sábado, 5 de febrero de 2011

El buen apetito...


El Socialista, Antofagasta 14/09/1919
EL BUEN APETITO SERA SIEMPRE UN SIGNO DE SALUD
Juan iba caminando silencioso la tarde de un domingo cualquiera, pisando las arenas húme­das de la playa de Antofagasta, mientras de trecho en trecho, veía grupos de paseantes haciendo derroche de alegrías, con francas o fingidas carcajadas que hendían el aire de las playas.
Por aquí y por allá, miraba Juan algunos grupos de familias obreras, en sus paseos domini­cales, sentadas en rueda en torno de un canasto con golosinas: gallinas, arrollados, malayas, sandwichs, frutas y sus botellas de vino, que todavía constituye un veneno inseparable en las comilonas del pueblo, que vive en los últimos peldaños de la civilización.
La gente comía y cantaba con plena satisfacción. Era un domingo de alegría, donde se bus­caba algo así como una revancha a las pasadas labores de sus días de trabajo.
Caía la tarde y de las golosinas ya no quedaba sino el recuerdo. Empezaba el arreglo de los canastos y de los mantos y sombreros, preparando la vuelta a los hogares, en medio de una alegría hinchada por el alcohol.
Juan sintió pena, se sintió lleno de tristeza y buscó una roca bañada por las olas, cada momento más activas por la proximidad de la noche, y allí sentado pensó, mirando alejarse las
gentes alegres, con la alegría de un rato, para volver el lunes y los demás días a ser esclavos de un trabajo infame, degradador y embrutecedor.
¡Pobres gentes! quedan satisfechas con llenar el estómago, mientras dejan vacío el cerebro, ¡el cerebro, que debe ser preferido para alimentarlo!
Juan leía de preferencia, todos los domingos, El Socialista ya causa del exceso de trabajo, del atolondramiento que muchas veces produce el furor de la faena no leía su diario, todos los días; pero el domingo, no podía pasarse sin leerlo.
Pensó un momento, Juan, sobre esta casualidad de su imaginación, cuando él pensaba, miran­do las gentes que se alejaban alegres de haber comido un día, mientras muchos días padecen de hambre... así, él mismo, caía en esa grosería de leer un poco, de vez en cuando, pero con un gusto especial los domingos, y vino a comprender que carecía de razón para juzgar de torpe la conducta de aquellas gentes sencillas a quienes miraba con tristeza, mientras se alejaban.
Sacudido bruscamente por una ola que rompió con estrépito, sobre el peñón en que estaba sentado, saltó de allí, sacudiéndose el agua y agitando piernas y brazos entumecidos por el frío del caer de la noche, que le sorprendía en sus meditaciones.
Tomó el camino en dirección a la ciudad y sin darse cuenta se vio envuelto en el tropel de gente que, como él, regresaban a sus hogares, satisfechos de la alegría de un rato, para volver al día siguiente, a colgarse por su propia voluntad, las cadenas de las más grosera esclavitud.
Juan, desde aquella tarde, tomó la firme resolución de ser más razonable con él mismo.
Todos los días, al despertar, su primer pensamiento es: ¿qué nueva nos traerá El Socialista de hoy? ¿Qué informaciones, qué enseñanzas, nos traerá hoy?
Y todos los días al salir a la calle en dirección a su trabajo, con su mirada ávida, y con su oído atento busca al vendedor de El Socialista para comprarlo, para leer algo siquiera antes de entrar al trabajo.
Hermosa preocupación, que eleva la capacidad del pueblo.
Años más tarde, Juan era uno de los trabajadores más inteligentes, más respetados y más batalladores.
Alimentar el cerebro, ¡todos los días! Alimentar bien el cerebro es la preocupación de Juan, porque él comprende que una persona inteligente tendrá siempre capacidad para vivir mejor que los demás.
Y Juan no cesa de preguntarles a todos ¿lee Ud. El Socialista?
Así como debemos lavarnos todos los días y varias veces al día;
Así como debemos llenar y alimentar el estómago, todos los días y varias veces al día;
Así debemos alimentar el cerebro y el corazón, todos los días y a cada momento, por la razón poderosa de que un cerebro y un corazón bien alimentado tendrán siempre capacidad superior para obtener de sobra el alimento del estómago.
Así como el imán atrae el acero;
Así un cerebro bien alimentado atrae todo el alimento que necesita el estómago.
Juan está en el colmo de su alegría, porque ve que sus encargos no son perdidos.
Muchos trabajadores, son ya, los que no pueden pasar un solo día sin leer El Socialista. ¡Y qué bella va siendo así, la fuerza obrera!
El buen apetito para leer dará a todos espléndida salud para cultivar la inteligencia, que es la fuerza conquistadora de cuanto queremos.
SREL

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