente en que pueda presentarse el peligro de un aumento de la ociosidad.
¿Por qué? Porque las primeras tentativas de no trabajar repercutirían inmediatamente en la disminución de la cantidad de productos que se necesitarán para el consumo y esta sería la suficiente presión para determinar a trabajar a los que quieran abusar de la libertad.
Además la poca jornada de trabajo que se requerirá en el futuro debido al mayor número de brazos dedicados al trabajo y sobre todo al aumento y perfección de la maquinaria, y preponderantemente por la simplificación de los métodos de producción.
Si bastara que cada individuo "hábil" dé 4 horas o menos al trabajo productivo, fácil por la técnica y la mecánica cada vez más inteligente, no vemos razón alguna para pensar seriamente en el supuesto peligro del aumento de la ociosidad.
Que trabajos de limpieza y otros desagradables por varias razones, nadie querría hacerlos...
Tampoco podemos temer a aquello, porque si hoy se le pone mala cara a esos trabajos, es porque además de ser desagradables, son demasiado mal pagados y con jornadas largas y procedimientos atrasados.
Las condiciones de alegría, de libertad y creciente perfección en los procedimientos será la más segura garantía en el porvenir de que nadie se negará a hacer los trabajos que la felicidad y la salud requieran.
El número de ociosos que subsistan no podrán sostenerse mucho tiempo en esas condiciones, porque diversas causas lo determinarán.
La completa ociosidad produce el mayor aburrimiento.
Como a causa de la abolición del dinero los juegos carecerán de emociones, se olvidarán por sí solos, disminuyendo este atractivo de los ociosos.
La prostitución desaparecerá, puesto que desaparecerá la principal causa que la engendra: la miseria.
Y sobre todo la continua elevación de la cultura y de la ilustración, el perfeccionamiento del sistema de vida, todo esto irá perfeccionando a los individuos y capacitándolos para colaborar en la vida futura.
Y mientras subsistan, los ociosos vivirán y disfrutarán como los que trabajan, porque de todos modos es seguro que esa ociosidad será menor que hoy. Nosotros, los más interesados, no le tememos en absoluto a la supuesta ociosidad y por ello no requiere más preocupación de nosotros.
Que habrá brazos de sobra para la producción futura con menos de 4 horas diarias por individuo, es un hecho indiscutible.
Es posible que actualmente no trabaje en la producción la mitad de la población hábil.
Más tarde, cuando desaparezcan todas las ocupaciones inútiles de hoy como ser: los ejércitos y todas las industrias que alimentan ejércitos y marinas de guerra; las comunidades religiosas; empleados públicos inútiles; etc., toda esta disolución natural traerá más brazos al trabajo útil que reducirá las horas de trabajo.
La maquinaria se multiplicará más que hoy y la simplificación del trabajo por los mejores sistemas que dé lugar a emplear el cambio de régimen. Así por ejemplo: hoy una ciudad tiene 200 panaderías que la abastecen, con 200 locales, 200 maquinarias y administración, etc.; cuando el sindicato haya socializado la industria, como lo hemos contemplado en otros capítulos, esas 200 panaderías se reducirían a 20, en 20 locales y en una sola administración general. El número de operarios que requeriría el nuevo método podría reducirse quizás de mil a doscientos y así, en todas las industrias. O bien trabajando todos siempre pero con horarios cortos.
El trabajo de hacer la comida en casi todos los hogares, ya comprendemos lo que significa y cuánto número de personas obliga a trabajar y sacrificarse. La transformación del régimen produciría un enorme alivio. Es posible que por cada cien cocinas familiares bastara un Hermoso Hotel y por cada cien cocineras quizás con veinte se haría un servicio superior en calidad y reducido a jornadas pequeñas. Todo esto aumentaría el número de operarios disminuyendo las horas necesarias para el trabajo.
¿No lo vemos claro? ¿No lo vemos fácil? Hoy tenemos ya hechos claros que bastan para asegurarnos la garantía que el nuevo sistema traería mayor perfección.
El ferrocarril, ¿cómo simplificó y aumentó la rapidez y capacidad del acarreo? Por ejemplo para transportar cien mil sacos de trigo a cien kilómetros de distancia, ¿cuántas carretas, animales, hombres y horas antes requería? ¿Y hoy? Es el mismo caso que hemos señalado de la disminución de las panaderías y de las cocineras. ¿Por qué no damos ese paso hacia el progreso y la cultura? ¿Qué falta para ello? Que los sindicatos sean más activos. Las otras puerilidades de la burguesía, como aquello, de quién les lustraría los zapatos, quién les limpiaría las piezas, y otras simplezas, vale más no ocuparse de ello. ¿Sería posible que porque la burguesía y sus satélites no saben resolver hoy quién les lustraría los zapatos mañana se detenga y se haga fracasar el movimiento sublime, redentor, que conduciría la humanidad libre a la más alta cumbre de la felicidad y de la cultura? ¿Será posible también que, porque todavía una enorme población de la humanidad vive en completa abyección, demoremos la abolición de todas las causas que han determinado esa misma abyección, pudiendo acercar la hora de su depuración y saneamiento? Los sindicatos no necesitarían llegar a ser grandes poderes para proponer la abolición del sistema capitalista, puesto que la historia y la experiencia nos enseña que ninguna de las grandiosas transformaciones sociales operadas ya en la vida de los pueblos ha necesitado de grandes fuerzas organizadas. Todos los progresos se deben a débiles pero audaces e inteligentes minorías.
Pero como en este caso se trata de una reforma de más intensidad y transcendencia, también se necesita de una organización obrera siquiera regularmente preparada para la obra que piensa acometer. Una vez más digamos: Desarrollemos más actividades en la organización sindical, cooperativa y política del proletariado.
Todo eso para llevar pronto a la práctica nuestras generosas aspiraciones.
XV
EL SINDICATO, LA COOPERACION Y SU CAPACIDAD POLÍTICA
El sindicato puede ser la fuerza que hemos demostrado en capítulos anteriores.
Sin embargo, si la clase obrera capaz para desarrollar una vasta y completa organización de sindicatos, comprende todos los recursos que puede, ella misma, desarrollar, se convencerá, como nosotros, que además de la fuerza sindical puede desarrollar la organización cooperativa, que es, en realidad, una fuerza moral y material poderosa, cuya capacidad, según el desarrollo que le dé el proletariado, puede ser una colaboración decisiva para la victoria del sindicato.
Tenemos que convencernos que la clase capitalista, en el tren que marcha, no es capaz de moralizarse y mientras viva desmoralizada no estará dispuesta a parlamentar con la clase trabajadora.
Entonces la clase obrera, no pudiendo ni debiendo pensar seriamente en organizar una revolución armada para derribar del poder al capitalismo, no debiendo hacernos la ilusión de que, por poderosa que fuera la acción del sindicato en combinación con la cooperativa, si la clase capitalista está en el dominio del poder político, usará la metralla despiadadamente para vencernos, es juicioso y serio, y también lo más inteligente que la clase obrera a la vez que fortifica el sindicato y la cooperativa —sus dos armas económicas más precisas—, a la vez que esto haga, debe avanzar sus posiciones, cuanto más sea posible en el terreno político, porque esta tercera arma es decisiva en esta contienda cuyo primer aspecto es la lucha de intereses de las clases.
Si la clase obrera cuenta con la mayoría en el Parlamento, el gobierno político del país estará en sus manos, y cuando el sindicato vaya a la huelga general para reclamar la socialización, la clase capitalista no podrá disponer del ejército ni de policías, y en cambio, la clase obrera paralizará la producción y hasta podrá amenazar con el hambre a la clase capitalista, mientras la cooperativa previsoriamente bien provista salvará a los sindicatos de la escasez de alimentación, sin perjuicio de que el sindicato sabría tomar las medidas para que el abastecimiento del proletariado no sufriera.
Como no sería juicioso colocarnos en el terreno de la ilusión, es preciso que todo lo calculemos dentro de lo más práctico y posible.
Vemos que actualmente el poder de la clase obrera organizada todavía en malas condiciones y en luchas internas, va haciéndose sentir en todos los países en las luchas políticas y la clase capitalista no puede desentenderse de esta naciente fuerza.
No está lejano el día, para varios países, en que el proletariado tendrá la mayoría parlamentaria y con ella la administración y gobierno del país. Si a la par de esta buena situación política, esa clase obrera dispone también de una organización sindical y cooperativa con la inteligencia suficiente, podrá iniciar su labor para "socializar" sin indemnización, los instrumentos de producción y de cambio incluyendo la tierra y la habitación", más o menos como lo hemos descrito en el capítulo XII de este trabajo.
No debemos de alejarnos de estudiar el valor que reunidos representan estos tres factores:
—Una organización sindical capaz de reemplazar a la clase capitalista en sus funciones administrativas de la producción;
—Una organización cooperativa capaz de cooperar a la huelga general, por todos los medios que su desarrollo adquirido y la situación impongan;
—El poder político, en manos de la Federación de los sindicatos, y del Partido Socialista impidiendo que la clase capitalista utilice jueces, policías y ejército, para aplastar por la fuerza de la metralla el indisputable triunfo de la inteligencia y de la moral obrera.
Sólo en estas condiciones de preparación, el sindicato resulta invencible. Pensar que el sindicato se bastara sin fuerzas políticas ni cooperativas, será una verdadera pedantería, falta de inteligencia y hasta quizás temerario y traidor. Veamos claro que esta triple forma de fuerzas obreras no significa una división material del proletariado. Tomemos para ejemplo una ciudad cualquiera:
Los trabajadores de todas las industrias y otras faenas cuentan con sindicatos por industrias.
Todos los sindicatos industriales constituyen una Federación por industria.
En todos los pueblos y ciudades donde haya varios sindicatos, cuentan con una Federación local.
Todas las Federaciones a su vez están confederadas en una oficina central. Además están en relaciones internacionales.
Estos mismos trabajadores que constituyen los sindicatos ejercen sus derechos políticos y han conquistado su posición en el poder político: parlamentario y municipal.
Estos mismos trabajadores son los accionistas y clientes de sus cooperativas.
Es, pues, la misma masa trabajadora, con una sola voluntad, la que empuña en su propia mano, tres armas de ataque y de defensa:
1º La fuerza del sindicato en "acción directa" en el campo de la producción;
2º La fuerza de la cooperativa en "acción directa" para destruir la especulación de los intermediarios y suprimirlos;
3º La fuerza política de clase, en "acción directa", en la calle, en el Parlamento, en el gobierno, en el municipio, destacando la razón de su moral, haciendo práctica la democracia en el campo económico como en el político, aboliendo el privilegio que se garantiza con la ley.
Este es el único tipo de sindicato capaz de "socializar" los instrumentos de trabajo y la sociedad toda: "El sindicato político y cooperativo".
