[Digitalización: Archivo de Historia Social. Chile,
diciembre, 2010. Fuente: El Pensamiento de Luis Emilio Recabarren, Tomo II, págs. 7-129. Editorial Austral.
Santiago de Chile, diciembre 1971.]
Luis Emilio Recabarren
PROYECCIONES DE LA ACCIÓN
SINDICAL
(Publicado en Buenos Aires en
1917, por los Talleres Gráficos de "La Vanguardia").
El sindicato debe ser la fuerza que ejecute la socialización de los
instrumentos de producción y de cambio, aboliendo el régimen del salario. La
cooperativa es la organización indispensable que contribuirá a que el sindicato
cumpla su misión.
I
DESARROLLO DE LAS FUERZAS
INTELECTUALES
Desde que el obrero y empleado
comprenda que es explotado, desde que el obrero perciba que puede mejorar su
condición, sentirá la necesidad de unirse a sus demás compañeros de trabajo y
comprenderá el valor de esa unión.
Mientras el estado de razón del
obrero y la obrera, del empleado y la empleada, no se desarrolle, no madure, no
será posible que comprendan las "causas" que producen su miseria, ni
los "medios" que existen para remediar esos males.
Este estado de ignorancia, de
insensatez de la clase trabajadora, en el presente momento histórico no puede
modificarse favorablemente para su bienestar sino por la acción de la
organización obrera y socialista ya existente, cuya unidad fundamental debe ser
el sindicato.
Y decimos que ese estado
desgraciado en que vive la clase trabajadora no puede modificarse sino por la
acción del sindicato, porque a su vez las fuerzas de la clase capitalista
organizada, se empeñan en alimentar y conservar el estado de insensatez obrera.
Estas razones, entre otras, son
las que motivan escribir sobre este tema, dedicado más que todo a servir a los
iniciados en la organización que a los profanos.
Los primeros sindicatos, por
pequeños que sean, si se desenvuelven con inteligencia, constituirán, aún en su
pequeñez, núcleos imanados, con fuerzas atractivas siempre crecientes, capaces
de ejercer influencias sobre los que se acerquen a ellos.
Por esto estimamos que la
alimentación intelectual es de tanta importancia como la física. La
inteligencia es la fuerza de las fuerzas. Los asalariados, sin acción
inteligente no podrán adquirir ningún mejoramiento.
La mayor actividad de todo
sindicato debe profundizarse en el desarrollo de la capacidad intelectual y
moral del total de sus adherentes y sus familias, inclusive.
¿Por qué? Porque la fuerza
intelectual es la que dirige la fuerza material. Y las más nobles aspiraciones
de una minoría en el sindicato, no podrán realizarse con el evidente beneficio
que se busca obtener, si no se extiende y desarrolla la inteligencia sobre
todos. Por estas razones, la actividad educativa en el sindicato debe ser
actividad permanente.
Esta actividad educacional puede
dividirse en dos condiciones fundamentales: primera, ayudar al individuo a
completar su capacidad técnico-industrial, sus métodos económico-domésticos, su
cultura, para que mientras viva en el ambiente actual, aumente la potencia que
le beneficie; segunda, proporcionar los elementos de juicio y de examen para
que todos los individuos se posesionen de las verdades necesarias para obtener
el más claro concepto de la vida, la razón de ser de la existencia humana, la
misión de la sociedad humana y la forma en que debe estar organizada para vivir
libre y feliz.
La forma sintética, abreviada,
en que se redactan las declaraciones de principios, programas y estatutos, no
son lo necesariamente claras y explicativas para que todas las mentalidades
puedan concebir sus más nobles alcances.
Es preciso extender la acción de
nuestra literatura, en condiciones ilimitadas y libres: el manifiesto, el
periódico, el folleto, la biblioteca, la conferencia, la discusión, etc. deben
ser medios de actividad permanente. Pues la potencia revolucionaria que debe
poseer cada individuo, para llegar al fin propuesto de la socialización de los
instrumentos de producción y de cambio con la abolición del régimen del
salario, esa potencia revolucionaria debe formarse en cada individuo como
consecuencia de su interés, de su acción examinadora y constructiva de su
mentalidad, de la asimilación de ideales de perfección a su individualidad. Si
así no se produce este fenómeno de la capacitación individual para la formación
de la gran fuerza colectiva que ha de poner en práctica nuestros ideales,
resultará que los individuos adquirirán sólo fuerzas y capacidad inadecuadas.
Y, en conciencia, eso no lo podemos aceptar.
Dadas las condiciones en que
vive el proletariado, tan abandonado, tan distraído en lo que le daña, sin
capacidad para escoger con inteligencia los medios de su bienestar, no queda
otro recurso que el desarrollo de las actividades en el sindicato, por pequeño
que sea el principio de su organización.
Muchas veces decimos que la masa
trabajadora está embrutecida, degenerada, y por ello incapacitada para
comprender el alcance de nuestra propaganda, y "convencidos" de que
eso es exacto, dejamos pasar el tiempo. ¿No convendría creer mejor que el
defecto está en nosotros, que no sabemos explicar, que no sabemos indicar a esa
masa el porqué de la necesidad de mejorarnos y de organizarnos y el modo cómo
necesitamos proceder para alcanzar nuestros fines? Si nos colocáramos en este
punto de vista, quizás desarrollaríamos mayor ingenio para penetrar en el
cerebro de la masa, para inyectarle la sugestión necesaria, para interesarla en
su mejoramiento.
La alimentación intelectual en
las mejores condiciones posibles, debe merecer de los sindicatos la más
preferente atención, pues a ello está subordinado el orden material de nuestras
condiciones de vida.
Un sindicato que sólo exista
para la conquista de un mejor salario, de algunas horas menos de trabajo, de
poco más o menos higiene y buen trato en las faenas; un sindicato, digo, que
sólo de esto se preocupe con la mayoría de sus componentes, será un sindicato
de acción estéril, inútil a nuestros propósitos de perfeccionamiento social.
Ningún mejoramiento resultará
efectivo, dentro del régimen del salario. Siempre seremos esclavos expuestos a
todos los peligros con ese régimen.
Para hacer desaparecer todas las
formas de esclavitud, el sindicato ha de tener por finalidad precisa y clara:
la socialización de los instrumentos de trabajo y la consiguiente abolición del
régimen del salario. A esta finalidad indispensable no se llegará solicitando aumentos
de salario, ni se llegará capacitando el 5 o 10 por ciento de los trabajadores.
Sin desatender la conquista de
todas aquellas mejoras de que se han ocupado hasta hoy los sindicatos, se
impone a cada momento, con caracteres de urgencia, que la acción sindical
despliegue nuevas modalidades, cada vez más inteligentes, que nos vayan
habilitando en todo sentido para perfeccionar nuestras fuerzas revolucionarias.
Perfeccionar la capacidad de los
más capaces, para convertirlos en medios de perfección de la capacidad del
conjunto, debe constituir una preocupación seria y continuada de los que ya han
visto clara la lucha del porvenir.
La uniformidad, más o menos, de
procedimientos tácticos, para la orientación metódica, no sería difícil
alcanzarla y produciría buenos resultados si nos empeñáramos en ello.
Si aspiramos a vivir en una
sociedad bien organizada, donde todos encuentren los medios para vivir a su
satisfacción, ello no podrá existir si no la sabemos concebir, si no sabemos
organizar bien en nuestro cerebro y en el cerebro de la colectividad las vastas
proyecciones del "modo" de desarrollarse de aquella sociedad en que
pensamos; y si en todo caso "el sindicato" será "siempre",
mientras sea necesario producir para vivir, el factor que intervenga en el desarrollo
de la producción y de la distribución, entonces ¿no debemos hacer que el
sindicato desde hoy sea siquiera el comienzo de lo que ha de ser cada nuevo día
hacia el porvenir? ¿No podemos aspirar a que el sindicato inicie los
"modismos" de la vida futura? Y para ello, ¿qué hay que hacer?
Hacer que todo
"sindicato" sea: una escuela cada vez más perfecta y completa, cuya
capacidad colectiva, haciendo ambiente, ayude a cada individuo (hombre o mujer,
niño, joven o anciano) a mejorar sus condiciones intelectuales, morales, y su
capacidad productiva con el menor esfuerzo; que sea también una universidad
popular democrática que proyecte todos los medios y conocimientos necesarios e
indispensables para el desarrollo ilimitado de los conocimientos, y que sea un
centro de cultura siempre en marcha a la perfección.
Desde este punto de vista, tal
debe ser el sindicato. Y para ello, cada adherente debe dar todo el concurso
que esa obra exija.
Si esto no se convierte en
"hechos", bien distante vemos la realización de nuestros anhelos.
No debemos olvidar nunca que si
para reparar nuestras fuerzas físicas tenemos que alimentar el estómago, para
reparar y desarrollar las fuerzas intelectuales que ciertamente dirigen las
fuerzas físicas debemos también alimentar el cerebro cuidadosamente.
Como el ambiente de la época no
es del todo propicio para que la clase obrera se resigne a lo rígido de la
enseñanza y del progreso de su cultura y de su saber, se hace
"preciso" preocuparnos, al combatir la ignorancia y llevar a la mente
obrera conocimientos científicos y filosóficos útiles, mezclar esta enseñanza
lo más continuamente con actos recreativos y alegres que amenicen la severidad
de la ciencia y la austeridad de la filosofía.
La enseñanza científica y
filosófica, mezclada unas veces con bailes y fiestas teatrales, con
representaciones cómicas o dramáticas, pero instructivas también, y otras veces
con paseos campestres, y siempre reunidas todas las familias, atraerá mayor
número de concurrentes y sus resultados serán mucho más benéficos y más rápidos
sus frutos.
II
VALOR DE LA FUERZA COLECTIVA
El objetivo del sindicato no
podrá alcanzarse sino mediante la existencia de una fuerza colectiva, cuyo
valor consiste en la más perfecta educación de esa fuerza.
Educada e instruida la fuerza
colectiva en el objetivo que le ha dado existencia, su aplicación debe ser obra
inteligente y metódica. Para emplearla debemos tener siempre presente el
programa de nuestras aspiraciones.
La fuerza aplicada para obtener
la mejora del salario, la disminución del horario, el mejoramiento del trato y
de la higiene, deben conceptuarse tan sólo como medio y ensayo que nos revele
el valor de esta fuerza, destinada a la noble labor de organizar la sociedad
en la forma que nos libre de la esclavitud y de la miseria.
La mejora del salario y demás
anexos por que hasta la fecha se ha luchado, sólo podemos considerarla como lo
más insignificante de nuestras conquistas y como actos preparatorios para
nuestra labor del porvenir.
Cuando pensamos que el sindicato
debe ser una fuerza competente para establecer el bienestar social, debemos
admitir que esa fuerza debe alimentarse para obtener beneficios de dos maneras
fundamentales.
Primera, los beneficios que se
puedan obtener sin molestar para nada a la clase capitalista.
Es decir, los beneficios que
produzcan la propia acción interna del sindicato.
Segunda, los beneficios que
deban obtenerse de la lucha con el capital para aminorar la explotación y hacer
desaparecer toda forma de subordinación humana.
Estas dos maneras pueden ir
luchando paralelas.
Es digno establecer que la
fuerza sindical, al desarrollarse, vaya formando ambiente capaz de influir en
el ánimo individual y colectivo.
Si la fuerza del sindicato da a
los afiliados mejor salario y menos horas de trabajo, es justo velar por que
este beneficio no se dedique al vicio y a la degeneración, porque entonces no
resultará obra redentora ni libertadora.
No debemos desconocer que en el
ánimo de la clase explotadora y opresora ejerce influencia moral y material la
calidad moral y culta del explotado.
Los obreros más capacitados, más
cultos, más honestos, generalmente son mejor rentados y considerados que
aquellos obreros que, desgraciadamente, no disfrutan de esas ventajas. Por
esto, la fuerza colectiva del sindicato no debe olvidar este factor.
Todavía debemos convencernos de
que los individuos más capaces, más honestos, constituyen las fuerzas más
efectivas. El sindicato que logre formar el mayor número de individuos
capacitados y moralizados hasta el más alto grado posible y siempre en
progresión, será el que avance más en el terreno de las conquistas efectivas,
el que se acerque más pronto a la socialización de los instrumentos de trabajo,
a la abolición de la esclavitud disfrazada con el nombre de salario. No se trata
de meros sentimentalismos, ni de una moral de sacristía, inadmisible para
nosotros. ¿Se han tomado en cuenta estos factores en el transcurso del pasado?
¿Se necesitará tomarlos en cuenta para hoy y en adelante?
El valor debe ser real para que
ejerza influencia efectiva y permanente. La fuerza, si es efectiva, produce el
resultado que se busca con su aplicación. Un sindicato no triunfará en una
acción emprendida, si para el objetivo que se propone no tiene la "fuerza
adecuada", moral y material a la vez. Si examinamos el valor de esta
expresión, le encontraremos exacta a la verdad.
El sindicato no solamente debe
ser también la fuerza que eleve el salario, sino que también la que
garantice su mejoramiento progresivo, primero; y su desaparición después.
No resultará efectivo el aumento
del salario si los obreros no asociados se conforman con salarios inferiores, y
si el sindicato no exige para todos un igual salario e igualmente exige la
asociación de todos. Por esto de día en día, nuestras proyecciones futuras deben
basarse en exactitudes, en concretos, desde todo punto de vista.
Tomemos un ejemplo: Un sindicato
que —subdividido en los grupos que la industria obligue— cuente con un número
de cotizantes equivalente al 80 por ciento del total de obreros que trabajan en
ese ramo, cuya preparación moral y educativa esté en relación con lo antedicho
y que su potencia se revele:
por su correcta administración,
vista y fiscalizada por todos sus componentes;
por la numerosa concurrencia a
todos los actos realizados constantemente;
por sus producciones
intelectuales, manifestadas en conferencias, periódicos y folletos;
por el movimiento de su
biblioteca;
por las conquistas realizadas;
por su moral dominante;
por las mejores relaciones que
tenga con sindicatos de la misma industria en los pueblos vecinos y lejanos y
por sus relaciones con los sindicatos de las otras industrias.
Un sindicato en estas
condiciones tiene las probabilidades del éxito a su favor.
Cuando esta clase de sindicato
empeñe una reclamación, si es parcial, el patrón afectado, informado del estado
del sindicato, verá frente a él, por pequeño que sea el número de obreros que
reclama, verá, decimos, a todo un poder organizado, capaz para la huelga, para el
boicot y para la perfecta solidaridad; si el acto toma el aspecto de una huelga
general, la influencia será siempre poderosa. Esto en cuanto al efecto para la
clase patronal; y la clase obrera, a su vez, evidentemente convencida de su
capacidad moral y material, sabe que va a una lucha sostenida por una fuerza
irresistible.
Eso es lo que queremos.
Ahora veamos: ¿qué efecto
producirá a la clase patronal la fuerza de un sindicato que, sobre ocho mil
obreros, apenas cuenta con mil quinientos cotizantes, y de éstos, apenas el
diez por ciento forma la asistencia ordinaria de las reuniones y toda su marcha
no es tan atrayente?; y ¿qué efecto producirá para los mismos componentes de
este sindicato?
Cada uno de los afiliados no
reconocerá que tenga una fuerza valiosa, y esta verdad influye en su moral.
Repetimos: solamente la
capacidad intelectual, la cultura, la moral, son condiciones
"generadoras" de fuerzas reales, progresivas, capaces de existir
mientras existan los medios que las generan.
No vivamos de ilusiones, de
"por si acaso". No pretendamos generar fuerzas útiles, para la acción
de los sindicatos, de elementos incompetentes.
Organicemos todo lo que podamos
organizar, pero demos a cada organismo todos los medios para el desarrollo de
la capacidad personal.
Así el valor de la fuerza
colectiva será el resultado del progreso de cada individuo y ésta será, a
nuestro juicio, la única fuerza que tenga la virtud de realizar la perfección
de toda la sociedad humana.
III
A MAS ALTA CUOTA, MAYORES
BENEFICIOS Y CAPACIDAD
Como que la mayoría de los
sindicatos ha carecido del suficiente desarrollo de su conciencia, no se ha
podido obtener hasta la fecha la perfección de su organización desde el punto
de vista de la elevación de la cotización para proporcionarnos los beneficios
más indispensables a nuestras necesidades.
Los asalariados son tímidos por
naturaleza debido al ambiente en que se desarrolla su condición de productores.
Esta circunstancia influye para que rehuyan asociarse. Pero lo monstruoso de la
explotación ha podido más que el temor, y los más ambiciosos de cultura se han
adelantado y han fomentado la organización obrera, con fines de mejoramiento.
El período primario de la
organización atraviesa por muchas vacilaciones e incoherencias. Unos sólo
quieren previsión societaria. Otros mejoramientos de sus salarios. Unos pocos
han ido más lejos.
Bien. Todo es necesario. No
pudiendo separarnos de la realidad en que vivimos y siendo el total de las
conquistas que vamos obteniendo en la lucha con la clase capitalista siempre
insuficiente, porque siempre crecen nuestras necesidades y nuestras
aspiraciones, el buen sentido nos aconseja no esperar "todo" de las
victorias en la lucha contra la explotación, sino que nos aconseja
"crear" nosotros mismos los medios de nuestro mejoramiento,
manteniendo todos nuestros objetivos.
El más alto salario que
conquistemos no nos privará de la miseria en algún "paro forzoso", en
enfermedad o en desgracias de familia. No podemos esperar que la clase
capitalista abone salarios cuando no haya trabajo, o cuando estemos enfermos.
Entonces, ¿por qué no hemos de ser previsores? ¿Acaso la previsión nos hará
postergar la realización de nuestros objetivos, basados en la abolición del
régimen del salario y en la socialización de los instrumentos de trabajo?
No. La conciencia que se
debilite ante una pequeña conquista no será competente para alcanzar la
finalidad. Al contrario, creo que mientras más satisfechos nos sintamos,
más preparados marcharemos a la labor final. El sufrimiento y la incertidumbre
abaten.
Para que un sindicato reúna más
rápidamente las fuerzas que necesita ha de establecer los siguientes servicios:
protección por enfermedad; protección por vejez e invalidez; protección en la
desocupación; fondos para huelgas.
Aparte de estos servicios
indispensables, que a la par que atraen a los trabajadores por lo inmediato y
lo útil de los beneficios, los unen y los preparan para las luchas futuras
aparte de esos servicios, todo sindicato ha de tener los fondos suficientes
para su indispensable administración, para la divulgación de sus principios,
para la propaganda necesaria a unir la totalidad de los obreros del gremio o
industria respectiva, y para la más importante de sus obras: la cultura, la
ilustración y la capacitación progresiva de todos sus individuos y sus
familias, inclusive.
Este indispensable programa de
labor no se puede realizar con la miserable cuota que se ha acostumbrado en los
sindicatos. La excusa que siempre se ha presentado, que es para facilitar el
ingreso de asociados, ya no tiene razón de ser, cuando vemos por experiencia que
la baja cuota no ha sido un medio de prosperidad de ningún sindicato. La cuota
debe estar, pues, en armonía con las necesidades que el sindicato debe llenar.
Mi opinión sería que la cuota
fuera siempre equivalente a "un día de salario" cada mes. De esta
manera la cotización será más justa y más llevadera. Cada vez que se conquiste
un aumento de salarios, junto al beneficio que signifique para el personal que
lo conquiste, será un beneficio que aumente el poder del sindicato. Este
temperamento significará también una fuerza impulsiva que obraría repartiendo
sus ventajas entre el sindicato y sus afiliados. Despertaría igual interés para
el mejoramiento del salario tanto al sindicato como a cada afiliado en
particular. Es una fuerza "psíquica" que nace y opera e incita a la
lucha altruista y aleja todo sentimiento mezquino.
Si la cuota se aporta a la caja
del sindicato, en justicia, en proporción a la capacidad económica de cada
cual, el sindicato debe responder en el reparto de los beneficios con igual
sentimiento de justicia.
A los desocupados, dos clases de
subsidios: uno cuando significa el salario más importante del hogar, el otro
cuando es un salario secundario. Si el desocupado representa el único salario
en su hogar, debe gozar del beneficio superior.
A los enfermos, en igualdad de
condiciones que los desocupados en cuanto a subsidio pero iguales todos en
cuanto se otorguen servicios médicos y farmacéuticos.
En las huelgas, el mismo
criterio.
En la obra cultural y educativa,
su acción ilimitada, puesto que allí obra más la naturaleza.
Nuestra moral debe proclamar
este principio: "A cada cual según sus necesidades".
Nadie podrá negar que en la
actualidad los más grandes y poderosos sindicatos son aquellos que han
conseguido desarrollarse conforme a estas condiciones, más o menos, que
llamamos a base múltiple.
Entonces, ciertos de que la
conciencia, aunque produzca mucha luz no produce combustible, encaminemos
nuestras actividades a lo que más positivamente reclaman las materiales
necesidades del momento.
Es natural, es lógico, que la
mayoría de los proletarios, debido al ambiente en que viven no pueden darse
cuenta de inmediato del valor de la asociación para fines de mejoramiento, y
debemos recurrir a los beneficios inmediatos y fáciles para despertar en ellos
ese interés y obtener entonces que su fuerza sirva a su mejoramiento inmediato
y a su redención completa.
No. No creo que debamos colocar
esos pensamientos como en una especie de medios de sugestión y atracción. Debe
ser en realidad un propósito de crear "servicios" que nadie mejor
puede atender que los mismos necesitados.
Y también poner en práctica
nuestros sentimientos de solidaridad de clase.
La fuerza reside bajo la
inmediata dirección del cerebro. Una sociedad superior supone un cerebro
superior. La actual sociedad la condenamos por mal organizada, puesto que da
malos frutos, ¿y pretendemos pedirle a los que con esa sociedad están conformes
que la organicen bien? Eso es un absurdo. Somos "nosotros" los que
debemos iniciar la organización de la sociedad humana, que supone una multitud
de servicios indispensables.
Cuando lleguemos a organizar y
hacer funcionar los sindicatos con casi la totalidad de los obreros de cada
industria, cuando la capacidad del sindicato se revele y se manifieste por sí
misma, entonces estará la capacidad colectiva del proletariado competente, y
avanzará en su vida verificando día por día verdaderos progresos.
Pero esa fuerza sindical no se
adquiere con obreros miserables de físico y de mentalidad; con cuotas ridículas
y con un número escaso de obreros de la industria respectiva.
Mientras permanezcamos indecisos
para crearnos una organización competente, mientras no podamos disponer del
dinero necesario a nuestros proyectos, las fuerzas que gastemos en querer hacer
funcionar un mecanismo incompleto sólo conseguirán agotarnos, o nos darán,
cuando más, pobres resultados.
Adoptemos resueltamente la
cotización más elevada posible —ojalá el sistema de dar un día de salario cada
mes—, y veremos que tras una buena administración ha de venir el progreso
respectivo.
IV
MOTIVOS DE LA AFILIACION
FORZOSA. EL VALOR DEL INDIVIDUO
El sindicato que cuente con
fuerzas capaces no debe tolerar que haya obreros no asociados, y, por lo tanto,
no debe permitirles trabajar si insisten en no asociarse.
Cualquiera que sea el título que
a esta "obligación" se le dé, así se califique de despotismo, tiranía
o infamia, no tendrá ninguna razón ni fuerza moral bastante ante los sanos
efectos, ante los eficaces buenos resultados que esa "tiranía" ha de
producir.
El obrero no asociado será
siempre un gran peligro para los obreros asociados. Será el candidato a
"carnero", a traidor en todo movimiento. Será, más que todo, el
parásito, el zángano que goce del aumento de salarios conquistado con riesgos
ajenos, a lo cual podrá renunciar en cualquier momento, poniendo en peligro de
bajar el salario ante cualquier engaño o halago del patrón. Si condenamos el
parasitismo burgués, debemos condenar el parasitismo obrero.
Cuando los obreros no asociados
estén en mayoría o en fuerte minoría en cualquier faena, no habrá ninguna
garantía para los asociados, que pueden ser expulsados o anulados por cualquier
medio para combatir al sindicato.
Nada vale una presunta
"libertad individual", un supuesto "yo" que carece de
capacidad para apreciar el valor de su personalidad como unidad y como factor
de la colectividad. Para que el "yo" o la "individualidad"
signifiquen valores, ha de haber una colectividad capaz de distinguirlos, y si
esos "yo" no se suman a lo colectivo, no se revisten de valor.
Cuando un obrero pertenece a un
sindicato que cuente con cien, con mil o con diez mil socios, ese
"yo" vale tanto como todos juntos. Si ese obrero se presenta ante el
patrón a hacer algún reclamo, el patrón tomará en cuenta de inmediato el número
que representa según la capacidad de la organización. Supongamos una ciudad que
tiene cien mil obreros organizados y federados. Un obrero asociado en un taller
cualquiera, valdría por toda la colectividad. Un obrero no asociado, que no
haya tras él ninguna solidaridad, no vale nada; luego ese "yo" es un
cero a la izquierda.
Pues si de alguna manera puede
aparecer el "individuo" poderoso, invencible, y que su "libertad
individual" sea digna, será cuando esté convertido en unidad de una
colectividad, que su individualidad junta a las otras hace
"todopoderosa". Y desde el momento en que, en verdad, nada pierde de
valor el individuo con asociarse para un fin que resulta común e indispensable
realizar, no hay razón para tolerar ese "estado de privilegio" disimulado
en que muchos quieren colocarse, no asociándose.
Si somos los menos capaces y los
que tenemos menos fuerzas para realizar nuestros ideales de justicia, mayor
razón para que usemos los medios que están a nuestro alcance cuando ellos no
son inmorales para alcanzar el fin propuesto.
No es justo que unos obreros
disfruten de un aumento de salarios u otras mejoras que no piden, o que aún se
oponen a ello quedándose en el trabajo; pero tampoco podemos tolerar, cuando
triunfamos, que "esos" se queden con el antiguo salario, porque
implica un serio peligro para nuestra conquista. Si compartimos con ellos
nuestra conquista, obtenida a precio de peligros y riesgos, ¿por qué no hemos
de "obligarles" a ser nuestros compañeros, a contribuir con nosotros
a robustecer nuestras fuerzas, si es también en beneficio de ellos mismos?
