sábado, 5 de febrero de 2011

El día que no haya agitadores


El Socialista, Antofagasta 31/01/1920
EL DIA QUE NO HAYA AGITADORES
Ya que así se califica a los propagandistas y educadores de un ideal, adoptamos el mismo calificativo.
Cuando no haya agitadores, ¡qué gloria para los explotadores y pulmoneros! ¡Qué gloria para taberneros y embaucadores del pueblo!
Cuando no haya agitadores, los obreros, ciudadanos chilenos, tendrán que trabajar más explotados que hoy, con “guasqueros” a su lado y cargados de opresión y de andrajos.
Cuando no haya agitadores, reinará la llamada paz varsoviana, porque cada pulmonero se habrá asegurado la sumisión y mansedumbre de sus pobres víctimas sometidas a su cruel explo­tación.
¿Qué decir esto es una exageración? Ahí está el pasado y aun el presente de los presidios industriales que no nos dejará exagerar.
Mientras el pueblo no despertó, por la acción de los agitadores, el pueblo obrero vivió some­tido a una horrible abyección, víctima de esclavitudes que ya han narrado con horror los mismos historiadores burgueses y conservadores.
Cuando la prensa burguesa, y los capitalistas-industriales que gobiernan, trabajan por la extir­pación de los agitadores, lo hacen para volver sobre el pueblo obrero y productor todos los vicios y condiciones de la vieja esclavitud a fin de amontonar millones, amasados vergonzosa­mente, con el despojo de la felicidad de las multitudes obreras.
Los capitalistas y su prensa son incapaces de concebir una clase obrera elevada y digna, participando en la administración industrial.
Sólo admiten una multitud harapienta y degradada, trabajando para enriquecer bribones.
Pero la civilización quiere otra cosa.
El espíritu de civilización se ha apoderado de muchos trabajadores esclavos del capital gobernante y esa nueva cultura, que el tiempo, fuerza natural de acción inevitable, se ha encar­gado de inculcar en el cerebro, viene a determinar la acción consiguiente.
Los trabajadores que perciben las bondades de la civilización, se enamoran de ella y anhelan que llegue a ser ley de los pueblos.
Cuando se compara el concepto de civilización con las costumbres del régimen capitalista imperante, una mueca de horror nos domina.
Son incompatibles la civilización con el modo esclavizador de todos los capitalistas.
Los trabajadores aman la civilización y marchan a perfeccionarla y a imponerla.
Los capitalistas la desprecian, la combaten y la obstruyen, porque son groseros como perfec­tos y natos herederos de la tradición salvaje de los siglos pasados.
Y de esto surge la lucha impetuosa y brutal.
Las fuerzas de la civilización empujadas por los explotados y oprimidos contra las fuerzas de la barbarie defendidas por los explotadores y opresores.
Y en esta lucha surgen y se destacan aquellos obreros, aquellos trabajadores que primero conciben las bellezas de la civilización. A estos se les califica de agitadores, de subversivos, de peligrosos.
Obra del tiempo, no de los hombres, es el brote espontáneo en todas partes, aquí por las pampas y las minas, de los obreros enamorados de la civilización y de la cultura.
A su paso salen los bárbaros.
A su paso aparecen los groseros, los salvajes del tiempo a oponerse a la civilización.
Las cosas deben continuar como están.
El obrero andrajoso, mugriento y borracho.
El degenerado delincuente y carne de presidio.
La juventud femenina, agobiada por el hambre y el deseo de vivir mejor, arrastrada a la prostitución, en vez de convertirse en madres fecundas de una humanidad superior.
El esclavo de la pampa y de las minas sometido a la esclavitud abyecta.
Esto es lo que quieren nuestros honorables burgueses.
Pero nosotros no lo queremos y como nosotros somos la fuerza, hoy ya en parte organizada y mañana seremos una inevitable potencia, será inútil detener la civilización, porque absorberá la pequeña fuerza salvaje que aún domina sólo gracia a artificios que pronto caerán.
El pueblo es la fuerza. El pueblo es el poder y es la ley. Dentro de poco, por obra de la civili­zación el pueblo soberano de verdad impondrá la ley de la humanidad y de la justicia, en cuyo reinado nadie sufrirá ni la esclavitud ni la miseria.
Y sujetar esta civilización es todo el empeño presente de la burguesía y de sus lacayos y para ello recurren a la calumnia, a la persecución, a la violación de las leyes, el crimen mismo.
Todo será inútil. El pueblo es más sabio y más poderoso. El pueblo triunfará. El pueblo es eterno. Los lacayos perecerán.
Luis E. Recabarren S.

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