No es ésta una idea nueva, ni una forma inédita, pero es un concepto discutido de cuya eficacia aun algunos infundadamente dudan. Sin embargo, todos los indicios del movimiento obrero mundial, que se desarrolla más seriamente, nos indica que se marcha a consolidarse en la forma antedicha. Si pretendiéramos esperar el momento "aquel" en que la conciencia de la clase proletaria dejara desiertos los cuarteles y las policías reducidas a cuidar el tráfico público, nuestro candor sería criminal. Consideramos indiscutiblemente más rápida la preparación y capacitación del proletariado para producir la abolición del régimen capitalista, adoptando el sistema de la triple forma de la organización obrera educada para el objetivo señalado, que esperarlo tan solo de la fuerza sindical.
Veinte hombres unidos de criterio uniforme, conscientes de su acción, vencerán y "dominarán" a ochenta que carezcan de capacidad moral.
Unir lo que hoy tiene de más capaz la clase proletaria, aunque sólo fuera el 20 por ciento de la población trabajadora, determinar la buena organización de sus sindicatos, con todos sus "instrumentos" de cultura: bibliotecas, clases, conferencias, fiestas, folletos, periódicos, etc., cuyos beneficios se extiendan a la totalidad de personas que comprendan las familias de los obreros organizados; aumentar la capacidad de su fuerza con el desarrollo de las cooperativas y utilizar "su voto político" al servicio de sus intereses de clase; unir, decimos, aunque sólo sea el veinte por ciento de los trabajadores, dispuestos a utilizar sus propias fuerzas en esas tres formas, todos conscientemente libres y uniformados por el común programa de "socializar", de abolir el régimen capitalista, para hacer desaparecer esta inmunda esclavitud del salario; verificar esta unión, así compuesta, será suficiente para alcanzar la capacidad homogénea que nos dé de hecho la superioridad sobre el ochenta por ciento restante, inconsciente, desorientado y disperso.
Así en estas condiciones, aunque exista ejército, no teniendo la burguesía el poder político para usar las fuerzas armadas, el triunfo de esa fracción del proletariado organizado podría determinarse por las condiciones de la acción.
Pensar alcanzar reunir en organizaciones el veinte por ciento de los trabajadores no es una ilusión. Muchas ciudades llegan ya al cincuenta por ciento. De modo que no pretendemos basarnos sobre ilusiones porque eso es lo que determina el fracaso.
Más que el número valdrá para nosotros la uniformidad de acción consciente, haciendo de nuestra fuerza un "instrumento" capaz, organizado y orientado para desalojar a la clase explotadora de sus dominios: en el industrial, con el sindicato; en el comercial, con la cooperativa; en el poder y en sus privilegios, con el sufragio y sus consecuencias.
El programa que se nos presenta es fácil y claro, sólo que falta que la mentalidad obrera se despeje de los engaños y de los mareos con que le entretiene la clase capitalista, para que se dé cuenta. Y para ayudar a que el proletariado se dé cuenta, es que la actividad socialista, la única posible de desenvolverse útilmente, debe ensanchar más y más su actividad educadora y cultivadora de la mentalidad del pueblo.
Los hechos son los que hablan: hoy por hoy, sólo la acción socialista es la única fuerza existente, consolidada y más respetable, capaz de multiplicar sus esfuerzos para la realización de su programa. La abolición del régimen capitalista, cada vez más necesaria, se hará más fácil a medida que los socialistas robustezcan su fuerza: con el sindicato, con la cooperativa, con el sufragio. No soñemos poder alcanzar la realización de nuestro programa si no construimos exactamente nuestra fuerza moral y material con los tres elementos tantas veces repetidos, pero nunca lo suficiente: sindicato, cooperativa, sufragio. Despreciar uno, o atribuirle importancia menor, es desequilibrar nuestra capacidad. La abolición de la terrible esclavitud del salario la hará el sindicato: cuando más inteligente que hoy, bien orientado hacia una clara finalidad: la abolición del salario y del régimen capitalista su causa fundamental, contando con mayor unidad entre los elementos de diversas escuelas para esa finalidad y contando con un respetable porcentaje se disponga seriamente a esa acción;
Cuando, además, esté apoyado por la cooperativa medianamente arraigada en la conciencia proletaria, con regulares ramificaciones y haya logrado disminuir los intereses y la capacidad capitalista; y
Cuando esa misma clase asalariada de los sindicatos, por medio del sufragio y su representación en parlamentos y municipios haya conseguido desarmar a la clase capitalista, quitándole su absoluto dominio sobre el gobierno.
Entonces será el momento cuando el sindicato lleve todas las probabilidades de éxito para su acción. Si todos los asalariados quisieran despojarse de sus prejuicios ideológicos, y en un momento de inteligencia se resolvieran a no estorbarse recíprocamente y llevar a la práctica una acción consolidada para "probar" el valor del esfuerzo, ¡quién sabe cuánto se avanzaría!
Pongamos "todos" un poco de más amor y de más inteligencia en la consolidación de la organización sindical, poniendo además sinceridad y nobleza. Si obramos así no tardaremos en ver hermosos frutos.
Si al sindicato lo interesamos "fundamentalmente" con una razonada e inteligente actuación en su finalidad primordial: "la abolición del régimen del salario", no hagamos "cuestión" por detalles secundarios como subsidios a desocupados, etc., siempre que la actividad no cese respecto al objetivo primordial
Si es verdad que el proletariado tiene en su seno individuos inteligentes, si eso es cierto, veremos en breve resurgir una organización sindical —libre de prejuicios—, capaz de encaminarse pronto a su definitiva acción.
XVI
LA EXTENSION DEL SINDICATO.—
LA COOPERATIVA
Sin restar importancia a lo que dejamos dicho, sobre la acción que puedan desarrollar los sindicatos, debemos ver si podemos acercarnos al final de nuestro objetivo por medio de la cooperativa desarrollada y sostenida por el sindicato, puesto que nuestra acción sindical debe ser preferentemente constructora. Si vemos que el sindicato puede ser una fuerza poderosa, competente para realizar la socialización, "veamos" si agregándole la fuerza cooperativa y la fuerza electoral, el sindicato podría ser todavía mucho más poderoso.
Si mañana se construyeran mil hermosas, amplias y cómodas casitas con aire y luz abundantes, rodeadas de jardines y parques, con tranvías hacia todas partes, etc., destinadas a los pobres, a precios iguales o inferiores a lo que valen las pocilgas del conventillo, es absolutamente seguro que las familias obreras más cultas de inmediato se trasladarían a habitar las nuevas viviendas. Si se construyeran casitas en número capaz de "vaciar" o dejar desiertos los conventillos e inquilinatos incómodos, es seguro que los conventillos quedarían todos vacíos. Por este proceder el conventillo quedaría vacío, abandonado y despreciado, en virtud de haberse "construido" una vivienda superior. No se ha "destruido" el conventillo. Ha sido reemplazado por algo superior.
Así es como el sindicato y la cooperativa, a medida que vayan construyendo "sus obras": el sindicato elevando el salario y la cultura; disminuyendo el horario y la desocupación; la cooperativa perfeccionando la calidad del alimento y abaratándolo; el sufragio destruyendo las tiranías y privilegios, etc., cuando la bondad de "esta obra" vaya siendo apreciada por los seres humanos y especialmente por los que viven de su trabajo, se irán trasladando a vivir en el seno de este nuevo mundo que vamos creando, dejando desalojado el mundo burgués por inferior.
Pensemos y volvamos a pensar en el mérito de estos pensamientos y en la felicidad que nos darían al llevarlos a la realidad.
No destruimos ni destruiremos el orden social del mundo burgués o capitalista, es que solo va perdiendo sus sostenedores y adoradores.
Todos los días aumenta el número de los que van al sindicato a vivir en él para gozar la mejor vida que el sindicato produce. Primero van los más cultos, después los demás y así llegarán todos.
Todos los días aumenta el número de los que comprenden mejor la nueva organización del trabajo que impondrá el sindicato a medida que crezca su fuerza, y se dan cuenta que se llegará a la abolición del régimen del salario con una fuerza capaz de mantener esa conquista.
Todos los días aumenta el progreso de las cooperativas de consumo y producción y también aumenta el número de los obreros que dejan de ser esclavos del capital y aumenta el numero de los artículos fabricados por las cooperativas.
Pero debemos trabajar sin descanso porque eso aumente mucho más todavía.
Así como el ferrocarril desalojó carretas y bueyes de las carreteras sin producir ningún cataclismo, así llegará "un momento" en que la inteligencia obrera se dará cuenta de las ventajas de la organización y obrará de acuerdo con sus intereses.
¿Quién podrá impedir que en pocos días más, los veinte mil obreros del ramo de calzado de Buenos Aires, "resuelvan" dar un peso semanal para instalar una fábrica de calzado, contando de seguro que las trescientas mil familias obreras de la capital sólo comprarían sus calzados en esa cooperativa?
Y, ¿quién podría negar que esa solidaridad desalojaría todo el comercio burgués del calzado en pocos días? Los obreros de la fábrica cooperativa de calzado dejarían de ser explotados y vivirían tan superiormente que ninguno querría volver a los talleres de la clase explotadora. Es la construcción de una obra nueva superior la que desaloja lo inferior.
Si una experiencia pudiera hacerse con éxito, con los obreros del calzado, ¿quién impediría que gremio tras gremio continuara imitando el buen ejemplo, hasta derrumbar de hecho el sistema de la explotación capitalista?
Si los obreros se apoderan de los municipios y venden carne, pan, legumbres, leche, carbón, etc., proveen de luz y locomoción, ¿quién podría impedir el desalojo del sistema capitalista?
Concordando las ideas establecidas en los capítulos X al XIII de este trabajo, con lo que aquí bosquejamos, y contando con una relación solidaria de todos los gremios entre sí, ¿quién puede desconocer que esta fuerza obrera, asi organizada, crearía un mundo superior de vida, que convidaría a vivir en él, abandonando todo otro sistema? ¿Por qué no iniciamos esa labor? Si no se inicia, será sencillamente, porque la inteligencia obrera no ha adquirido, todavía, la capacidad para emprender esa obra. Entonces nuestra labor del "momento" será activar el perfeccionamiento de esa inteligencia, conversando y discutiendo estos asuntos.
Nuestro mundo "colectivo" o "comunista", como quiera llamársele, debemos construirlo al margen del mundo capitalista, para demostrar sus ventajas y atraer a nuestro lado a los convencidos de su superioridad, sin perder tiempo en querer destruir primero ese mundo para construir sobre sus despojos el nuestro. Eso no es sensato...
Obreros y empleados de ambos sexos: ¿no veis que este procedimiento será el más fácil, el más barato, el camino más corto para librarnos de la explotación y tiranía del capitalismo? Desprendernos, a pesar de nuestras actuales miserias, de un peso semanal para fundar y establecer las fuerzas que en breve tiempo nos darían la abundancia, el bienestar y la libertad, eso es lo que debemos hacer, aun cuando fuera un gran sacrificio.
De la clase capitalista y religiosa no debemos esperar nada. Todo debe venir por nuestros propios esfuerzos.
"La emancipación de los trabajadores debe ser obra de los mismos trabajadores", dijo Carlos Marx, y se ha repetido y se repite por labios y plumas obreras y no obreras, como insistiendo para que esta afirmación penetre hasta la médula del proletariado. Pues, para que aquello sea un hecho, es forzoso que el proletariado, afirmando sin equívocos, su conciencia de clase asalariada, apresure la perfección de sus organismos de combate.