En tiempo de epidemia, nadie
tolera "un atacado" en medio de gente sana, porque es un evidente
peligro de contagio y de muerte para muchos.
Es el mismo caso, pero con un
peligro mayor todavía, porque la enfermedad de la miseria significa una agonía
dolorosa y prolongada.
El obrero refractario a
asociarse es un "pestoso" que lleva gérmenes activos capaces de dañar
todo lo bueno que puedan hacer los demás. Es deber "sanarlo"
conquistándolo, y si no quiere, es deber "aislarlo" con el saludable
boicot, no permitiéndole trabajar al lado de individuos que le apreciarían,
pero que él no quiere apreciar.
Podrá parecer doloroso el
remedio; pero es más doloroso no poder progresar a causa de esas rémoras, que
pueden desaparecer con un poco de voluntad de nuestra parte, y aun convertirse
en elementos útiles.
Los obreros asociados que
toleran que a su lado trabajen obreros no asociados, cualquiera que sea el
pretexto que aduzcan, conservarán a su lado fuerzas capaces de anularlos y de
impedirles su progreso y el progreso del sindicato. Significará hasta un
suicidio voluntario. Es el peligro permanente. Es la conspiración constante en
favor del malestar. ¿Por qué no nos libramos de este peligro evidente?
Presumimos respetar la libertad
ajena de aquellos que conspiran contra nuestra libertad, que va unida al
bienestar. ¡Qué lamentables son nuestros errores!
Se nos pide respetar una
"voluntad" individual que, por la conducta que asume, es un elemento,
en el mejor de los casos, "conservador" de las formas de la
explotación y de la opresión dominante de todos los males.
Igual que no nos dejaríamos
asesinar voluntariamente y desviaríamos la mano del que pretendiera quitarnos
la vida, igual no debemos permitir, pudiendo, que se prolongue nuestra hambre y
la satisfacción de todos nuestros deseos, y debemos anular las fuerzas que nos
sujetan al hambre, y debemos desviar la mano que mide la ración de vida
sosteniendo un mal salario.
En toda la lucha que se encare,
de hoy en adelante, debe ir esta cláusula indispensable, ya adoptada por
algunos gremios: "en ninguna época se admitirá en el trabajo obreros no
asociados o que no estén al corriente en el pago de sus cuotas".
Si el sindicato es la única
fuerza "todopoderosa", la única capaz de mantener las conquistas y de
obtener otras, de suyo aparece necesario no solo cuidar que sus fuerzas morales
y materiales, dentro y fuera, se mantengan y se alimenten, sino que es deber
velar por que progresen y por anular todas las fuerzas que luchen contra él.
Si obligar a un obrero a
asociarse es hacerle un bien que no comprende, no debemos vacilar en ejercer
esa presión, por elegante que parezca el sofisma que venga a defender una
"libertad individual" representada en un "carnero" o en un
ignorante.
Si hemos de aplicar con todo
rigor la fuerza al poderoso para que no usurpe con tanta ferocidad nuestro
bienestar, con el mismo criterio debemos aplicar esa misma fuerza al débil que,
por servilismo, va a robustecer la fuerza del poderoso en contra del sindicato,
que es su salvación y el guía de su grandeza futura.
El mayor número de asociados
produce mayor valor moral agregado al material que significa la asociación, y
hace invencible al sindicato. Ante esa fuerza moral y material, la clase capitalista
no se atreve a luchar, y accede a sus peticiones.
Estas afirmaciones no pueden ser
negadas, ni su exactitud ponerse en duda.
La grandeza, redentora del
sindicato no puede tener por base "la tolerancia", sino "la
voluntad inexorable" de nuestra conciencia y de nuestra moral para
producir el bien común.
Y mientras vacilemos en adoptar
estas necesarias medidas, el explotador y el "carnero" nos llevarán
la superioridad funesta a nuestros nobles fines.
V
LAS MUJERES Y LOS NIÑOS
El sindicato, aunque estuviere,
por la condición de su industria o profesión, destinado a ser puramente
masculino, debe crear un concepto respecto a las mujeres y los niños. Mientras
subsista el sistema de producción capitalista, tendremos en nuestras mujeres y
niños el peligro de la competencia en los salarios.
Es a la mujer y al hijo del
obrero que la clase capitalista arrastra a servirle de instrumento para
arruinar el salario de los jefes de hogares. Son la mujer y los hijos del
obrero quienes llegan a fábricas y talleres a reemplazar a sus propios maridos
y padres por salarios más bajos, arrojando a la calle a los obreros con
salarios más altos. Se arroja a la calle a obreros competentes que han
alcanzado el mejor salario, con pretexto de crisis u otras circunstancias y se
van reemplazando con aprendices y con mujeres que se conforman con salarios
ridículos.
Ese es el sistema capitalista.
El sindicato se constituye y se
desarrolla para combatir ese sistema. No puede, pues, prescindir de contemplar
y de resolver lo relativo a la presencia de las mujeres y de los niños.
Necesita, entonces, establecer
declaraciones concretas: el número y condiciones de los niños de ambos sexos en
los talleres o fábricas limitado a las condiciones que el sindicato estime
aceptable, y el trabajo de las mujeres regido en las mismas condiciones que el
de los hombres.
Aparte de las condiciones
reglamentarias que establezca el sindicato, la labor educativa a este respecto
debe ser preponderante, para extender a toda la masa obrera los conceptos que
al respecto deben dominar, que resulten en la práctica benéficos a los caros
intereses del proletariado.
Un obrero, que aunque gane un
mal salario, podría someterse a vivir de ese solo salario con su esposa, hoy
arrastrado por su ignorancia que le abulta más su necesidad, estimula a su
compañera a que busque trabajo, y a sus hijos, cuando los tiene y están en
edad. El obrero que así obra no se da cuenta del mal que se hace a sí mismo.
El sindicato, que resultará el
foco irradiador de experiencias, de enseñanzas y de sabias conclusiones debe
concretar los conceptos a esta claridad:
Una de las más grandes
conveniencias del obrero, mientras toleremos este régimen capitalista, consiste
en que se disminuya el número de brazos de que pueda disponer la clase
capitalista. Es sencillo el problema: a abundancia de brazos, baratura del
salario; a escasez de brazos, elevación del salario.
El obrero no puede dudar de esta
verdad. El sindicato, de una inteligencia superior que el individuo, debe
desarrollar el conocimiento de esos valores, y conjuntamente con todas las
acciones que el sindicato desarrolle, puede extenderse este concepto:
"sólo deben trabajar las mujeres y los niños en cuyas familias no se
disponga de otro recurso para vivir".
Si el obrero acosado por el mal
salario ve empeorarse su situación porque merma el salario de las mujeres y
niños que de su familia trabajan y se someten a esta táctica, no tardará en
palpar los efectos de la disminución de brazos en las industrias y entonces
será la ocasión del cambio de nivel de la balanza económica del obrero.
Entre todos los medios a que
debe recurrir el sindicato, éste no carecerá de importancia para acelerar el
desquiciamiento de la torpe estructura de la sociedad capitalista.
La mujer de un hogar, si es
juiciosa, tendrá siempre en qué ocuparse en su casa y tiempo para perfeccionar
su mentalidad, su moral y su cultura.
En nuestros medios obreros es
una fatal rutina que la mujer que no vende su fuerza de trabajo, pasa horas y
horas en la ociosidad.
Cuando el sindicato comprenda
mejor su misión y pueda apreciar que con la capacitación creciente de toda la
familia obrera, especialmente de la mujer y del niño, recibe también parte de
su futura fuerza para la "socialización", entonces el sindicato
atraerá a las mujeres y niños en sus horas de ociosidad a llenar las
bibliotecas para arrancar de ellas la sabiduría que falta en tanto cerebro.
El sindicato que comprenda estos
valores, no podrá apartar de su vida rutinaria la costumbre de propagar
educación e ilustración que fomente la perfección de la vida doméstica, que
eleve la capacidad de la mujer y del niño que forman el hogar de sus asociados.
Es preciso que el sindicato
amplíe sus horizontes de acción, porque si su misión es contribuir a
transformar el régimen estúpido en que vivimos, no puede reducir su acción a la
grosera lucha del presente, y el reemplazo de un régimen por otro presume la
capacitación del elemento que ha de conducir los pasos del nuevo régimen.
El número de las mujeres y de
los niños de las familias de los trabajadores supone una población mucho más
numerosa que el total de obreros.
Una ciudad que cuente con cien
mil obreros, supone por lo menos trescientas mil personas entre esos obreros.
Si esos cien mil obreros pretendiesen una acción transformadora, ¿qué concurso
moral e intelectual "consciente" aportarían sus familias? ¿Estima el
sindicato secundario ese aporte y esa preparación? Sería un gravísimo error.
Que la incompetencia moral e
intelectual de la mujer obrera es una realidad bochornosa lo prueba el hecho
brutal del ridículo salario que merece su trabajo, del aterrador desarrollo de
la prostitución y de la nulidad que en general representa en el concierto de la
organización obrera.
Si se ha luchado y se lucha
formidablemente para que el obrero comprenda el valor de la organización y de
la capacitación intelectual y moral, esa lucha debe comprender, aunque requiera
mayores esfuerzos, debe comprender, decimos, la necesidad de atraer y de
interesar a las mujeres y a los niños en la labor de la "alimentación y
robustecimiento de la acción sindical, cada vez más perfecta y más
completa", en el sentido de que esas fuerzas femeninas e infantiles,
robustecidas por la conciencia, se sumen a las nuestras para la labor presente
y para la labor futura.
Si el ridículo salario de la
mujer y la criminal explotación del niño, que derrumba el salario del obrero,
son causas fundamentales que todo sindicato debe contemplar y atender, por
razones de defensa de los medios materiales de vida, hay que convenir que
aunque no existiera ese pavoroso fenómeno, no es menos fundamental para el
sindicato, en cuanto es "fuerza directora de la sociedad futura",
incluir en la esfera de sus actividades la personalidad de la mujer y del niño
en cuanto se refiere a la expansión de los medios morales que deben fortalecer
la vida futura.
Si en el desarrollo de la vida
del futuro, que auspicia y prepara la organización obrera y socialista, no va
al lado de la intrépida inteligencia del hombre el sentimiento tierno, sublime
e inteligente de la mujer y la viva precocidad de la infancia, esa sociedad
futura que decimos preparar no nos daría la nueva modalidad de la vida en que
soñamos.
Para que todos esos elementos
entren en la "combustión" de la vida futura, es indispensable que su
iniciación proceda en el momento del desarrollo de las fuerzas obreras en todas
sus formas, pero especialmente en el sindicato.
Mientras las mujeres y los niños
continúen indiferentes, alejados, prejuiciados y divorciados del sindicato, no
es exagerado afirmar que "constituirán" fuerzas contra el sindicato,
alimentadas por la ignorancia, por la dispersión en que viven y por la
"habilidad" religiosa que hasta ellos llegue.
Pero si el sindicato, y todo
organismo obrero, socialista, cultural, "acerca" a su seno todo ese
elemento, que es carne y sangre obrera, que es vida martirizada, resultará todo
ese elemento nueva fuerza confortante, alimentadora del sindicato, y éste con
su capacidad moral y material así robustecida estará más dignamente habilitado
para afrontar su delicada misión bajo una responsabilidad más superior.
VI
LA CUESTION RELIGIOSA EN EL
SINDICATO
Conviene estudiar este punto de
vista que siempre los sindicatos eluden afrontar, en la esperanza de que
eludiendo estudiar esas cuestiones, la clase obrera puede unirse en mejores
condiciones.
No nos preocupemos de cuestiones
políticas ni religiosas, decimos, dentro de los sindicatos, para que, a nuestra
organización vengan todos los obreros sin distinción de ideas; y, dicho sea de
paso, quizá poco han crecido los sindicatos con esa previsora medida.
Nos guía un propósito económico
y social, que puede considerarse fuera de los asuntos políticos y religiosos, y
por eso debemos concretar todas nuestras actividades al "objetivo
primordial", y si se puede nos ocuparemos secundariamente de aquellos
asuntos que son de conciencia. Así nos explicamos las cosas, y así hasta la
fecha hemos razonado y nos hemos conformado.
Aclaremos la situación:
Queremos nuestra prosperidad
económica y social. Restringidas nuestras aspiraciones y nuestras necesidades
urgentes a la mínima expresión encontramos siempre que lo menos que queramos
afecta y hiere los actuales intereses de la clase capitalista, la que tiene
como principales factores de defensa el "arma política" y el
"arma religiosa". Con el arma política crea las leyes y las fuerzas
para defender sus privilegios, para amparar su obra explotadora del trabajo,
para garantizar la perpetuidad o continuación de su actual modo de obtener
rentas ilimitadas. Con el arma religiosa somete las rebeldías que se sublevan
ante el dolor, apacigua las ansias de justicia, sugestiona haciendo creer a
muchos en la vida del alma, y les hace concebir esperanzas de una felicidad
eterna póstuma, si aquí y ahora se resigna a sufrir con paciencia.
La clase capitalista utiliza las
fuerzas religiosas y políticas para defender sus privilegios y para
"prever" y evitar el desarrollo de las fuerzas reivindicadoras de la
justicia y de la moral.
Es evidente que nuestra
abstención o nuestra despreocupación sobre las cuestiones políticas y
religiosas obra en perjuicio de la misma acción que pretendemos realizar en pro
del bienestar proletario.
Si podemos comprobar que la
acción religiosa nos ataca directa y activamente y debilita la acción y el
desarrollo del sindicato, aun cuando éste sea riguroso en no preocuparse en
asuntos religiosos, y si podemos convencernos de que la acción religiosa impide
que venga al sindicato un buen número de obreros y obreras, no hay razón que
deba atemorizarnos para afrontar el examen de los asuntos religiosos, por medio
de conferencias, manifiestos y otros procedimientos cultos, a fin de ilustrar
permanentemente la mentalidad proletaria.
Consideremos el problema desde
un punto de vista más positivo: supongamos que las fuerzas religiosas existentes
equivalen a la cifra 90 y que las fuerzas obreras equivalen a 10. La posición
arbitraria de la cifra nos revela una diferencia enorme. Sin embargo, la
realidad es todavía más monstruosa. Los obreros juiciosos podrán calcularla más
exactamente para los fines de la actividad que debemos desarrollar.
Bien: la cifra 10, naciente,
tierna e inconsistente, aparece muy débil ante la cifra 90, vieja y formidable,
rica y poderosa. Es cierto que la cifra 10 representa la verdad, la moral y la
justicia. Que la cifra 90 es lo innoble, es un error, es un despotismo, es la
ruina de la raza humana, eso lo sabemos nosotros. Ellos engañan al mundo
diciendo y afirmando que son la verdad, la moral y la justicia. Como son más,
todavía, como disponen en su proporción de limitados recursos, influyen sobre
mucho mayor número que nosotros.
Si nuestro naciente poder,
aunque tenga toda la razón y posea toda la verdad, no aboca los problemas como
debe abocarlos, su desarrollo se atrofia de verdad, aunque algunas apariencias
brillosas nos engañen.
Si un obrero (como pueden ser
muchos) lucha dentro del sindicato para disminuir los efectos de la explotación
que sufre, y aporta lo que supone todo su concurso para engrandecer la
capacidad del sindicato que está destinada a "disminuir", primero, y
a "extinguir", después, la explotación de que somos víctimas, ¿qué
resultará, si a la vez que da este concurso al sindicato, también lo da a la
religión, sosteniendo con su presencia y con sus ideas las fuerzas religiosas
que defienden el sistema que produce de hecho la explotación?
Veamos más claro:
Dedicamos 10 horas a construir
nuestra obra y 90 horas a conservar las fuerzas que nos destruyen.
Este es el caso, sin simulación
sofística, ni nada que no sea exacto.
Es forzoso hacer estudiar a todo
obrero que ingrese al sindicato lo que significa el "poder religioso"
en la vida humana.
De nada sirve que los
predicadores de todas las religiones anuncien el infierno para los
explotadores, que condenen la explotación y aún que organicen a los obreros
para que se defiendan aparentemente de la explotación, basados en una simple
aspiración a mejorar un poco el salario.
De nada sirve que los
predicadores religiosos griten y protesten contra la explotación. Resulta hasta
una sangrienta burla esa actitud contra nuestros respetables anhelos y derechos
para vivir bien; de nada sirve, decimos, toda esa actitud cómica y cínica de
los religiosos, si la labor no va a suprimir "las causas" que
producen la explotación y la opresión.
Mientras las religiones no
propongan y procuren llevar a la práctica la abolición del régimen del salario
y la socialización de los instrumentos de producción, toda declamación será
palabrerío destinado a mantener y prolongar el estado de incertidumbre que
existe en la masa trabajadora.
Y de esta comedia indigna no
debemos hacernos cómplices ni con el silencio ni con la tolerancia.
El obrero que de buena fe
ingrese al sindicato para destruir las causas que producen la explotación, si
de buena fe también continúa de una manera u otra, o dentro de una supuesta
tolerancia, sosteniendo ideas religiosas, aunque sólo sea en silencio, ese
obrero dará, como hemos dicho antes, 10 partes de sus fuerzas para mejorar su
situación, y dará 90 partes de sus fuerzas para mantener las fuerzas que se
oponen a su mejoramiento.
No nos engañemos. Mientras damos
a la naciente fuerza del sindicato, sin raíces todavía, todos nuestros
entusiasmos y abnegación y a la vez postergamos el examen de las fuerzas
religiosas, arraigadas por su vieja existencia, para revelar que ellas son
fuerzas retardatarias del bienestar; mientras así obremos, engañados de buena
fe, nuestra labor resultará poco fructífera de toda verdad.
Nuestro deber es facilitar a los
obreros y sus familias elementos de juicio para que puedan apreciar el estado
exacto de la sociedad actual; para que puedan ver que las religiones, por todas
partes y con todos los medios nos inducen a "conformarnos" con el
actual estado de cosas, lo que significa sufrir desde la cuna hasta el
sepulcro. Es preciso demostrar que las "fuerzas" de las religiones
son formidablemente poderosas, desde todo punto de vista, así en riquezas como
en influencias y poder.
La más formidable campaña en su
contra aun no consigue mellar su poderosa coraza.
Esta es una verdad que debemos
comprobar para saber dirigir nuestra conducta futura y no detenernos en hablar
la verdad, porque todas nuestras debilidades significarán robustecimiento para
esa clase de enemigos.
Muy hermoso nos parece cuando
vemos que el sindicato conquista algunas victorias, que al fin y al cabo, las
más grandes obtenidas hasta la fecha no han destruido todavía el feroz yugo del
salario ni el alto precio de la vida. Y nos ilusionamos con estas pequeñas
victorias
Mientras tanto, las fuerzas que
sostienen el yugo del salario y la carestía de la vida, fuerzas arraigadas por
la existencia de muchos siglos, continúan intactas, competentes para obtener
que resulten ilusorios todos nuestros supuestos éxitos. Esto es lo exacto.
Acomodarnos el yugo a nuevas
formas, ilusionarnos de que nos molesta menos, será todo lo que se quiera, pero
no será librarnos de su peso.
La sugestión religiosa es, en
verdad, monstruosamente poderosa, todavía invulnerable; pero también tenemos
que convencernos de que el más grande de los poderes puede destrozarse en un
instante.
Una montaña de granito secular y
majestuosa, difícil de destruir con herramientas o máquinas, que requeriría,
además, mucho tiempo, podrá volar en un instante convertida en fragmentos con
unos cuantos quintales de pólvora y dinamita y con un solo fulminante.
No hay ningún explosivo más
poderoso que las irradiaciones más perfectas del cerebro. Si las religiones
están empeñadas en mantener la atrofia del cerebro de la humanidad, nuestro
deber es "desatrofiarle", llevándole elementos de luz en mayor
proporción que las tinieblas de que le rodean las religiones, y sólo así podrán
estallar, convirtiendo en polvo todos los errores.
Para este punto de vista clara
está la acción que debe desarrollar todo sindicato: ¡amplia ilustración y
acción inteligente!
VII
LA CUESTION POLITICA EN EL
SINDICATO
Es indispensable abordar lo que
se llama "la cuestión política" en el seno de los sindicatos, para
orientar la conducta de los trabajadores. No hablar de política, no tocar este
tema, calificarlo de inmundo y no abordar su examen, es sencillamente un
proceder poco juicioso y que nos perjudica.
La permanente declaración de los
sindicatos para no preocuparse de asuntos políticos, la que declara que al
sindicato deben venir los obreros a defender sus intereses económicos, sin
diferencia de ideas políticas, quiere decir claramente que cada obrero,
conservando sus afecciones políticas a los partidos de la clase burguesa y
capitalista o sin rumbos al respecto, se refugia en el sindicato sólo para
"mejorar" sus condiciones económicas. Todo esto es el más grave de
los errores.
Si comparamos la situación de
cualquier partido burgués con la situación de los sindicatos, fácilmente vemos
la diferencia, muy a pesar nuestro; pues los partidos burgueses, por el hecho
de ser tradicionales primero, apoyados por la clase rica que los forma y por el
gobierno después, con prensa y literatura abundante para sugestionar y engañar,
con poder corruptor en dinero y empleos para alimentar las esperanzas de los
fracasados, veremos, pues, que los partidos burgueses incuestionablemente son
un poder y una fuerza que podríamos, aunque sea arbitrariamente, avaluar en 90
contra un valor de 10 que atribuyamos a nuestras fuerzas, como lo hemos
señalado en el capítulo anterior.
La fuerza nuestra recién nace,
es tierna, desconocida; la fuerza de los burgueses es vieja, arraigada, añosa,
de influencia extendida.
Todo esto es útil examinarlo, es
necesario a nuestros intereses.
¿Qué clase constituyen,
representan y qué intereses defienden y hacen prosperar los partidos burgueses?
Sencillamente dicho: son la
clase patronal, capitalista, y por lo tanto sólo defienden y hacen prosperar
sus intereses de clase rica, que en esa forma significa oprimir y explotar a
obreros y empleados de ambos sexos.
Pues bien; si ningún obrero
juicioso en el sindicato ignora esta situación, ¿puede callarse la boca cuando
ingresa al seno del sindicato un obrero que a la vez que viene a luchar para
defenderse de la explotación capitalista, se declara antipolítico o permanece
afiliado, o da su voto o su opinión favorable a los partidos amparadores de esa
explotación capitalista?
Es el caso que hemos dicho:
cuando un obrero, a la vez, quiere contribuir al progreso del sindicato y
sostiene al partido político de sus supuestas ideas políticas, o sostiene su
abstención, es lo mismo que si dedicase 10 horas para ayudar a construir la
fuerza obrera y 90 horas a construir o dejar mantenerse la fuerza política de
la clase capitalista, que por sus hechos, por sus costumbres es una fuerza absorbedora,
que se opone al desarrollo de la fuerza obrera y trata de anularla.
Y este error o este anacronismo
no es posible mirarlo con indiferencia y callarlo a pretexto de tolerancia o
respeto por las ideas de cada cual.
Desde que la existencia de la
acción "política" determina el encarecimiento y condiciones de la
vida y la restricción de iniciativas, actividades y libertades, no puede ser,
por hoy, la política un asunto que no interese a la clase obrera y proletaria
organizada.
Desde que toda la vida económica,
así el salario, el costo de la vida económica, impuestos, resultan establecidos
por las fuerzas políticas, al sabor de la clase patronal, no puede ser la
cuestión política un asunto indiferente para el sindicato.
Existen ya sindicatos que han
estampado en sus estatutos esta declaración: "Es obligación de todo
afiliado negar su voto político a candidatos de la clase capitalista".
Esto ya no debe ser temido. La experiencia nos prueba que quizá más del 95 por
ciento de los que ingresan al sindicato, no traen ideas arraigadas ni
compromisos de carácter religioso o político.
Es un hecho que el obrero
religioso y partidario político de cualquier partido burgués y tradicional,
rehuye venir al sindicato y hasta es su enemigo preferido.
Entonces hay un motivo serio
para que el sindicato contenga una declaración precisa que instruya a cada
afiliado en lo que significa servir directa o indirectamente los intereses de
cualquier partido político de la clase capitalista.
Aun más, es necesario que el
sindicato, por todos los medios de que disponga, instruya permanentemente a sus
afiliados acerca del grave peligro que significa la organización política de la
clase capitalista, y esta clase de instrucción traspasando los límites del
sindicato penetrará en todos los campos de la vida obrera, y es seguro que dará
felices resultados.
Es claro que un obrero al
reconocer la necesidad de fortalecer la fuerza del sindicato, es que se ha
convencido de que para el mejoramiento de sus condiciones de vida no tiene otro
recurso, porque la clase capitalista no otorga espontáneamente ningún
mejoramiento.
Pero la ingenuidad es muy
poderosa todavía. Se supone que la cuestión política es una cosa sin relaciones
con la cuestión económica que afecta la vida obrera, y un gran número de obreros
no ha podido convencerse todavía de que toda la "cuestión política"
de la clase capitalista es un instrumento de doble acción: hace el efecto de
embriaguez, apareciendo en forma de esperanzas e ilusiones, que entretienen a
los pueblos; y resulta, la cuestión política, eficazmente el mejor instrumento
que garantiza a la clase capitalista "solamente" la libertad de
acción para aprovecharse de situaciones privilegiadas que le permitan
enriquecerse rápida y grandemente, a costa de la inicua, de la infamemente
imponderable rapaz explotación del trabajo, y por medio de las muchas leyes
protectoras que en beneficio de ella se dicta.
Ya vemos, pues, por los hechos y
la experiencia, que el "poder político", que la "cuestión
política", es el factor que permite la agonía económica y la esclavización
de la clase obrera contra el exceso de riqueza y libertad de la clase
enriquecida con esos procedimientos.
El socialista que en el seno del
sindicato se abstiene de dar a conocer la ventaja de su táctica, ¿revela tener
confianza en ella? ¿es leal con su doctrina cuando calla?
