El Socialista, Antofagasta
14/09/1919
EL BUEN APETITO SERA SIEMPRE UN
SIGNO DE SALUD
Juan iba caminando silencioso la
tarde de un domingo cualquiera, pisando las arenas húmedas de la playa de
Antofagasta, mientras de trecho en trecho, veía grupos de paseantes haciendo
derroche de alegrías, con francas o fingidas carcajadas que hendían el aire de
las playas.
Por aquí y por allá, miraba Juan
algunos grupos de familias obreras, en sus paseos dominicales, sentadas en
rueda en torno de un canasto con golosinas: gallinas, arrollados, malayas,
sandwichs, frutas y sus botellas de vino, que todavía constituye un veneno
inseparable en las comilonas del pueblo, que vive en los últimos peldaños de la
civilización.
La gente comía y cantaba con
plena satisfacción. Era un domingo de alegría, donde se buscaba algo así como
una revancha a las pasadas labores de sus días de trabajo.
Caía la tarde y de las golosinas
ya no quedaba sino el recuerdo. Empezaba el arreglo de los canastos y de los
mantos y sombreros, preparando la vuelta a los hogares, en medio de una alegría
hinchada por el alcohol.
Juan sintió pena, se sintió
lleno de tristeza y buscó una roca bañada por las olas, cada momento más
activas por la proximidad de la noche, y allí sentado pensó, mirando alejarse
las
gentes alegres, con la alegría de un rato, para volver el lunes y los demás días a ser esclavos de un trabajo infame, degradador y embrutecedor.
gentes alegres, con la alegría de un rato, para volver el lunes y los demás días a ser esclavos de un trabajo infame, degradador y embrutecedor.
¡Pobres gentes! quedan
satisfechas con llenar el estómago, mientras dejan vacío el cerebro, ¡el cerebro,
que debe ser preferido para alimentarlo!
Juan leía de preferencia, todos
los domingos, El Socialista ya causa del exceso de trabajo, del
atolondramiento que muchas veces produce el furor de la faena no leía su
diario, todos los días; pero el domingo, no podía pasarse sin leerlo.
Pensó un momento, Juan, sobre
esta casualidad de su imaginación, cuando él pensaba, mirando las gentes que
se alejaban alegres de haber comido un día, mientras muchos días padecen de
hambre... así, él mismo, caía en esa grosería de leer un poco, de vez en
cuando, pero con un gusto especial los domingos, y vino a comprender que
carecía de razón para juzgar de torpe la conducta de aquellas gentes sencillas a
quienes miraba con tristeza, mientras se alejaban.
Sacudido bruscamente por una ola
que rompió con estrépito, sobre el peñón en que estaba sentado, saltó de allí,
sacudiéndose el agua y agitando piernas y brazos entumecidos por el frío del
caer de la noche, que le sorprendía en sus meditaciones.
Tomó el camino en dirección a la
ciudad y sin darse cuenta se vio envuelto en el tropel de gente que, como él,
regresaban a sus hogares, satisfechos de la alegría de un rato, para volver al
día siguiente, a colgarse por su propia voluntad, las cadenas de las más
grosera esclavitud.
Juan, desde aquella tarde, tomó
la firme resolución de ser más razonable con él mismo.
Todos los días, al despertar, su
primer pensamiento es: ¿qué nueva nos traerá El Socialista de hoy? ¿Qué
informaciones, qué enseñanzas, nos traerá hoy?
Y todos los días al salir a la
calle en dirección a su trabajo, con su mirada ávida, y con su oído atento
busca al vendedor de El Socialista para comprarlo, para leer algo
siquiera antes de entrar al trabajo.
Hermosa preocupación, que eleva
la capacidad del pueblo.
Años más tarde, Juan era uno de
los trabajadores más inteligentes, más respetados y más batalladores.
Alimentar el cerebro, ¡todos los
días! Alimentar bien el cerebro es la preocupación de Juan, porque él comprende
que una persona inteligente tendrá siempre capacidad para vivir mejor que los
demás.
Y Juan no cesa de preguntarles a
todos ¿lee Ud. El Socialista?
Así como debemos lavarnos todos
los días y varias veces al día;
Así como debemos llenar y
alimentar el estómago, todos los días y varias veces al día;
Así debemos alimentar el cerebro
y el corazón, todos los días y a cada momento, por la razón poderosa de que un
cerebro y un corazón bien alimentado tendrán siempre capacidad superior para
obtener de sobra el alimento del estómago.
Así como el imán atrae el acero;
Así un cerebro bien alimentado
atrae todo el alimento que necesita el estómago.
Juan está en el colmo de su
alegría, porque ve que sus encargos no son perdidos.
Muchos trabajadores, son ya, los
que no pueden pasar un solo día sin leer El Socialista. ¡Y qué bella va
siendo así, la fuerza obrera!
El buen apetito para leer dará a
todos espléndida salud para cultivar la inteligencia, que es la fuerza
conquistadora de cuanto queremos.
SREL
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