¿Quién podrá decir que los métodos y conceptos adoptados para reorganizar la sociedad humana sean los más infalibles y perfectos?
Yo afirmo que los métodos usados hasta hoy ya no sirven, y por eso propongo que se estudie el método propuesto en estas páginas: organizar con la cooperativa y el sindicato nuestro mundo, darnos nosotros el mejoramiento que queremos, puesto que debemos reconocer que es un error pretender que la clase capitalista nos ayude a mejorarnos.
XVII
LA COOPERATIVA COMO MEDIO DE SOCIALIZACION
Es el caso que aunque parezca muy ilusorio o muy temprano, es deber y es juicioso proponer decididamente temperamentos que nos lleven a la abolición del régimen capitalista para hacer desaparecer todas las miserias, esclavitudes y crímenes que produce.
En el estudio de estas proposiciones es donde debemos encontrar el medio más adecuado para llegar pronto al fin. Completando las fórmulas anunciadas anteriormente vamos a proponer otra que parece todavía más sencilla. Pues, es natural que establezcamos qué medio puede contar con menos inconvenientes y avanzar por un camino más corto. Para que el sindicato se encuentre capaz de proponer la abolición del régimen del salario, precisaría que cierta mayoría se halle dispuesta a ello, y para que el estado de educación, de conciencia y de voluntad decidida adquiera esa capacidad, nadie podría calcular el tiempo que para ello se necesitaría. Una vez que el sindicato estuviera dispuesto a ello, todavía habría que contar con la decidida y brutal resistencia de la clase capitalista que apelaría a todos los recursos, inclusive el de acusar de subversión a los obreros. ¿Cuánto tiempo exigiría todo eso y qué seguridad daría de buenos resultados para las aspiraciones obreras? Estúdiese meditadamente todo lo relacionado con esta delicada cuestión.
Ahora miremos por otro lado el desarrollo de acontecimientos más prácticos que nos lleven a la misma finalidad.
Hoy gritamos contra el pan caro y hasta se propone impuestos a la exportación del trigo, pero nada apreciable vendrá a producir el abaratamiento del pan, mientras los industriales, conforme al régimen, vean en ello sólo un medio de hacer fortuna, fabricando y vendiendo pan. Siempre se sacará del bolsillo del pobre esa fortuna que se guardará el industrial y el Estado.
Si los industriales panaderos fabricaran pan con el generoso propósito de que el pueblo tenga alimento, podríamos esperar algún mejoramiento; pero como la verdad es que los industriales panaderos fabrican pan para venderlo y enriquecerse con esa industria como un medio cualquiera de riqueza, sería demasiado infantil esperar que sean menos avarientos. No soñemos en eso. Lo que vemos con la industria del pan pasa con todas las demás.
Si en Buenos Aires viven trescientos mil proletarios asalariados y de estos cien mil solamente pudieran considerarse dentro de la acción de las organizaciones obreras, ¿sería difícil que quisieran dar un peso mensual para fabricar pan, moler trigo y producirlo? Pues ello sería para librarse de este modo de dos dificultades: primera, la lucha permanente contra la clase que explota esta industria; segunda, independizarse de la esclavitud que ese sistema significa. Si provocar el establecimiento de una cooperativa de producción de pan, primero, con propósitos de extenderla hasta producir el trigo, se considera obra muy difícil, es el caso de declarar que entonces se debe comparar y establecer si fuera de este medio habrá otro más breve, menos difícil. A mi modo de apreciar, éste es el medio más práctico, más breve, menos complicado.
Si una parte de las clases asalariadas, instada por una activa propaganda, impresa y verbal, se resuelve a contribuir con un peso mensual o semanal, (pues mientras más rápidamente aumentara un gran capital, más rápidamente debilitaría las fuerzas que la explotan), es seguro que podría establecer una cooperativa de pan, en buenas condiciones, capaz de vivir para cumplir su misión, y que podría contar como clientela a lo menos todo ese proletariado que pueda sentir la influencia de la propaganda obrera.
Por el Partido Socialista han votado cincuenta mil electores. Habrá además algunos miles que no tienen derechos políticos, afiliados y simpatizantes, los menores de 18 años y las mujeres. Hay allí en torno de los centros y juventudes, una fuerza de más de cincuenta mil personas. Fuera de estas personas, ¿cuántas más habrá en los sindicatos y cerca de ellos que simpaticen con toda campaña de mejoramiento de las condiciones de vida? Ahora bien; si todo ese elemento, y las fuerzas de educación que le alientan, no son capaces de hacer una obra práctica, cuyos resultados se verían de inmediato, como la que acabamos de señalar, sería preciso convenir que ese elemento carece de inteligencia para darse su bienestar. Aclaremos ahora qué procedimiento le daría al pueblo la seguridad de obtener el abaratamiento del pan y el mejoramiento de su calidad:
—¿Luchar, agitarse, gritar en las calles y periódicos protestando contra el pan caro, para pedirle "a los mismos industriales" interesados en enriquecerse, que renuncien a su aspiración de hacerse millonarios, abaratando el pan, el trigo, para aliviar al pobre?, o
—¿Reunirnos unos cien mil obreros, aportar un peso mensual cada uno, establecer nuestras fábricas de pan, y la gran utilidad que se reserva el capitalista disminuirla en el precio a la vez que mejoraríamos su calidad? No cerremos los ojos. No despreciemos el pensamiento, porque mientras miremos con desprecio nuestras propias fuerzas más nos alejaremos de mejorarnos.
Estudiemos serenamente cuál de los dos medios nos llevará más pronto a comer pan barato:
—Si pidiéndole al industrial que lo abarate; o
—Si fabricándolo nosotros mismos.
Estudiemos la posibilidad y procuremos ver cuál de los dos medios es más fácil, cuál entraría con menos resistencia. ¿Quién resistiría más?:
—¿La clase capitalista para no abaratar el pan?
—¿La clase asalariada para no querer contribuir con un peso semanal y por pocas semanas, para garantizarse de veras la fabricación de pan barato?
Estúdiese, a ver quién, con absoluta seguridad podría darnos pan barato y bueno:
—Si los fabricantes capitalistas, cuya aspiración es enriquecerse vendiendo pan caro; o
—Si la clase obrera organizada, fabricando pan para abaratarlo y enriquecer la pequeña economía de la clase obrera.
Y repetimos, en fin: ¿Quién podría darnos más pronto el pan barato?:
—¿Si lo fabrica la clase obrera por medio de la organización cooperativa; o
—Fabricándolo la clase capitalista que se resistirá a disminuir sus ganancias?
Es el caso de razonar y no de reírse o despreciar lo que se propone. Todavía miremos otro aspecto y veremos qué será más rápido, más fácil, y con menos peligros:
—¿Hacer que el pueblo se resuelva a expropiar a la clase capitalista, defendida por las fuerzas políticas y militares, que implicaría una verdadera revolución con todas sus desgraciadas consecuencias; o
—Hacer que el pueblo se encamine a organizar grandes cooperativas para producirse su pan y todo lo que necesita?
¿Cuál de los dos medios será más fácil que el pueblo adopte? ¿Cuál es más sensato?
Y lo mismo que se puede hacer para obtener el pan se podría hacer para abaratar el vestuario y toda la alimentación. ¿Qué esperamos, entonces? ¿Qué?
Si se alegara que este procedimiento propuesto es de muy difícil realización: ¿será más fácil entonces esperar que el sindicato lo obtenga directamente o se resuelve no hacer nada?
¿Es preferible no hacer nada o es preferible probar una tentativa?
Si se porfía que la pobreza de la clase obrera es un inconveniente para realizar la cooperativa, razonemos a ver cómo saldrá más rápidamente de la pobreza:
—Si continuando siendo explotada por la clase capitalista, siempre indolente, ansiosa de riquezas; o
—Si contribuyendo para realizar la cooperativa que inmediatamente le traerá el abaratamiento de la vida.
Hay que abrir los ojos para ver el camino más fácil, apartar de nosotros los caprichos para ver que estamos a un paso de la abolición del régimen capitalista con todo su cortejo de crímenes y miserias.
También debemos establecer ante nuestra vista, CUAL SERA EL METODO QUE REQUIERA MENOS TIEMPO para terminar con el estado capitalista:
—Si continuar el método usado hasta la fecha, cuyos resultados todos podemos apreciar; o
—Si convendría probar poner en práctica el desarrollo de la acción cooperativa como medio de expropiación.
Repito: ¿Por qué todos los sindicatos no toman en serio esta proposición?
Hay una proposición, ¿a ver si se opone otra?
Todos los sindicatos y centros socialistas y culturales podrán formar un comité que estudie y resuelva, si procediendo a fundar fábricas cooperativas, principiando por los artículos de mayor consumo, se podría por el momento mejorar la condición del asalariado y abaratar el costo de la vida, mientras con este éxito, en caso de obtenerlo, se prepararía el camino para la abolición definitiva de este horrible régimen que nos martiriza con una ración de hambre, medido, cruel y miserablemente.
No presumo que principiemos esa obra 100 mil individuos, pero de sobra la podemos empezar unos mil y después llegar a los 100 mil y crecer es lo de menos. Hace 60 años unos 30 obreros en Rosdhale, (Inglaterra), empezaron la cooperativa y hoy son cerca de tres millones.
En Buenos Aires, el Partido Socialista tuvo en 1896, hace 20 años, 132 votos y en 1916 obtiene cerca de 50 mil votos.
La famosa Semana Roja ensayada por los socialistas de Alemania, dio en seis días de propaganda más de 120 mil afiliados a los sindicatos y más de 80 mil suscriptores a la prensa obrera.
El "Hogar Obrero" vendió el primer semestre de 1912 por 27 mil pesos y el primer semestre de 1916, por 120 mil.
He ahí el camino que debemos recorrer. Pero para ello hay que empezar aunque sea con un paso.
A Galileo se le condenó por anunciar un absurdo cuando dijo que la tierra se movía. Ahora lo decimos a los sindicatos y centros socialistas: he ahí el camino más rápido para la socialización que termine con todos los males ¿Responderán como el santo tribunal, con un anatema o con el silencio e indiferencia que sólo revela ignorancia? Si así resultara se harán dignos de seguir sufriendo el estado actual de cosas.
XVIII
EL SINDICATO Y LA MUNICIPALIDAD
Somos del parecer que la clase trabajadora se apodere de todas las instituciones que signifiquen o representen fuerzas sociales. Para el sindicato y la cooperativa no debe ser indiferente la municipalidad. Es una fuerza social, es un poder, es un arma útil y puede ser para los sindicatos otro "medio" de tanta utilidad como sea el valor que resida en sus funciones según quien la administre.
En muchas huelgas y en muchas crisis económicas, la municipalidad ha sido un factor que ha calmado el hambre en las multitudes.
En el progreso de la cultura popular —que es lo más que necesitamos, — puede ser un factor eficaz y activo.