He ahí las razones
preponderantes porque estimamos que la acción política no solamente debe ser un
factor de estudio y de preocupación para el sindicato, sino que estimamos
todavía que el sindicato mismo debe ser de hecho una fuerza política de clase
—como forzosamente han tenido que llegar a resolverlo los sindicatos ingleses y
norteamericanos— y que no pudiendo su programa ser fundamentalmente diferente
del programa socialista en cuanto significa la abolición del sistema
capitalista de producción, es un hecho que cada sindicato, al constituirse una
política, y para obtener el mejor rendimiento de esa fuerza, vendría a resultar
evidentemente una sección del Partido Socialista. Es verdad que el "prejuicio"
hace que los obreros repitan lo que dicen los voceros del capital:
"aquí" no es aplicable lo que se hace "allá" por patente
que sean sus buenos resultados. (¿?).
Es éste el punto de vista más
amplio que nos...
...reservas del capital",
pone en peligro las conquistas que haya realizado el sindicato.
Habría dos medios esenciales que
poner en práctica: no trabajar horas extraordinarias; disminuir la jornada de
trabajo.
Debemos reconocer que, aunque el
desarrollo de las industrias y de las necesidades de las poblaciones aumente
las necesidades de la producción, no es
NOTA.- Faltan en el libra
original, por haberse extraviado, las páginas relativas a la terminación de
este capítulo y al comienzo del capítulo VIII, cuyo título, por el mismo motivo, no podemos
consignar.
menos exacto y cierto que el
progreso técnico va quizás más rápido y disminuye la necesidad de brazos,
exigiendo menos esfuerzo con el empleo de la maquinaria, lo cual quiere
aprovechar la clase capitalista para pagar los más bajos salarios posibles.
¿Quién podrá garantizarnos que
el progreso de la maquinaria, la inteligencia de la técnica y la avaricia e
inmoralidad de la clase capitalista lleguen un momento a ocupar en todas las
faenas sólo brazos de niños y jóvenes de ambos sexos, y pretextando la
simplicidad de las funciones y la comodidad del trabajo, abone salarios
ridículos y pequeñísimos para realizar fabulosas utilidades? ¿Es esto
imposible? ¿No está ya en principios?
Como no es solamente el
perfeccionamiento de la maquinaria lo que disminuye la necesidad de brazos,
sino que también lo produce la mayor inteligencia aportada a la organización de
trabajo, nos obliga a no perder de vista este factor, que, si debemos aceptarlo
como un progreso que por un lado evita gastos de energía al obrero y por otro
puede abaratar el producto, no deja de ser por eso un peligro de hambre cuando
produce economías de brazos.
Como esta circunstancia es un
peligro que aumenta, es un deber de todos los sindicatos "prever" a
tiempo y preparar la mentalidad de la clase trabajadora para la adopción de
medidas conducentes a conjurar el peligro.
La desocupación
"normal" podrá no afectar seriamente las condiciones conquistadas por
la clase trabajadora; pero, en cambio, la dificulta en sus progresos por
adquirir. A todo grupo de obreros que siempre necesita mejorar su salario o el
horario, si se trata de un grupo juicioso, le será preciso meditar, antes de
pensar en una huelga, acerca del número de desocupados que en ese ramo pueda
haber; así los asociados, como los no asociados, para lo cual, esto lo revela,
se precisa que el sindicato esté bien informado.
Si el número de desocupados no
asociados es importante, mientras esa desocupación subsista, al gremio le será
difícil pretender mejoras. Y cuando se trata de gremios que no requieren mayor
suma de experiencia o de conocimientos técnicos, el peligro reviste mayor
gravedad.
Si no se tienen en cuenta todas
estas circunstancias, no se revelará la inteligencia y capacidad que debe
poseer el proletariado organizado, dispuesto a finalizar esta odiosa lucha, hoy
permanente, por la abolición de la esclavitud del salario, que deforma y hace
monstruosa las condiciones de la vida humana, y, si se quiere, inferiores a la
vida animal y vegetal.
Será difícil exigir
"moral" a los desocupados no asociados, pues cuando la miseria colma
su exigencia, el desocupado vende su fuerza por cualquier precio, cooperando
así a la desorganización o debilitamiento del sindicato. Ya ésta es todavía una
razón más para oponer en favor de la idea de que todo sindicato debe exigir a
los obreros asociarse, so pena de boicotearlos, puesto que para el obrero
asociado será menos crítica la desocupación y menos peligrosa para todos, por
cuanto tiene un subsidio seguro y además una conciencia mejor preparada.
Si la clase capitalista se
muestra insaciable para adquirir riquezas, para rodearse de todas las
comodidades que ofrece el progreso, y su riqueza no tiene otra base que la
explotación de la masa desposeída, la clase capitalista extremará sus esfuerzos
para que el desarrollo de la maquinaria le libre y le economice la mayor
cantidad de salarios.
Tenemos, por lo tanto,
permanente el peligro de aumento de desocupados, que es nuestro deber prever.
Esto se nos presenta mirando las cosas desde el punto de vista normal, sin
tomar en cuenta las crisis periódicas, que significan para los sindicatos y
para la moral obrera períodos de vacilaciones peligrosas.
Si por una parte la clase capitalista
encuentra "lícito" recurrir a todos los medios para asegurar el
crecimiento de sus rentas, ¿no es igualmente lícito que la clase productora,
eternamente hambreada, recurra a medidas previsoras que eviten el diezmo
permanente que pagamos?
Bien, pues. Por el momento no
aparecen medidas más fáciles y más inmediatas que las dos indicadas:
No aceptar trabajos fuera de
horario, y reducir la jornada de trabajo a menos de ocho horas diarias.
Estas medidas, unidas al resto
de la labor que corresponde realizar al sindicato, le permitirán conservar y
acrecentar sus fuerzas y prepararlas para acercarse a la "socialización de
los instrumentos de trabajo", que deberá ir precedida de una serie de
medidas preventivas, como ser: la intervención del sindicato en la
administración de la industria, para evitar derroches que graven
el salario.
Todo el que mire con serenidad
el problema de la desocupación, comprenderá que, sin ser pavoroso, no deja de
constituir un grave peligro del cual no debemos desentendernos si tenemos
conciencia de las necesidades de nuestro presente y del porvenir.
Ya que nada noble no[s] es
permitido esperar de la estructura capitalista imperante, de cuya forma y
acción nadie es responsable, por ser una condición del desarrollo humano, se
nos hace preciso, cuando hemos llegado a adquirir por nuestra parte tan nobles
conceptos de lo que puede ser la vida, que inclinemos los esfuerzos de nuestros
pensamientos en el sindicato para no retardar la adopción de medidas previsoras
en favor de nuestro bienestar.
Aparte de las dos medidas
señaladas, para evitar la desocupación, habría todavía otra, también de
bastante importancia: la de reglamentar la admisión de aprendices, sujetándola
a algunas de las siguientes condiciones:
Ningún menor de 16 años,
analfabeto, que tenga padre o hermanos mayores aptos para trabajar, debe ser
admitido.
Si bien es cierto que las
pequeñas rentas que estos menores pueden producir, sean muy necesarias en
algunos hogares, y su privación signifique hasta un daño, nuestro deber es ver
bien claras las verdaderas conveniencias del proletariado.
Más falta hace el salario de los
adultos que el de los niños. Cuestión indiscutible.
La industria capitalista, cada
día más astuta, reemplaza un salario de 5 pesos con dos o tres niños o niñas a
un peso cada uno, o menos.
Va a trabajar el niño por un
peso y queda sin trabajo el padre por 5 pesos.
Examinado bien el problema,
resulta claro.
El mal de la desocupación tiene
remedio. Pero no puede prepararse ese remedio, de magnífica utilidad para el
proletariado todo, sino bajo el esfuerzo de la perfección orgánica del
sindicato.
Aparte de lo dicho, también
podemos insinuar que a medida que la maquinaria y la técnica eliminen brazos,
dejándolos ociosos y entregados al hambre, también, decimos, sería justo que en
la disminución de horarios de trabajo sea afectado más el trabajo a máquina.
Por ejemplo: trabajadores de
máquinas trabajarán una hora menos que los otros.
Así no estorbamos el progreso,
pero tampoco nos hacemos víctimas de él.
Un justo principio de
solidaridad, mientras dure el régimen actual, debe impulsarnos a
"garantizar" en mejores condiciones la situación de los desocupados.
Si exigimos del desocupado, a cambio de un pequeño subsidio, que sea solidario
a nuestros propósitos y que no vaya a empeorar el salario, es justo que al
exigirle esa solidaridad, le demos también nuestra solidaridad.
El sindicato con todos sus
afiliados debe estudiar y resolver los medios a emplear para evitar el peligro
de la desocupación. Así también el sindicato debe tomar medidas para que
siempre falten brazos que determinen su mejor precio.
¿Se preocupan inteligentemente
de esto los sindicatos? Es lastimoso verles perder el tiempo en asuntos nimios,
postergando los que revisten valores efectivos. Pero es de confiar que entren a
la labor inteligente.
Hacer que todos los obreros y
obreras puedan ver claro cómo la buena dirección de sus fuerzas puede darles el
bienestar, es la misión de los constituyentes del sindicato.
IX
LA ESCLAVITUD DEL SALARIO Y SU
ABOLICION
Nada es más angustioso que tener
una ración siempre más pequeña y determinada para atender a las necesidades
indispensables de la vida, y más angustioso todavía cuando para todos los
trabajadores y demás asalariados de ambos sexos esa ración es insegura y
cualquier día nos falta.
El proletariado, obligado por su
situación a inclinar la cabeza sobre el trabajo esclavizador y brutal, no ha
podido pensar ni razonar acerca de lo que significa la esclavitud del
salario, y mucho menos piensa cómo podrá librarse de esa esclavitud. Por
esto es que el sindicato tiene el deber de explicarlo claramente para que la
mentalidad de la masa asalariada y trabajadora y sus familias vaya penetrando y
haciendo conciencia de lo que significa depender de un salario, vivir a la
espera de lo que quieran dar por su trabajo y cuando le quieran dar.
Debemos demostrar cómo este
sistema de salario es la forma más criminal ideada y puesta en práctica con los
horribles resultados que conocemos.
El salario es el permiso que se
nos da para vivir.
No cabe nada más inmoral ni
anormal que esta condición. ¡Y sin embargo, la soportamos!
El salario nos mide la condición
y la calidad de vida que podemos disfrutar, bajo la advertencia de que ese
salario no es seguro, pues el día que el patrón quiera, no nos da trabajo y
tampoco salario.
Si la materia y la naturaleza
"nos dan" una vida, es porque, esa materia, por su propio modo de
ser, ha puesto al alcance de "nuestra" acción los medios para
alimentarla, conservarla y, más que todo, perfeccionarla, pues no concebimos la
razón de ser de la vida sino bajo la misión de perfeccionarse. Siendo esto
indiscutible, porque es una verdad que a poco examen se comprueba,
"nadie", absolutamente "nadie", tiene derecho para
obligarnos a buscar un salario para poder vivir, con la agravante de que aun no
tenemos el derecho nosotros de fijar la cantidad del salario que necesitamos,
sino que de antemano se nos fija al capricho del que se ha hecho dueño del
trabajo, a causa de la ignorancia del pasado y del presente.
Una familia que disponga de 80
pesos, o menos, debe trazarse un método de vida de acuerdo con esa cantidad; si
dispone de 100; si dispone de 200; si dispone de 400, o más, en los cuatro
casos presentados pasa lo mismo. Vivirá mejor con 400 que con 80, no cabe duda,
pero siempre los 400 serán una medida estrecha, expuesta, insegura, que
no deja de constituir una cruel esclavitud y una angustiosa incertidumbre.
Hoy se ofrece 30 o 50 centavos
por 10 o 12 horas de trabajo al día a una niña o a una mujer, lo mismo da, sea
en trabajar al día o por pieza; no sale de ese promedio. La prostitución ofrece
una situación más ventajosa: casa, comida, vestuario, paseos, diversiones,
propinas y etc. Es triste, pero es la realidad. Las condiciones en que la
organización capitalista coloca el trabajo produce forzosamente esa situación.
Al obrero profesional competente,
que es el que disfruta el mas alto salario, según las necesidades de la cultura
actual, apenas le alcanzaría para él solo y, sin embargo, debe ser en general,
ese salario, el principal sostén de un hogar, de una familia.
Los obreros sin profesión, los
de trabajos que no requieren mayor capacidad, no ganan para comer...
La admisión de menores en el
trabajo ha desalojado multitudes de obreros que contribuyen al malestar del
salario.
Y así la medida de la vida
resulta cada vez más odiosa y más antinatural.
No es el caso discutir quién
tiene la culpa de esta situación, ni hacer su historia, ni recriminar a nadie
porque con recriminaciones nada mejoramos. Ni es culpable la clase capitalista
que "hoy" la impone como una cadena —que buscamos ansiosos para
colgarla nosotros mismos a nuestra garganta—, ni somos nosotros culpables de
tenerla. El torpe, pero natural desarrollo de la humanidad, guiada por sí
misma, en medio de la ignorancia y de la abyección del pasado, y aun del
presente, nos ha legado como herencia la cadena brutal del salario, la espada
de Damocles, el suplicio de Tántalo del salario!
No es posible imaginarse un ser
humano, dotado de una moral superior, que acepte el sistema del salario como un
medio o como una costumbre para el desarrollo de las actividades humanas
necesarias a la vida y al progreso.
Esto es lo que ha dado vida y
razón de ser y de existir a la doctrina socialista.
Pues como decimos que no es del
caso recriminarnos por la existencia de esta esclavitud, entonces el deber de
nuestras actividades es señalar las maneras de abolir esta esclavitud y las
"formas" con las cuales se debe reemplazar. Y esta es la tarea más
noble que le corresponde realizar al sindicato, por sus propias fuerzas en
cuanto sea posible, y ayudado eficazmente por las fuerzas de la organización
cooperativa socialista de la clase obrera y por la acción política socialista
que sea posible poner en práctica.
¿Cómo? ¿Cómo se podrá llegar a
abolir el salario, o por lo menos la tiranía y la esclavitud que él significa,
y la inmoral medida de la ración de vida que él representa?
Muy sencillamente.
Llevando a la mentalidad de la
masa, y al conjunto todo de la actual sociedad humana, la realidad visible y
clara, concreta e indiscutible de lo que significa en verdad el sistema del
salario: una verdadera horca, de prolongada agonía, pero que la férrea y
equivocada actual organización capitalista nos pone por delante, en el camino
de nuestra vida. Al venir al mundo se nos obliga a escoger sólo entre dos
situaciones: o morir, o colgarnos la cadena del salario.
Demostrar hasta la evidencia
esta realidad; exigir su examen y comprobar concretamente que el "régimen
del salario" está en pugna con el "derecho de vivir", debe ser
nuestra labor diaria.
Probar que el "derecho de
vivir" sin restricciones es un derecho natural, que nadie ni nada debe
contrariar con la adopción de medidas de ninguna clase y bajo ningún pretexto,
debe ser actividad permanente de toda persona digna y muy especialmente del
sindicato, que debe despertar, en su acción, el sentimiento de dignidad.
Estas medidas de carácter moral,
bien entendidas y bien esclarecidas, predicadas por todos los medios
imaginables proponiendo las medidas materiales que se deben adoptar,
considerando sus posibles resultados, son los medios de preparar la abolición
de esta forma de la esclavitud.
Para abolir la antigua forma de
la esclavitud, del feudalismo, del diezmo, etcétera, fueron precisos muchos
años y muchos dolores, pero porque la humanidad carecía de la capacidad con que
ahora cuenta.
Por eso, para abolir la presente
esclavitud del salario, será preciso menos tiempo, pero una labor en más alto
grado de "moralización" de la humanidad.
Pues mientras las masas obreras
y las minorías capitalistas estén desmoralizadas no será posible que conciban
un concepto superior del modo de organizar la producción y de atender todas las
necesidades de la vida.
Las religiones que pretenden
tener el privilegio de la moral han sido los más formidables instrumentos para
mantener en todo su imperio la forma más vil de la esclavitud y para impedir
que ella se extinga definitivamente.
No queremos ni el mejoramiento
ni la elevación del salario, como medidas "definitivas" de
perfeccionamiento social, porque siempre significará esclavitud, dependencia y
sumisión hacia quien otorga el salario. Queremos su abolición y su desaparición
definitiva, como definitivamente desapareció el régimen monárquico en los
espíritus verdaderamente republicanos y democráticos.
Si en la vida política se va
aboliendo el sistema monárquico, el despótico y el inconstitucional,
reemplazando por sistemas más en armonía con el progreso moral y político
adquirido, así esperamos que en la vida económica sea reemplazado el régimen
del salario, que equivale a un régimen monárquico despótico absoluto, por un
régimen democrático en el cual el producto obtenido por el trabajo sea
propiedad del que lo haya producido.
La revolución francesa, que
transformó la fisonomía política y social de Francia, fue más que todo una
transformación del régimen económico, que aboliendo el feudalismo y las leyes
respectivas de la industria, abrió amplios horizontes al desarrollo económico
industrial burgués.
Es la misma historia la que nos
indica el camino. Para las nuevas formas económicas que creaba en Francia la
revolución debían corresponder también nuevas formas o medios de vida
políticos. De ahí que nuestra aspiración no pueda separarse de la continuación
de la historia. Para la consolidación del sistema económico que planteamos con
la abolición del salario y del régimen de la propiedad privada, que es su
causa, necesitamos de un sistema político propicio, y es ese el que vamos a la
vez extendiendo con nuestra acción socialista. Se justifica, pues, la
concordancia de todo el conjunto de nuestra acción socialista integral.
Si por ahora luchamos por el
mejoramiento y elevación del salario, es porque es el primer paso hacia nuestro
objetivo; como en una monarquía el primer paso hacia la democracia es el
constitucionalismo parlamentario.
De la misma manera que la
humanidad ha avanzado en sus conceptos y en las costumbres establecidas,
aboliendo el sistema despótico de los pueblos y proponiendo y estableciendo en
su reemplazo costumbres diferentes consideradas más justas, más cultas, más
progresistas; por esa misma razón, cuando la humanidad ha concebido para hoy un
sistema de vida político mejor que el de antes, y muchos hoy concebimos todavía
un sistema más perfecto; así también, desde el punto de vista económico-social,
consideramos el sistema del salario una verdadera esclavitud y proponemos su
abolición en nombre de la moral, de la justicia, y si esto sólo pareciera
sentimentalismo, proponemos su abolición en nombre de la razón y de la ciencia
materialista, porque el que con su mano y con su inteligencia produce un fruto,
es lógico que sea su propietario y que lo disfrute.
Y repetimos: si una humanidad
abyecta y grosera como la de épocas ya pasadas nos legó como herencia el
régimen del salario, que es la forma más ruin de la esclavitud presente, la
humanidad nueva, cuya virilidad se desarrolla en el seno del proletariado,
abolirá esa esclavitud del salario, estableciendo una sociedad superior donde
todos trabajen y todos sean felices y libres.
Más adelante propondremos los
medios para llegar a ese feliz resultado, por ilusorio que parezca, sin
menoscabo para nadie.
X
EL TRABAJO ES CAPITAL. EL OBRERO ES UN ACCIONISTA
Todas las verdades demoran en
reconocerse. La razón es sencilla. Un niño a medida que va creciendo o
desarrollándose, que va viviendo y conociendo las cosas, poco a poco va
conociéndolas y comprendiendo la exactitud y verdad de su valor respectivo. Lo
mismo pasa con la humanidad. Tarda en conocer la verdad y en conocer lo exacto,
que sólo la experiencia, que sólo el buen juicio, y la honradez enseñan. La
clase capitalista, empedernida en su egoísmo hereditario, aunque comprenda la
verdad no quiere hoy reconocerla, y mucho menos lo hará mientras vea la
debilidad proletaria.
Que el trabajo es un capital, y
por lo tanto, cada obrero es un accionista, en toda clase de trabajos que se
verifiquen, para muchos de nosotros es cosa bien clara, indudable e
indiscutible. Fatalmente, ningún patrón lo acepta, y muchos obreros no quieren
comprenderlo por falta de inteligencia.
Que el trabajo es "el
capital" de más valor e importancia es tan exacto, tan verdad, que no
costará mucho probarlo y comprenderlo. La máquina más prodigiosa que se haya
inventado o que pueda inventarse no producirá productos jamás "sin"
la asociación del brazo humano. Debemos tomar en cuenta que para
"toda" producción que pueda elaborar la máquina más prodigiosa que
requiera el mínimum de fuerza humana, para el máximum de producción ha de
demostrar que "todos" los materiales que entran en esa elaboración
"provienen" de la tierra, en cuya preparación intervienen e
intervendrán fuerzas humanas.
Como "el trabajo"
humano es insubstituible, irremplazable, el trabajo humano tiene "un
valor" especial que debemos caracterizar. ¿Puede producir la máquina sola?
No. ¿Puede producir el brazo solo? Sí. No puede haber vacilación en las
respuestas. El trabajo no solamente es "un valor", sino que es
todavía el único factor en la producción que "valoriza" lo que
produce, puesto que sin el trabajo del brazo humano —la acción más noble de la
vida— es "imposible" la existencia de ninguna "cosa" sobre
la superficie de la tierra. Ninguna maravilla del genio inventivo, del arte,
ningún producto eficaz y exacto de las ciencias, ninguna concepción de la
mentalidad humana, podrá "ser", podrá adquirir forma, convertirse en
hecho sin el trabajo humano, sin la indispensable acción del brazo, cuyo
movimiento, desde lo más sensible y delicado a lo más potente,
"dirige" indispensablemente el cerebro; por lo tanto, en toda
operación que se realice van unidos talento y fuerza, cerebro y músculo.
La máquina más cara, la que
cuesta más dinero, la que exija más capital, no valdrá "nada" si no
la pone en movimiento la mano humana, que hace andar el motor y que transmite
el movimiento a la máquina. Esto es, para ponerla en movimiento. La máquina en
movimiento no producirá "nada" si la mano humana no introduce en la
máquina los materiales que se requieran para la producción que deba realizarse.
¿Es esto la verdad? ¿Podrá la máquina "elaborar" un producto sin la
asociación del brazo humano? ¿Podrá el brazo humano, así sea el de un niño,
dirigir o conducir el material que se elabora si la "inteligencia"
—ese producto noble del cerebro— no entra en actividad para conducir la mano?
Ninguna máquina
"produce", ni fabrica "nada" si para ello no intervienen el
"músculo" y el "cerebro" del ser humano. La inteligencia
más rudimentaria o atrofiada necesitará poco esfuerzo para comprender
"esta exacta verdad" si se sabe explicarla. Bien. Siendo esto así, la
clase capitalista no puede invocar ningún valor al capital empleado, ni
atribuirle ninguna superioridad sobre el valor del "trabajo", aunque
sea el de un solo niño.
Comprobemos con la mayor
exactitud posible esta verdad, de que sólo "el trabajo humano", sea
desempeñado por un niño, un hombre, una mujer o un anciano, cualquiera que sea
la condición del que realiza el trabajo, es esta sola fuerza, es esta sola
acción la que "valoriza" la máquina que se mueve y que trabaja y el
producto que realiza. Ni máquina ni producto constituyen "valor" sino
cuando interviene el trabajo del ser humano. Una máquina ideal, la más
perfecta, por ejemplo, para hacer sombreros o zapatos, póngasela en movimiento
y a su lado déjese los materiales necesarios, sin acompañar a la actividad de
la máquina el "trabajo" del brazo y del cerebro humano y no se
producirá nada.
Entonces, repetimos, es
estrictamente exacto que sólo "el trabajo humano" da valor apreciable
a la máquina, al material y al producto que resulta.
Contemplemos todavía otros
factores. Las máquinas son hechas "por trabajo humano", aunque se
ayude para ello con otras máquinas. Todo material que entre en la composición
de cualquier producto "viene" de la tierra, y en todo el proceso de
su preparación interviene forzosamente "trabajo humano".
Ahora debemos establecer
fehaciente y fundamentalmente otra verdad absolutamente exacta: La máquina no
es "otra cosa" que la prolongación del brazo humano; la máquina no es
"más" que la prolongación de la fuerza humana; la máquina no es
"otra cosa" que un instrumento del cual se vale el cerebro para
multiplicar la capacidad y la actividad de su brazo; la máquina, que no es
"otra cosa" en resumen que concepción de la inteligencia para que el
brazo realice con más actividad las concepciones de esa inteligencia, por esta
razón no puede, ni es un valor separado ni del brazo ni de la inteligencia del
obrero.
Siendo la máquina prolongación
de la actividad del brazo humano, que solo se valoriza por la asociación mutua,
no puede el capitalista suponerle más valor que al brazo. Entonces, en el
trabajo, es decir, en la producción, el factor de mayor valor que entra en
juego es el trabajo del operario, que es el factor de valor más notable. Con
esta base, con esta razón es que establecemos que cada obrero, cualquiera que
sea su condición, siendo productor de valores, es el único dueño del valor
producido.
Por si se alegara que la
división del trabajo hace que el obrero produzca sólo fracciones de una obra,
diremos: "Todo el producto de una fábrica, taller o faena es propiedad, en
igualdad de proporciones, del total de obreros o empleados que hayan
intervenido."
Esto, contemplando las cosas en
el actual aspecto de la sociedad.
Si el trabajo es el elemento o
factor más noble que entra en una empresa, véase claro, el trabajo es la parte
más importante del capital que opera en cualquier clase de empresas.
Si el trabajo representa esta
clase de capital, el obrero es incuestionablemente el capitalista más
importante.
Esta es una de las razones más
fundamentales que argumentamos para sostener que, de cualquier empresa de
trabajo, con uno o muchos patrones o accionistas, los obreros son los
accionistas más importantes de ella.
Cuando una empresa reparte
utilidades a los que hasta hoy son los únicos considerados como accionistas,
¿por qué no son considerados con iguales derechos de accionistas todos los
obreros y no participan de las utilidades?
¿Por qué "antes" se
aseguraba que la tierra era inmóvil y se mataba al que afirmase que se movía, y
"ahora" nadie duda que se mueve?
Porque antes era lógica la
ignorancia; era el estado natural de la humanidad. Así, "antes" era
lógico, debido a la ignorancia, que la clase obrera, además de recibir un
mezquino salario, fuera y sea privada de "participar" de las
utilidades que resultan de su trabajo y de su inteligencia.
