El Socialista, Antofagasta
31/01/1920
EL DIA QUE NO HAYA AGITADORES
Ya que así se califica a los
propagandistas y educadores de un ideal, adoptamos el mismo calificativo.
Cuando no haya agitadores, ¡qué
gloria para los explotadores y pulmoneros! ¡Qué gloria para taberneros y
embaucadores del pueblo!
Cuando no haya agitadores, los
obreros, ciudadanos chilenos, tendrán que trabajar más explotados que hoy, con “guasqueros”
a su lado y cargados de opresión y de andrajos.
Cuando no haya agitadores,
reinará la llamada paz varsoviana, porque cada pulmonero se habrá asegurado la
sumisión y mansedumbre de sus pobres víctimas sometidas a su cruel explotación.
¿Qué decir esto es una
exageración? Ahí está el pasado y aun el presente de los presidios industriales
que no nos dejará exagerar.
Mientras el pueblo no despertó,
por la acción de los agitadores, el pueblo obrero vivió sometido a una horrible
abyección, víctima de esclavitudes que ya han narrado con horror los mismos
historiadores burgueses y conservadores.
Cuando la prensa burguesa, y los
capitalistas-industriales que gobiernan, trabajan por la extirpación de los
agitadores, lo hacen para volver sobre el pueblo obrero y productor todos los
vicios y condiciones de la vieja esclavitud a fin de amontonar millones,
amasados vergonzosamente, con el despojo de la felicidad de las multitudes
obreras.
Los capitalistas y su prensa son
incapaces de concebir una clase obrera elevada y digna, participando en la
administración industrial.
Sólo admiten una multitud
harapienta y degradada, trabajando para enriquecer bribones.
Pero la civilización quiere otra
cosa.
El espíritu de civilización se
ha apoderado de muchos trabajadores esclavos del capital gobernante y esa nueva
cultura, que el tiempo, fuerza natural de acción inevitable, se ha encargado de
inculcar en el cerebro, viene a determinar la acción consiguiente.
Los trabajadores que perciben
las bondades de la civilización, se enamoran de ella y anhelan que llegue a ser
ley de los pueblos.
Cuando se compara el concepto de
civilización con las costumbres del régimen capitalista imperante, una mueca de
horror nos domina.
Son incompatibles la civilización
con el modo esclavizador de todos los capitalistas.
Los trabajadores aman la
civilización y marchan a perfeccionarla y a imponerla.
Los capitalistas la desprecian,
la combaten y la obstruyen, porque son groseros como perfectos y natos
herederos de la tradición salvaje de los siglos pasados.
Y de esto surge la lucha
impetuosa y brutal.
Las fuerzas de la civilización
empujadas por los explotados y oprimidos contra las fuerzas de la barbarie
defendidas por los explotadores y opresores.
Y en esta lucha surgen y se
destacan aquellos obreros, aquellos trabajadores que primero conciben las
bellezas de la civilización. A estos se les califica de agitadores, de
subversivos, de peligrosos.
Obra del tiempo, no de los
hombres, es el brote espontáneo en todas partes, aquí por las pampas y las
minas, de los obreros enamorados de la civilización y de la cultura.
A su paso salen los bárbaros.
A su paso aparecen los groseros,
los salvajes del tiempo a oponerse a la civilización.
Las cosas deben continuar como
están.
El obrero andrajoso, mugriento y
borracho.
El degenerado delincuente y
carne de presidio.
La juventud femenina, agobiada
por el hambre y el deseo de vivir mejor, arrastrada a la prostitución, en vez
de convertirse en madres fecundas de una humanidad superior.
El esclavo de la pampa y de las
minas sometido a la esclavitud abyecta.
Esto es lo que quieren nuestros
honorables burgueses.
Pero nosotros no lo queremos y
como nosotros somos la fuerza, hoy ya en parte organizada y mañana seremos una
inevitable potencia, será inútil detener la civilización, porque absorberá la
pequeña fuerza salvaje que aún domina sólo gracia a artificios que pronto
caerán.
El pueblo es la fuerza. El
pueblo es el poder y es la ley. Dentro de poco, por obra de la civilización el
pueblo soberano de verdad impondrá la ley de la humanidad y de la justicia, en
cuyo reinado nadie sufrirá ni la esclavitud ni la miseria.
Y sujetar esta civilización es
todo el empeño presente de la burguesía y de sus lacayos y para ello recurren a
la calumnia, a la persecución, a la violación de las leyes, el crimen mismo.
Todo será inútil. El pueblo es
más sabio y más poderoso. El pueblo triunfará. El pueblo es eterno. Los lacayos
perecerán.
Luis E. Recabarren S.
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