La municipalidad en manos de los sindicatos podrá contribuir con mayor poder, actividad y con más medios que cualquier institución obrera, al desarrollo de las siguientes obras:
Mejoramiento de la cultura, de la educación, de la ilustración y de la capacitación científica y moral del pueblo, que con estos beneficios acrecentaría su poder revolucionario;
Mejoramiento de la salud del pueblo, multiplicando las medidas y facilidades higiénicas, medios de solaz y alegrías moralizadoras, que elevarían aun más el poder revolucionario del pueblo;
Instalación de industrias empezando por aquellas en que más se explota la fuerza obrera, que a la vez que ocupen brazos mejor remunerados, disminuyen la desocupación, mejoran las rentas de la municipalidad y las de la clase obrera, mejorando también de este modo la moral revolucionaria del obrero;
Construcción de habitaciones para obreros, tantas cuantas fueran necesarias para abolir la explotación que en este ramo se realiza, para mejorar la salud y la economía de las familias obreras, para elevar su cultura y su moral con la mejor habitación, para libertar al pueblo, en una palabra, de la ferocidad con que se le explota su salud y su salario, con la indecente habitación que se le reserva. Además, con este proceder la municipalidad crearía nuevas fuentes de trabajo, nuevas rentas para el municipio, y sería un gran paso hacia la abolición de la propiedad individual.
Se verificaría la municipalización de cuantos servicios fueran posibles y se desarrollarían los medios conducentes a abastecer a la población de sus necesidades para ir librándoles de la especulación comercial y eso significaría socializar.
En fin, vemos que la municipalidad puede convertirse, en manos de los sindicatos, en un "medio", como hemos dicho, para ayudarse a verificar la abolición del sistema capitalista.
¿Podrían los sindicatos, con la fuerza municipal en su manos, proporcionar al pueblo todo, grandes mejoramientos para la salud y comodidad social, perfeccionando y abaratando a la vez: la habitación, la alimentación y parte del trabajo, quizás en mucho tiempo antes que el sindicato fuese capaz de abolir el régimen del salario? ¿Valdrá la pena pensar en esta interrogante?
Si en los municipios rurales penetra esa misma influencia, ¿no habrá más fundadas esperanzas de que la fuerza de los campos aporte un mayor y eficaz concurso a la obra de "socialización" que perseguimos?
Seria y serenamente pensemos que el sindicato robustecerá su fuerza cuando su acción inteligente penetre al municipio, y convierta este poder en un instrumento: a la par que de felicidad para el pueblo, de "medio" para apresurar la realización de los objetivos del sindicato.
Con estas insinuaciones que a la ligera señalamos, el sindicato perfeccionará sus funciones y aumentará su capacidad para reemplazar a la clase capitalista en la administración de los intereses sociales y para abolir todas aquellas modalidades de vida que hoy ya resultan para nosotros insoportables; inmundas unas, crueles otras, innobles todas.
Todavía más, a medida que los sindicatos sepan utilizar las funciones municipales, acortarán el período de los sufrimientos populares, acercarán la hora de las reivindicaciones definitivas, multiplicarán las fuerzas proletarias que han de verificar la abolición de este horrible régimen capitalista, que tantos estragos ha hecho y todavía hace en la salud y en la moral humana.
El sindicato que es por sí solo una fuerza, que se hace más perfecta con la cooperativa, que se consolida con el sufragio, se hace invulnerable asimilándose esta cuarta arma, la municipalidad, que nada cuesta tenerla, a no ser un poco de conciencia y de inteligencia.
El sindicato robusteciéndose así, agiganta su poder revolucionario, multiplica su moral para la acción, en vez de desvirtuarse como algunos equivocados quieren suponerlo.
Cualquiera que sea la forma de acción que determine la abolición del régimen capitalista, alguna organización tendrá a su cargo, en la Nueva Sociedad, la administración de la producción y del consumo; y en mi sentir ha de ser el sindicato.
Pues bien, me digo, si de una manera u otra, más tarde, en el futuro será el sindicato quien administre la producción, ¿qué razón habría hoy para que no lo pretenda hacer, desde luego, por medio de la cooperativa y del municipio?
La clase obrera que vive hoy en el medio capitalista víctima de todos sus defectos no debe subir a idealismos para forjarse sus medios de reivindicación, sino que debe ir por el camino de las realidades prácticas. Si constituir el sindicato y perfeccionarlo le cuesta dinero, que sale de su pobre salario; si la cooperativa tan necesaria para robustecer su fuerza, también le cuesta dinero y si el ejercicio del sufragio, para hacerse representar en el Parlamento, en el Gobierno y en la municipalidad no le cuesta dinero, o le cuesta muy poco, es juicioso que la clase obrera no desprecie los medios que le resultan más baratos y que le demandan menos actividades.
Mientras no podamos abolir el sistema capitalista y tengamos que vivir con el salario debemos ver que, si el sindicato puede mejorarnos el salario, la cooperativa nos abarata la vida efectivamente, y puede llegar a ser seguro que el dinero que nos economiza la cooperativa sea suficiente para atender todas las necesidades de nuestra labor revolucionaria y preparadora de la transformación social. Si al lado de estos dos elementos de mejoramiento, el sindicato y la cooperativa, con el sufragio obtenemos la representación parlamentaria que nos ha disminuido las tiranías con que la clase capitalista ha relajado nuestra moral estorbando nuestros progresos, y conquistamos el municipio que como hemos dicho puede abaratar más la vida, elevar más nuestra moral, y robustecer más nuestra fuerza y nuestra acción de socialización, es seguro que con todos esos elementos de lucha abreviaremos en mucho el tiempo que sea necesario para zafarnos de este estado capitalista, que a su vez trabaja para consolidarse.
Miremos con claridad y obremos.
Creo que no se pretenderá argumentar, como en otros casos, que así poco a poco el sindicato se iría desviando de su objetivo, porque en realidad la acción del sindicato en la municipalidad se haría por medio de una representación, que obraría de conformidad a la doctrina del sindicato. Antes que desviarse de su objetivo, el sindicato, por medio del municipio —yo lo veo claro— se acerca a su realización.
Primero, porque realizaría acciones a un fin de práctica inmediata.
Después, porque con esos éxitos robustecería su poder que de hecho implicaría debilitamiento de la clase capitalista.
El sindicato dirigiendo el municipio podría municipalizar, en cada localidad;
La provisión de pan, carne, leche y de muchos artículos alimenticios, que daría beneficios inmediatos;
La provisión de luz, que sería una fuente de rentas para el municipio;
Los servicios de salubridad, con iguales resultados;
Los servicios de tranvías, que serían otras rentas municipales;
La fabricación de los artículos de mayor uso público; zapatos, ropa blanca, etc.
No es aquí donde podemos formular un programa, pero eso basta para probar que el municipio puede ser una importante fuerza de socialización que el sindicato no demostraría talento si de ello se desentendiera.
Hay, pues, muy cerca del alcance del actual poder de la clase obrera organizada, fuerzas capaces de empezar una era de socialización.
¿Por qué no las tomamos?
XIX
LAS ETAPAS DE LA ACCION SINDICAL Y LA LUCHA DE CLASES
El sindicato no debe tener en sus puntos de vista sino dos etapas para su acción; el período preparatorio, de organización para la lucha contra las clases sociales que quieran vivir con el fruto de la explotación por la opresión de la clase trabajadora; y el período final de la lucha de clases en el que el proletariado triunfante por el número y por la justicia de su causa, por la moral de sus conceptos, al abolir el régimen de la esclavitud del salario, al socializar todos los instrumentos de trabajo, la tierra inclusive, borre también, por el progreso de su cultura y de su moral, toda circunstancia que hasta hoy haya hecho posible la existencia de las clases, de sus odios y de sus luchas.
La lucha de clases no debe existir después de abolido el actual estado capitalista y reemplazado por un sistema colectivista, porque resultaría siempre necesaria la existencia de fuerzas armadas obedientes al Gobierno para evitar la vuelta al sistema capitalista. La subsistencia de la lucha de clases implica la subsistencia del peligro de reacción y este factor se debe tomar en cuenta desde ya en la vida del sindicato para señalar las medidas que deben adoptarse para evitar desorientaciones y luchas innecesarias en lo futuro.
El sindicato no puede pretender que la fuerza vencedora de las condiciones materiales en que se desarrollaba la sociedad capitalista pueda doblegar de inmediato la moral de esa clase.
Los ejércitos se habrán de dispersar y las armas se habrán de fundir para utilizar el metal que fue elemento de muerte, en instrumentos que agranden las proyecciones de la belleza de la vida.
Pero, si hasta aquel momento no hemos triunfado también, con nuestra moral, en la mentalidad total, o casi total de la masa que actúe en el acto final de la socialización, podrá subsistir el peligro de la reacción.
La capacidad moral e intelectual del sindicato, de la cooperativa, de la acción de la política obrera sobre el parlamento y el municipio debe, en su desarrollo, demostrar su capacidad moral y material para la perfecta administración del nuevo estado social, de tal manera que a continuación de la huelga que dé al "traste" con los últimos baluartes del capitalismo, el funcionamiento de la nueva sociedad produzca de inmediato los atractivos seductores, en forma capaz de vencer todos los resabios supervivientes, por tradición, hasta después de la socialización.
Estimo que el sindicato no debe pensar en conservar fuerzas militares, desde el momento mismo en que ellas pueden ser disueltas.
Dos caminos hay para su disolución: la elevación moral de la clase trabajadora que se resistirá a formar parte del ejército; y la mayoría parlamentaria que aboliría el sistema militar.
La burguesía capitalista dificultará, no cabe duda, y pondrá toda clase de obstáculos para que no llegue ese momento, en que el militarismo sea abolido, porque, "es claro", al día siguiente del derrumbe legal del militarismo, se produce el derrumbe del estado capitalista, ya que no sería un misterio que nadie podría detener al proletariado organizado a consumar la grandiosa obra del progreso.
Una vez abolido el militarismo, ¿quién iría a trabajar al día siguiente bajo el yugo del salario y bajo el despotismo del régimen capitalista?
Es de capital importancia que sindicatos y centros socialistas, juventudes y de cultura, se den cuenta de cuánto valdría para apresurar nuestra obra el derrumbe del militarismo, que como decimos hay para ello dos medios a emplear a la vez: disminuir la concurrencia a los ejércitos por el aumento de la propaganda que enaltezca el valor de la vida y que abomine los medios de matar, y la conquista de mayorías parlamentarias que ayuden con la ley al desarme y disolución de los ejércitos.
Tampoco es posible dejar venir los acontecimientos sin que el sindicato se perciba de su responsabilidad.
En la historia se ha repetido muchas veces, el derrumbe de un régimen triunfante, a causa del caos que no se evita con la previsión.
La revolución social es lo más serio de todos los acontecimientos de la historia humara. Y si en ella estamos comprometidos y empeñados, lo juicioso es preverlo todo.
No será posible a nadie precisar "la forma" que en cada país tome el giro de los acontecimientos que va determinando la acción socialista y obrera.