Pero "ahora" ya no
debiéramos ignorar la verdad; ya no debiéramos admitir que se siga usurpando
nuestro derecho a la utilidad del trabajo, no sólo porque ello nos reduce a la
esclavitud y a la miseria, no sólo porque ello "rebaja" hasta lo
indigno e infame la condición del explotador que se reserva tan vil profesión,
sino también porque este sistema, además de indigno, de antinatural, es
criminal, porque de él se derivan el acortamiento de la vida y la muerte
prematura, y en suma, porque es la causa preponderante que produce la mayor
cantidad de desgracias.
El sindicato, y todo grupo
dedicado a multiplicar la cultura, tiene el deber de dedicar a este
"renglón" quizás mayor preferencia, pero a la vez señalar y proponer
los "medios" más posibles, más conducentes, para hacer desaparecer
ese estado de cosas y para establecer "nuevas maneras" para realizar
la producción y para gozar de sus productos.
XI
EL CAPITAL "PSIQUICO"
DEL OBRERO. LA "PSIQUIS" EN EL PERFECCIONAMIENTO TECNICO-MECANICO
Hemos sostenido y sostenemos,
que el trabajo ejecutado por el obrero o empleado, es el capital más
noble y más valioso que se aporta en toda industria.
Se ha demostrado que en todo
trabajo que se realice, el operario aporta fuerza muscular y fuerza
intelectual.
Cuando se argumenta que la máquina
va desalojando al hombre, y el capitalista, sonriendo diabólicamente, pretende
engañarnos, diciendo que la función del operario en la máquina quedará reducida
a que el operario sea sólo un sirviente de la máquina, la fuerza de la verdad
se levantará más potente y exacta para proclamar clara y nítidamente que —como
ha afirmado Lluria— la máquina al ser la prolongación del brazo del hombre, del
brazo de la humanidad, que de ese modo multiplica su capacidad productora, será
también, más tarde, la máquina, la fuerza redentora del ser humano, que lo
librará de todas las esclavitudes y lo redimirá de todas las infamias. La
máquina, a su vez, es el producto de la inteligencia y del trabajo del
hombre-obrero.
El hombre, en su deseo de
economizar fuerzas musculares, de abreviar el tiempo dedicado al trabajo y de
aumentar la calidad y cantidad de la producción, se ha visto
"forzado" a buscar los medios, a "crear", a concebir la
forma de las nuevas herramientas que debían servirle para sus propósitos. Pues
en todo eso hay un gran trabajo intelectual, luego psíquico, que se ha
transformado en un objeto.
Las primitivas herramientas no
han bastado para las "ansias" del hombre. Sería hermoso hacer
desfilar gráficamente todo el proceso del desarrollo de la mecánica ante nuestros
ojos, que nos demostraría toda una historia de fuerzas o energías intelectuales
y morales, a la vez que materiales, desarrolladas por el hombre, siempre tras
el propósito de ampliar o multiplicar la fuerza y la capacidad productiva de su
brazo. Pero por hoy no podemos.
Sin embargo, de vernos forzados
a prescindir de esa historia, que constituiría una prueba indudable e innegable
de la fuerza "psíquica" que ha entrado en la elaboración y
construcción de toda la maquinaria de que hoy dispone la humanidad, será fácil,
con sólo recordar así ligeramente todo ese proceso del desenvolvimiento
mecánico, que cada lector y lectora de este trabajo se convenza exactamente de
esta verdad: "que todo operario, hombre o mujer, joven o anciano, aunque
trabaje aparentemente en forma simple en la máquina, aporta en la producción
fuerza intelectual bajo un doble aspecto: la aporta con su labor personal, y la
aporta en la función de la máquina, que ha sido concepción intelectual". Y
este aporte es lo que hemos atrevido a denominar: "el capital
psíquico" que el obrero aporta en la producción.
Además de que el capitalista no
paga con el salario el esfuerzo muscular, este otro valioso y noble aporte
intelectual o psíquico del operario tampoco es remunerado. Ni pretendemos que
sea remunerado, porque ese aporte intelectual del operario es parte integrante
de su vida, y la vida no se vende, sin caer en la más abyecta y grosera
degeneración. Pero traemos aquí esta razón, para probar cuan inmoral es el
régimen del salario que pretendemos abolir.
Estas verdades pretenderá
anularlas o ridiculizarlas la clase capitalista, dispuesta todavía a desconocer
todos los valores del obrero, pero es el deber del sindicato removerlo
diariamente para los fines nobles que con ello se busca.
El cobre y el oro resultan hoy
los metales más apreciados. Para que estos metales se transformen de
"piedras" a lingotes y de lingotes a manufactura, adquiriendo todas
las formas atrayentes y hermosas que la "idealidad" humana concibe:
alambres, monedas, joyas, útiles, etc.; para que opere todo ese proceso, hasta
hoy indispensable, para adquirir la forma que el pensamiento haya ideado, es
absolutamente imprescindible recurrir al procedimiento de la fundición en la
cual desempeña el factor primordial el fuego —carbón o leña— que después de su
función desaparece, quedando sólo un residuo de ceniza. ¿Desaparece el carbón o
leña cuando funde el metal? No. Estimo que el carbón, al transformarse en
potencia calorífera capaz de fundir o licuar (liquidar) el metal, el carbón,
poderoso por la operación que ha realizado al fundir el metal —sin cuya fuerza
no se funde— se ha incorporado de hecho en toda la cantidad de metal fundido,
pasando a ser parte integrante y complementaria del metal.
Tanto es verdad esto, que el
capitalista, al vender cobre fundido, se hará esta cuenta, por ejemplo:
Metal............................ $
100.—
Carbón......................... "
20.—
Trabajo.......................... "
20.—
Total ..........................
$ 140.00
Y agregando los gastos de
administración y utilidad pondrá al público el precio que le convenga.
Pero parecerá que el carbón no
se ha quedado en el metal; sin embargo, el capitalista lo suma con su valor
total.
Un zapato, como puede ser
cualquier otro producto, contiene, además de los materiales visibles que entran
en su composición, dos fuerzas "invisibles", sin las cuales no
existiría el zapato, a saber:
La fuerza muscular del obrero,
llamada trabajo, que construye el zapato:
la fuerza cerebral, llamada
intelectual, que dirige el brazo ejecutor.
En el zapato, en el pan, en el
trigo, o cualquier otro producto, la fuerza muscular y la fuerza cerebral han
entrado en el producto de la misma manera que el carbón en el cobre,
desempeñando una función imprescindible e irremplazable, al menos hasta hoy,
sin las cuales no tendría existencia el producto.
Todo este esfuerzo lo
calificamos de "capital psíquico" que el obrero aporta a la
producción, que como queda demostrado, es imprescindible.
Mientras el obrero aporta ese
noble y valioso capital, a donde quiera que lleve sus brazos, el capitalista no
aporta capital de "igual calidad". Aporta dinero, no como manufactura
elaborada, sino como valor venal. Es, pues, notable la diferencia.
Han aumentado, pues, las razones
que hemos querido reunir para dejar establecido que el obrero o empleado, en
una palabra, todo individuo, hombre o mujer asalariado que participa en la
producción, en cualquiera de sus funciones; trabaje la tierra, con la máquina,
transporte el producto o lo ponga al alcance del consumidor, aporta, al trabajo
de la producción un capital que hasta la fecha no ha sido tomado en cuenta para
que participe de los frutos o beneficios.
El capitalista dice que el
salario es la justa y única remuneración que debe tener el trabajo.
Considerado el obrero como
máquina humana en la producción, tal cual lo estima el capitalista —dice Marx—,
el salario resulta desempeñando exactamente la misma función que el aceite y el
petróleo en el motor que mueve la maquinaria.
Así, pues, el salario, hoy en día,
no es para el asalariado, obrero o empleado, otra cosa que aceite que lubrica
el organismo y petróleo que se quema para transformarse en energía de trabajo,
con una diferencia muy notable: que al motor si le miden o le mezquinan el
aceite y el petróleo no funcionará, y, en cambio, con respecto al asalariado, a
la clase capitalista no le importa el resultado, pues si muere uno, hay
reservas para reemplazarlo.
¿Es justo, es lógico admitir
este criterio?
¿Debemos tolerarlo por más
tiempo todavía?
Como el resultado de todo ese
sistema capitalista es la muerte prematura de la clase trabajadora gastada por
el esfuerzo que no puede reemplazar con el alimento material y moral medido por
un infame salario, es el caso que la acción del sindicato debe intensificarse y
multiplicarse mucho más para acercarnos a la abolición del salario, aboliendo
el régimen del capital, que es su causa.
Así como el carbón funde al
cobre, y una piedra tosca la transforma en un chiche admirable, o en alambre y
filamento que nos da luz eléctrica, así los corazones humanos sean fuego
potencial capaz, al unirse todos, de fundir la indiferencia, crueldad y la
ignorancia humanas, para transformarlas en sentimientos perfectos de justicia,
de amor y de saber ilimitado que nos den un nuevo mundo sin la esclavitud del
salario.
Si el carbón que funde el cobre
no se enciende todo de un impulso, sino que empieza por uno hasta contaminarse
todos, así es el camino que debemos seguir. Sean en el sindicato unos primero
los que alimenten estas ilusiones destinadas a ser realidades en
seguida, y una vez empezado a encender el entusiasmo, unido a la convicción
sobre la obra que se va a realizar, por sí solo, "soplando" un poco,
cundirá el fuego y su poder.
Aún no hemos terminado.
La clase capitalista no descuida
reemplazar a los hombres por las máquinas y reducir lo más posible el número de
individuos, por la perfección del sistema de trabajo, nunca con el propósito de
impulsar el progreso, sino para disminuir la aglomeración de cerebros que
pretendan avanzar hacia el progreso humano que es la socialización del trabajo.
Si el progreso de la técnica
industrial, o sea, de la mejor organización científica del trabajo, es un
progreso que debemos ayudar porque "abarata" el costo de producción y
pone el producto a más fácil adquisición por la clase pobre, no es menos cierto
que éste necesario progreso produce el aumento del número de obreros
desocupados, y sus familias no pueden adquirir los productos baratos porque
carecen de salario.
¿De qué sirve a las familias de los
"sin trabajo", que la técnica y la maquinaria alivien a los que
trabajan? Con ello no comen ni visten.
Además, si ese hecho mejora el
salario de los que trabajan, ello resultará sólo cuando el sindicato tenga
capacidad para imponerlo, y, en cambio, resulta un evidente y abundante
beneficio al capital privado.
Pues bien, este mismo fenómeno
que se nos presenta y que no debemos despreciar ni postergar, es un hecho que
nos advierte, todavía más, para que apresuremos el aumento de las fuerzas
intelectuales, materiales y morales del sindicato, para acercar el momento
decisivo de la abolición del régimen capitalista que nos obliga, muy a nuestro
pesar, a no poner nuestros entusiasmos, las más de las veces, al servicio de
los grandes progresos humanos.
El telar mecánico, admirable
concepción de la inteligencia, que ha multiplicado la capacidad productiva de
los tejedores, no ha vestido, no ha cubierto las desnudeces, quizás, de más de
media humanidad. ¿Por qué?...
La trilladora a vapor, otra
maravillosa invención del cerebro humano, que multiplica la labor, abrevia el
tiempo de la operación; el molino moderno, que transforma el trigo en harina;
el ferrocarril, con velocidad y capacidad para el transporte, multiplicadas
sobre los sistemas anteriores; todo eso, muy hermoso, muy digno y noble, no ha
llevado más pan al hogar del indigente, ni ha disminuido la desocupación
forzosa, ni las fuerzas opresoras de la explotación.
He visto a los obreros de los
telares, de las trilladoras y otras máquinas maravillosas, convertidos en
ágiles esclavos, correr sudorosos, correr tanto o más que las máquinas para saciar sus
ansias devoradoras de materias. Esos esclavos y víctimas del progreso mecánico
y técnico, llevan ya quizás un siglo en esas condiciones. La máquina no ha
redimido todavía... ha esclavizado quizás más.
Y nuestro deber es convertirla
en redentora.
Miles de obreras y obreros
trabajan desnudos, andrajosos, 12 y 14 horas al pie y esclavos de las máquinas
tejedoras, sin ganar siquiera para el gasto de comida de una persona, y muchos
desocupados vagan implorando se les admita trabajar en esas condiciones.
¿De qué ha servido y sirve la
técnica y la mecánica en la sociedad capitalista? Para esclavizar y hambrear
más al pueblo.
Dejemos el perfeccionamiento
técnico mecánico para cuando tengamos abolido el régimen asesino y corruptor
que impera.
Mañana, cuando haya desaparecido
la explotación, sobrarán inteligencias, actividades, métodos para acelerar el
perfeccionamiento técnico-mecánico que aumenten nuestras libertades y nuestros
goces.
Aun, todavía, ¿debemos pagar
mayores tributos para cooperar al progreso técnico-mecánico que
"sólo" beneficia a la clase capitalista, aumentando los horrores de
la esclavitud proletaria?
No obstruyamos el progreso que
desarrolla la clase capitalista, hoy tan sólo bajo la ambición del lucro, pero
tampoco consintamos en ser víctimas de ese progreso.
Por cada progreso
técnico-mecánico, un equivalente al proletariado: esto por ahora. Pues no
debemos apartarnos un momento de perseguir la abolición de un régimen que nos
ahoga y nos hace postergar el desarrollo de iniciativas y actividades que más
tarde serán todavía mucho mas beneficiosas para la humanidad.
Hay, pues, como lo
demostraremos, mucho que hacer de útil y noble para el sindicato en cuanto se
refiera a preparar su capacidad para la abolición del salario y la creación de
las formas que le han de reemplazar.
En el trabajo ponemos parte de
nuestra vida, y toda nuestra vida no debe ser para lucrar con su producto, sino
para hacerlo útil al beneficio común.
Por eso no luchemos por
perfeccionar el salario, pues el salario, sea por tiempo, por contrata, por
pieza, siendo salario, será medida de la vida, esclavitud en suma.
¿Debemos abolir la esclavitud? ¿Debemos repudiar y abolir todo hecho que mida la
ración de vida? Pues, a la labor. Es el sindicato la escuela elemental donde
debemos aprender a construir al margen del mundo presente, nuestro mundo
futuro.
Si no debemos destruir a nadie,
ni debemos construir sobre lo construido, entonces es al margen de la
actual sociedad donde debemos construir nuestra nueva sociedad.
Si esta nueva sociedad nos
resulta superior, más productora de goces, por la disminución de la fatiga y el
aumento del alimento, la técnica y la mecánica se desarrollarán sin rivales mucho
más perfectas.
Si nuestros gustos artísticos se
desarrollan igualmente por las fuentes de cultura que vamos creando, las
creaciones de nuestro ser moral tomarán vuelos incalculables.
Si la acción del sindicato, de
la cooperativa y de la acción política del proletariado, construye esa nueva
sociedad, la cultiva y la perfecciona con perseverancia y amor, nos resultará
lo que nos pasa con el carbón cuando soplamos para que, ardiendo, aumente su
potencia calorífera, que ha de "darnos" el fruto que buscamos, a la
vez que se consume y se convierte en cenizas.
Así, creando nuestra obra,
nuestra sociedad colectivista, cuyos elementos creadores son hoy el sindicato,
la cooperativa y la acción política socialista surgirá y se desarrollará
fecunda y potente para absorber y anular a la sociedad capitalista, por haberla
incorporado a su seno, traída por la superioridad de la belleza de nuestra
nueva organización social.
XII
ORGANIZACION Y DISTRIBUCION DE
LA PRODUCCION POR EL SINDICATO
I
Si el régimen del salario constituye
una esclavitud, tanto más grosera cuanto más se eleve la cultura entre los
asalariados; si el trabajo resulta ser el capital más valioso que se aporta a
la producción, y el obrero resulta, por lo tanto, el "accionista" qué
más derecho tiene a recoger o percibir la utilidad que arroja cada empresa, y
ni el régimen del salario se ha abolido aún, ni el obrero es reconocido como un
accionista, corresponde al sindicato y a toda institución de cultura revelar y
propagar primero esta verdad y poner en práctica después las medidas necesarias
para establecer el equilibrio que es de moral y de justicia.
No podemos quedarnos cruzados de
brazos ni permitir que se prolongue a perpetuidad el régimen del salario
porque, como hemos dicho, mientras se eleva la cultura popular, resulta más
infamante y odioso; y entre los dos caminos que nos quedan —la abolición del
régimen del salario para abolir esta forma grosera de esclavitud, y la
participación del obrero en las utilidades, considerado como principal
accionista—, es preferible resolverse por la abolición del salario, que es
solución más sencilla, más justa y más moral, que colocar al obrero en la
categoría de accionista, que en el aspecto actual del régimen es el sitio que
le corresponde.
Esta situación plantea entonces
el hecho de que la organización de la producción correspondería al sindicato, o
federación de sindicatos, como igualmente hacer el reparto de los productos a
los consumidores.
Una vez más insistimos,
entonces, en que si es un hecho que debemos abolir todas las formas de
esclavitud que a los trabajadores nos encadenan; si es tan lógico como natural
que debemos "substituir" a la clase capitalista en sus funciones; si
debemos asumir, por lo tanto, la dirección de la producción para administrarla
en las condiciones que corresponda a nuestros ideales perfeccionadores; si
debemos organizar el reparto de esa misma producción a los consumidores; si
esto es precisamente lo que debe ocurrir, resalta cada vez mas la
necesidad de una clase productora organizada inteligente y superiormente.
¿Existe esa organización obrera
capaz de asumir la dirección de la producción y de conducirla al régimen
administrativo que resulte más económico y benéfico desde todos los puntos de
vista?
Fatalmente no existe, y si
pretendemos llegar a la abolición del sistema capitalista, porque ello
significa el progreso y la felicidad para todos, es natural afirmar que, para
abolir un sistema como el capitalista, montado sobre una poderosa construcción
social cuyas piezas no se desmontan como las de una máquina cualquiera, es
natural, decimos, que, para abolir ese sistema, la clase trabajadora debe
encontrarse en posesión de una organización cuya acción revele la capacidad
para asumir las funciones que resultarían de la abolición del régimen capitalista.
Pues bien: como no tenemos esa organización y apenas sí tenemos intención para
ello, esforcémonos para que los pequeños sindicatos que existen prosperen, y
hagamos surgir los que faltan, para que en la perfección de la organización
trabajadora resida la garantía de su capacidad para subsistir al régimen
capitalista.
Ahora bien: si, como hemos dicho
antes, debemos abolir el régimen de la esclavitud del salario, que supone una
clase servil que se somete a una clase grosera que oprime, y todo esto es indigno
de la decantada cultura y civilización que se dice ha alcanzado la humanidad;
si por esto, más que nada, se impone abolir el sistema del salario, que produce
la esclavitud, veamos y examinemos las teorías y los hechos que pudieran
conducirnos a esa abolición.
Antes es preciso que demos
alguna explicación de por qué preferimos abolir el régimen del salario a
aceptar que el obrero sea considerado como accionista que aporta el capital más
noble.
No aceptamos esta teoría de
colocar al obrero como accionista, porque quedaría todavía una multitud de
trabajadores, empleados y otros asalariados, que no podrían colocarse en
igualdad de condiciones, que serian todos los que trabajan a sueldo en faenas
que no aparecen como productivas directamente, como ser empleados y obreros de
los municipios, del Estado y de oficinas intermediarias; etc. Y, además, porque
esa forma no resultaría tan perfecta como con la abolición del salario, que es
el "medio" ideal.
Los sindicatos presentarían a
los actuales industriales las siguientes conclusiones:
"A partir 'de tal fecha',
el sindicato intervendrá en la administración de la producción de la
industria, y asimismo de la colocación de los productos para que sean tomados
por los consumidores."
La "administración" de
cada taller, oficina, faena o fábrica o despacho de productos, será determinada
por su respectivo personal, de acuerdo con la asamblea del sindicato.
El sindicato tomará las medidas
que crea conveniente para simplificar y aumentar la economía en el modo de la
producción, para economizar todos los esfuerzos que se gasten sin beneficio.
Según las condiciones de cada
población, el sindicato proveerá al aumento o disminución de los sitios en que
sean colocados los productos para el consumo público.
En todos los locales establecidos
por los sindicatos para almacenar los productos habrá empleados para facilitar
la distribución, dependientes del sindicato, quienes entregarán al público los
productos que demande, sin cambio de moneda ni otro signo alguno.
El sindicato proveerá a la más
perfecta administración de la distribución de los productos a los consumidores
en orden a la comodidad creciente.
En virtud de esta disposición,
los personales en los trabajos de todas las faenas productoras, distribuidoras
o de otras condiciones, no gozarán salario alguno, serán productores libres,
sujetos sólo a las resoluciones de sus respectivas asambleas, soberanas para
reglamentar y administrar todo lo que se relacione con el perfeccionamiento del
sistema productivo.
He ahí tan sencilla y modestamente
concebidas las conclusiones que pondrían término a este infame sistema en que
vivimos. Pero ello exige a lo menos una mediana organización de toda la clase
trabajadora y asalariada y, además, algún desarrollo intelectual practicado en
su vida societaria.
II
Una buena parte de la clase
trabajadora de Europa estaría habilitada para dar este paso; pero el resto de
los obreros del mundo todavía no.
Bien: ¿qué se nos objetará de
impracticable a lo que acabamos de exponer?
En cuanto al trabajo de la producción,
en el peor de los casos, la clase obrera estaría capacitada para seguir la
rutina, y estamos seguros de que inmediatamente se harían sentir progresos
asombrosos, en el orden a perfeccionar su calidad y a simplificar el sistema de
producción, etc.
Sabemos que actualmente se
produce más de lo que el consumo reclama, y si ello no aprovecha a todos, es
debido al desorden reinante que impone la clase capitalista. El sindicato, con
más inteligencia y en un ambiente nuevo y diferente al de la clase capitalista,
podrá reducir el número de fábricas o talleres dedicados a una misma clase de
producto, para disminuir atenciones que hoy están de más, y a la vez, aun con
esa misma reducción, podrá aumentar la capacidad productiva, si fuere necesario
a los deseos de la población.
Cada sindicato, sea en la
producción como en el transporte de los productos, proveerá al
perfeccionamiento del sistema.
El almacén, libre al público,
administrado por el sindicato, es la garantía de que todos, pero todos los
seres humanos, tendrían asegurados todos los medios de vida en la
proporción de sus necesidades. De manera que las clases no obreras nada
tendrían que temer.
Cada cual continuaría viviendo
donde está. Pero se atendería con actividad e inteligencia a construir, bajo la
dirección de los sindicatos constructores, y a multiplicar el número de casas o
habitaciones, conforme a las necesidades modernas, para que todos vivan
contentos, y se reformaría toda habitación inadecuada. Todo lo que se relaciona
a construcciones de edificios correrá a cargo de los respectivos sindicatos.
Se deja ver, pues, que el orden
más admirable presidiría todos los actos de la vida humana.
¿Que la clase rica de hoy
carecería de cocineras y otras servidumbres? Comerían en los hoteles, que se
multiplicarían con creciente confort para disminuir las
cocinas domiciliarias, para economizar trabajo y gastos superfluos de
materiales, y para aumentar la comodidad y el bienestar.
Habría empresas de limpieza, que
funcionarían con sistemas perfectos.
Nadie podría quejarse del cambio
de régimen cuando se constate que se podría vivir mejor.
Los individuos de los ejércitos
y otras comunidades que resultarían innecesarias, sólo se encaminarían a buscar
un sitio donde cooperar, a su gusto, al movimiento de ese nuevo mecanismo de la
sociedad. El rol policial de hoy continuaría para la comodidad del tráfico y
otras atenciones que se derivan de la locomoción.
Como aumentaría el número de
individuos capaces para trabajar, por la disolución de instituciones inútiles,
por la supresión de muchas ocupaciones sólo necesarias hoy en el sistema
capitalista; por la simplificación y más perfecta organización de la técnica
del trabajo, tanto en la producción, en el transporte como en la distribución,
todos estos perfeccionamientos, que producirían abundancia de brazos y
voluntades para el trabajo —a pesar del trabajo que motivaría la necesidad de
perfeccionar muchas cosas— resultaría como consecuencia de eso que bastaría
quizás con cuatro horas de trabajo para satisfacer las más grandes exigencias
de los anhelos creados por el nuevo sistema. El resto del tiempo se dedicaría a
obras de cultura, de higiene, de descanso y de perfección.
¡Qué ideal y qué fácil se ve
todo eso!
Sí; pero la clase capitalista no
aceptaría la proposición del nuevo régimen.
Tampoco acepta hoy, ni ha
aceptado antes, de buenas a primeras, todas las peticiones hechas: mejores
salarios, menos horas, etc.
La huelga lo ha conseguido y lo
ha impuesto. Así, la huelga sería también el recurso supremo para obtener esa
grande e indispensable pero última conquista dentro del régimen capitalista.
¿Que en este caso, la clase
capitalista resistiría mucho más? Dependería de las condiciones de nuestra
organización. Por cierto que no habremos de llegar a esa petición si no
contamos con la fuerza competente para apoyarla: fuerza intelectual y fuerza
material. Por eso exigimos actividad para la perfección de nuestra
organización. Mientras más nos demoremos en construir nuestra organización, más
retardaremos la hora en que debamos presentar esa última exigencia.
Esta aspiración podrá ser muy
poderosamente reforzada, si a la creciente grandeza del sindicato van paralelos
la fuerza política del proletariado y el desarrollo de sus cooperativas. Por
entendido que, para llegar a estas conclusiones, el sindicato comprenderá la
federación local o regional, nacional e internacional, con todos sus medios de
perfeccionamiento.
¿Será preciso que la totalidad
de los trabajadores en la totalidad del mundo estén organizados? Tal vez no.
Bastará con una importante y extensa organización. En todo caso, una prueba y
una tentativa que no alcanzara el éxito, sólo nos demostraría falta de
preparación, que con un poco de más tiempo la alcanzaríamos.
¿Podrían los sindicatos iniciar
sus preparativos para esa acción?
Sí, puesto que ésa es su misión.