¿Se producirá una huelga general que determine en todas las industrias de una región su socialización?
¿Se podrá producir la socialización de una industria primero que otras?
¿Se producirá un mejoramiento general, mejorando los salarios, y participando a los obreros de las utilidades?
¿El comercio recurrirá a imitar el procedimiento de las cooperativas, de devolver a los consumidores el exceso de lo que hubiera pagado?
¿Cuántas medidas retardatarias establecerán la habilidad del capitalismo antes de desaparecer?
¿Se producirá la socialización "de hecho" por el formidable crecimiento de la cooperativa —poderoso competidor del capitalismo—, que unida a la acción municipal y sindical vaya reemplazando las industrias y el comercio burgués?
¿Quién podría medir, cuál de los caminos, es el más corto para finalizar la etapa burguesa?
Si las perspectivas son tan varias, y dispuestos a aprovechar todas las oportunidades que se presenten, el socialismo debe consolidar su plan concreto: "Organización sindical", para la capacitación del proletariado, y la acción de mejoramiento que de inmediato se pueda ir conquistando;
"Organización cooperativa" de producción y de consumo, que suprima al intermediario que encarece el producto, y que sea de inmediato elemento de "socialización", fortificando la acción y desarrollo de la fuerza del sindicato;
Conquista del poder político y municipal, para desarmar a la clase capitalista, por la vía de la ley, de todas las armas con que hoy consuma la explotación y opresión de la humanidad;
El sindicato es la fuerza de presión constante que actúa sobre todos los "frentes" industriales, evitando la desmoralización del proletariado y el exceso de explotación;
La cooperativa es por excelencia la fuerza expropiadora, "socializadora", que va estableciendo desde ya nuestro ideal, sin violencias y sin conmociones, y es el muro donde van estrellándose las ambiciones; es el freno que poco a poco obligará a limitar las ambiciones del comercio y de la industria capitalista.
La acción política socialista de los elementos que constituyan el sindicato y la cooperativa, en el parlamento, en la calle y en la municipalidad será obra complementaria y colaboradora a la acción del sindicato y la cooperativa, con toda la intensidad que esa acción pueda producir.
Aparte de este plan, que es el más juicioso, que debe ir realizándose con método y cálculo, aprovéchense si se puede todas las oportunidades que nos permitan cortar ligaduras, aumentar comodidades y libertades, tomando en cuenta que las oportunidades son eventuales, y no puede ser el resultado maduro de la sociedad.
La abolición del salario, la socialización total, debe tener por base la más amplia capacidad del sindicato, de la cooperativa y de la acción política. Si estas circunstancias fallan, el peligro de la reacción es evidente.
Si en toda ciudad industrial, en general, el 75 por ciento de su población es la clase asalariada, y ésta, aun en su miseria, tiene capacidad para desarrollar sus fuerzas propias: sindicato, cooperativa y acción política; cuando la potencia de estas fuerzas llegue a la plena madurez, la socialización es un hecho, porque el 25 por ciento restante no podría supervivir por mucho tiempo más fuera del ambiente gigante, atrayente, seductor, incitante, sublime, impregnado de verdadera moral, que habría creado el proletariado inteligente y trabajador.
El campo y el latifundio podrían continuar siendo una amenaza y un obstáculo, pero si en la ciudad adquiere vida propia el valor creado por el proletariado, el retardo del progreso en los campos y la fuerza del latifundio, no superviviría por mucho tiempo.
Entre las esperanzas de que una huelga o una revolución ponga fin al estado capitalista, y la acción metódica del sindicato y la cooperativa con la acción política, no vacilo en ponerme de este lado, aunque me aseguraran que esta acción costaría cien años más que la otra. Es preferible lo que va asentándose sobre bases de conciencia, de experiencia, de progresos morales, de realidades que se viven, es preferible esto aunque parezca más largo, a precipitar acontecimientos cuya base no es segura. El avance sereno de las fuerzas sindicales, cooperativas y políticas, que vayan empleando y desarrollando el proletariado, se agigantará y se hará absorbente pero por su propia nueva naturaleza. Esto irá borrando las asperezas y la lucha de clases, lo cual significa disminuir los adversarios del nuevo régimen.
Es además sensato que la clase obrera se dé cuenta que el alimento artificial no fortifica sino mientras dura el efecto de la sugestión. Lo artificial jamás será lo concreto y lo efectivo.
Una huelga cualquiera se podrá alimentar artificialmente y alcanzarse el triunfo. Pero para nuestra aspiración fundamental, de abolir el régimen de la explotación, estén seguros los obreros, ello no se obtendrá con esqueletos de sindicatos alimentados artificialmente.
La buena organización la alcanzaremos cuando cada cual se empeñe en aumentar las simpatías y no las antipatías entre el proletariado.
Los que se empeñan en fomentar las antipatías entre el proletariado, porque unos tienen "istas" y otros no, o porque esos "istas" unos los consideren con más acentuación que otros, los que así proceden, ignorantes o no, robustecen la existencia capitalista en perjuicio del progreso de la fuerza expropiadora, y pueden ser hasta traidores sin pretenderlo.
No debemos pretender llegar al final de nuestra lucha, multiplicando nuestros enemigos, o enconando mayores odios. Eso no sería sensato.
Nuestra inteligencia debe consistir en disminuir los enemigos y los odios, a medida que vamos extendiendo los efectos de nuestra acción.
Nuestra conducta cada vez más culta, más inteligente, debe facilitarnos no solamente las conquistas materiales sino que también, en la medida de lo posible, la voluntad de los que dejen de ser nuestros adversarios.
XX
ALGUNAS OBJECIONES SOBRE LA "CAPACIDAD" DE COTIZAR
La mentalidad o la conciencia de los adultos no es cosa fácil de impresionar conscientemente en breve tiempo. El pasado ejerce sobre ella más poder que el momento presente. El ambiente defectuoso del presente ejerce sobre cada individuo más autoridad que la prédica moderna, por más razonable y superior que nos parezca.
Si esto es tan cierto que nadie, juiciosamente, osaría negarlo, es un factor que no podemos olvidarlo para nuestra acción.
Es así, entonces, como la inmensa muchedumbre de las clases pobres posee una mentalidad difícil de impresionar con nuestros nuevos conceptos de justicia y de moral social que deseamos se "asimilen" en todas las personas. Reconocida esta verdad haríamos mal a nuestra causa si le negáramos importancia. Reconocida esta verdad corresponde al poco elemento más preparado, que actualmente lucha porque un sentimiento exacto, de justicia, rija los destinos humanos, tomar un plan metódico que realizar de manera de "atraer" la atención de los que no se interesan todavía o se interesan poco por vivir en mejores condiciones.
Como fatalmente no podemos desprendernos de la tierra que pisamos, tan llena de defectos, ni los individuos sobre quienes queremos ejercer nuestra influencia están fuera de la tierra, no podemos prescindir de ciertos factores, no muy de nuestros gustos para hacer más eficaz nuestra obra de justicia social que traerá la felicidad social. Para todo se necesita, hoy, de dinero.
Si aun muchos que presumen de conscientes, se resisten a aportar el dinero que esta obra necesita, no es, entonces, raro que la gran muchedumbre tan admirable, pero tan inconsciente, se resista aún mucho más a cooperar con dinero para la propia obra de su mejoramiento definitivo, estable, ilimitado.
Si yo veo seguro que en poco tiempo más podré vivir sin que nadie limite la satisfacción de todos mis deseos, ¿por qué no he de dar hoy "holgadamente" el dinero que la preparación de esa obra necesite? ¿Por qué?
¿Por qué no piensan todos así?
Sencillamente: por ignorancia o por poca fe en la empresa. En este capital error incurren todos los afiliados a los organismos sindicales, socialistas, culturales o cooperativos, que no se preocupan de la puntualidad para cotizar y del aumento de la cotización.
Pretendemos probar que la más alta y puntual cotización, acompañada de "acción" permanente educativa, por conferencias e impresos, produce "innegables" y señalados beneficios a cada familia proletaria.
Un ejemplo:
Los oficiales tipógrafos en Buenos Aires ganaban en 1906 un salario de $ 4.80 al día. Diez años después en 1916 están ganando (a pesar de la crisis y de la guerra) $ 5.20 al día. Es decir, que se ve claramente un aumento, por 26 días mensuales, hábiles de trabajo, de $ 10.40, que significa en el año una mayor ganancia de $ 124.80.
Hay quienes han adquirido una conquista superior.
A los niños y jóvenes que sólo han adquirido un aumento de $ 0.20 al día, les significa siempre una mayor ganancia de $ 64.40 al año.
Si el sindicato no hubiera existido ¿podríamos contar estos hechos? ¿Se ganarían esos salarios? ¿Se contarían esos aumentos?
La categórica y clara respuesta está en el bajo y ridículo salario que ganan los obreros de los sindicatos débilmente mantenidos y sobre todo de los que no existen.
Entonces, ¿gana el obrero con la cotización puntual en sus sindicatos?
Son $ 124.80 al año con 8 horas de trabajo diario que los obreros de imprenta han conquistado por la fuerza de su sindicato, que mantienen con la miserable cuota de un peso mensual, los adultos y de la mitad, jóvenes, niños y mujeres.
Si el sindicato no hubiera existido, ¿quién podría atreverse a negar que el salario de $ 5.20 hubiera sido reducido a menos de $ 4.00 al día? ¿Acaso la mayoría de los obreros no ganan menos de 4.00 pesos al día, y muchos con horarios mayores de 8 horas?******
En esta circunstancia, ¿a cuánto se elevaría la pérdida de los obreros de imprenta? Podría asegurarse que esa disminución del salario habría pasado de 200 pesos al año.
¿Se desprende de esto que es "forzoso" mantener y hacer prosperar el sindicato a todo precio?
¿Qué derecho tienen de gozar de la estabilidad de un salario superior los que no cotizan ni cooperan en forma alguna a mantener la fuerza del sindicato?
Si un obrero quiere disculparse, que con ese alto salario que el gremio le ha dado, no le alcanza para cotizar, ¿cuál sería su situación si su salario fuese inferior en 10 pesos cada mes?
Si un obrero sin trabajo alega su desocupación para no pagar sus cuotas, y con esas disculpas se derrumba el sindicato, ¿no empeoraría en mucho más su situación? Pues, en las industrias que carecen de sindicato, los salarios son más bajos y los horarios también son más elevados, lo cual aparte de llevar más pobreza a la familia obrera, se ha aumentado el número de desocupados que aparte de no recibir de nadie subsidio alguno, están en el peligroso caso, empujados por el hambre, de ofrecerse aun por inferiores salarios. En estos casos creados por la imprevisión obrera y por la avaricia y ambición capitalista, no hay "conciencia" que se tenga. Los hechos hablan con mucha elocuencia.
El sindicato gráfico de Buenos Aires, a pesar de la guerra y de su crisis consiguiente, ha salvado al gremio de la atroz miseria, de un más bajo salario, de una jornada más larga, de mayor desocupación, tan sólo con la pequeña fuerza que constituye.
Si el sindicato gráfico tuviera mucho mayor número de socios, y una cuota todavía más alta, ¿no gozaría, de hecho y en realidad de mayores salarios, de horario más corto, para disminuir el número de desocupados, y de muchas otras comodidades?
Si es un hecho que la cuota de un peso mensual ha dado a los obreros gráficos $ 124.80 más al año de recursos para sus hogares, dupliquemos la cuota y duplicaremos el mejoramiento de toda nuestra situación de trabajadores. Pero es preciso, ya que no es voluntario, por falta de conciencia, "obligar" a todos los obreros de la industria a afiliarse. Pues repetimos: si el sindicato gráfico contando como afiliados sólo a la cuarta parte del gremio ha conquistado la situación que tiene, ¿no sería superior su situación si todos cooperaran a constituir la fuerza orgánica que nos beneficia a todos?
¿Por qué una mayoría ha de gozar del aumento de su bienestar tan sólo con riesgos y con esfuerzos ajenos? ¿No se ganará mucho más estando todos juntos?
Si todos los obreros ingresaran al sindicato, ¿no seríamos una fuerza capaz para exigir de la clase patronal, que se nos participe de las utilidades que nuestro trabajo hace producir? Y con ello, ¿no ganaríamos aún mucho más?
Y esto que queda dicho respecto a un sindicato, puede extenderse a la acción de todas las organizaciones que van dispuestas a transformar el actual régimen capitalista.
Pues bien, los hechos realizados, experimentados, patentizados, y señalados y repetidos a los ojos del proletariado es lo único mas poderoso que puede influir para modificar su conciencia.
La misma elevación del salario que le conquista al obrero la fuerza del sindicato, le permite desprenderse de una miserable parte para sostener y para robustecer moral y materialmente la fuerza del sindicato, considerada como la garantía de conservación de sus conquistas.
Con respecto a la acción cooperativa pasa el mismo caso. Un obrero no "cooperador" gastará cada mes 4 ó 6, ó más pesos demás, cuando hace sus compras en los almacenes, que si lo hiciera en la cooperativa. Pero alegará un obrero: la cooperativa sólo vende al contado y sólo a sus accionistas. Le contestaremos, pues, escoja: entre economizarse de 4 a 6 pesos mensuales o no economizarlos. Para llegar a este terreno el obrero sólo tiene que disponer de "voluntad" para introducir en sus finanzas "el orden" que necesita para ser cooperador. Y el buen orden de las finanzas del hogar es el "gran beneficio" del hogar. No nos traigan como disculpas los casos extremos y mínimos.
Ahora retrocedamos un poco: el obrero gráfico que debe al sindicato, como hemos dicho antes, ganar la suma de $ 124.80 más al año, agrega ahora la economía de la cooperativa calculada al mínimun de $ 4 al mes, resultará 48 pesos al año, sumadas esas dos ventajas, resultan $ 172.80 al año que la familia no guarda en dinero pero que transforma en mayor decencia, mejorando habitación y vestuario; y en mayor salud, mejorando su alimentación y recreo.
Ninguna excusa puede oponer el obrero o su familia que renuncia, generalmente por incapacidad moral, es decir falta de "decidida voluntad" a colocarse dentro de la línea de estos beneficios que, por ahora sólo le cuestan el miserable sacrificio de un peso mensual al sindicato y otro peso mensual a la cooperativa.
El que no puede acogerse a estos beneficios —a excepción de unos pocos, muy desgraciados— es que no ha adquirido todavía el desarrollo de su capacidad para saber administrar útilmente sus propios intereses, su pobre salario, su pobre presupuesto. Deber es, pues, entonces, procurar corregir este defecto para gozar de mayor bienestar.
Hemos demostrado con ejemplos evidentes que un obrero puede aumentar "sin" ningún esfuerzo, en realidad, su bienestar, avaluado un poco más arriba en $ 172.80 al año, tan sólo con saber obrar con inteligencia agrupándose y cotizando en torno del gremio y de la cooperativa.
Veamos ahora en cuánto más podrá aumentar su ganancia, afiliándose todavía a un Centro Socialista.
Si la fuerza socialista expuesta en parlamentos, municipios y en las calles, es realmente formidable; por su número, por su cultura, por la inteligencia que exprese en sus acciones, para influir y determinar en la abolición o disminución de los impuestos que encarecen el pan, la carne, el azúcar y la habitación, solamente en ese aspecto, ¿no resultaría que la acción "política" del proletariado determine sobre el factor económico, pudiendo tan sólo en esos artículos señalados abaratarse el costo de gastos mensuales en cada hogar en una cantidad quizás superior de 5 pesos?
Una inteligente "acción" contra los impuestos, ¿no podría llevar a cada hogar una economía de cinco centavos diarios en pan, carne, azúcar? ¿Es eso muy problemático? Pero eso sólo le significaría cerca de 5 pesos mensuales. La disminución de impuestos sobre materiales de construcción y sobre construcciones, ¿no abarataría los alquileres?
Pues esto, que cada individuo, hombre o mujer, inteligentes, ampliarán en su imaginación o colocará en su situación lógica, le demostrará que la cuota que pague en un centro socialista le será tan valiosa y reproductiva como la que pague en el sindicato y eñ la cooperativa. ¿Que no? Reflexione al respecto y haga reflexionar a los demás y verá la realidad del beneficio.
Pero supongamos que la fuerza política no lograra disminuir los impuestos ni abaratar la vida, si la fuerza resultara a lo menos potente para evitar "mayor" encarecimiento, resulta igual la ganancia, porque evitaría gastar más o disminuir sus medios de vida.
Es una verdad incuestionable que los obreros de ambos sexos más cultos, más inteligentes, más competentes, son los que ganan mejores salarios. Y los menos cultos, menos inteligentes y menos competentes son los que ganan inferiores salarios y los más expuestos a la desocupación.
Por eso si el centro socialista es sobre todo una fuerza de cultura y de orientación, yo creo que la cuota que allí pague me volverá convertida en mayor cultura, inteligencia y competencia que podré adquirir si sostengo la existencia del centro socialista.
Sumemos, pues, todos los beneficios que nos producirá cotizar puntualmente en el sindicato, en la cooperativa, en el Centro Socialista y en la suscripción del diario de la clase trabajadora, que aquí lo es "La Vanguardia", sumemos esa cantidad y veamos serenamente dónde nos producirá un más alto interés, si colocado en un banco, o en acciones en alguna industria lucrativa o a donde las dirigimos: al seno de nuestras organizaciones. No es para engañarse tal situación.
En el seno de la organización producirá un interés multiplicado como jamás lo podría dar empresa alguna.
Entiendo que esta cotización "por ahora" nos sirve para desarrollar la fuerza organizada que nos da "de inmediato" esos beneficios vistos, pero bien comprendido que si "estas fuerzas" nos dan hoy, con su poder naciente beneficios tan apreciables, es de confiar que afirmando "esas fuerzas" y robusteciéndolas cada vez más, con más afiliados y con más inteligencia, ha de darnos más adelante el gran beneficio de la "abolición del salario", asegurándonos un régimen de organización de la vida capaz de satisfacer todos nuestros anhelos. Al menos así lo ven mis ojos. ¿Y los vuestros lector y lectora no ven ese porvenir?
¿Qué debéis hacer, entonces?
Dos circunstancias determinan, en el asalariado de ambos sexos, a alejarse de cooperar en las organizaciones que le servirán a su felicidad y ellas son:
Primera: falta de inteligencia;
Segunda: falta de honradez.
—Falta de inteligencia porque no comprende que asociado ganará más, mucho más mejoras que las que puede alcanzar sin asociarse;
—Falta de honradez, porque se conforma a gozar mejoras conquistadas con esfuerzo ajeno, o a vivir como venga la vida.
Estos dos aspectos sólo puede corregirlos la organización con sus pocos elementos, si es activa y dispone de recursos pecuniarios e intelectuales aportados por sus propios afiliados.
No es por falta de ideas que la organización obrera no progresa. Es sólo por falta de "voluntad" y de perseverancia. Hagamos, entonces, surgir estas virtudes.
Pues bien, si un obrero porque gana menos de tres pesos diarios; y una obrera porque gana menos de un peso al día, que no les alcanza para sus necesidades más urgentes, se disculpan y no forman su sindicato, su situación de miseria no se mejorará jamás. Eso está claro. Pero si de ese miserable salario destinan:
—Un peso mensual para el sindicato, su salario se mejorará pronto, por lo menos en cinco pesos mensuales;
—Un peso mensual para la cooperativa, economizará inmediatamente cerca de cinco pesos mensuales;
—Un peso mensual para el Centro Socialista, esta fuerza política podrá librarle de impuestos que le abarate la vida un poco más, siquiera.
Es un error fatal que aumenta la miseria, no robustecer con una puntual cotización todos los organismos que hemos organizado para mejorar nuestras condiciones de vida.
ESCOJAN, PUES: No pagando cuotas, no hay esperanzas de mejor salario y vida más barata. Pagando las cuotas, haremos la fuerza y vendrá el mejoramiento.
XXI
LA REVOLUCION Y LA VIOLENCIA. OTROS MEDIOS
La violencia aplasta pero no convence y el vencido espera la ocasión para vengarse. Los sindicatos no deben cifrar ningún triunfo conquistado por medio de la violencia, porque dejará subsistente el encono.
Negarse a trabajar y proponer condiciones para reanudar las faenas, es invitar al capitalista a parlamentar y a concertar un convenio. No es violencia la uniformidad de pareceres para calificar el valor del trabajo.
Nuestra revolución es aquella que convence que el servilismo debe reemplazarse por la dignidad; es aquella que hace comprender al obrero que no ha nacido para ser una bestia servil al servicio para la riqueza inútil de otro hombre; nuestra revolución es aquella que revelará al capitalista que su actual conducta es la de un vil verdugo que cuelga sobre el cuello de su hermano la cadena del servilismo y de la esclavitud, y entonces espantado de la realidad abandonará su misión esclavizadora que ha producido tantas desgracias ya irreparables, para colaborar en la obra que eleva la cultura humana, para alejarla de la abyección presente causa de todo el mal.
Nuestra revolución es, pues, la gran fuerza de cultura que desaloja lo grosero y miserable de las costumbres humanas.
La gran fuerza que anhelamos desarrollar, no es para violentar y aplastar a nadie; es, a mi juicio, para crear la Nueva Sociedad que ha de libertar a capitalistas y obreros de la esclavitud del régimen en que viven, no aplastando a una clase, sino construyendo con su actividad, su fuerza, su inteligencia, los elementos constructivos de la Nueva Sociedad Libre.
"La cooperativa" hecha o afirmada por los sindicatos y librada de opresiones y privilegios por el sufragio universal, he ahí el principio de la nueva organización humana. Desarrollarla es constituir las bases fundamentales de la humanidad de mañana.
Y como esos principios están ya en todos los rincones de la tierra, y llevan fuerza propia, nada puede ya impedir que germinen espléndidos y den sus copiosos, sus incomparables frutos a las nuevas generaciones.