NOTA.— La redacción de "La
Vanguardia", por su cuenta, dividió el presente capítulo (para la
comodidad del diario), y al publicar la primera parte, agregó la siguiente
nota:
N. de la R.— El ciudadano Recabarren es un soñador. No debe extrañar,
pues, que en este artículo establezca un plan de "sociedad futura"
tan curioso.
Agradezco el "elogio".
Pero el proletariado agradecería más que ese redactor le propusiera algo
concreto sobre el modo cómo ha de "abolirse" la sociedad
capitalista, cosa establecida en el programa socialista y en muchas
declaraciones de principios de sindicatos.
El programa socialista vigente
dice al respecto, entre otros párrafos, lo que sigue:
"Que la clase rica,
mientras conserve su libertad de acción, no hará sino explotar cada día más a
los trabajadores, en lo que la ayuden la aplicación de las máquinas y la
concentración de la riqueza.
"Que, por consiguiente, o
la clase obrera permanece inerte y es cada día más esclavizada o se levanta para
defender desde ya sus intereses inmediatos, y preparar su emancipación del
yugo capitalista.
"Que no sólo la existencia
material de la clase trabajadora exige que ella entre en acción, sino
también a los altos principios de derecho y justicia, incompatibles con el
actual orden social.
"Que la libertad económica,
base de toda otra libertad, no será alcanzada mientras los trabajadores no
sean dueños de los medios de producción.
"Que la evolución económica
determina la formación de organismos de producción y de cambio cada vez más
grandes, en que grandes masas de trabajadores se habitúan a la división del
trabajo y a la cooperación.
"Que así, al mismo tiempo
que se aleja para los trabajadores la posibilidad de propiedad privada de sus
medios de trabajo, se forman los elementos materiales y las ideas necesarias
para substituir al actual régimen capitalista con una sociedad en que la
propiedad de los medios de producción sea colectiva o social, en que cada uno
sea dueño del producto de su trabajo, y a la anarquía económica y al bajo
egoísmo de la actualidad sucedan una organización científica de la producción y
una elevada moral social.
"Que esta revolución,
resistida por la clase privilegiada, puede ser llevada a cabo por la
fuerza del proletariado organizado.
"Que mientras la burguesía
respete los actuales derechos políticos y los amplíe por medio del sufragio
universal, el uso de estos derechos y la organización de resistencia de la
clase trabajadora serán los medios de agitación, propaganda y mejoramiento que
servirán para preparar esa fuerza."
Después de copiar esos párrafos
del Programa Socialista, me pregunto: ¿el redactor de "La
Vanguardia" que escribió esa nota podría asegurarnos que se ha dado
cuenta de lo que significan esos párrafos del Programa?
El programa socialista no
expresa claramente cuál será el medio o el instrumento que el
proletariado organizado debe usar para cumplir las expresiones de los
párrafos del programa arriba copiado y que yo he puesto en letra negra.
El programa dice: "O la
clase obrera permanece inerte, y es cada día más esclavizada, o se levanta
para defender desde ya sus intereses inmediatos y preparar su
emancipación del yugo capitalista.
Después dice: Que la libertad
económica (¿qué entendemos por libertad económica?), base de toda
otra libertad, no será alcanzada mientras los trabajadores no sean
dueños de los medios de producción.
Pues bien, digo yo —en la
primera parte de este capítulo que mereció el "elogio" de la
redacción de "La Vanguardia"—, que para que la clase obrera se
levante a defender sus intereses, para que haga su emancipación, para
que conquiste la libertad económica y sea dueña de los medios de
producción, para hacer todo eso es que yo he propuesto el temperamento ya dicho
antes. Si ese temperamento les parece inaceptable, mis impugnadores pueden
proponer otro más hacedero, pero no quedarse en el silencio.
En fin, lectores y lectoras de
este folletito, vuelvan a leer y a estudiar los párrafos citados del programa y
mis proposiciones.
Puede ser que lleguemos a
acostumbrarnos a aceptar las cosas concretas y no las vagas.
Todavía algo más.
Para que la libertad económica sea
un hecho, el proletariado debe ser dueño, colectivamente, de los
medios de producción. Y para que eso sea otro hecho, el salario debe
desaparecer, pues es lógico suponer que el régimen del salario sea siempre una
cadena económica, que imposibilitará la libertad económica, base de toda otra
libertad, como lo establece el Programa Socialista.
Será un absurdo que los
socialistas proclamemos "libertad económica", sin abolición del
régimen del salario.
Y será también impropio que
propongamos un programa de mejoramiento y no propongamos o bosquejemos siquiera
algunas maneras para ejecutarlo.
Si es cierto lo que afirma el
programa que se forman las ideas necesarias para substituir al actual
régimen capitalista, ¿cómo es que hay redactores de diarios socialistas que
califican de sueños la formación de esas ideas? ¡Cuánto falta para perfeccionar
nuestra mentalidad!
XIII
ORGANIZACION DE LA VIDA AGRICOLA
Y RURAL. EL LATIFUNDIO Y EL EXTERIOR, OTRAS APRECIACIONES
Si bien es cierto que el
espíritu de organización obrera va penetrando en los campos, no es menos cierto
que es bastante débil y tardío. Esto deben tomarlo en cuenta los sindicatos de
las ciudades.
Posiblemente nunca, dentro del
estado capitalista, estimaremos debidamente preparada la organización campesina
para cooperar eficazmente a la acción revolucionaria que sea posible acometer
por los sindicatos de las ciudades. Pero eso no nos importa mucho. Hoy el campo
no puede vivir en lucha contra la ciudad.
Hoy el campo lleva a la ciudad
sus productos para cambiarlos por herramientas y manufacturas que el campo no
prepara. Es cierto que el campo podría comer y vivir sin el concurso de la
ciudad y que la ciudad no podría vivir sin el campo. Pero ante una fuerza
sindical bien organizada y orientada, los campos inmediatos a las ciudades
serían contaminados de inmediato con la acción sindical de la ciudad. Los
trabajadores de los campos, bastante atrasados todavía, no serían un obstáculo
insuperable.
Ese retardo natural de la
capacitación campesina no será un obstáculo para la verificación de los planes
de los sindicatos en las ciudades.
Hemos indicado, en el capítulo
anterior, un aspecto y una forma para poner en práctica un sistema de trabajo y
de vida que suprima toda forma de esclavitud y no limite las condiciones de la
vida. Pero allí sólo hemos contemplado el aspecto de la acción en la ciudad,
donde los elementos son y seguirán más habilitados para emprender acciones progresistas
que eleven el nivel de la vida, tan grosera hasta hoy a causa de la avaricia de
la clase capitalista y de la ignorancia de la clase obrera. Pero nos hemos
puesto en el caso de que llegue el momento en que los sindicatos puedan
pretender abolir el régimen de oprobio que impera.
Si los sindicatos resultan
potentes para "socializar" los instrumentos de trabajo y vencen a la
clase capitalista industrial y comercial, la "posición" que el
sindicato adquiera después de este paso resultará irresistible para
"socializar" la propiedad urbana y rural y la tierra. En el presente
momento histórico no podrían poner resistencia los señores de la tierra, desde
el interior de sus haciendas, aunque no hubieran sindicatos agrícolas. El
sindicato ferroviario bastaría para reducirlos, y aunque suplieran al
ferrocarril con el automóvil, "socializadas" las ciudades no tendrían
dónde colocar sus productos, pues los sindicatos de los puertos es la otra
fuerza de reducción si pretendieran llevar al exterior sus productos. La
capacidad urbana del proletariado resultaría suficiente para la grande obra.
Como se argumenta, con razón,
que a un cambio de régimen operado en la ciudad, la clase capitalista podría
pretender una resistencia refugiándose en los campos, conviene que los
sindicatos aborden la situación y preparen sus elementos para persuadir de lo
inútil y contraproducente de una resistencia y a la vez preparar los elementos
para neutralizar esa resistencia. Como hemos dicho, la organización sindical ferroviaria
y portuaria sería un poder bastante para doblegar cualquier acción
insensata de los latifundistas.
Además tal acción burguesa
implicará la ausencia definitiva de toda esa clase y sus familias inclusive de
las ciudades por razones naturales de comprender. Tendrían que vivir en los
campos que pudieran conservar expuestos a las amarguras del sitio, del bloqueo,
del boicot y de todas las medidas que aunque pacíficas serían rigurosas para
completar el triunfo. No sería fácil que la burguesía latifundista lograra
obtener solidaridad bastante de la clase capitalista exterior, para mover a
privar a las ciudades "socializadas" por la fuerza obrera, de los
productos necesarios para proseguir la vida productiva, porque la acción
internacional del sindicato no resultaría totalmente estéril.
Los campos más inmediatos a las
ciudades caerían pronto bajo la acción del sindicato, por la fuerza de los
acontecimientos, y su desarrollo productivo sería febril para atender las
exigencias del nuevo sistema adoptado.
La economía evidente que
produciría la simplificación del trabajo, la adopción de medidas inteligentes
para preocuparse en los primeros momentos, por sí solo difíciles, de lo más
esencial, darían al nuevo estado del proletariado los elementos para
desarrollarse.
Si el campo pretendiera no ya la
resistencia pacífica sino la revolución armada, no cabe duda que su situación
se empeoraría en su contra y en favor del proletariado de las ciudades,
acelerando la terminación del conflicto, porque entonces obligados, los
sindicatos, a usar la fuerza, la dominación del campo se haría rápidamente.
Normalizada la vida del campo,
unido a la ciudad, la labor de la producción agrícola tomaría proyecciones
hermosas, tan grandes como alegres.
Triunfante el sindicato en la
ciudad, en su acción socializadora, los demás inconvenientes, en realidad,
resultarán poco serios. Los primeros pasos en el Nuevo Estado, los primeros
buenos efectos de la "socialización", estamos seguros que producirían
tales buenos efectos, que al reconfortar la moral pública, construiría nuevas
fuerzas irresistibles para el completamiento de la labor. Pero, una vez más,
todavía, repetimos: para aspirar a llegar pronto a esos felices resultados, los
sindicatos deben desde ya estar en la labor preparatoria de ese acontecimiento.
Las relaciones con el exterior,
suponiendo que un solo país diera primero ese gran paso de progreso hacia la
"socialización", no pueden ofrecer grandes obstáculos, pues, mientras
exista la necesidad del intercambio de los productos y no habiendo fuerzas destructivas
que lo impidan, esa operación continuará su curso, por los medios que creen las
circunstancias.
Además, en todos los países
habría un proletariado en guardia, cuyos sindicatos sabrían producir los
acontecimientos posteriores necesarios.
La misión de estos artículos no
es hacer un programa o un plan extenso; se trata tan sólo de señalar líneas
generales dentro de las cuales, los sindicatos, al desarrollarse, irán en su
labor cotidiana preparando la mentalidad para las acciones inmediatas y futuras,
y preparando el terreno para todos los acontecimientos en perspectiva.
La seriedad con que proceda esta
labor preparatoria, la efectividad de la potencia orgánica de los sindicatos,
la perfección de su desarrollo, han de ser las únicas garantías que aseguren la
victoria de sus acciones. Para ello es preciso poner en fuga toda la
charlatanería que antes se ha desarrollado en su seno. Las acciones serias no
pueden tener por base sino verdades y realidades.
Al bosquejar la proximidad de
esos acontecimientos se nota evidentemente que una organización de cooperativas
agrícolas prestaría importante concurso a la obra de "socialización" puesto
que de hecho la cooperativa de carácter socialista es un principio de
socialización.
Corresponde, entonces, a todos
iniciar esfuerzos para desarrollar esa clase de cooperativas especialmente y en
general toda clase de cooperativas.
Como este artículo evidencia la
necesidad de la organización cooperativa, no olvidaremos ocuparnos de esta
materia para que este trabajo resulte lo más completo posible.
Podría argumentarse (como ya
sucedió) que este artículo como el anterior ha penetrado a un terreno
ideológico o de remota realización. No lo estimo así, sin embargo. Creo no
engañarme al recordar que quizás todos los ideales anunciados en el pasado y
repetidos en su época respectiva, como fantásticas ilusiones no han tenido sino
una vida efímera como ilusiones, para convertirse a la brevedad en
realidades. No será necesario recordar hechos históricos que cada lector
puede hacerlo.
Ahora con respecto a la forma
que debe adquirir el desarrollo de la acción gremial, es necesario plantear la
practicabilidad de las acciones futuras, porque ya no es posible, cuando nos
preguntamos ¿como llegaremos a la abolición del salario? respondernos: los
hechos del porvenir lo dirán. Eso es muy ambiguo e impropio de hombres que
hayan adquirido la conciencia de la necesidad y de la posibilidad de
transformar el régimen.
Precisamos trazarnos un plan
para que la clase obrera vaya preocupándose de las condiciones que lo han de
realizar. Si se estimara que penetramos en un terreno impracticable vengan la
polémica útil y el estudio sobre nuestra acción presente y futura para preparar
la organización del sindicato a la abolición del sistema del salario que es la
más ruin esclavitud.
Ninguna realidad presente ha
dejado de tener por base una ilusión, una fantasía, una utopía. El asunto no es
de hoy. Hace muchos años que Víctor Hugo esclamaba: "Las utopías de hoy
serán realidades mañana" ([1]).
Y no es concebible que el
proletariado ya en lucha, ya con un poco de conciencia, y que a diario
critica los prejuicios existentes, incurra en caer en el prejuicio de calificar
iluso o prematuro iniciar la presentación de un plan a seguir para obtener la
abolición del régimen del salario, por las razones vertidas ya en capítulos
anteriores.
Entremos a este terreno con la
serenidad que se debe penetrar a la iniciación de los grandes acontecimientos
de la historia, y con la serenidad debida para afrontar también sus grandes
responsabilidades.
Es tiempo ya de abreviar las
divagaciones.
Los sindicatos deben activar su propaganda para fortalecer en calidad y en
cantidad para iniciar una acción más precisa y definida. La lucha por un
miserable aumento de salario no es suficiente.
XIV
DEL SUPUESTO PELIGRO DE LA
OCIOSIDAD Y OTRAS PUERILIDADES BURGUESAS
Cada vez que se ha planteado
esta futura realidad del consumo libre y del trabajo libre, la burguesía ha
respondido que ese sistema engendraría la ociosidad. Aunque este asunto se ha
tratado bastante no está de más insistir en algunas consideraciones.
El hecho de que la abolición del
trabajo asalariado determine la libertad para el consumo sin ninguna formalidad
no nos permite pensar seriamente en que pueda presentarse el peligro de un aumento
de la ociosidad.
¿Por qué? Porque las primeras
tentativas de no trabajar repercutirían inmediatamente en la disminución de la
cantidad de productos que se necesitarán para el consumo y esta sería la
suficiente presión para determinar a trabajar a los que quieran abusar de la
libertad.
Además la poca jornada de
trabajo que se requerirá en el futuro debido al mayor número de brazos
dedicados al trabajo y sobre todo al aumento y perfección de la maquinaria, y
preponderantemente por la simplificación de los métodos de producción.
Si bastara que cada individuo
"hábil" dé 4 horas o menos al trabajo productivo, fácil por la
técnica y la mecánica cada vez más inteligente, no vemos razón alguna para
pensar seriamente en el supuesto peligro del aumento de la ociosidad.
Que trabajos de limpieza y otros
desagradables por varias razones, nadie querría hacerlos...
Tampoco podemos temer a aquello,
porque si hoy se le pone mala cara a esos trabajos, es porque además de ser
desagradables, son demasiado mal pagados y con jornadas largas y procedimientos
atrasados.
Las condiciones de alegría, de
libertad y creciente perfección en los procedimientos será la más segura
garantía en el porvenir de que nadie se negará a hacer los trabajos que la
felicidad y la salud requieran.
El número de ociosos que
subsistan no podrán sostenerse mucho tiempo en esas condiciones, porque
diversas causas lo determinarán.
La completa ociosidad produce el
mayor aburrimiento.
Como a causa de la abolición del
dinero los juegos carecerán de emociones, se olvidarán por sí solos,
disminuyendo este atractivo de los ociosos.
La prostitución desaparecerá,
puesto que desaparecerá la principal causa que la engendra: la miseria.
Y sobre todo la continua
elevación de la cultura y de la ilustración, el perfeccionamiento del sistema
de vida, todo esto irá perfeccionando a los individuos y capacitándolos para
colaborar en la vida futura.
Y mientras subsistan, los
ociosos vivirán y disfrutarán como los que trabajan, porque de todos modos es
seguro que esa ociosidad será menor que hoy. Nosotros, los más interesados, no
le tememos en absoluto a la supuesta ociosidad y por ello no requiere más
preocupación de nosotros.
Que habrá brazos de sobra para
la producción futura con menos de 4 horas diarias por individuo, es un hecho
indiscutible.
Es posible que actualmente no
trabaje en la producción la mitad de la población hábil.
Más tarde, cuando desaparezcan
todas las ocupaciones inútiles de hoy como ser: los ejércitos y todas las
industrias que alimentan ejércitos y marinas de guerra; las comunidades
religiosas; empleados públicos inútiles; etc., toda esta disolución natural
traerá más brazos al trabajo útil que reducirá las horas de trabajo.
La maquinaria se multiplicará
más que hoy y la simplificación del trabajo por los mejores sistemas que dé
lugar a emplear el cambio de régimen. Así por ejemplo: hoy una ciudad tiene 200
panaderías que la abastecen, con 200 locales, 200 maquinarias y administración,
etc.; cuando el sindicato haya socializado la industria, como lo hemos contemplado
en otros capítulos, esas 200 panaderías se reducirían a 20, en 20 locales y en
una sola administración general. El número de operarios que requeriría el nuevo
método podría reducirse quizás de mil a doscientos y así, en todas las
industrias. O bien trabajando todos siempre pero con horarios cortos.
El trabajo de hacer la comida en
casi todos los hogares, ya comprendemos lo que significa y cuánto número de
personas obliga a trabajar y sacrificarse. La transformación del régimen
produciría un enorme alivio. Es posible que por cada cien cocinas familiares
bastara un Hermoso Hotel y por cada cien cocineras quizás con veinte se haría
un servicio superior en calidad y reducido a jornadas pequeñas. Todo esto
aumentaría el número de operarios disminuyendo las horas necesarias para el
trabajo.
¿No lo vemos claro? ¿No lo vemos
fácil? Hoy tenemos ya hechos claros que bastan para asegurarnos la garantía que
el nuevo sistema traería mayor perfección.
El ferrocarril, ¿cómo simplificó
y aumentó la rapidez y capacidad del acarreo? Por ejemplo para transportar cien
mil sacos de trigo a cien kilómetros de distancia, ¿cuántas carretas, animales,
hombres y horas antes requería? ¿Y hoy? Es el mismo caso que hemos señalado de
la disminución de las panaderías y de las cocineras. ¿Por qué no damos ese paso
hacia el progreso y la cultura? ¿Qué falta para ello? Que los sindicatos sean
más activos. Las otras puerilidades de la burguesía, como aquello, de quién les
lustraría los zapatos, quién les limpiaría las piezas, y otras simplezas, vale
más no ocuparse de ello. ¿Sería posible que porque la burguesía y sus
satélites no saben resolver hoy quién les lustraría los zapatos mañana se
detenga y se haga fracasar el movimiento sublime, redentor, que conduciría
la humanidad libre a la más alta cumbre de la felicidad y de la cultura? ¿Será
posible también que, porque todavía una enorme población de la humanidad vive
en completa abyección, demoremos la abolición de todas las causas que han
determinado esa misma abyección, pudiendo acercar la hora de su depuración y
saneamiento? Los sindicatos no necesitarían llegar a ser grandes poderes para
proponer la abolición del sistema capitalista, puesto que la historia y la
experiencia nos enseña que ninguna de las grandiosas transformaciones sociales
operadas ya en la vida de los pueblos ha necesitado de grandes fuerzas
organizadas. Todos los progresos se deben a débiles pero audaces e inteligentes
minorías.
Pero como en este caso se trata
de una reforma de más intensidad y transcendencia, también se necesita de una
organización obrera siquiera regularmente preparada para la obra que piensa
acometer. Una vez más digamos: Desarrollemos más actividades en la organización
sindical, cooperativa y política del proletariado.
Todo eso para llevar pronto a la
práctica nuestras generosas aspiraciones.
XV
EL SINDICATO, LA COOPERACION Y
SU CAPACIDAD POLÍTICA
El sindicato puede ser la fuerza
que hemos demostrado en capítulos anteriores.
Sin embargo, si la clase obrera
capaz para desarrollar una vasta y completa organización de sindicatos,
comprende todos los recursos que puede, ella misma, desarrollar, se convencerá,
como nosotros, que además de la fuerza sindical puede desarrollar la
organización cooperativa, que es, en realidad, una fuerza moral y material poderosa,
cuya capacidad, según el desarrollo que le dé el proletariado, puede ser una
colaboración decisiva para la victoria del sindicato.
Tenemos que convencernos que la
clase capitalista, en el tren que marcha, no es capaz de moralizarse y mientras
viva desmoralizada no estará dispuesta a parlamentar con la clase trabajadora.
Entonces la clase obrera, no
pudiendo ni debiendo pensar seriamente en organizar una revolución armada para
derribar del poder al capitalismo, no debiendo hacernos la ilusión de que, por
poderosa que fuera la acción del sindicato en combinación con la cooperativa,
si la clase capitalista está en el dominio del poder político, usará la
metralla despiadadamente para vencernos, es juicioso y serio, y también lo más
inteligente que la clase obrera a la vez que fortifica el sindicato y la
cooperativa —sus dos armas económicas más precisas—, a la vez que esto haga,
debe avanzar sus posiciones, cuanto más sea posible en el terreno político,
porque esta tercera arma es decisiva en esta contienda cuyo primer aspecto es
la lucha de intereses de las clases.
Si la clase obrera cuenta con la
mayoría en el Parlamento, el gobierno político del país estará en sus manos, y
cuando el sindicato vaya a la huelga general para reclamar la socialización, la
clase capitalista no podrá disponer del ejército ni de policías, y en cambio,
la clase obrera paralizará la producción y hasta podrá amenazar con el hambre a
la clase capitalista, mientras la cooperativa previsoriamente bien provista
salvará a los sindicatos de la escasez de alimentación, sin perjuicio de que el
sindicato sabría tomar las medidas para que el abastecimiento del proletariado
no sufriera.
Como no sería juicioso
colocarnos en el terreno de la ilusión, es preciso que todo lo calculemos
dentro de lo más práctico y posible.
Vemos que actualmente el poder
de la clase obrera organizada todavía en malas condiciones y en luchas
internas, va haciéndose sentir en todos los países en las luchas políticas y la
clase capitalista no puede desentenderse de esta naciente fuerza.
No está lejano el día, para
varios países, en que el proletariado tendrá la mayoría parlamentaria y con
ella la administración y gobierno del país. Si a la par de esta buena situación
política, esa clase obrera dispone también de una organización sindical y
cooperativa con la inteligencia suficiente, podrá iniciar su labor para
"socializar" sin indemnización, los instrumentos de producción y de
cambio incluyendo la tierra y la habitación", más o menos como lo hemos
descrito en el capítulo XII de este trabajo.
No debemos de alejarnos de
estudiar el valor que reunidos representan estos tres factores:
—Una organización sindical capaz
de reemplazar a la clase capitalista en sus funciones administrativas de la
producción;
—Una organización cooperativa
capaz de cooperar a la huelga general, por todos los medios que su desarrollo
adquirido y la situación impongan;
—El poder político, en manos de
la Federación de los sindicatos, y del Partido Socialista impidiendo que la
clase capitalista utilice jueces, policías y ejército, para aplastar por la
fuerza de la metralla el indisputable triunfo de la inteligencia y de la moral
obrera.
Sólo en estas condiciones de
preparación, el sindicato resulta invencible. Pensar que el sindicato se
bastara sin fuerzas políticas ni cooperativas, será una verdadera pedantería,
falta de inteligencia y hasta quizás temerario y traidor. Veamos claro que esta
triple forma de fuerzas obreras no significa una división material del
proletariado. Tomemos para ejemplo una ciudad cualquiera:
Los trabajadores de todas las
industrias y otras faenas cuentan con sindicatos por industrias.
Todos los sindicatos
industriales constituyen una Federación por industria.
En todos los pueblos y ciudades
donde haya varios sindicatos, cuentan con una Federación local.
Todas las Federaciones a su vez
están confederadas en una oficina central. Además están en relaciones
internacionales.
Estos mismos trabajadores que
constituyen los sindicatos ejercen sus derechos políticos y han conquistado su
posición en el poder político: parlamentario y municipal.
Estos mismos trabajadores son
los accionistas y clientes de sus cooperativas.
Es, pues, la misma masa
trabajadora, con una sola voluntad, la que empuña en su propia mano, tres
armas de ataque y de defensa:
1º La fuerza del sindicato en "acción
directa" en el campo de la producción;
2º La fuerza de la cooperativa en "acción
directa" para destruir la especulación de los intermediarios y
suprimirlos;
3º La fuerza política de clase, en "acción
directa", en la calle, en el Parlamento, en el gobierno, en el
municipio, destacando la razón de su moral, haciendo práctica la democracia en
el campo económico como en el político, aboliendo el privilegio que se
garantiza con la ley.
Este es el único tipo de
sindicato capaz de "socializar" los instrumentos de trabajo y la
sociedad toda: "El sindicato político y cooperativo".
No es ésta una idea nueva, ni
una forma inédita, pero es un concepto discutido de cuya eficacia aun algunos
infundadamente dudan. Sin embargo, todos los indicios del movimiento obrero
mundial, que se desarrolla más seriamente, nos indica que se marcha a
consolidarse en la forma antedicha. Si pretendiéramos esperar el momento
"aquel" en que la conciencia de la clase proletaria dejara desiertos
los cuarteles y las policías reducidas a cuidar el tráfico público, nuestro
candor sería criminal. Consideramos indiscutiblemente más rápida la preparación
y capacitación del proletariado para producir la abolición del régimen
capitalista, adoptando el sistema de la triple forma de la organización obrera
educada para el objetivo señalado, que esperarlo tan solo de la fuerza
sindical.
Veinte hombres unidos de
criterio uniforme, conscientes de su acción, vencerán y "dominarán" a
ochenta que carezcan de capacidad moral.
Unir lo que hoy tiene de más
capaz la clase proletaria, aunque sólo fuera el 20 por ciento de la población
trabajadora, determinar la buena organización de sus sindicatos, con todos sus
"instrumentos" de cultura: bibliotecas, clases, conferencias, fiestas,
folletos, periódicos, etc., cuyos beneficios se extiendan a la totalidad de
personas que comprendan las familias de los obreros organizados; aumentar la
capacidad de su fuerza con el desarrollo de las cooperativas y utilizar
"su voto político" al servicio de sus intereses de clase; unir,
decimos, aunque sólo sea el veinte por ciento de los trabajadores, dispuestos a
utilizar sus propias fuerzas en esas tres formas, todos conscientemente libres
y uniformados por el común programa de "socializar", de abolir el
régimen capitalista, para hacer desaparecer esta inmunda esclavitud del
salario; verificar esta unión, así compuesta, será suficiente para alcanzar la
capacidad homogénea que nos dé de hecho la superioridad sobre el ochenta por
ciento restante, inconsciente, desorientado y disperso.
Así en estas condiciones, aunque
exista ejército, no teniendo la burguesía el poder político para usar las
fuerzas armadas, el triunfo de esa fracción del proletariado organizado podría
determinarse por las condiciones de la acción.
Pensar alcanzar reunir en
organizaciones el veinte por ciento de los trabajadores no es una ilusión.
Muchas ciudades llegan ya al cincuenta por ciento. De modo que no pretendemos
basarnos sobre ilusiones porque eso es lo que determina el fracaso.
Más que el número valdrá para
nosotros la uniformidad de acción consciente, haciendo de nuestra fuerza un
"instrumento" capaz, organizado y orientado para desalojar a la clase
explotadora de sus dominios: en el industrial, con el sindicato; en el comercial,
con la cooperativa; en el poder y en sus privilegios, con el sufragio y sus
consecuencias.
El programa que se nos presenta
es fácil y claro, sólo que falta que la mentalidad obrera se despeje de los
engaños y de los mareos con que le entretiene la clase capitalista, para que se
dé cuenta. Y para ayudar a que el proletariado se dé cuenta, es que la
actividad socialista, la única posible de desenvolverse útilmente, debe
ensanchar más y más su actividad educadora y cultivadora de la mentalidad del
pueblo.
Los hechos son los que hablan:
hoy por hoy, sólo la acción socialista es la única fuerza existente,
consolidada y más respetable, capaz de multiplicar sus esfuerzos para la
realización de su programa. La abolición del régimen capitalista, cada vez más
necesaria, se hará más fácil a medida que los socialistas robustezcan su
fuerza: con el sindicato, con la cooperativa, con el sufragio. No soñemos poder
alcanzar la realización de nuestro programa si no construimos exactamente
nuestra fuerza moral y material con los tres elementos tantas veces repetidos,
pero nunca lo suficiente: sindicato, cooperativa, sufragio. Despreciar uno, o
atribuirle importancia menor, es desequilibrar nuestra capacidad. La abolición
de la terrible esclavitud del salario la hará el sindicato: cuando más
inteligente que hoy, bien orientado hacia una clara finalidad: la abolición del
salario y del régimen capitalista su causa fundamental, contando con mayor
unidad entre los elementos de diversas escuelas para esa finalidad y contando
con un respetable porcentaje se disponga seriamente a esa acción;
Cuando, además, esté apoyado por
la cooperativa medianamente arraigada en la conciencia proletaria, con
regulares ramificaciones y haya logrado disminuir los intereses y la capacidad
capitalista; y
Cuando esa misma clase
asalariada de los sindicatos, por medio del sufragio y su representación en
parlamentos y municipios haya conseguido desarmar a la clase capitalista,
quitándole su absoluto dominio sobre el gobierno.
Entonces será el momento cuando
el sindicato lleve todas las probabilidades de éxito para su acción. Si todos los asalariados
quisieran despojarse de sus prejuicios ideológicos, y en un momento de
inteligencia se resolvieran a no estorbarse recíprocamente y llevar a la
práctica una acción consolidada para "probar" el valor del esfuerzo,
¡quién sabe cuánto se avanzaría!
Pongamos "todos" un
poco de más amor y de más inteligencia en la consolidación de la organización
sindical, poniendo además sinceridad y nobleza. Si obramos así no tardaremos en
ver hermosos frutos.
Si al sindicato lo interesamos
"fundamentalmente" con una razonada e inteligente actuación en su
finalidad primordial: "la abolición del régimen del salario", no
hagamos "cuestión" por detalles secundarios como subsidios a desocupados,
etc., siempre que la actividad no cese respecto al objetivo primordial
Si es verdad que el proletariado
tiene en su seno individuos inteligentes, si eso es cierto, veremos en breve
resurgir una organización sindical —libre de prejuicios—, capaz de encaminarse
pronto a su definitiva acción.
XVI
LA EXTENSION DEL SINDICATO.—
LA COOPERATIVA
Sin restar importancia a lo que
dejamos dicho, sobre la acción que puedan desarrollar los sindicatos, debemos
ver si podemos acercarnos al final de nuestro objetivo por medio de la
cooperativa desarrollada y sostenida por el sindicato, puesto que nuestra
acción sindical debe ser preferentemente constructora. Si vemos que el
sindicato puede ser una fuerza poderosa, competente para realizar la
socialización, "veamos" si agregándole la fuerza cooperativa y
la fuerza electoral, el sindicato podría ser todavía mucho más poderoso.
Si mañana se construyeran mil
hermosas, amplias y cómodas casitas con aire y luz abundantes, rodeadas de
jardines y parques, con tranvías hacia todas partes, etc., destinadas a los
pobres, a precios iguales o inferiores a lo que valen las pocilgas del
conventillo, es absolutamente seguro que las familias obreras más cultas de
inmediato se trasladarían a habitar las nuevas viviendas. Si se construyeran
casitas en número capaz de "vaciar" o dejar desiertos los
conventillos e inquilinatos incómodos, es seguro que los conventillos quedarían
todos vacíos. Por este proceder el conventillo quedaría vacío, abandonado y
despreciado, en virtud de haberse "construido" una vivienda superior.
No se ha "destruido" el conventillo. Ha sido reemplazado por algo
superior.
Así es como el sindicato y la
cooperativa, a medida que vayan construyendo "sus obras": el
sindicato elevando el salario y la cultura; disminuyendo el horario y la
desocupación; la cooperativa perfeccionando la calidad del alimento y
abaratándolo; el sufragio destruyendo las tiranías y privilegios, etc., cuando
la bondad de "esta obra" vaya siendo apreciada por los seres humanos
y especialmente por los que viven de su trabajo, se irán trasladando a vivir en
el seno de este nuevo mundo que vamos creando, dejando desalojado el mundo
burgués por inferior.
Pensemos y volvamos a pensar en
el mérito de estos pensamientos y en la felicidad que nos darían al llevarlos a
la realidad.
No destruimos ni destruiremos el
orden social del mundo burgués o capitalista, es que solo va perdiendo sus
sostenedores y adoradores.
Todos los días aumenta el número
de los que van al sindicato a vivir en él para gozar la mejor vida que el
sindicato produce. Primero van los más cultos, después los demás y así llegarán
todos.
Todos los días aumenta el número
de los que comprenden mejor la nueva organización del trabajo que impondrá el
sindicato a medida que crezca su fuerza, y se dan cuenta que se llegará a la
abolición del régimen del salario con una fuerza capaz de mantener esa
conquista.
Todos los días aumenta el
progreso de las cooperativas de consumo y producción y también aumenta el
número de los obreros que dejan de ser esclavos del capital y aumenta el numero
de los artículos fabricados por las cooperativas.
Pero debemos trabajar sin
descanso porque eso aumente mucho más todavía.
Así como el ferrocarril desalojó
carretas y bueyes de las carreteras sin producir ningún cataclismo, así llegará
"un momento" en que la inteligencia obrera se dará cuenta de las
ventajas de la organización y obrará de acuerdo con sus intereses.
¿Quién podrá impedir que en
pocos días más, los veinte mil obreros del ramo de calzado de Buenos Aires,
"resuelvan" dar un peso semanal para instalar una fábrica de calzado,
contando de seguro que las trescientas mil familias obreras de la capital sólo
comprarían sus calzados en esa cooperativa?
Y, ¿quién podría negar que esa solidaridad
desalojaría todo el comercio burgués del calzado en pocos días? Los obreros
de la fábrica cooperativa de calzado dejarían de ser explotados y vivirían tan
superiormente que ninguno querría volver a los talleres de la clase
explotadora. Es la construcción de una obra nueva superior la que desaloja lo
inferior.
Si una experiencia pudiera
hacerse con éxito, con los obreros del calzado, ¿quién impediría que gremio tras
gremio continuara imitando el buen ejemplo, hasta derrumbar de hecho el sistema
de la explotación capitalista?
Si los obreros se apoderan de
los municipios y venden carne, pan, legumbres, leche, carbón, etc., proveen de
luz y locomoción, ¿quién podría impedir el desalojo del sistema capitalista?
Concordando las ideas
establecidas en los capítulos X al XIII de
este trabajo, con lo que aquí bosquejamos, y contando con una relación
solidaria de todos los gremios entre sí, ¿quién puede desconocer que esta
fuerza obrera, asi organizada, crearía un mundo superior de vida, que
convidaría a vivir en él, abandonando todo otro sistema? ¿Por qué no iniciamos
esa labor? Si no se inicia, será sencillamente, porque la inteligencia
obrera no ha adquirido, todavía, la capacidad para emprender esa obra.
Entonces nuestra labor del "momento" será activar el
perfeccionamiento de esa inteligencia, conversando y discutiendo estos asuntos.
Nuestro mundo
"colectivo" o "comunista", como quiera llamársele, debemos
construirlo al margen del mundo capitalista, para demostrar sus ventajas y
atraer a nuestro lado a los convencidos de su superioridad, sin perder tiempo
en querer destruir primero ese mundo para construir sobre sus despojos el
nuestro. Eso no es sensato...
Obreros y empleados de ambos
sexos: ¿no veis que este procedimiento será el más fácil, el más barato, el
camino más corto para librarnos de la explotación y tiranía del capitalismo?
Desprendernos, a pesar de nuestras actuales miserias, de un peso semanal para
fundar y establecer las fuerzas que en breve tiempo nos darían la abundancia,
el bienestar y la libertad, eso es lo que debemos hacer, aun cuando fuera un
gran sacrificio.
De la clase capitalista y
religiosa no debemos esperar nada. Todo debe venir por nuestros propios
esfuerzos.
"La emancipación de los
trabajadores debe ser obra de los mismos trabajadores", dijo Carlos Marx,
y se ha repetido y se repite por labios y plumas obreras y no obreras, como
insistiendo para que esta afirmación penetre hasta la médula del proletariado.
Pues, para que aquello sea un hecho, es forzoso que el proletariado, afirmando
sin equívocos, su conciencia de clase asalariada, apresure la perfección de sus
organismos de combate.
¿Quién podrá decir que los
métodos y conceptos adoptados para reorganizar la sociedad humana sean los más
infalibles y perfectos?
Yo afirmo que los métodos usados
hasta hoy ya no sirven, y por eso propongo que se estudie el método propuesto
en estas páginas: organizar con la cooperativa y el sindicato nuestro mundo,
darnos nosotros el mejoramiento que queremos, puesto que debemos reconocer que
es un error pretender que la clase capitalista nos ayude a mejorarnos.
XVII
LA COOPERATIVA COMO MEDIO DE
SOCIALIZACION
Es el caso que aunque parezca
muy ilusorio o muy temprano, es deber y es juicioso proponer decididamente
temperamentos que nos lleven a la abolición del régimen capitalista para hacer
desaparecer todas las miserias, esclavitudes y crímenes que produce.
En el estudio de estas
proposiciones es donde debemos encontrar el medio más adecuado para llegar
pronto al fin. Completando las fórmulas anunciadas anteriormente vamos a
proponer otra que parece todavía más sencilla. Pues, es natural que
establezcamos qué medio puede contar con menos inconvenientes y avanzar por un
camino más corto. Para que el sindicato se encuentre capaz de proponer la
abolición del régimen del salario, precisaría que cierta mayoría se halle
dispuesta a ello, y para que el estado de educación, de conciencia y de
voluntad decidida adquiera esa capacidad, nadie podría calcular el tiempo que
para ello se necesitaría. Una vez que el sindicato estuviera dispuesto a ello, todavía
habría que contar con la decidida y brutal resistencia de la clase capitalista
que apelaría a todos los recursos, inclusive el de acusar de subversión a los
obreros. ¿Cuánto tiempo exigiría todo eso y qué seguridad daría de buenos
resultados para las aspiraciones obreras? Estúdiese meditadamente todo lo
relacionado con esta delicada cuestión.
Ahora miremos por otro lado el
desarrollo de acontecimientos más prácticos que nos lleven a la misma
finalidad.
Hoy gritamos contra el pan caro
y hasta se propone impuestos a la exportación del trigo, pero nada apreciable
vendrá a producir el abaratamiento del pan, mientras los industriales, conforme
al régimen, vean en ello sólo un medio de hacer fortuna, fabricando y vendiendo
pan. Siempre se sacará del bolsillo del pobre esa fortuna que se guardará el
industrial y el Estado.
Si los industriales panaderos
fabricaran pan con el generoso propósito de que el pueblo tenga alimento,
podríamos esperar algún mejoramiento; pero como la verdad es que los
industriales panaderos fabrican pan para venderlo y enriquecerse con esa
industria como un medio cualquiera de riqueza, sería demasiado infantil esperar
que sean menos avarientos. No soñemos en eso. Lo que vemos con la industria del
pan pasa con todas las demás.
Si en Buenos Aires viven
trescientos mil proletarios asalariados y de estos cien mil solamente pudieran
considerarse dentro de la acción de las organizaciones obreras, ¿sería difícil
que quisieran dar un peso mensual para fabricar pan, moler trigo y
producirlo? Pues ello sería para librarse de este modo de dos dificultades:
primera, la lucha permanente contra la clase que explota esta industria;
segunda, independizarse de la esclavitud que ese sistema significa. Si provocar
el establecimiento de una cooperativa de producción de pan, primero, con
propósitos de extenderla hasta producir el trigo, se considera obra muy
difícil, es el caso de declarar que entonces se debe comparar y establecer si
fuera de este medio habrá otro más breve, menos difícil. A mi modo de apreciar,
éste es el medio más práctico, más breve, menos complicado.
Si una parte de las clases
asalariadas, instada por una activa propaganda, impresa y verbal, se resuelve a
contribuir con un peso mensual o semanal, (pues mientras más rápidamente
aumentara un gran capital, más rápidamente debilitaría las fuerzas que la
explotan), es seguro que podría establecer una cooperativa de pan, en buenas
condiciones, capaz de vivir para cumplir su misión, y que podría contar como
clientela a lo menos todo ese proletariado que pueda sentir la influencia de la
propaganda obrera.
Por el Partido Socialista han
votado cincuenta mil electores. Habrá además algunos miles que no tienen
derechos políticos, afiliados y simpatizantes, los menores de 18 años y las
mujeres. Hay allí en torno de los centros y juventudes, una fuerza de más de
cincuenta mil personas. Fuera de estas personas, ¿cuántas más habrá en los
sindicatos y cerca de ellos que simpaticen con toda campaña de mejoramiento de
las condiciones de vida? Ahora bien; si todo ese elemento, y las fuerzas de
educación que le alientan, no son capaces de hacer una obra práctica, cuyos
resultados se verían de inmediato, como la que acabamos de señalar, sería
preciso convenir que ese elemento carece de inteligencia para darse su bienestar.
Aclaremos ahora qué procedimiento le daría al pueblo la seguridad de obtener el
abaratamiento del pan y el mejoramiento de su calidad:
—¿Luchar, agitarse, gritar en
las calles y periódicos protestando contra el pan caro, para pedirle "a
los mismos industriales" interesados en enriquecerse, que renuncien a su
aspiración de hacerse millonarios, abaratando el pan, el trigo, para aliviar al
pobre?, o
—¿Reunirnos unos cien mil
obreros, aportar un peso mensual cada uno, establecer nuestras fábricas
de pan, y la gran utilidad que se reserva el capitalista disminuirla en el
precio a la vez que mejoraríamos su calidad? No cerremos los ojos. No
despreciemos el pensamiento, porque mientras miremos con desprecio nuestras
propias fuerzas más nos alejaremos de mejorarnos.
Estudiemos serenamente cuál de
los dos medios nos llevará más pronto a comer pan barato:
—Si pidiéndole al industrial que
lo abarate; o
—Si fabricándolo nosotros
mismos.
Estudiemos la posibilidad y
procuremos ver cuál de los dos medios es más fácil, cuál entraría con menos
resistencia. ¿Quién resistiría más?:
—¿La clase capitalista para no
abaratar el pan?
—¿La clase asalariada para no
querer contribuir con un peso semanal y por pocas semanas, para garantizarse de
veras la fabricación de pan barato?
Estúdiese, a ver quién, con
absoluta seguridad podría darnos pan barato y bueno:
—Si los fabricantes
capitalistas, cuya aspiración es enriquecerse vendiendo pan caro; o
—Si la clase obrera organizada,
fabricando pan para abaratarlo y enriquecer la pequeña economía de la clase
obrera.
Y repetimos, en fin: ¿Quién podría
darnos más pronto el pan barato?:
—¿Si lo fabrica la clase obrera
por medio de la organización cooperativa; o
—Fabricándolo la clase
capitalista que se resistirá a disminuir sus ganancias?
Es el caso de razonar y no de
reírse o despreciar lo que se propone. Todavía miremos otro aspecto y veremos
qué será más rápido, más fácil, y con menos peligros:
—¿Hacer que el pueblo se
resuelva a expropiar a la clase capitalista, defendida por las fuerzas
políticas y militares, que implicaría una verdadera revolución con todas sus
desgraciadas consecuencias; o
—Hacer que el pueblo se encamine
a organizar grandes cooperativas para producirse su pan y todo lo que necesita?
¿Cuál de los dos medios será más
fácil que el pueblo adopte? ¿Cuál es más sensato?
Y lo mismo que se puede hacer
para obtener el pan se podría hacer para abaratar el vestuario y toda la
alimentación. ¿Qué esperamos, entonces? ¿Qué?
Si se alegara que este
procedimiento propuesto es de muy difícil realización: ¿será más fácil entonces
esperar que el sindicato lo obtenga directamente o se resuelve no hacer nada?
¿Es preferible no hacer nada o
es preferible probar una tentativa?
Si se porfía que la pobreza de
la clase obrera es un inconveniente para realizar la cooperativa, razonemos
a ver cómo saldrá más rápidamente de la pobreza:
—Si continuando siendo explotada
por la clase capitalista, siempre indolente, ansiosa de riquezas; o
—Si contribuyendo para realizar
la cooperativa que inmediatamente le traerá el abaratamiento de la vida.
Hay que abrir los ojos para ver
el camino más fácil, apartar de nosotros los caprichos para ver que
estamos a un paso de la abolición del régimen capitalista con todo su cortejo
de crímenes y miserias.
También debemos establecer ante
nuestra vista, CUAL SERA EL METODO QUE REQUIERA MENOS TIEMPO para terminar con
el estado capitalista:
—Si continuar el método usado
hasta la fecha, cuyos resultados todos podemos apreciar; o
—Si convendría probar poner en
práctica el desarrollo de la acción cooperativa como medio de expropiación.
Repito: ¿Por qué todos los
sindicatos no toman en serio esta proposición?
Hay una proposición, ¿a ver si
se opone otra?
Todos los sindicatos y centros
socialistas y culturales podrán formar un comité que estudie y resuelva, si
procediendo a fundar fábricas cooperativas, principiando por los artículos de
mayor consumo, se podría por el momento mejorar la condición del asalariado y
abaratar el costo de la vida, mientras con este éxito, en caso de obtenerlo, se
prepararía el camino para la abolición definitiva de este horrible régimen que
nos martiriza con una ración de hambre, medido, cruel y miserablemente.
No presumo que principiemos esa
obra 100 mil individuos, pero de sobra la podemos empezar unos mil y después
llegar a los 100 mil y crecer es lo de menos. Hace 60 años unos 30 obreros en
Rosdhale, (Inglaterra), empezaron la cooperativa y hoy son cerca de tres
millones.
En Buenos Aires, el Partido
Socialista tuvo en 1896, hace 20 años, 132 votos y en 1916 obtiene cerca de 50
mil votos.
La famosa Semana Roja ensayada
por los socialistas de Alemania, dio en seis días de propaganda más de 120 mil
afiliados a los sindicatos y más de 80 mil suscriptores a la prensa obrera.
El "Hogar Obrero"
vendió el primer semestre de 1912 por 27 mil pesos y el primer semestre de
1916, por 120 mil.
He ahí el camino que debemos
recorrer. Pero para ello hay que empezar aunque sea con un paso.
A Galileo se le condenó por
anunciar un absurdo cuando dijo que la tierra se movía. Ahora lo decimos
a los sindicatos y centros socialistas: he ahí el camino más rápido para la
socialización que termine con todos los males ¿Responderán como el santo
tribunal, con un anatema o con el silencio e indiferencia que sólo revela
ignorancia? Si así resultara se harán dignos de seguir sufriendo el estado
actual de cosas.
XVIII
EL SINDICATO Y LA MUNICIPALIDAD
Somos del parecer que la clase
trabajadora se apodere de todas las instituciones que signifiquen o representen
fuerzas sociales. Para el sindicato y la cooperativa no debe ser indiferente la
municipalidad. Es una fuerza social, es un poder, es un arma útil y puede ser
para los sindicatos otro "medio" de tanta utilidad como sea el valor
que resida en sus funciones según quien la administre.
En muchas huelgas y en muchas
crisis económicas, la municipalidad ha sido un factor que ha calmado el hambre
en las multitudes.
En el progreso de la cultura
popular —que es lo más que necesitamos, — puede ser un factor eficaz y activo.
La municipalidad en manos de los
sindicatos podrá contribuir con mayor poder, actividad y con más medios que
cualquier institución obrera, al desarrollo de las siguientes obras:
Mejoramiento de la cultura, de
la educación, de la ilustración y de la capacitación científica y moral del
pueblo, que con estos beneficios acrecentaría su poder revolucionario;
Mejoramiento de la salud del
pueblo, multiplicando las medidas y facilidades higiénicas, medios de solaz y
alegrías moralizadoras, que elevarían aun más el poder revolucionario del
pueblo;
Instalación de industrias
empezando por aquellas en que más se explota la fuerza obrera, que a la vez que
ocupen brazos mejor remunerados, disminuyen la desocupación, mejoran las rentas
de la municipalidad y las de la clase obrera, mejorando también de este modo la
moral revolucionaria del obrero;
Construcción de habitaciones
para obreros, tantas cuantas fueran necesarias para abolir la explotación que
en este ramo se realiza, para mejorar la salud y la economía de las familias
obreras, para elevar su cultura y su moral con la mejor habitación, para
libertar al pueblo, en una palabra, de la ferocidad con que se le explota su
salud y su salario, con la indecente habitación que se le reserva. Además, con
este proceder la municipalidad crearía nuevas fuentes de trabajo, nuevas rentas
para el municipio, y sería un gran paso hacia la abolición de la propiedad
individual.
Se verificaría la
municipalización de cuantos servicios fueran posibles y se desarrollarían los
medios conducentes a abastecer a la población de sus necesidades para ir
librándoles de la especulación comercial y eso significaría socializar.
En fin, vemos que la
municipalidad puede convertirse, en manos de los sindicatos, en un
"medio", como hemos dicho, para ayudarse a verificar la abolición del
sistema capitalista.
¿Podrían los sindicatos, con la
fuerza municipal en su manos, proporcionar al pueblo todo, grandes
mejoramientos para la salud y comodidad social, perfeccionando y abaratando a
la vez: la habitación, la alimentación y parte del trabajo, quizás en mucho
tiempo antes que el sindicato fuese capaz de abolir el régimen del salario?
¿Valdrá la pena pensar en esta interrogante?
Si en los municipios rurales
penetra esa misma influencia, ¿no habrá más fundadas esperanzas de que la fuerza
de los campos aporte un mayor y eficaz concurso a la obra de
"socialización" que perseguimos?
Seria y serenamente pensemos que
el sindicato robustecerá su fuerza cuando su acción inteligente penetre al
municipio, y convierta este poder en un instrumento: a la par que de felicidad
para el pueblo, de "medio" para apresurar la realización de los
objetivos del sindicato.
Con estas insinuaciones que a la
ligera señalamos, el sindicato perfeccionará sus funciones y aumentará su
capacidad para reemplazar a la clase capitalista en la administración de los
intereses sociales y para abolir todas aquellas modalidades de vida que hoy ya
resultan para nosotros insoportables; inmundas unas, crueles otras, innobles
todas.
Todavía más, a medida que los
sindicatos sepan utilizar las funciones municipales, acortarán el período de
los sufrimientos populares, acercarán la hora de las reivindicaciones
definitivas, multiplicarán las fuerzas proletarias que han de verificar la
abolición de este horrible régimen capitalista, que tantos estragos ha hecho y
todavía hace en la salud y en la moral humana.
El sindicato que es por sí solo
una fuerza, que se hace más perfecta con la cooperativa, que se consolida con
el sufragio, se hace invulnerable asimilándose esta cuarta arma, la municipalidad,
que nada cuesta tenerla, a no ser un poco de conciencia y de inteligencia.
El sindicato robusteciéndose
así, agiganta su poder revolucionario, multiplica su moral para la acción, en
vez de desvirtuarse como algunos equivocados quieren suponerlo.
Cualquiera que sea la forma
de acción que determine la abolición del régimen capitalista, alguna
organización tendrá a su cargo, en la Nueva Sociedad, la administración de la
producción y del consumo; y en mi sentir ha de ser el sindicato.
Pues bien, me digo, si de una
manera u otra, más tarde, en el futuro será el sindicato quien administre la
producción, ¿qué razón habría hoy para que no lo pretenda hacer, desde luego,
por medio de la cooperativa y del municipio?