La gran fuerza que deseamos construir con la organización obrera, no la queremos ver empleando su tiempo, muy precioso, en "destruir" nada; la queremos ver verificando la "construcción" de la sociedad nueva: el sindicato, deteniendo al capitalismo en sus ansias de expoliación; creando su fuerza cooperativa, agigantándola con el sufragio; y esta construcción, así justa, moral, natural e inteligente "motivará" no la destrucción de la sociedad actual, sino la "transición" de un "estado" a otro; el paso del error a la verdad; el paso de la era de la desgracia a la era de la tranquilidad feliz, de la seguridad que ha terminado el régimen de la incertidumbre.
Esta es nuestra revolución.
Queremos el paso de una sociedad a otra; como la prolongación de la vida de la pareja humana en los hijos por medio del amor; queremos el paso de un régimen a otro, como el "hombre" sucede al niño y al joven, en la continuidad de la misma existencia, atravesando épocas diferentes, porque diferente es el niño del joven y del hombre; queremos salir de la noche tenebrosa del mal, de la desgracia; del dolor de la ignorancia, que significa todo el régimen presente; del estado capitalista, para amanecer en una aurora apacible y espléndida, pletórica de amor para toda la especie humana, con la sublimidad incomparable de la mujer convertida en madre que sucede a la "virgen" en la misma existencia. Queremos, pues, que el sistema "cooperativista" que es el régimen de la sociedad futura, fundado ya por el sindicato, se desarrolle ampliamente para "suceder" en la historia al actual sistema de producción. Queremos, en suma, que la "inteligencia" obrera entre a un período activo de "construcción social", que dé a la humanidad todas las libertades y comodidades que ahora se conciben, sin recriminar a nadie la conservación de las torpes costumbres de otras épocas. Y es el sindicato, por hoy, el elemento primero más propicio para desenvolver esa inteligencia y hacerla trabajar con actividad.
Cuando el sindicato haya realizado la "socialización" y tome a su cargo la administración y dirección de la producción y del reparto de ella para el consumo, de hecho el sindicato se habrá transformado en cooperativa de producción y de consumo a la vez. Y entonces la acción cooperadora del proletariado tomará el desarrollo que necesita para completar su misión de "suceder" en la continuación de la historia, de reemplazar más bien dicho, los modos de la vida presente por modos más perfectos.
El sindicato, que reúne en su seno todos o la mayoría de los obreros de una industria determinada, zapateros por ejemplo, o carpinteros, o panaderos, o gráficos, al mismo tiempo que construya la fuerza que evite el máximo de la explotación, debe procurar que todos esos asociados al sindicato sean accionistas de cooperativas que realizan sus compras totales en los almacenes de la cooperativa.
Cuando el zapatero, por ejemplo, exige del industrial el mejor salario que sea posible y "renuncia" y se compromete con la totalidad de los obreros y familias a no consumir los productos de fabricación burguesa, sino aquéllos elaborados en sus cooperativas, cuando la clase obrera comprenda lo que significan estas dos poderosas fuerzas puestas a su servicio, verá cómo en breve tiempo es capaz de producir la abolición de toda forma de esclavitud y explotación.
¿Qué resultaría que muchas fábricas burguesas cerrarían sus puertas y dejarían en la calle desocupados a miles de obreros?
Lo mismo resulta hoy en el juego de la competencia burguesa, sin esperanza ninguna de reparación.
Más tarde, cuando la acción obrera sea la que determine ese fenómeno, resultará entonces que la cooperativa reemplazará las fábricas que se cierren y "socializará" de hecho las industrias. La desocupación será atendida por el sindicato y la cooperativa, con las medidas inteligentes, que será capaz, entonces, de verificar si le vamos dando desde ya la capacidad intelectual y la fuerza moral de que debemos revestir nuestra organización.
Cuando el sindicato sea la potencia cooperadora y política, cuando la Federación de sindicatos, en la provincia y en la nación sean la gran fuerza que actúa en su beneficio, ¿cuál será el resultado de su acción?
Cuando llegue ese momento que ha de llegar, no será exagerado asegurar que más del ochenta por ciento de cada población se abastecerá en las cooperativas de la mayor parte de los productos necesarios para la vida, entonces, decidme, ¿podrán vivir y realizar prodigiosas riquezas las industrias burguesas que aún existen? ¿O les convendrá más convertirse en cooperativistas? .
No hablamos ilusionados por el optimismo. Es que tenemos confianza que los trabajadores ya han atravesado el período de las divagaciones idílicas y líricas y empiezan a mirar en serio la verdadera moralidad de la acción que necesitan realizar para su beneficio.
Bajo un juicio sereno no vemos razón alguna que impida que el sindicato, o varios, o todos los sindicatos, por pueblos o por regiones, mediante acuerdos, sean una fuerza cooperadora, que reemplacen el modo de la producción burguesa capitalista, ni vemos la razón por qué los sindicatos no fueran cuerpos electorales que llevaran representación a todos los poderes políticos, con que la burguesía defiende la estabilidad de sus privilegios, para llevar hasta ellos los conceptos y las prácticas de una amplia democracia y de una justicia moral.
Socialistas de todas las escuelas (sindicalistas y anarquistas) declaran que quieren la abolición del sistema capitalista. ¿Por qué no principiamos a abo-lirlo, creando las fuerzas de la abolición? ¿Por qué no desarrollamos la cooperativa, con el sindicato y el sufragio, que es de hecho la fuerza más poderosa que ha de abolir el régimen de producción capitalista?
Si producción, y para ella trabajo, debe desarrollarse siempre, ¿por qué no ponemos toda nuestra inteligencia y nuestros idealismos en desarrollar la fuerza de la cooperación, en todos los campos para abolir la esclavitud que nos depara el régimen capitalista?
XXII
CRITICAS Y OBJECIONES A TODA OBRA. EL VALOR DE LOS CRITICOS Y OBJETADORES
Sé de antemano que "muchos" harán críticas y objeciones para pretender encontrar defectuosas o impracticables las ideas expuestas; pues bien, a todas ellas "les daré la razón", con la sola condición de que presenten un programa concreto para llegar a la socialización, o sea, a la completa y perfecta liberación del proletariado y de toda la humanidad.
Por mi parte, creo que el programa bosquejado, o sea el camino que yo señalo, para abolir el régimen capitalista es el más apropiado para poner en práctica. Eso pienso y por eso aconsejo ese camino. Ahora los que me critiquen o me objeten que hagan otro tanto: que señalen programas claros, métodos claros, caminos fáciles a seguir.
Ninguna realidad existe hoy sin haber sido primero una ilusión de soñadores.
Si toda ciencia: vapor, electricidad, astronomía, mecánica, química, física; si todo invento: aeronavegación, radiotelegrafía, cinematografía, fonografía, etc.; si todo eso antes que un hecho, ha sido primero una utopía, una ilusión de soñadores, nuestros proyectos para organizar la sociedad futura no pueden escapar de recorrer el mismo camino, de la ilusión a la realidad.
Si las ciencias mecánicas, astronómicas y físicas, antes de ser ciencias convertidas en hechos fueron ilusiones, sueños, utopías y, a pesar de eso, son ahora realidades, ¿por qué la ciencia social, la sociologia, puede escapar de ser una ilusión primero? ¿Esto no nos priva que en el porvenir sea una realidad?
Hoy solamente los ultraconservadores y los necios, aunque se hayan disfrazado de socialistas, se atreven a calificar de ilusos a los que formulan modos de operar para acercarnos a vivir la sociedad nueva.
Ni eso, ni ninguna otra fuerza detiene ni detendrá el progreso.
XXIII
LA EVOLUCION DE TACTICAS, METODOS Y MODOS
Decimos y repetimos que NADA ES ESTABLE NI ETERNO dentro de la vida de las cosas. Pues bien, si la organización proletaria, al nacer, desarrolló una táctica de lucha, no podemos pretender que esa táctica sea invariable.
La TACTICA VIEJA del proletariado organizado consiste en general en pretender que la misma clase capitalista sea quien modifique la organización social en beneficio del proletariado. Para ese fin hasta hoy, el proletariado le exige leyes desde el Parlamento; que le mejoren su condición política, social y económica; le exige mejoras en el terreno industrial y comercial, etc.
Naturalmente, como la clase capitalista gobernante está diametralmente en desacuerdo con nosotros, no cede a nuestros pedidos y si algo se consigue que ceda, resulta siempre muy poco.
Yo creo y sostengo que esa "TACTICA VIEJA" que hasta hoy desarrolla el proletariado debe merecer un sereno y un sensato estudio para declarar que ya no responde a nuestros nuevos conceptos, y entonces CREAR LA NUEVA TACTICA que nos asegure mejor la abolición del régimen capitalista. Esa NUEVA TACTICA consiste en que la organización obrera de todas las escuelas adopte el sistema propuesto en estas páginas, desarrollando sus fuerzas, su acción y su modo de vivir, como se ha señalado, por medio de la acción sindical, cooperativa y electoral.
La objeción dominante de que ese sistema podría o podrá desviar a la clase obrera de su misión transformadora, porque se adormecería en las cooperativas y en el Parlamento, diré que no me inquieta, porque un proletariado que así obre, adormeciéndose, en los primeros pasos de su perfeccionamiento social, no lo consideraría capaz de ninguna obra superior.
La verdadera conciencia, la verdadera capacidad, la verdadera honestidad, no puede quebrantarse en presencia de conquistas transitorias cuando SE SABE que ellas sólo son un puente para llegar a las conquistas superiores.
Si nos declaramos partidarios de las leyes de la evolución porque ellas nos llevan al progreso, si consideramos a la clase capitalista, que no evoluciona y se momifica en sus viejos moldes, es sensato que nosotros no momifiquemos nuestros métodos y tácticas, no los cristalicemos.
La huelga, como instrumento de nuestras tácticas debe perfeccionarse con el desarrollo cooperativo.
En una palabra, todos los capítulos de este folleto son una proposición de perfección de las tácticas obreras y socialistas. No importa que algunos sonrían, si los obreros más honestos se deciden a aceptar esta invitación de trabajo por el perfeccionamiento de nuestros métodos de acción para acercarnos a la feliz sociedad solidaria.
La socialización, es decir, cuando cada sindicato administre totalmente la producción, facilitando el libre consumo, para que todas vivan conforme a sus deseos es la única manera de terminar con la incertidumbre, con la inseguridad que hoy mantiene el régimen del salario.
Sostenemos que todos los obreros juiciosos y entusiastas deben reflexionar sobre esta afirmación: ¿"Nuestra táctica para abolir el régimen capitalista, debe permanecer inalterable o debe perfeccionarse a medida que crece nuestra capacidad moral y material"?
Si nuestra táctica debe marchar junto al progreso de nuestra capacidad, es razonable que EL MODO de desarrollarse del sindicato en su VIDA INTERNA y en su VIDA EXTERNA debe marchar también en progreso.
Por eso repetimos: el sindicato debe ser una organización que por sus frutos atraiga a la clase obrera, aun a aquella parte más pobre de mentalidad.
¡La medida del tiempo para realizar un acontecimiento!