La clase obrera que vive hoy en
el medio capitalista víctima de todos sus defectos no debe subir a idealismos
para forjarse sus medios de reivindicación, sino que debe ir por el camino de
las realidades prácticas. Si constituir el sindicato y perfeccionarlo le cuesta
dinero, que sale de su pobre salario; si la cooperativa tan necesaria para
robustecer su fuerza, también le cuesta dinero y si el ejercicio del sufragio,
para hacerse representar en el Parlamento, en el Gobierno y en la municipalidad
no le cuesta dinero, o le cuesta muy poco, es juicioso que la clase obrera no
desprecie los medios que le resultan más baratos y que le demandan menos
actividades.
Mientras no podamos abolir el
sistema capitalista y tengamos que vivir con el salario debemos ver que, si el
sindicato puede mejorarnos el salario, la cooperativa nos abarata la vida
efectivamente, y puede llegar a ser seguro que el dinero que nos economiza la
cooperativa sea suficiente para atender todas las necesidades de nuestra labor
revolucionaria y preparadora de la transformación social. Si al lado de estos
dos elementos de mejoramiento, el sindicato y la cooperativa, con el sufragio
obtenemos la representación parlamentaria que nos ha disminuido las tiranías
con que la clase capitalista ha relajado nuestra moral estorbando nuestros
progresos, y conquistamos el municipio que como hemos dicho puede abaratar más
la vida, elevar más nuestra moral, y robustecer más nuestra fuerza y nuestra
acción de socialización, es seguro que con todos esos elementos de lucha
abreviaremos en mucho el tiempo que sea necesario para zafarnos de este estado
capitalista, que a su vez trabaja para consolidarse.
Miremos con claridad y obremos.
Creo que no se pretenderá
argumentar, como en otros casos, que así poco a poco el sindicato se iría
desviando de su objetivo, porque en realidad la acción del sindicato en la
municipalidad se haría por medio de una representación, que obraría de
conformidad a la doctrina del sindicato. Antes que desviarse de su objetivo, el
sindicato, por medio del municipio —yo lo veo claro— se acerca a su
realización.
Primero, porque realizaría
acciones a un fin de práctica inmediata.
Después, porque con esos éxitos
robustecería su poder que de hecho implicaría debilitamiento de la clase
capitalista.
El sindicato dirigiendo el
municipio podría municipalizar, en cada localidad;
La provisión de pan, carne,
leche y de muchos artículos alimenticios, que daría beneficios inmediatos;
La provisión de luz, que sería
una fuente de rentas para el municipio;
Los servicios de salubridad, con
iguales resultados;
Los servicios de tranvías, que
serían otras rentas municipales;
La fabricación de los artículos
de mayor uso público; zapatos, ropa blanca, etc.
No es aquí donde podemos
formular un programa, pero eso basta para probar que el municipio puede ser una
importante fuerza de socialización que el sindicato no demostraría talento si
de ello se desentendiera.
Hay, pues, muy cerca del alcance
del actual poder de la clase obrera organizada, fuerzas capaces de empezar una
era de socialización.
¿Por qué no las tomamos?
XIX
LAS ETAPAS DE LA ACCION SINDICAL
Y LA LUCHA DE CLASES
El sindicato no debe tener en
sus puntos de vista sino dos etapas para su acción; el período preparatorio, de
organización para la lucha contra las clases sociales que quieran vivir con el
fruto de la explotación por la opresión de la clase trabajadora; y el período
final de la lucha de clases en el que el proletariado triunfante por el número
y por la justicia de su causa, por la moral de sus conceptos, al abolir el
régimen de la esclavitud del salario, al socializar todos los instrumentos de
trabajo, la tierra inclusive, borre también, por el progreso de su cultura y de
su moral, toda circunstancia que hasta hoy haya hecho posible la existencia de
las clases, de sus odios y de sus luchas.
La lucha de clases no debe
existir después de abolido el actual estado capitalista y reemplazado por un
sistema colectivista, porque resultaría siempre necesaria la existencia de
fuerzas armadas obedientes al Gobierno para evitar la vuelta al sistema
capitalista. La subsistencia de la lucha de clases implica la subsistencia del
peligro de reacción y este factor se debe tomar en cuenta desde ya en la vida
del sindicato para señalar las medidas que deben adoptarse para evitar
desorientaciones y luchas innecesarias en lo futuro.
El sindicato no puede pretender
que la fuerza vencedora de las condiciones materiales en que se desarrollaba la
sociedad capitalista pueda doblegar de inmediato la moral de esa clase.
Los ejércitos se habrán de
dispersar y las armas se habrán de fundir para utilizar el metal que fue
elemento de muerte, en instrumentos que agranden las proyecciones de la belleza
de la vida.
Pero, si hasta aquel momento no
hemos triunfado también, con nuestra moral, en la mentalidad total, o casi
total de la masa que actúe en el acto final de la socialización, podrá
subsistir el peligro de la reacción.
La capacidad moral e intelectual
del sindicato, de la cooperativa, de la acción de la política obrera sobre el
parlamento y el municipio debe, en su desarrollo, demostrar su capacidad moral
y material para la perfecta administración del nuevo estado social, de tal
manera que a continuación de la huelga que dé al "traste" con los
últimos baluartes del capitalismo, el funcionamiento de la nueva sociedad produzca
de inmediato los atractivos seductores, en forma capaz de vencer todos los
resabios supervivientes, por tradición, hasta después de la socialización.
Estimo que el sindicato no debe
pensar en conservar fuerzas militares, desde el momento mismo en que ellas pueden
ser disueltas.
Dos caminos hay para su
disolución: la elevación moral de la clase trabajadora que se resistirá a
formar parte del ejército; y la mayoría parlamentaria que aboliría el sistema
militar.
La burguesía capitalista
dificultará, no cabe duda, y pondrá toda clase de obstáculos para que no llegue
ese momento, en que el militarismo sea abolido, porque, "es claro",
al día siguiente del derrumbe legal del militarismo, se produce el derrumbe del
estado capitalista, ya que no sería un misterio que nadie podría detener al
proletariado organizado a consumar la grandiosa obra del progreso.
Una vez abolido el militarismo,
¿quién iría a trabajar al día siguiente bajo el yugo del salario y bajo el
despotismo del régimen capitalista?
Es de capital importancia que
sindicatos y centros socialistas, juventudes y de cultura, se den cuenta de
cuánto valdría para apresurar nuestra obra el derrumbe del militarismo, que
como decimos hay para ello dos medios a emplear a la vez: disminuir la
concurrencia a los ejércitos por el aumento de la propaganda que enaltezca el
valor de la vida y que abomine los medios de matar, y la conquista de mayorías
parlamentarias que ayuden con la ley al desarme y disolución de los ejércitos.
Tampoco es posible dejar venir
los acontecimientos sin que el sindicato se perciba de su responsabilidad.
En la historia se ha repetido
muchas veces, el derrumbe de un régimen triunfante, a causa del caos que no se
evita con la previsión.
La revolución social es lo más
serio de todos los acontecimientos de la historia humara. Y si en ella estamos
comprometidos y empeñados, lo juicioso es preverlo todo.
No será posible a nadie precisar
"la forma" que en cada país tome el giro de los acontecimientos que
va determinando la acción socialista y obrera.
¿Se producirá una huelga general
que determine en todas las industrias de una región su socialización?
¿Se podrá producir la
socialización de una industria primero que otras?
¿Se producirá un mejoramiento
general, mejorando los salarios, y participando a los obreros de las
utilidades?
¿El comercio recurrirá a imitar
el procedimiento de las cooperativas, de devolver a los consumidores el exceso
de lo que hubiera pagado?
¿Cuántas medidas retardatarias
establecerán la habilidad del capitalismo antes de desaparecer?
¿Se producirá la socialización
"de hecho" por el formidable crecimiento de la cooperativa —poderoso
competidor del capitalismo—, que unida a la acción municipal y sindical vaya
reemplazando las industrias y el comercio burgués?
¿Quién podría medir, cuál de los
caminos, es el más corto para finalizar la etapa burguesa?
Si las perspectivas son tan
varias, y dispuestos a aprovechar todas las oportunidades que se presenten, el
socialismo debe consolidar su plan concreto: "Organización
sindical", para la capacitación del proletariado, y la acción de
mejoramiento que de inmediato se pueda ir conquistando;
"Organización
cooperativa" de
producción y de consumo, que suprima al intermediario que encarece el producto,
y que sea de inmediato elemento de "socialización", fortificando la
acción y desarrollo de la fuerza del sindicato;
Conquista del poder político y
municipal, para
desarmar a la clase capitalista, por la vía de la ley, de todas las armas con
que hoy consuma la explotación y opresión de la humanidad;
El sindicato es la fuerza de presión
constante que actúa sobre todos los "frentes" industriales, evitando
la desmoralización del proletariado y el exceso de explotación;
La cooperativa es por excelencia la fuerza
expropiadora, "socializadora", que va estableciendo desde ya nuestro
ideal, sin violencias y sin conmociones, y es el muro donde van estrellándose
las ambiciones; es el freno que poco a poco obligará a limitar las ambiciones
del comercio y de la industria capitalista.
La acción política socialista de los elementos que constituyan
el sindicato y la cooperativa, en el parlamento, en la calle y en la
municipalidad será obra complementaria y colaboradora a la acción del sindicato
y la cooperativa, con toda la intensidad que esa acción pueda producir.
Aparte de este plan, que es el
más juicioso, que debe ir realizándose con método y cálculo, aprovéchense si se
puede todas las oportunidades que nos permitan cortar ligaduras, aumentar
comodidades y libertades, tomando en cuenta que las oportunidades son eventuales,
y no puede ser el resultado maduro de la sociedad.
La abolición del salario, la
socialización total, debe tener por base la más amplia capacidad del sindicato,
de la cooperativa y de la acción política. Si estas circunstancias fallan, el
peligro de la reacción es evidente.
Si en toda ciudad industrial, en
general, el 75 por ciento de su población es la clase asalariada, y ésta, aun
en su miseria, tiene capacidad para desarrollar sus fuerzas propias: sindicato,
cooperativa y acción política; cuando la potencia de estas fuerzas llegue a la
plena madurez, la socialización es un hecho, porque el 25 por ciento restante
no podría supervivir por mucho tiempo más fuera del ambiente gigante,
atrayente, seductor, incitante, sublime, impregnado de verdadera moral, que
habría creado el proletariado inteligente y trabajador.
El campo y el latifundio podrían
continuar siendo una amenaza y un obstáculo, pero si en la ciudad adquiere vida
propia el valor creado por el proletariado, el retardo del progreso en los
campos y la fuerza del latifundio, no superviviría por mucho tiempo.
Entre las esperanzas de que una
huelga o una revolución ponga fin al estado capitalista, y la acción metódica
del sindicato y la cooperativa con la acción política, no vacilo en ponerme de
este lado, aunque me aseguraran que esta acción costaría cien años más que la
otra. Es preferible lo que va asentándose sobre bases de conciencia, de
experiencia, de progresos morales, de realidades que se viven, es preferible
esto aunque parezca más largo, a precipitar acontecimientos cuya base no es
segura. El avance sereno de las fuerzas sindicales, cooperativas y políticas,
que vayan empleando y desarrollando el proletariado, se agigantará y se hará
absorbente pero por su propia nueva naturaleza. Esto irá borrando las asperezas
y la lucha de clases, lo cual significa disminuir los adversarios del nuevo
régimen.
Es además sensato que la clase
obrera se dé cuenta que el alimento artificial no fortifica sino
mientras dura el efecto de la sugestión. Lo artificial jamás será lo concreto y
lo efectivo.
Una huelga cualquiera se podrá
alimentar artificialmente y alcanzarse el triunfo. Pero para nuestra aspiración
fundamental, de abolir el régimen de la explotación, estén seguros los obreros,
ello no se obtendrá con esqueletos de sindicatos alimentados artificialmente.
La buena organización la
alcanzaremos cuando cada cual se empeñe en aumentar las simpatías y no las
antipatías entre el proletariado.
Los que se empeñan en fomentar
las antipatías entre el proletariado, porque unos tienen "istas" y
otros no, o porque esos "istas" unos los consideren con más
acentuación que otros, los que así proceden, ignorantes o no, robustecen la
existencia capitalista en perjuicio del progreso de la fuerza expropiadora, y
pueden ser hasta traidores sin pretenderlo.
No debemos pretender llegar al
final de nuestra lucha, multiplicando nuestros enemigos, o enconando mayores
odios. Eso no sería sensato.
Nuestra inteligencia debe
consistir en disminuir los enemigos y los odios, a medida que vamos extendiendo
los efectos de nuestra acción.
Nuestra conducta cada vez más
culta, más inteligente, debe facilitarnos no solamente las conquistas
materiales sino que también, en la medida de lo posible, la voluntad de los que
dejen de ser nuestros adversarios.
XX
ALGUNAS OBJECIONES SOBRE LA
"CAPACIDAD" DE COTIZAR
La mentalidad o la conciencia de
los adultos no es cosa fácil de impresionar conscientemente en breve tiempo. El
pasado ejerce sobre ella más poder que el momento presente. El ambiente
defectuoso del presente ejerce sobre cada individuo más autoridad que la
prédica moderna, por más razonable y superior que nos parezca.
Si esto es tan cierto que nadie,
juiciosamente, osaría negarlo, es un factor que no podemos olvidarlo para
nuestra acción.
Es así, entonces, como la
inmensa muchedumbre de las clases pobres posee una mentalidad difícil de
impresionar con nuestros nuevos conceptos de justicia y de moral social que
deseamos se "asimilen" en todas las personas. Reconocida esta verdad
haríamos mal a nuestra causa si le negáramos importancia. Reconocida esta
verdad corresponde al poco elemento más preparado, que actualmente lucha porque
un sentimiento exacto, de justicia, rija los destinos humanos, tomar un plan
metódico que realizar de manera de "atraer" la atención de los que no
se interesan todavía o se interesan poco por vivir en mejores condiciones.
Como fatalmente no podemos
desprendernos de la tierra que pisamos, tan llena de defectos, ni los
individuos sobre quienes queremos ejercer nuestra influencia están fuera de la
tierra, no podemos prescindir de ciertos factores, no muy de nuestros gustos
para hacer más eficaz nuestra obra de justicia social que traerá la felicidad
social. Para todo se necesita, hoy, de dinero.
Si aun muchos que presumen de
conscientes, se resisten a aportar el dinero que esta obra necesita, no es,
entonces, raro que la gran muchedumbre tan admirable, pero tan inconsciente, se
resista aún mucho más a cooperar con dinero para la propia obra de su
mejoramiento definitivo, estable, ilimitado.
Si yo veo seguro que en poco
tiempo más podré vivir sin que nadie limite la satisfacción de todos mis
deseos, ¿por qué no he de dar hoy "holgadamente" el dinero que la
preparación de esa obra necesite? ¿Por qué?
¿Por qué no piensan todos así?
Sencillamente: por ignorancia o
por poca fe en la empresa. En este capital error incurren todos los afiliados a
los organismos sindicales, socialistas, culturales o cooperativos, que no se
preocupan de la puntualidad para cotizar y del aumento de la cotización.
Pretendemos probar que la más
alta y puntual cotización, acompañada de "acción" permanente
educativa, por conferencias e impresos, produce "innegables" y
señalados beneficios a cada familia proletaria.
Un ejemplo:
Los oficiales tipógrafos en
Buenos Aires ganaban en 1906 un salario de $ 4.80 al día. Diez años después en
1916 están ganando (a pesar de la crisis y de la guerra) $ 5.20 al día. Es
decir, que se ve claramente un aumento, por 26 días mensuales, hábiles de
trabajo, de $ 10.40, que significa en el año una mayor ganancia de $ 124.80.
Hay quienes han adquirido una
conquista superior.
A los niños y jóvenes que sólo
han adquirido un aumento de $ 0.20 al día, les significa siempre una mayor
ganancia de $ 64.40 al año.
Si el sindicato no hubiera
existido ¿podríamos contar estos hechos? ¿Se ganarían esos salarios? ¿Se
contarían esos aumentos?
La categórica y clara respuesta
está en el bajo y ridículo salario que ganan los obreros de los sindicatos
débilmente mantenidos y sobre todo de los que no existen.
Entonces, ¿gana el obrero con la
cotización puntual en sus sindicatos?
Son $ 124.80 al año con 8 horas
de trabajo diario que los obreros de imprenta han conquistado por la fuerza de
su sindicato, que mantienen con la miserable cuota de un peso mensual, los adultos
y de la mitad, jóvenes, niños y mujeres.
Si el sindicato no hubiera
existido, ¿quién podría atreverse a negar que el salario de $ 5.20 hubiera sido
reducido a menos de $ 4.00 al día? ¿Acaso la mayoría de los obreros no ganan
menos de 4.00 pesos al día, y muchos con horarios mayores
de 8 horas?******
En esta circunstancia, ¿a cuánto
se elevaría la pérdida de los obreros de imprenta? Podría asegurarse que esa
disminución del salario habría pasado de 200 pesos al año.
¿Se desprende de esto que es
"forzoso" mantener y hacer prosperar el sindicato a todo precio?
¿Qué derecho tienen de gozar de
la estabilidad de un salario superior los que no cotizan ni cooperan en forma
alguna a mantener la fuerza del sindicato?
Si un obrero quiere disculparse,
que con ese alto salario que el gremio le ha dado, no le alcanza para cotizar,
¿cuál sería su situación si su salario fuese inferior en 10 pesos cada mes?
Si un obrero sin trabajo alega
su desocupación para no pagar sus cuotas, y con esas disculpas se derrumba el
sindicato, ¿no empeoraría en mucho más su situación? Pues, en las industrias
que carecen de sindicato, los salarios son más bajos y los horarios también son
más elevados, lo cual aparte de llevar más pobreza a la familia obrera, se ha
aumentado el número de desocupados que aparte de no recibir de nadie subsidio
alguno, están en el peligroso caso, empujados por el hambre, de ofrecerse aun
por inferiores salarios. En estos casos creados por la imprevisión obrera y por
la avaricia y ambición capitalista, no hay "conciencia" que se tenga.
Los hechos hablan con mucha elocuencia.
El sindicato gráfico de Buenos
Aires, a pesar de la guerra y de su crisis consiguiente, ha salvado al gremio
de la atroz miseria, de un más bajo salario, de una jornada más larga, de mayor
desocupación, tan sólo con la pequeña fuerza que constituye.
Si el sindicato gráfico tuviera
mucho mayor número de socios, y una cuota todavía más alta, ¿no gozaría, de
hecho y en realidad de mayores salarios, de horario más corto, para disminuir
el número de desocupados, y de muchas otras comodidades?
Si es un hecho que la cuota de un
peso mensual ha dado a los obreros gráficos $ 124.80 más al año de recursos
para sus hogares, dupliquemos la cuota y duplicaremos el mejoramiento de
toda nuestra situación de trabajadores. Pero es preciso, ya que no es
voluntario, por falta de conciencia, "obligar" a todos los obreros de
la industria a afiliarse. Pues repetimos: si el sindicato gráfico contando como
afiliados sólo a la cuarta parte del gremio ha conquistado la situación que
tiene, ¿no sería superior su situación si todos cooperaran a constituir la
fuerza orgánica que nos beneficia a todos?
¿Por qué una mayoría ha de gozar
del aumento de su bienestar tan sólo con riesgos y con esfuerzos ajenos? ¿No se
ganará mucho más estando todos juntos?
Si todos los obreros ingresaran
al sindicato, ¿no seríamos una fuerza capaz para exigir de la clase patronal,
que se nos participe de las utilidades que nuestro trabajo hace producir? Y con
ello, ¿no ganaríamos aún mucho más?
Y esto que queda dicho respecto
a un sindicato, puede extenderse a la acción de todas las organizaciones que
van dispuestas a transformar el actual régimen capitalista.
Pues bien, los hechos
realizados, experimentados, patentizados, y señalados y repetidos a los ojos
del proletariado es lo único mas poderoso que puede influir para modificar su
conciencia.
La misma elevación del salario
que le conquista al obrero la fuerza del sindicato, le permite desprenderse de
una miserable parte para sostener y para robustecer moral y materialmente la
fuerza del sindicato, considerada como la garantía de conservación de sus
conquistas.
Con respecto a la acción
cooperativa pasa el mismo caso. Un obrero no "cooperador" gastará
cada mes 4 ó 6, ó más pesos demás, cuando hace sus compras en los almacenes,
que si lo hiciera en la cooperativa. Pero alegará un obrero: la cooperativa
sólo vende al contado y sólo a sus accionistas. Le contestaremos, pues, escoja:
entre economizarse de 4 a
6 pesos mensuales o no economizarlos. Para llegar a este terreno el obrero sólo
tiene que disponer de "voluntad" para introducir en sus finanzas
"el orden" que necesita para ser cooperador. Y el buen orden de las
finanzas del hogar es el "gran beneficio" del hogar. No nos traigan
como disculpas los casos extremos y mínimos.
Ahora retrocedamos un poco: el
obrero gráfico que debe al sindicato, como hemos dicho antes, ganar la suma de
$ 124.80 más al año, agrega ahora la economía de la cooperativa calculada al
mínimun de $ 4 al mes, resultará 48 pesos al año, sumadas esas dos ventajas,
resultan $ 172.80 al año que la familia no guarda en dinero pero que transforma
en mayor decencia, mejorando habitación y vestuario; y en mayor salud,
mejorando su alimentación y recreo.
Ninguna excusa puede oponer el
obrero o su familia que renuncia, generalmente por incapacidad moral, es decir
falta de "decidida voluntad" a colocarse dentro de la línea de estos
beneficios que, por ahora sólo le cuestan el miserable sacrificio de un peso
mensual al sindicato y otro peso mensual a la cooperativa.
El que no puede acogerse a estos
beneficios —a excepción de unos pocos, muy desgraciados— es que no ha adquirido
todavía el desarrollo de su capacidad para saber administrar útilmente sus
propios intereses, su pobre salario, su pobre presupuesto. Deber es, pues,
entonces, procurar corregir este defecto para gozar de mayor bienestar.
Hemos demostrado con ejemplos
evidentes que un obrero puede aumentar "sin" ningún esfuerzo, en
realidad, su bienestar, avaluado un poco más arriba en $ 172.80 al año, tan
sólo con saber obrar con inteligencia agrupándose y cotizando en torno del
gremio y de la cooperativa.
Veamos ahora en cuánto más podrá
aumentar su ganancia, afiliándose todavía a un Centro Socialista.
Si la fuerza socialista expuesta
en parlamentos, municipios y en las calles, es realmente formidable; por su
número, por su cultura, por la inteligencia que exprese en sus acciones, para
influir y determinar en la abolición o disminución de los impuestos que
encarecen el pan, la carne, el azúcar y la habitación, solamente en ese
aspecto, ¿no resultaría que la acción "política" del proletariado
determine sobre el factor económico, pudiendo tan sólo en esos artículos
señalados abaratarse el costo de gastos mensuales en cada hogar en una cantidad
quizás superior de 5 pesos?
Una inteligente
"acción" contra los impuestos, ¿no podría llevar a cada hogar una
economía de cinco centavos diarios en pan, carne, azúcar? ¿Es eso muy
problemático? Pero eso sólo le significaría cerca de 5 pesos mensuales. La
disminución de impuestos sobre materiales de construcción y sobre
construcciones, ¿no abarataría los alquileres?
Pues esto, que cada individuo,
hombre o mujer, inteligentes, ampliarán en su imaginación o colocará en su
situación lógica, le demostrará que la cuota que pague en un centro socialista
le será tan valiosa y reproductiva como la que pague en el sindicato y eñ la
cooperativa. ¿Que no? Reflexione al respecto y haga reflexionar a los demás y
verá la realidad del beneficio.
Pero supongamos que la fuerza
política no lograra disminuir los impuestos ni abaratar la vida, si la fuerza
resultara a lo menos potente para evitar "mayor" encarecimiento,
resulta igual la ganancia, porque evitaría gastar más o disminuir sus medios de
vida.
Es una verdad incuestionable que
los obreros de ambos sexos más cultos, más inteligentes, más competentes, son
los que ganan mejores salarios. Y los menos cultos, menos inteligentes y menos
competentes son los que ganan inferiores salarios y los más expuestos a la
desocupación.
Por eso si el centro socialista
es sobre todo una fuerza de cultura y de orientación, yo creo que la cuota que
allí pague me volverá convertida en mayor cultura, inteligencia y competencia
que podré adquirir si sostengo la existencia del centro socialista.
Sumemos, pues, todos los
beneficios que nos producirá cotizar puntualmente en el sindicato, en la
cooperativa, en el Centro Socialista y en la suscripción del diario de la clase
trabajadora, que aquí lo es "La Vanguardia", sumemos esa cantidad y
veamos serenamente dónde nos producirá un más alto interés, si colocado en un
banco, o en acciones en alguna industria lucrativa o a donde las dirigimos: al
seno de nuestras organizaciones. No es para engañarse tal situación.
En el seno de la organización
producirá un interés multiplicado como jamás lo podría dar empresa alguna.
Entiendo que esta cotización
"por ahora" nos sirve para desarrollar la fuerza organizada que nos
da "de inmediato" esos beneficios vistos, pero bien comprendido que
si "estas fuerzas" nos dan hoy, con su poder naciente beneficios tan
apreciables, es de confiar que afirmando "esas fuerzas" y
robusteciéndolas cada vez más, con más afiliados y con más inteligencia, ha de
darnos más adelante el gran beneficio de la "abolición del salario",
asegurándonos un régimen de organización de la vida capaz de satisfacer todos
nuestros anhelos. Al menos así lo ven mis ojos. ¿Y los vuestros lector y
lectora no ven ese porvenir?
¿Qué debéis hacer, entonces?
Dos circunstancias determinan,
en el asalariado de ambos sexos, a alejarse de cooperar en las organizaciones
que le servirán a su felicidad y ellas son:
Primera: falta de inteligencia;
Segunda: falta de honradez.
—Falta de inteligencia porque no
comprende que asociado ganará más, mucho más mejoras que las que puede alcanzar
sin asociarse;
—Falta de honradez, porque se
conforma a gozar mejoras conquistadas con esfuerzo ajeno, o a vivir como venga
la vida.
Estos dos aspectos sólo puede
corregirlos la organización con sus pocos elementos, si es activa y dispone de
recursos pecuniarios e intelectuales aportados por sus propios afiliados.
No es por falta de ideas que la
organización obrera no progresa. Es sólo por falta de "voluntad" y de
perseverancia. Hagamos, entonces, surgir estas virtudes.
Pues bien, si un obrero porque
gana menos de tres pesos diarios; y una obrera porque gana menos de un peso al
día, que no les alcanza para sus necesidades más urgentes, se disculpan y no
forman su sindicato, su situación de miseria no se mejorará jamás. Eso está
claro. Pero si de ese miserable salario destinan:
—Un peso mensual para el
sindicato, su salario se mejorará pronto, por lo menos en cinco pesos
mensuales;
—Un peso mensual para la
cooperativa, economizará inmediatamente cerca de cinco pesos mensuales;
—Un peso mensual para el Centro
Socialista, esta fuerza política podrá librarle de impuestos que le abarate la
vida un poco más, siquiera.
Es un error fatal que aumenta la
miseria, no
robustecer con una puntual cotización todos los organismos que hemos organizado
para mejorar nuestras condiciones de vida.
ESCOJAN, PUES: No pagando
cuotas, no hay esperanzas de mejor salario y vida más barata. Pagando las
cuotas, haremos la fuerza y vendrá el mejoramiento.
XXI
LA REVOLUCION Y LA VIOLENCIA.
OTROS MEDIOS
La violencia aplasta pero no
convence y el vencido espera la ocasión para vengarse. Los sindicatos no deben
cifrar ningún triunfo conquistado por medio de la violencia, porque dejará
subsistente el encono.
Negarse a trabajar y proponer
condiciones para reanudar las faenas, es invitar al capitalista a parlamentar y
a concertar un convenio. No es violencia la uniformidad de pareceres para
calificar el valor del trabajo.
Nuestra revolución es aquella
que convence que el servilismo debe reemplazarse por la dignidad; es aquella
que hace comprender al obrero que no ha nacido para ser una bestia servil al
servicio para la riqueza inútil de otro hombre; nuestra revolución es aquella
que revelará al capitalista que su actual conducta es la de un vil verdugo que
cuelga sobre el cuello de su hermano la cadena del servilismo y de la
esclavitud, y entonces espantado de la realidad abandonará su misión
esclavizadora que ha producido tantas desgracias ya irreparables, para
colaborar en la obra que eleva la cultura humana, para alejarla de la abyección
presente causa de todo el mal.
Nuestra revolución es, pues, la
gran fuerza de cultura que desaloja lo grosero y miserable de las costumbres
humanas.
La gran fuerza que anhelamos
desarrollar, no es para violentar y aplastar a nadie; es, a mi juicio, para
crear la Nueva Sociedad que ha de libertar a capitalistas y obreros de la
esclavitud del régimen en que viven, no aplastando a una clase, sino
construyendo con su actividad, su fuerza, su inteligencia, los elementos
constructivos de la Nueva Sociedad Libre.
"La cooperativa" hecha
o afirmada por los sindicatos y librada de opresiones y privilegios por el
sufragio universal, he ahí el principio de la nueva organización humana.
Desarrollarla es constituir las bases fundamentales de la humanidad de mañana.
Y como esos principios están ya
en todos los rincones de la tierra, y llevan fuerza propia, nada puede ya
impedir que germinen espléndidos y den sus copiosos, sus incomparables frutos a
las nuevas generaciones.
La gran fuerza que deseamos
construir con la organización obrera, no la queremos ver empleando su tiempo,
muy precioso, en "destruir" nada; la queremos ver verificando la
"construcción" de la sociedad nueva: el sindicato, deteniendo al
capitalismo en sus ansias de expoliación; creando su fuerza cooperativa,
agigantándola con el sufragio; y esta construcción, así justa, moral, natural e
inteligente "motivará" no la destrucción de la sociedad actual, sino
la "transición" de un "estado" a otro; el paso del error a
la verdad; el paso de la era de la desgracia a la era de la tranquilidad feliz,
de la seguridad que ha terminado el régimen de la incertidumbre.
Esta es nuestra revolución.
Queremos el paso de una sociedad
a otra; como la prolongación de la vida de la pareja humana en los hijos por
medio del amor; queremos el paso de un régimen a otro, como el
"hombre" sucede al niño y al joven, en la continuidad de la misma
existencia, atravesando épocas diferentes, porque diferente es el niño del
joven y del hombre; queremos salir de la noche tenebrosa del mal, de la
desgracia; del dolor de la ignorancia, que significa todo el régimen presente;
del estado capitalista, para amanecer en una aurora apacible y espléndida,
pletórica de amor para toda la especie humana, con la sublimidad incomparable
de la mujer convertida en madre que sucede a la "virgen" en la misma
existencia. Queremos, pues, que el sistema "cooperativista" que es el
régimen de la sociedad futura, fundado ya por el sindicato, se desarrolle
ampliamente para "suceder" en la historia al actual sistema de
producción. Queremos, en suma, que la "inteligencia" obrera entre a
un período activo de "construcción social", que dé a la humanidad
todas las libertades y comodidades que ahora se conciben, sin recriminar a
nadie la conservación de las torpes costumbres de otras épocas. Y es el
sindicato, por hoy, el elemento primero más propicio para desenvolver esa
inteligencia y hacerla trabajar con actividad.
Cuando el sindicato haya
realizado la "socialización" y tome a su cargo la administración y
dirección de la producción y del reparto de ella para el consumo, de hecho el
sindicato se habrá transformado en cooperativa de producción y de consumo a la
vez. Y entonces la acción cooperadora del proletariado tomará el desarrollo que
necesita para completar su misión de "suceder" en la continuación de
la historia, de reemplazar más bien dicho, los modos de la vida presente por
modos más perfectos.
El sindicato, que reúne en su
seno todos o la mayoría de los obreros de una industria determinada, zapateros
por ejemplo, o carpinteros, o panaderos, o gráficos, al mismo tiempo que
construya la fuerza que evite el máximo de la explotación, debe procurar que
todos esos asociados al sindicato sean accionistas de cooperativas que realizan
sus compras totales en los almacenes de la cooperativa.
Cuando el zapatero, por ejemplo,
exige del industrial el mejor salario que sea posible y "renuncia" y
se compromete con la totalidad de los obreros y familias a no consumir los
productos de fabricación burguesa, sino aquéllos elaborados en sus
cooperativas, cuando la clase obrera comprenda lo que significan estas dos
poderosas fuerzas puestas a su servicio, verá cómo en breve tiempo es capaz de
producir la abolición de toda forma de esclavitud y explotación.
¿Qué resultaría que muchas fábricas
burguesas cerrarían sus puertas y dejarían en la calle desocupados a miles de
obreros?
Lo mismo resulta hoy en el juego
de la competencia burguesa, sin esperanza ninguna de reparación.
Más tarde, cuando la acción
obrera sea la que determine ese fenómeno, resultará entonces que la cooperativa
reemplazará las fábricas que se cierren y "socializará" de hecho las
industrias. La desocupación será atendida por el sindicato y la cooperativa,
con las medidas inteligentes, que será capaz, entonces, de verificar si le
vamos dando desde ya la capacidad intelectual y la fuerza moral de que debemos
revestir nuestra organización.
Cuando el sindicato sea la
potencia cooperadora y política, cuando la Federación de sindicatos, en la
provincia y en la nación sean la gran fuerza que actúa en su beneficio, ¿cuál
será el resultado de su acción?
Cuando llegue ese momento que ha
de llegar, no será exagerado asegurar que más del ochenta por ciento de cada
población se abastecerá en las cooperativas de la mayor parte de los productos
necesarios para la vida, entonces, decidme, ¿podrán vivir y realizar
prodigiosas riquezas las industrias burguesas que aún existen? ¿O les convendrá
más convertirse en cooperativistas? .
No hablamos ilusionados por el
optimismo. Es que tenemos confianza que los trabajadores ya han atravesado el
período de las divagaciones idílicas y líricas y empiezan a mirar en serio la
verdadera moralidad de la acción que necesitan realizar para su beneficio.
Bajo un juicio sereno no vemos
razón alguna que impida que el sindicato, o varios, o todos los sindicatos, por
pueblos o por regiones, mediante acuerdos, sean una fuerza cooperadora, que
reemplacen el modo de la producción burguesa capitalista, ni vemos la razón por
qué los sindicatos no fueran cuerpos electorales que llevaran representación a
todos los poderes políticos, con que la burguesía defiende la estabilidad de
sus privilegios, para llevar hasta ellos los conceptos y las prácticas de una
amplia democracia y de una justicia moral.
Socialistas de todas las escuelas
(sindicalistas y anarquistas) declaran que quieren la abolición del sistema
capitalista. ¿Por qué no principiamos a abo-lirlo, creando las fuerzas de la
abolición? ¿Por qué no desarrollamos la cooperativa, con el sindicato y el
sufragio, que es de hecho la fuerza más poderosa que ha de abolir el régimen de
producción capitalista?
Si producción, y para ella
trabajo, debe desarrollarse siempre, ¿por qué no ponemos toda nuestra
inteligencia y nuestros idealismos en desarrollar la fuerza de la cooperación,
en todos los campos para abolir la esclavitud que nos depara el régimen
capitalista?
XXII
CRITICAS Y OBJECIONES A TODA
OBRA. EL VALOR DE LOS CRITICOS Y OBJETADORES
Sé de antemano que
"muchos" harán críticas y objeciones para pretender encontrar defectuosas
o impracticables las ideas expuestas; pues bien, a todas ellas "les daré
la razón", con la sola condición de que presenten un programa concreto
para llegar a la socialización, o sea, a la completa y perfecta liberación del
proletariado y de toda la humanidad.
Por mi parte, creo que el
programa bosquejado, o sea el camino que yo señalo, para abolir el régimen
capitalista es el más apropiado para poner en práctica. Eso pienso y por eso
aconsejo ese camino. Ahora los que me critiquen o me objeten que hagan otro
tanto: que señalen programas claros, métodos claros, caminos fáciles a seguir.
Ninguna realidad existe hoy sin
haber sido primero una ilusión de soñadores.
Si toda ciencia: vapor,
electricidad, astronomía, mecánica, química, física; si todo invento:
aeronavegación, radiotelegrafía, cinematografía, fonografía, etc.; si todo eso antes
que un hecho, ha sido primero una utopía, una ilusión de soñadores, nuestros
proyectos para organizar la sociedad futura no pueden escapar de recorrer el
mismo camino, de la ilusión a la realidad.
Si las ciencias mecánicas,
astronómicas y físicas, antes de ser ciencias convertidas en hechos fueron
ilusiones, sueños, utopías y, a pesar de eso, son ahora realidades, ¿por qué la
ciencia social, la sociologia, puede escapar de ser una ilusión primero? ¿Esto
no nos priva que en el porvenir sea una realidad?
Hoy solamente los
ultraconservadores y los necios, aunque se hayan disfrazado de socialistas, se
atreven a calificar de ilusos a los que formulan modos de operar para acercarnos
a vivir la sociedad nueva.
Ni eso, ni ninguna otra fuerza
detiene ni detendrá el progreso.
XXIII
LA EVOLUCION DE TACTICAS,
METODOS Y MODOS
Decimos y repetimos que NADA ES
ESTABLE NI ETERNO dentro de la vida de las cosas. Pues bien, si la organización
proletaria, al nacer, desarrolló una táctica de lucha, no podemos pretender que
esa táctica sea invariable.
La TACTICA VIEJA del
proletariado organizado consiste en general en pretender que la misma clase
capitalista sea quien modifique la organización social en beneficio del
proletariado. Para ese fin hasta hoy, el proletariado le exige leyes desde el
Parlamento; que le mejoren su condición política, social y económica; le exige
mejoras en el terreno industrial y comercial, etc.
Naturalmente, como la clase capitalista
gobernante está diametralmente en desacuerdo con nosotros, no cede a nuestros
pedidos y si algo se consigue que ceda, resulta siempre muy poco.
Yo creo y sostengo que esa "TACTICA
VIEJA" que hasta hoy desarrolla el proletariado debe merecer un sereno
y un sensato estudio para declarar que ya no responde a nuestros nuevos
conceptos, y entonces CREAR LA NUEVA TACTICA que nos asegure mejor la
abolición del régimen capitalista. Esa NUEVA TACTICA consiste en que la
organización obrera de todas las escuelas adopte el sistema propuesto en estas
páginas, desarrollando sus fuerzas, su acción y su modo de vivir, como se ha
señalado, por medio de la acción sindical, cooperativa y electoral.
La objeción dominante de que ese
sistema podría o podrá desviar a la clase obrera de su misión transformadora,
porque se adormecería en las cooperativas y en el Parlamento, diré que no me
inquieta, porque un proletariado que así obre, adormeciéndose, en los primeros
pasos de su perfeccionamiento social, no lo consideraría capaz de ninguna obra
superior.
La verdadera conciencia, la
verdadera capacidad, la verdadera honestidad, no puede quebrantarse en
presencia de conquistas transitorias cuando SE SABE que ellas sólo son un
puente para llegar a las conquistas superiores.
Si nos declaramos partidarios de
las leyes de la evolución porque ellas nos llevan al progreso, si consideramos
a la clase capitalista, que no evoluciona y se momifica en sus viejos moldes,
es sensato que nosotros no momifiquemos nuestros métodos y tácticas, no los
cristalicemos.
La huelga, como instrumento de
nuestras tácticas debe perfeccionarse con el desarrollo cooperativo.
En una palabra, todos los
capítulos de este folleto son una proposición de perfección de las tácticas
obreras y socialistas. No importa que algunos sonrían, si los obreros más
honestos se deciden a aceptar esta invitación de trabajo por el
perfeccionamiento de nuestros métodos de acción para acercarnos a la feliz
sociedad solidaria.
La socialización, es decir,
cuando cada sindicato administre totalmente la producción, facilitando el libre
consumo, para que todas vivan conforme a sus deseos es la única manera de
terminar con la incertidumbre, con la inseguridad que hoy mantiene el régimen
del salario.
Sostenemos que todos los obreros
juiciosos y entusiastas deben reflexionar sobre esta afirmación: ¿"Nuestra
táctica para abolir el régimen capitalista, debe permanecer inalterable o debe
perfeccionarse a medida que crece nuestra capacidad moral y material"?
Si nuestra táctica debe
marchar junto al progreso de nuestra capacidad, es razonable que EL MODO de
desarrollarse del sindicato en su VIDA INTERNA y en su VIDA EXTERNA debe
marchar también en progreso.
Por eso repetimos: el sindicato
debe ser una organización que por sus frutos atraiga a la clase obrera, aun a
aquella parte más pobre de mentalidad.
¡La medida del tiempo para
realizar un acontecimiento!
¿Quién puede figurarla? Siempre
decimos: "sujetos a la ley de la evolución" hemos de desarrollar unos
tras otros los actos que nos han de conducir a establecer nuestra finalidad.
Por ejemplo, decimos:
"queremos la abolición del militarismo". Pero ya sabemos que no se
abolirá mañana. Entonces soportamos modificaciones en ese sistema hasta que
podamos alcanzar el ideal máximo.
Otras veces decimos:
"Nuestra finalidad máxima es la abolición del sistema capitalista",
pero mientras eso no se pueda realizar, nos conformaremos con la lucha por las
mejoras de nuestra situación a la vez que alimentamos nuestra capacidad.
¡Todo eso es un error! ¡Con
disculpa de los que no lo estiman así!
¿Quién puede medir el tiempo, en
meses, días o años, que aún debemos atravesar para llegar a la abolición de la
esclavitud del salario?
¿Queda mucho? ¿Queda poco?
Hoy sembramos trigo y la
naturaleza nos hace esperar unos pocos meses para poder cosecharlo y después de
esos meses de "preparación" de la capacidad fructífera de la semilla,
basta un día para cortarlo, otro para trillarlo, otro para transportarlo, otro
para molerlo y hacerlo blanca harina y después horas para convertirlo en pan y
¡zas! un instante para comerlo. ¿Qué nos dice este proceso?
En la horticultura vemos que
generalmente tras de dos o tres meses, después de la siembra de semillas, de
lechugas por ejemplo, basta un instante para convertirla en ensalada y comérsela.
El hombre requiere un proceso de
nueve meses y en seguida, en pocos minutos, es una vida en el seno humano.
Después el proceso de su completamiento y perfeccionamiento es obra variable.
Para hacer pólvora, el trabajo
penoso de los mineros: carbón, salitre, azufre, etc. Su elaboración es un
proceso mucho más breve que la adquisición de los materiales indispensables.
Tenemos un cuerpo sólido, por ejemplo, una masa de mil toneladas de pólvora. Un
fósforo, un rápido, vertiginoso instante y todas las mil toneladas del cuerpo
sólido de la pólvora se habrán transformado casi instantáneamente en un cuerpo
gaseoso, transparente, ocupando mucho más espacio del que ocupaba.
¿Qué pasa? ¿Qué pasa en nuestra
mentalidad? ¿Sigue el camino de la pólvora?
¿Cuántos siglos y siglos pasó la
humanidad sin ferrocarriles, sin electricidad, sin motores, sin organización,
etc.?
¿Cuántos años disfruta de un
proceso interminable de ventajas?
¿Cuánto tiempo le queda de vida
al régimen del salario?
Es lo mismo que si en Francia en
1789 se hubiera preguntado a un monárquico, ¿cuánto tiempo de vida le queda a
la monarquía?
Está sembrada, hace ya más de
medio siglo, la semilla de la abolición del régimen del salario. Los
"agricultores" han trabajado bien, cuidando que la semilla fructificara.
Hoy es un árbol en flor. ¿A qué distancia estamos de obtener el fruto? Así como
la semilla requiere agua para hincharse y convertirse en tallo; así la flor y
el fruto requiere calor para madurar. Nuestros corazones tienen mucho
calor, soplemos un poco más, aumentemos el calor y el fruto caerá en nuestra
mano.
No es tiempo el que ahora
debemos esperar. Es acción la que hay que realizar.
La clase capitalista guerrera,
después de un breve período de "enseñanza" para preparar sus
soldados, una vez elegido el campo de batalla, "coloca" sus fuerzas
en sitios "estratégicos", cada arma adonde la estima más eficaz y
procede a la acción de "desalojar" al enemigo. Excusen el ejemplo.
El proletariado ha recibido y
recibe la "enseñanza" que prepara su capacidad "abolidora".
Sabe que el sindicato, que la cooperativa y el sufragio, son armas más
formidables que las de que dispone la clase capitalista. Está, pues, en
superiores condiciones para luchar.
Lo que falta ahora es saber
disponer la "posición" y el desarrollo de esas armas y la
"forma" del ataque.
Ahí va un proyecto de ataque:
Desarrollen los obreros,
cooperativas de producción de alimentos y vestuario. Con ello a la vez que
bajan el poder capitalista, elevan el poder obrero. Eso es claro. Y mientras la
"acción cooperativa" reúne masas de obreros en el seno de su propia
producción, librados del yugo patronal, elevados en su moral, a la vez que
abarata el costo de la vida eleva el salario; "coloca" de hecho, sin
lucha, a la clase capitalista en una situación difícil, obligándola a no
poder vender sus productos más caros.
Mientras así obra la
cooperativa, el sindicato exigirá a la clase capitalista más salario, menos
horario y la "cercará", le bloqueará, le obligará a resignarse a
percibir menos utilidad o a capitular clausurando sus establecimientos, lo cual
robustecería el poder de la cooperativa que abarcaría un campo más vasto o
total en sus operaciones.
Sobre esta operación, la acción
del sufragio imposibilitando a la clase capitalista a servirse de las fuerzas
del estado para garantizar sus privilegios establecidos o por establecer.
XXIV
LABOR DE LOS CENTROS SOCIALISTAS
Si los centros socialistas de
las ciudades donde existe una organización gremial y cooperativa se reservan
labor cultural, de exposición y siembra de ideas y doctrinas, de agitación,
etc., y cooperan a robustecer los organismos gremiales y cooperativos, ¿QUE
LABOR A ESTE RESPECTO REALIZAN LOS CENTROS SOCIALISTAS DE LOS PUEBLOS DONDE NO
HAY OTRA ORGANIZACION OBRERA?
Estimo que los obreros y empleados
afiliados a los centros socialistas donde no hay gremios organizados deben
constituir una organización gremial, sea bajo el título de "oficios
varios", de "asalariados en general", o el
que crean más apropiado.
Cualquiera que sea la
denominación que adopten, deben constituir un organismo que pueda hacerse
representar en los congresos gremiales obreros y formar parte de las
federaciones locales o regionales.
Como en la mayor parte de los
pueblos pequeños no existe una organización de lucha económica que sea una
fuerza para aminorar la explotación y los abusos de la clase capitalista, me
parece que es un deber de los centros socialistas, existentes en poblaciones
sin organización sindical, iniciar y formar la base de la futura organización
sindical, organizándose en grupos en la forma antes dicha.
Creo seguro que una organización
de asalariados de ambos sexos, en cada población, iría poco a poco, atrayendo a
todos los que viven de su salario y que sufren opresiones.
Si en los centros socialistas se
tiene conciencia de lo que debe ser la misión de los socialistas, me permito
asegurar que en breve tiempo veremos surgir una organización obrera que
complemente la de las ciudades.
Muchos grupos pequeños,
organizados bajo un mismo programa, producirán en conjunto una gran labor.
Doscientos grupos pequeños
compuestos de 50 personas cada uno, resultarán 10 mil personas que colaborarán
dentro de un mismo propósito. Una organización así en pequeño, al
perfeccionarse adquiere potencia apreciable.
No sigamos la rutina de no hacer
nada porque somos pocos. Hagamos que en todas partes haya un pequeño grupo que
reúna a todos los asalariados de ambos sexos y con la perseverancia veremos que
en poco tiempo llegarán a ser unidades de la organización más poderosa del
mundo.
Esperamos, pues, ver a los
centros socialistas entrar a una nueva fase de acción y a un nuevo período en
su historia.
RECOMENDACION FINAL
Después que usted haya leído
este folleto y lo haya considerado bueno o aceptable, ¿CUAL DEBE SER SU DEBER?
Conservar siempre presentes sus
doctrinas y modos de obrar; RECOMENDAR SU LECTURA a todos los asalariados de
ambos sexos invitándoles a comprarlo: y conversar siempre sobre lo que debemos
hacer para obrar conforme a estas doctrinas.
Si en general, salvo detalles,
usted estima útil la lectura de este folleto, ¿no cree que debiera ser leído
por TODOS los asalariados de ambos sexos? Y para ello, ¿cree usted que la
presente edición será suficiente? Pues bien, si estimamos que un folleto de
esta naturaleza representa un buen alimento intelectual, TODOS debemos
empeñarnos en que una nueva edición pueda satisfacer las necesidades de las
clases asalariadas, y si sentamos esta necesidad es preciso franquear los
medios para que se realice.
Sabemos que en general la
mayoría de los asalariados NO SABEN BUSCAR SU MEJORAMIENTO, pues por eso
nuestro deber es INVITARLES a unirse a nosotros para obtener ese mejoramiento,
y hacerles leer este folleto, ¿no significará una clara invitación?
Si usted estima que este folleto
debe ser leído por el mayor número de personas, ¿sería mucho sacrificio que
usted comprara algunos ejemplares para obsequiarlos o revenderlos con el objeto
de hacer nuevos adherentes?
EL PROXIMO FOLLETO
Bajo el título de "LA
MATERIA ETERNA E INTELIGENTE", se publicará en breve una exposición de
ideas destinadas a "probar" con "pruebas" que estarán AL
ALCANCE DE TODOS, que ni el mundo, ni el universo, ni el hombre, ni los
animales, ni nada, ha podido ser "creado" por un "creador",
sino que es la obra propia de la Materia, en eterno e inteligente movimiento.
Con esto se probará que iglesias y frailes han engañado y explotado a la
humanidad.
MIS DESEOS
Aspiro a que la lectura, o mejor
dicho, el estudio de lo propuesto en este folleto, provoque las más saludables
discusiones e iniciativas en todo sentido útil.
LOS VICIOS
En el hombre y en la mujer, los
vicios: alcohol, juegos, diversiones deshonestas, apetitos inútiles,
exageraciones en los modos de vivir, quitan salud, dinero y tiempo. Los
vicios roban al hombre y a la mujer los verdaderos placeres de la vida.
Los vicios impiden que los seres humanos conciban y obtengan el
verdadero goce de la vida.
Combatir los vicios es
multiplicar el bienestar de todos. Suprimir los vicios es perfeccionar la vida.
El vicio es una epidemia contagiosa y mortífera, por lo cual debemos ser
rigurosos para extirparlo.
SOLIDARIDAD
Deseo editar unos cuantos
folletitos más, cuyas doctrinas considero bastante útiles para el
perfeccionamiento de nuestra mentalidad y capacidad de acción.
Si la clase proletaria, en cuyo
seno vivo, me acoge favorablemente y me estimula agotando en breve la presente
edición, me sentiré ayudado para proseguir esta labor.
Creo que nunca será bastante lo
que se haga para desarrollar las ideas y para impulsar las acciones que perfeccionen
nuestra vida.
Por entendido que esta
protección debe dispensarse sólo en el caso que se estima razonable la difusión
de este folleto.
PENSAR Y HACER
Si lo que pensamos es bueno, debemos llevarlo a la
práctica. Hablamos de la solidaridad para el futuro y sería mucho mejor
practicarla desde el presente. Cada uno, hombre o mujer de buenos sentimientos,
ponga un poco de su parte para establecer un sano principio de solidaridad en
todos los momentos de nuestra vida y al alcance de nuestra capacidad.
[1] Desgraciadamente todavía el caso se repite.
Como en tiempos de Víctor Hugo (no hace más de cien años) se objetaba todo
ideal de progreso, como error utópico, hoy todavía, hay socialistas también
como cualquier conservador, que se ha atrevido a calificar de sueños las
proposiciones que en estos artículos se están haciendo.
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