¿Quién puede figurarla? Siempre decimos: "sujetos a la ley de la evolución" hemos de desarrollar unos tras otros los actos que nos han de conducir a establecer nuestra finalidad.
Por ejemplo, decimos: "queremos la abolición del militarismo". Pero ya sabemos que no se abolirá mañana. Entonces soportamos modificaciones en ese sistema hasta que podamos alcanzar el ideal máximo.
Otras veces decimos: "Nuestra finalidad máxima es la abolición del sistema capitalista", pero mientras eso no se pueda realizar, nos conformaremos con la lucha por las mejoras de nuestra situación a la vez que alimentamos nuestra capacidad.
¡Todo eso es un error! ¡Con disculpa de los que no lo estiman así!
¿Quién puede medir el tiempo, en meses, días o años, que aún debemos atravesar para llegar a la abolición de la esclavitud del salario?
¿Queda mucho? ¿Queda poco?
Hoy sembramos trigo y la naturaleza nos hace esperar unos pocos meses para poder cosecharlo y después de esos meses de "preparación" de la capacidad fructífera de la semilla, basta un día para cortarlo, otro para trillarlo, otro para transportarlo, otro para molerlo y hacerlo blanca harina y después horas para convertirlo en pan y ¡zas! un instante para comerlo. ¿Qué nos dice este proceso?
En la horticultura vemos que generalmente tras de dos o tres meses, después de la siembra de semillas, de lechugas por ejemplo, basta un instante para convertirla en ensalada y comérsela.
El hombre requiere un proceso de nueve meses y en seguida, en pocos minutos, es una vida en el seno humano. Después el proceso de su completamiento y perfeccionamiento es obra variable.
Para hacer pólvora, el trabajo penoso de los mineros: carbón, salitre, azufre, etc. Su elaboración es un proceso mucho más breve que la adquisición de los materiales indispensables. Tenemos un cuerpo sólido, por ejemplo, una masa de mil toneladas de pólvora. Un fósforo, un rápido, vertiginoso instante y todas las mil toneladas del cuerpo sólido de la pólvora se habrán transformado casi instantáneamente en un cuerpo gaseoso, transparente, ocupando mucho más espacio del que ocupaba.
¿Qué pasa? ¿Qué pasa en nuestra mentalidad? ¿Sigue el camino de la pólvora?
¿Cuántos siglos y siglos pasó la humanidad sin ferrocarriles, sin electricidad, sin motores, sin organización, etc.?
¿Cuántos años disfruta de un proceso interminable de ventajas?
¿Cuánto tiempo le queda de vida al régimen del salario?
Es lo mismo que si en Francia en 1789 se hubiera preguntado a un monárquico, ¿cuánto tiempo de vida le queda a la monarquía?
Está sembrada, hace ya más de medio siglo, la semilla de la abolición del régimen del salario. Los "agricultores" han trabajado bien, cuidando que la semilla fructificara. Hoy es un árbol en flor. ¿A qué distancia estamos de obtener el fruto? Así como la semilla requiere agua para hincharse y convertirse en tallo; así la flor y el fruto requiere calor para madurar. Nuestros corazones tienen mucho calor, soplemos un poco más, aumentemos el calor y el fruto caerá en nuestra mano.
No es tiempo el que ahora debemos esperar. Es acción la que hay que realizar.
La clase capitalista guerrera, después de un breve período de "enseñanza" para preparar sus soldados, una vez elegido el campo de batalla, "coloca" sus fuerzas en sitios "estratégicos", cada arma adonde la estima más eficaz y procede a la acción de "desalojar" al enemigo. Excusen el ejemplo.
El proletariado ha recibido y recibe la "enseñanza" que prepara su capacidad "abolidora". Sabe que el sindicato, que la cooperativa y el sufragio, son armas más formidables que las de que dispone la clase capitalista. Está, pues, en superiores condiciones para luchar.
Lo que falta ahora es saber disponer la "posición" y el desarrollo de esas armas y la "forma" del ataque.
Ahí va un proyecto de ataque:
Desarrollen los obreros, cooperativas de producción de alimentos y vestuario. Con ello a la vez que bajan el poder capitalista, elevan el poder obrero. Eso es claro. Y mientras la "acción cooperativa" reúne masas de obreros en el seno de su propia producción, librados del yugo patronal, elevados en su moral, a la vez que abarata el costo de la vida eleva el salario; "coloca" de hecho, sin lucha, a la clase capitalista en una situación difícil, obligándola a no poder vender sus productos más caros.
Mientras así obra la cooperativa, el sindicato exigirá a la clase capitalista más salario, menos horario y la "cercará", le bloqueará, le obligará a resignarse a percibir menos utilidad o a capitular clausurando sus establecimientos, lo cual robustecería el poder de la cooperativa que abarcaría un campo más vasto o total en sus operaciones.
Sobre esta operación, la acción del sufragio imposibilitando a la clase capitalista a servirse de las fuerzas del estado para garantizar sus privilegios establecidos o por establecer.
XXIV
LABOR DE LOS CENTROS SOCIALISTAS
Si los centros socialistas de las ciudades donde existe una organización gremial y cooperativa se reservan labor cultural, de exposición y siembra de ideas y doctrinas, de agitación, etc., y cooperan a robustecer los organismos gremiales y cooperativos, ¿QUE LABOR A ESTE RESPECTO REALIZAN LOS CENTROS SOCIALISTAS DE LOS PUEBLOS DONDE NO HAY OTRA ORGANIZACION OBRERA?
Estimo que los obreros y empleados afiliados a los centros socialistas donde no hay gremios organizados deben constituir una organización gremial, sea bajo el título de "oficios varios", de "asalariados en general", o el que crean más apropiado.
Cualquiera que sea la denominación que adopten, deben constituir un organismo que pueda hacerse representar en los congresos gremiales obreros y formar parte de las federaciones locales o regionales.
Como en la mayor parte de los pueblos pequeños no existe una organización de lucha económica que sea una fuerza para aminorar la explotación y los abusos de la clase capitalista, me parece que es un deber de los centros socialistas, existentes en poblaciones sin organización sindical, iniciar y formar la base de la futura organización sindical, organizándose en grupos en la forma antes dicha.
Creo seguro que una organización de asalariados de ambos sexos, en cada población, iría poco a poco, atrayendo a todos los que viven de su salario y que sufren opresiones.
Si en los centros socialistas se tiene conciencia de lo que debe ser la misión de los socialistas, me permito asegurar que en breve tiempo veremos surgir una organización obrera que complemente la de las ciudades.
Muchos grupos pequeños, organizados bajo un mismo programa, producirán en conjunto una gran labor.
Doscientos grupos pequeños compuestos de 50 personas cada uno, resultarán 10 mil personas que colaborarán dentro de un mismo propósito. Una organización así en pequeño, al perfeccionarse adquiere potencia apreciable.
No sigamos la rutina de no hacer nada porque somos pocos. Hagamos que en todas partes haya un pequeño grupo que reúna a todos los asalariados de ambos sexos y con la perseverancia veremos que en poco tiempo llegarán a ser unidades de la organización más poderosa del mundo.
Esperamos, pues, ver a los centros socialistas entrar a una nueva fase de acción y a un nuevo período en su historia.
RECOMENDACION FINAL
Después que usted haya leído este folleto y lo haya considerado bueno o aceptable, ¿CUAL DEBE SER SU DEBER?
Conservar siempre presentes sus doctrinas y modos de obrar; RECOMENDAR SU LECTURA a todos los asalariados de ambos sexos invitándoles a comprarlo: y conversar siempre sobre lo que debemos hacer para obrar conforme a estas doctrinas.
Si en general, salvo detalles, usted estima útil la lectura de este folleto, ¿no cree que debiera ser leído por TODOS los asalariados de ambos sexos? Y para ello, ¿cree usted que la presente edición será suficiente? Pues bien, si estimamos que un folleto de esta naturaleza representa un buen alimento intelectual, TODOS debemos empeñarnos en que una nueva edición pueda satisfacer las necesidades de las clases asalariadas, y si sentamos esta necesidad es preciso franquear los medios para que se realice.
Sabemos que en general la mayoría de los asalariados NO SABEN BUSCAR SU MEJORAMIENTO, pues por eso nuestro deber es INVITARLES a unirse a nosotros para obtener ese mejoramiento, y hacerles leer este folleto, ¿no significará una clara invitación?
Si usted estima que este folleto debe ser leído por el mayor número de personas, ¿sería mucho sacrificio que usted comprara algunos ejemplares para obsequiarlos o revenderlos con el objeto de hacer nuevos adherentes?
EL PROXIMO FOLLETO
Bajo el título de "LA MATERIA ETERNA E INTELIGENTE", se publicará en breve una exposición de ideas destinadas a "probar" con "pruebas" que estarán AL ALCANCE DE TODOS, que ni el mundo, ni el universo, ni el hombre, ni los animales, ni nada, ha podido ser "creado" por un "creador", sino que es la obra propia de la Materia, en eterno e inteligente movimiento. Con esto se probará que iglesias y frailes han engañado y explotado a la humanidad.
MIS DESEOS
Aspiro a que la lectura, o mejor dicho, el estudio de lo propuesto en este folleto, provoque las más saludables discusiones e iniciativas en todo sentido útil.
LOS VICIOS
En el hombre y en la mujer, los vicios: alcohol, juegos, diversiones deshonestas, apetitos inútiles, exageraciones en los modos de vivir, quitan salud, dinero y tiempo. Los vicios roban al hombre y a la mujer los verdaderos placeres de la vida. Los vicios impiden que los seres humanos conciban y obtengan el verdadero goce de la vida.
Combatir los vicios es multiplicar el bienestar de todos. Suprimir los vicios es perfeccionar la vida. El vicio es una epidemia contagiosa y mortífera, por lo cual debemos ser rigurosos para extirparlo.
SOLIDARIDAD
Deseo editar unos cuantos folletitos más, cuyas doctrinas considero bastante útiles para el perfeccionamiento de nuestra mentalidad y capacidad de acción.
Si la clase proletaria, en cuyo seno vivo, me acoge favorablemente y me estimula agotando en breve la presente edición, me sentiré ayudado para proseguir esta labor.
Creo que nunca será bastante lo que se haga para desarrollar las ideas y para impulsar las acciones que perfeccionen nuestra vida.
Por entendido que esta protección debe dispensarse sólo en el caso que se estima razonable la difusión de este folleto.
PENSAR Y HACER
Si lo que pensamos es bueno, debemos llevarlo a la práctica. Hablamos de la solidaridad para el futuro y sería mucho mejor practicarla desde el presente. Cada uno, hombre o mujer de buenos sentimientos, ponga un poco de su parte para establecer un sano principio de solidaridad en todos los momentos de nuestra vida y al alcance de nuestra capacidad.


[1] Desgraciadamente todavía el caso se repite. Como en tiempos de Víctor Hugo (no hace más de cien años) se objetaba todo ideal de progreso, como error utópico, hoy todavía, hay socialistas también como cualquier conservador, que se ha atrevido a calificar de sueños las proposiciones que en estos artículos se están haciendo.

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